Un combo cruel. Felipe, de 9 años, regresaba a su casa en la moto que manejaba su hermano Tomás. Venían de ver Boca-Fluminense junto a un primo que conducía otra moto en la que iba el hermanito de Felipe, de 5. La tragedia estaba a pasos, apenas. Vestida de policía.
Es una fotografía feroz de los tiempos. Un nene de 9 años murió atropellado por un patrullero en Villa Fiorito, la tierra de dios, de olvidos y privaciones.Un policía al volante con apenas 21 años. Como tantos otros policías que siendo poco más que un adolescente entra a una fuerza de seguridad en épocas en las que no hay mucho más salida para pibes de barrios populares. Las sospechas de que los policías en el lugar, fuera de su jurisdicción y de horario, podrían haber ido a comprar drogas es una de las perspectivas en la investigación.
Un combo cruel. Felipe Bautista Yedro, el niño de 9, regresaba a su casa en la parte de atrás de la moto que manejaba su hermano Tomás. Venían de ver el partido Boca-Fluminense junto a un primo que conducía otra moto en la que iba también el hermanito menor de Felipe, de 5 años. Que minutos antes habían sido chocados por otro patrullero. Y cuando Tomás intentó cargar al más pequeño para llevarlo a un centro de salud, ocurrió lo peor. El patrullero manejado por el policía de 21 dio marcha atrás y aplastó a Felipe que murió instantes después.
No se destituye fácilmente la crueldad. Es mucho más profundo y medular. Cuando un niño de 9 años muere, un niño que tenía una larga crónica vital por construirse, queda definitivamente roto el rompecabezas de la condición humana. Cuando los niños y jóvenes de las barriadas no encuentran más opción que dibujarse su futuro en el aparato represivo del estado, la sociedad está cimentando un entramado perverso. Poco demoran en incorporar a sus prácticas cotidianas los peores males.
Mientras detenían a un policía de 21 años por la muerte de Felipe, el mismo día, seis policías bonaerenses de la Delegación Narcotráfico (un comisario, un oficial ayudante y un grupo operativo) eran apresados por haberle dado protección a una banda de narcos y haber iniciado causas penales a la banda rival. A cambio de más de un millón y medio de pesos al mes.
De una u otra manera, el Estado es productor sustancial de las cadenas de violencia.
Felipe Bautista Yedro debería haber regresado a su casa, sin un solo rasguño, después de ver el partido de la Libertadores. Su hermanito de 5 no debería haber sufrido ninguna fractura.
Los pibes y las pibas que encuentran selladas sus vidas en callejones sin salida -que suelen ser el uniforme, el rappi o la esquina- tendrían que tener delante de sus ojos otros senderos, otros rumbos.
Son las vidas sometidas al influjo de la crueldad que, con urgencia, hay que desandar.
Publicado originalmente en Pelota de Trapo