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Huelga en la Italia de abajo en tiempos de coronavirus

Andrea Cegna

El miércoles 25 de marzo sucedió algo no obvio en Italia. Una huelga. Una huelga durante la emergencia sanitaria por el Covid-19. Una huelga extraña donde el mismo día se cruzaron diferentes historias políticas e incapaces, aunque lo quisieran, de encontrar una síntesis.

El miércoles 25, el sindicato base USB lanzó un día de huelga general nacional. Los sindicatos CGIL, CISL y UIL proclamaron la huelga general en Lombardía. Los obreros de los tres sindicatos confederales llamaron a una huelga en la región del Lacio. ADL Cobas y SI Cobas, que están en movilización permanente desde el 12 de marzo, intensificaron la lucha el 25 de marzo. Y tantos otros acrónimos. Muchas fábricas, empresas y lugares de trabajo fueron entonces cerrados.

Un polvo de realidad, una serie de controversias, una amplia distancia política que en nombre de la salud pública, de la dignidad de los trabajadores y las trabajadoras y de una respuesta clara, y determinada por la arrogancia de Confindustria (el red de industriales italianos), presumió. Mostrando fuerza. Y recordando a todos y todas cómo la huelga, incluso cuando es política, si se actúa es una herramienta capaz de perturbar las lógicas de reproducción del capitalismo, tanto en el eje de la producción como en la logística. El tercer eje del capitalismo urbano, el de las finanzas, vive de lógicas diferentes, menos físicas, mucho más virtuales.

Este día de huelga logró obligar al gobierno a reducir el listado de empresas consideradas fundamentales y, por lo tanto, que pueden continuar trabajando. El drama sanitario de Coronavirus está en las fábricas y en los grandes lugares de empleos que permanecieron abiertos a pesar de los decretos ministeriales, que no tuvieron el coraje de bloquear el país y dar la prioridad a la salud colectiva en vez de a los intereses económicos de unos pocos y que se convertieron en fuentes de contagio masivo de Covid-19.

Trabajadores y trabajadoras, con fuerza y coraje, contra las presiones del gobierno y del garante de las huelgas que habían pedido su cancelación, reafirmaron que hace falta equidad, que quienes no trabajan en contextos esenciales para la gestión de la situación (alimentos, salud, telecomunicaciones y actividades de apoyo) deben quedarse en casa y ayudar a detener el crecimiento de la pandemia. Ciertamente fueron más exigentes, pero no suficientemente valientes. Las fábricas de armas encuentran la manera para seguir trabajando.

El resultado, que hoy recrea y muestra la distancia entre los muchos sujetos sindicales que se declararon en huelga el 25 de marzo, son los datos políticos sólidos, importantes y anómalos. Y muestran cómo la lucha social fue, es y sigue siendo el arma en manos de quienes desde abajo se enfrentan al poder económico y político.

La huelga del 25 de marzo fue importante porque reafirmó que en el campo de los actores y actrices que escribirán el mañana italiano y mundial, y por lo tanto la salida de la emergencia Covid-19, no están sólo las diferentes opciones dictadas por el capitalismo, sino también el mundo de abajo, el mundo de los que luchan, el mundo de los que no quieren volver a la «normalidad», es decir ese conjunto político/social/económico que es parte del problema que estamos viviendo.

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