Buenos Aires, Argentina. Hoy hay 27 millones de esclavos en el mundo, puntualiza Marisa Pineau en conversación con el medio Página 12 de Argentina. Es la cifra más grande que la humanidad haya conocido en toda su historia. La investigadora de la Universidad de Buenos Aires (UBA) advierte, además, sobre el riesgo de pensar la esclavitud sólo como coerción de la libertad de movimiento: hoy las cadenas no son necesariamente físicas, muchos millones se encuentran en situación de esclavitud aunque no existan los grilletes.
–Es posible encontrar muchas corrientes que expliquen el origen de la esclavitud. ¿Cuál es para usted su verdadero origen?
–Lo primero que hay que reponer y pensar es que la esclavitud está presente en la historia de la humanidad. Todas las sociedades conocieron algunas o diversas formas de esclavitud. Ese es un punto de partida, tan es así que la palabra “esclavo” tiene que ver con “eslavo”. Si bien habitualmente asociamos la palabra esclavo con los africanos, en el pasado, esclavo y eslavo designaban la misma palabra; de hecho, en inglés, se usa la misma palabra: “slave”. Cuando en América hablamos de esclavos, pensamos en la trata atlántica, en lo que fueron los 350 años de la esclavitud de los africanos en nuestro territorio. En ese sentido, no me parece que la esclavitud tenga un origen en África.
–¿Por qué?
–Porque cuando hablamos de esa esclavitud atlántica tenemos que pensar en la responsabilidad que hubo por parte de Europa y los europeos en llevar adelante el proceso de esclavización de las sociedades africanas. Existió una responsabilidad muy fuerte, demandante y central, de esas sociedades europeas requiriendo y exigiendo esclavos.
–¿Con qué propósito?
–Al hablar de esclavitud es necesario decir otra cosa antes. En aquella época no existía la idea de igualdad entre las personas. Estamos en un sistema en el que la idea de la diferencia existe, y esa diferencia es natural: hay órdenes y jerarquías que son naturales. Que todos somos iguales ante la ley es un concepto moderno y muy contemporáneo. En ese momento, todo el mundo era diferente, con la servidumbre y la esclavitud instaladas, la dominación por la fuerza era habitual y corriente en esas formas en los antiguos regímenes. Ese requerimiento de trabajadores africanos fue central para poner en marcha todo el sistema americano.
–¿Podría detenerse en la descripción de esa puesta en marcha del sistema americano?
–Cuando los europeos fueron al África en el siglo XV, antes de la invasión a América, buscaban fundamentalmente metales preciosos. En los lugares donde no encontraron oro descubrieron que tenían la posibilidad de traficar con personas que eran físicamente muy fuertes, que tenían un conocimiento muy importante de la agricultura –es lo que buscaban para América– y, además, tenían otra cosa a favor para ese sistema: formaban parte de ese viejo mundo, es decir que tenían anticuerpos para las enfermedades europeas. No ocurrió lo mismo cuando encontraron a los pueblos originarios en América, que no estaban preparados biológicamente para enfrentar ciertas enfermedades. Entonces era una posibilidad muy interesante, y donde pudieron la aplicaron y la pusieron en marcha para empezar a hacer este tipo de comercialización. Por eso les cabe una responsabilidad enorme en tanto y en cuanto eran esas sociedades europeas las que conocían todo lo que estaba pasando, conocían el sistema completo, o lo que estaba empezando a pasar en América y en Europa. En ese caso, fue una responsabilidad de los europeos el tráfico de esclavos.
–¿Cuál es ese sistema que conocían las sociedades africanas, al que hace referencia?
–Es bueno decir que las sociedades africanas no estaban aisladas del mundo, y además, aclarar que África no es todo igual: había Estados organizados con muchas diferencias entre sí. África tenía una gran relación con Europa desde tiempos inmemoriales, pero desde el siglo XV esa relación con el Mediterráneo y otras sociedades europeas o con lo que pasaba en la zona del Océano Índico era mucho mayor. Lo que esas sociedades africanas no podían conocer era lo que se estaba armando en América, la colonización europea en América. De ahí que no tuvieran posibilidades de desarrollar algún tipo de estrategia para evitar esa situación de esclavitud. A pesar de ello, desarrollaron resistencias, pero esas resistencias tuvieron más que ver con elegir quiénes serían esclavizados.
–¿Con qué criterios se tomaban las decisiones sobre los esclavizados?
–Hay una elección por parte de los africanos sobre aquellos que eran esclavizados, fundamentalmente los varones mayores, porque las mujeres eran las reproductoras de los productores, y eran ellas mismas productoras agrícolas. La información existente sobre quiénes fueron comercializados nos muestra una diferencia notable entre varones y mujeres, que tiene que ver con los requerimientos europeos pero también con la reproducción del sistema que mantenían los africanos para sí mismos.
–¿En qué situaciones cotidianas se evidencian resabios del apartheid, en África e, incluso, fuera de ese continente?
–Este es un punto interesante para pensar, porque muchas veces se dijo que el sistema capitalista terminaba con todas las formas de esclavitud, y me parece que lo que estamos viendo hoy muestra que esa idea es un prejuzgamiento que no se condice con los datos: hoy en el mundo hay 27 millones de esclavos, en términos nominales es la cifra más grande que la humanidad haya conocido en toda su historia. En ese sentido, me gustaría recuperar que esa lucha contra la esclavitud y contra la trata y todos los instrumentos internacionales destinados a ello surgen de la experiencia africana.
–¿Qué acontecimientos o estrategias de la experiencia africana dan origen a esta lucha?
–Los africanos empiezan a reclamar en esa dirección y son los que van a conseguir, por ejemplo, que después de la Segunda Guerra Mundial se penalice el trabajo forzado. Allí hay una matriz africana de resistencia. Si pensamos en trazar una especie de línea, me parece que muchas veces tomamos la esclavitud como formas de funcionamiento en las cuales las personas no tienen libertad de movimiento. Sin embargo, cuando estudiamos la esclavitud en la etapa moderna, entre el siglo XVI y XIX, vemos que no necesariamente había una cuestión de coerción de la libertad de movimiento; alguien podía estar en situación de esclavitud y tener libertad de movimiento. Esto también lo vemos hoy, las cadenas no son necesariamente físicas, pueden no existir grilletes o cadenas en términos materiales. Hay situaciones del pasado que echan luz a lo que pasa en la actualidad. La definición que se usa internacionalmente, que tiene casi cien años, tiene que ver con esta situación anterior. Según su definición, ser esclavo tiene que ver con ejercer sobre el otro alguna o todas las facultades de la propiedad. Es decir, una persona no necesariamente tiene que estar encadenada para estar en situación de esclavitud, puede que se le impida hacer algún tipo de actividad por su propia libertad. Puede estar viviendo una situación de aparente comodidad y que, sin embargo, ninguna de las cosas que lo rodean le pertenezca.
–¿Qué formas toma la esclavitud hoy en día?
–Así como no necesariamente una persona que está en situación de esclavitud está inmovilizada, lo que sí vemos relacionado con esa trata atlántica es que la persona sea transportada; siempre hay alguna situación en la que una persona es sacada, extrañada de su lugar de origen. Cuando hablamos de trata de mujeres vemos esta situación en la cual las mujeres están en permanente circulación sin permanecer en un lugar fijo. Hay mucha movilidad. Un segundo lugar donde vemos esta situación de esclavitud –concentrado en temas de género y, más propiamente, en trata de mujeres–, es en el mundo del trabajo. La situación de esclavitud siempre está ligada a ese trabajador que no tiene ningún tipo de derechos o cobertura legal que lo ampare. Es en esos bolsones donde vemos la esclavitud más claramente. Lo vemos en trabajos industriales, en trabajos rurales alrededor del mundo, en situaciones de trabajos industriales que no están dentro de un marco legal y donde, muchas veces, hay traslados masivos de personas para llevar a cabo un trabajo. A veces se verifica claramente –como en talleres textiles de la Ciudad de Buenos Aires–, pero también hay situaciones en las que estas cadenas materiales no existen y es mucho más difícil de verificar y, por consiguiente, de actuar en consecuencia.
–¿Qué cambios relativos a la situación de esclavitud observa en el continente africano?
–África es una palabra que tiene múltiples significados. Es una referencia construida, una referencia en sí misma, como lo es Latinoamérica; hay muchas diferencias regionales entre el Norte, el Sur, el Oeste, el Este, el Centro. Cuando hablamos de esa situación de esclavitud, e incluso de un pasaje de la esclavitud tradicional a las situaciones más contemporáneas en el caso africano, se puede construir un tránsito desde esa etapa donde muchos africanos sufrieron la posibilidad de ser esclavizados y trasladados a América, algo que terminó a mediados del siglo XIX. Hubo otro tipo de enclaves asiáticos, para la zona de la península arábiga, del Asia occidental, y demás. En la época colonial, el desarrollo colonial europeo impuso el trabajo forzado como forma de funcionamiento del sistema capitalista. No se trata de formas que reglaban relaciones de producción de tipo capitalista entre patrón y esclavo.
–¿Entonces, en qué consistían?
–Había una obligación de los africanos varones de trabajar para la construcción y para la creación de infraestructura en las distintas colonias. Ahí tendríamos que establecer diferencias, también. El contexto en el que esto llegó a su máxima expresión fue el del Apartheid en Sudáfrica, donde sí adquirió características peculiares. En nuestros días es muy fuerte ese tránsito de los africanos migrando fundamentalmente hacia Europa, pero también hacia América, hacia la India, en situaciones sumamente penosas, fuera de todo marco de contención, en el agujero negro de la legalidad, de los derechos, de las posibilidades, de los deseos. Y donde funcionan para mantener un sistema que se nutre de ellos; hay allí una cierta continuidad que podríamos construir. También podemos ver casos como el de la isla Lampedusa, en Italia, u otras islas que están recibiendo permanentemente cientos de miles de africanos, sirios, pakistaníes, personas que están huyendo y buscan llegar a Europa, que se les representa como una quimera. Estas situaciones también dan cuenta de este fenómeno.
–¿Por qué?
–Porque estas personas tienen altas posibilidades de entrar en un sistema que los va a esclavizar. Estas zonas opacas que no son visibles, pero existen, como agujeros donde todo es posible que ocurra.
–¿Cómo se dan las dinámicas de esclavización en las economías de enclave en África?
–Las economías de enclave siempre han sido un problema. A veces, se presentan como una forma de modernización para el territorio donde están ubicadas. Son esas ideas que aún perviven aunque con un mensaje tramposo: el del camino ascendente de la modernización. Allí vemos muy instalada la idea del derrame. Durante la época colonial, en África se pensaba que esos enclaves llevarían a una modernización de todo el territorio. En los actuales casos de explotación minera, fundamentalmente en África, hay menos expectativas de que eso se produzca de esa forma. Son lugares donde se desarrolla un tipo de actividad de punta con características peculiares, pero que no necesariamente engloban a la mayoría de la población. Lo que ocurre en las economías de enclave es absolutamente diferente de lo que pasa en todo el resto del territorio, porque esos lugares pueden ser fuertemente extractivos pero no hay allí una lógica de distribución de ganancias. Es una lógica neoliberal sin distribución.
–¿Cómo se cuela esta situación en los conflictos socio-políticos que se viven en Sudáfrica?
–Sudáfrica es la que tiene más prensa en sus conflictos. En el caso sudafricano, se observan situaciones muy distintas. Es una economía minera desde hace más de cien años; la producción de la riqueza local está en las minas. Esa actividad minera es mayormente de capitales locales, lo cual la vuelve una situación particular.
–¿En qué sentido, particular?
–En el sentido de que en esas explotaciones mineras hubo un gran desarrollo de sindicatos, cosa que no necesariamente pasó en otras explotaciones mineras africanas… y eso que hay muchas. Hay sindicatos mineros en distintos lugares que se desarrollaron en la década del ‘50 pero mucho más en el caso sudafricano. Lo que ocurre es que esos sindicatos mineros sudafricanos ya no resultan representativos de los trabajadores mineros locales, entonces se forma lo que podríamos llamar una “burocracia sindical”. Desde ese punto de vista, hay nuevos sindicatos que reclaman, y entonces hay un problema y una tensión en ese sentido. Pero tiene que ver con la lógica del desarrollo de los enclaves y con la posibilidad de hacer una economía más diversificada.
–¿Cómo define esa lógica del desarrollo de los enclaves, a la que se refiere?
–La economía sudafricana es una economía muy diversificada, no es únicamente minera, sino que tiene un sector agropecuario interesante, un sector de servicios interesante, un sector industrial interesante. Pero tiene más relación con conflictos relacionados con la lógica histórica sudafricana. Algo que habría que pensar es la forma que toma el sojuzgamiento, producto de la xenofobia dentro de Sudáfrica. Allí hay muchos trabajadores de otros lugares de África viviendo en territorio sudafricano, que van a esa meca buscando mejores condiciones de vida pero viven en condiciones de esclavitud o fuera de un marco legal que los ampare; terminan sometiéndose y viviendo en situaciones de mucha precariedad.
–En esa lógica de relación económica, ¿es posible identificar cuestiones de índole religioso?
–Tal vez ésa sea una forma de polarizar. En Sudáfrica, eso tiene que ver con lo que la independencia no logró. En el caso sudafricano, como en otros países africanos, se ven las frustraciones de un sistema colonial que supuestamente está terminado pero cuyas ventajas aún no se encuentran. Cuando se pone el acento en lo religioso se busca instalar la idea de que África no puede ser explicada, que lo que sucede ahí es algo distinto, como dice el francés Bayart, como si los africanos no fueran humanos o como si se movieran por lógicas distintas. En segundo lugar, cuando se focaliza en lo religioso, se piensa que estas cosas pasan por lo emocional y no por lo racional; también allí le estamos negando la posibilidad a los africanos de ser racionales. Y por último, ese aspecto se manifiesta en la dificultad de entender qué es lo que pasa.
–¿Y qué pasa, realmente?
–Hay una mezcla de situaciones en las que aparece lo religioso amparando un montón de otras situaciones, y ocluyéndolas. Entonces, si el problema es religioso no puede ser resuelto. Se obvia la complejidad de la situación y, como consecuencia, se anula la posibilidad de que sea resuelto. Aparece la idea de que son premodernos y, entonces, no hay nada que hacer. Esa idea de la jerarquía racial –muy difícil de sostener públicamente hoy– aparece muy tapada pero aparece, y es la que está sosteniendo esta situación. En definitiva, se impide ver de qué manera los africanos están con el mundo.
¿Por qué Marisa Pineau?
La ruta del esclavo
Marisa Pineau habla rápido e incluye muchos niveles de información en cada frase cuando discute sobre esclavitud. Tan es así que no hay lugar para la dispersión, aunque es muy necesario incluir repreguntas que repongan nuevos datos y permitan desentrañar la densidad de sus conceptos. Se formó en la Universidad de Buenos Aires y en el Colegio de México, donde obtuvo el título de Máster en Estudios de África. Investigadora del Instituto de las Culturas (IDECU) y de la Sección Interdisciplinaria de Estudios de Asia y África, Pineau es la referente argentina en cuestiones de esclavitud. Como coordinadora del Proyecto Unesco “La Ruta del Esclavo en el Río de la Plata”, compiló los libros La Ruta del esclavo en el Río de la Plata y Huellas y legados de la esclavitud en las Américas (Prometeo).