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El ser humano frente al algoritmo: por qué el futuro necesita más Artes y Humanidades

María José Carmona

Foto: En pleno debate sobre el futuro del trabajo, ya hay quien ve los estudios en Artes y Humanidades como piezas de coleccionismo, un ejemplar exótico al borde de la extinción. (María José Carmona)

Llevan toda la vida luchando contra el estigma de la inutilidad, pero es justo ahora, en la antesala de la revolución robótica que viene, cuando más que nunca, parecen haberse quedado fuera de sitio. Son todos esos alumnos que hoy se manchan las manos de arcilla, que repasan declinaciones en latín o estudian las crónicas de Herodoto y que –todavía– sostienen la temeraria idea de vivir de eso.

En pleno debate sobre el futuro del trabajo, ya hay quien ve los estudios en Artes y Humanidades como piezas de coleccionismo, un ejemplar exótico al borde de la extinción. Por ejemplo en Japón, donde el Gobierno ha recomendado a sus universidades que cierren estas carreras y se centren en otras “más prácticas”.

“En casi todas las naciones del mundo se están erradicando las materias relacionadas con las Artes y Humanidades, concebidas como ornamentos inútiles”, advirtió en 2016 la filósofa norteamericana Martha Nussbaum. En particular, alertaba sobre EEUU donde, arrinconadas por el fervor tecnológico, estas disciplinas habían perdido casi el 10% de licenciados.

“La historia de las Humanidades ha sufrido varias crisis desde los años 60”, reconoce Jordi Ibáñez Fanés, autor de El reverso de la historia: apuntes sobre las humanidades en tiempos de crisis. “Pero ahora es un reproche distinto. Se les acusa de no ser productivas, de ser algo superfluo”. Y esa imagen se ha hecho fuerte a raíz de otra crisis, la económica.

En el caso de Europa, Artes y Humanidades sigue siendo la cuarta rama más escogida (el 12,3% de los alumnos optan por estas carreras), después de Ciencias Sociales, Ingeniería y Medicina. Aun así, grados como Filología Clásica o Geografía empiezan a cerrar en algunas facultades por no ser “rentables”.

“Tenemos más dificultades para conseguir financiación”, admite Juan Antonio Perles, decano de Filosofía y Letras de la Universidad de Málaga. “Para los gobiernos, los campos de ingeniería son más interesantes a nivel de rendimiento”. Él es uno de los 420 catedráticos y responsables de universidades que acaban de firmar un manifiesto en defensa de las Humanidades. Una carta desesperada para pedir que el progreso les indulte.

De momento, su talón de Aquiles sigue siendo el mismo: la imagen pública, los estereotipos, la idea de que cientos de McDonalds están siendo atendidos por graduados en Filosofía e Historia. Y, en parte, algo de verdad hay ahí.

Entre las miles de alumnas que hoy ocupan las aulas de Artes y Humanidades –más de dos tercios son mujeres– la mayoría casi seguro tardará cerca de un año en encontrar trabajo; un 20% no lo conseguirá y aunque lo logre cobrará menos: unos 1.215 euros al mes (unos 1.384 dólares USD) frente a los 1.900 (2.164 USD) que gana un ingeniero.

“Hemos sido castigados de forma injusta porque no se ha sabido valorar lo que sabemos hacer, sin embargo esta cuarta revolución industrial nos va a beneficiar”, confía el decano. Y cada vez más voces de Silicon Valley están de acuerdo.

¿Crisis o revolución?

Ochocientos millones de empleos serán ocupados por robots de aquí a 2030. Es un camino irreversible. Por eso hace tiempo que el Foro de Davos mandó un mensaje a la clase trabajadora mundial: para no acabar sustituidos por máquinas debemos volver a lo que nos hace humanos. Esto es, al aprendizaje cooperativo, la creatividad, el pensamiento crítico, la empatía. Habilidades que, precisamente, tienen mucho que ver con la formación en Artes y Humanidades.

Esto explica por qué Google anunció en 2012 la contratación de 4.000 filósofos o por qué el 34% de los CEO de las principales multinacionales estudiaron carreras humanísticas. Hasta el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) ha reconocido que “todos los retos que debe resolver la ingeniería, desde el cambio climático a las enfermedades o la pobreza, están ligados a realidades humanas” y por eso recomiendan a sus alumnos que incluyan en sus estudios asignaturas de literatura, historia, arte o música.

Actualmente existen historiadores y antropólogos desarrollando videojuegos, filólogos especializados en Big data, diseñadores que crean prótesis 3D y filósofos trabajando mano a mano con inteligencia artificial. Humanidades y tecnología no son excluyentes, sino todo lo contrario.

“La máquina no es el fin, es el medio. Por eso hay que integrarla”, expone Juan Macías, director de la Escuela de Bellas Artes de San Telmo. Una institución que hace 150 años empezó formando a artesanos y que ahora da clases a futuros diseñadores de moda, interiorismo y artes gráficas. “Las crisis hay que aprovecharlas, es buen momento para renovar”.

Sabemos que Europa necesitará al menos un millón de licenciados en Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas (las denominadas carreras CTIM, o más comúnmente STEM, en inglés) de aquí a 2020. Lo que proponen algunos es añadir a ese acrónimo una letra más: la A de artes.

“Hay dos bandos: uno dice que hay que formar solo gente técnica y otro que incorpora la creatividad. Yo me posiciono con la A”, indica la profesora Paola Guimerans.

Ella estudió Bellas Artes y ahora enseña a diseñar e-textiles: pinturas interactivas, bolsos con luces, abrigos capaces de regular la temperatura. Sus estudiantes lo mismo programan, que usan hilo y dedal. Es a esto a lo que se refiere la formación STEAM.

Según Guimerans, este tipo de estudios serán imprescindibles, también por una cuestión de género. “Cuando incluyes el arte en un terreno tecnológico y científico abres mucho más el abanico al público, es más atractivo para las mujeres”.

Ni de ciencias ni de letras

En un futuro, que cada vez se roza más con el presente, cualquier niño deberá aprender a programar como si fuera un idioma más, pero también adquirir competencias humanísticas y sociales. Las nuevas generaciones ya no serán de letras o ciencias. Esa frontera debe caer.

“En realidad, no es nada nuevo. En la Antigüedad clásica no había separación entre artistas y científicos”, insiste Guimerans. Y ya hay quien intenta integrar ese enfoque en sus clases.

Es el caso del profesor José Manuel González. Con sus alumnos de secundaria mezcla geometría, matemáticas y programación con el arte. Utiliza una plataforma electrónica llamada Arduino con la que ha diseñado un caleidoscopio digital. Con él, los niños aprenden electrónica pero también estudian los colores e incluso los sonidos. Puro STEAM.

“Hay que potenciar los talentos creativos desde la base. No solo en el ámbito artístico”, explica González. Sin embargo, reconoce que las trincheras entre números y letras son todavía demasiado altas por culpa, una vez más, de los estereotipos de siempre. “Las Humanidades siguen siendo menospreciadas. Dentro del profesorado existen castas. Asignaturas artísticas como la mía se consideran de tercera”.

Sobre todo en un sistema educativo cada vez más dominado por la lógica empresarial, donde se exige a las escuelas que sean “productivas” y a los alumnos “competitivos” para adaptarse lo más rápido posible a las expectativas del mercado laboral.

“Ahora los jóvenes viven en mundo hecho de pantallas, no de papeles. Y eso es totalmente nuevo respecto a otras crisis de las humanidades”, apunta Jordi Ibáñez, “se lee menos, se lee peor, la gente se informa pero sin desarrollar criterio. Estamos en una revolución como la imprenta pero mucho más rápida”.

Y las consecuencias de esa velocidad sin reflexión ni empatía las conocemos de sobra: el auge de los populismos, la posverdad, la manipulación, el odio.

Humanidades contra el populismo

“Si se elimina la Historia como disciplina académica, acabarán falseándonos el pasado”. Habla Juan Marchena, catedrático de Historia de América en la Universidad Pablo de Olavide, en Sevilla, y lanza un aviso: Esta crisis de las Humanidades nos llevará inevitablemente a una crisis de humanidad.

“La explicación del crecimiento de los populismos, nacionalismos, falacias y mentiras tiene que ver con la crisis de las Humanidades. El pensamiento ha desaparecido de la opinión pública”, resume Marchena.

Coincide con él Gonzalo Cruz Andreotti, catedrático de Historia en la Universidad de Málaga:

“Vamos hacia una sociedad muy competitiva en términos económicos, pero poco reflexiva. Una sociedad que permite que un individuo como [el estadounidense Donald] Trump sea presidente”. También la filósofa Martha Nussbaum: “Este desprecio de las Artes y las Humanidades genera un peligro para nuestra calidad de vida y para la salud de nuestras democracias”.

Dicho de otro modo, sea útil o no, la formación humanística sigue siendo capital. Sobre todo a medida que los algoritmos toman el control y, por ejemplo, empiezan a decidir a quién despedir en una empresa o a quién otorgar un préstamo.

“Los algoritmos pueden dar lugar a nuevas formas de discriminación y reproducir la desigualdad”, asegura Mariano Martín, de la consultora Éticas Consulting. “Por eso debemos darle un enfoque humano a la tecnología para evitar que ésta acabe teniendo un impacto negativo sobre los grupos más vulnerables”.

Nada que la propia literatura, el cine, el arte en toda su extensión no hayan advertido ya. “Tú eres mi creador”, dijo el monstruo al doctor Frankenstein, “pero yo soy tu dueño”.

 

Publicado originalmente en Equal Times

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