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Honeyland, abejas y una mujer extraordinaria

Saltamontes

Aprovechando el estreno de Honeyland en España no hemos querido dejar pasar la oportunidad de recomendar su visionado. Aunque sabemos que no será fácil encontrarla en cartelera, algunas oportunidades si que hay. Esa suerte ya la tuvieron quienes pudieron verla el año pasado en la Seminci de Valladolid (donde fue premiada con la Espiga Verde) o en DocsBarcelona (Premio al mejor documental 2019). Reconocimientos no le faltan. Estuvo nominada a los Óscar en las categorías de mejor documental y mejor película internacional, siendo la primera no ficción que compite en esta categoría en la historia de los premios de Hollywood. 

Honeyland es una película que tiene historia tanto delante como detrás de las cámaras y merece la pena por lo que nos cuenta, pero también por la belleza con la que está realizada. La dirigieron Tamara Kotevska y Ljubomir Stefanov quienes, tras conocer a Hatidze Muratova, la protagonista, decidieron rodar un documental sobre su vida en un pueblo remoto de las montañas de Macedonia, donde vivía con Nazife, su anciana madre. De la misma manera que ellas hacen su día a día sin electricidad ni agua caliente, tuvieron que rodar la película. Terminaban cuando se agotaban las baterías de sus cámaras y equipos. El rodaje duró tres años, con un total de cuatrocientas horas de grabaciones.

Poco a poco, las cuatro personas que integraban el equipo de rodaje fueron formando parte de la cotidianeidad de estas dos mujeres, únicas habitantes del pueblo. Mientras rodaban llegó al pueblo una familia nómada de origen turco, con siete hijas e hijos, un rebaño de ganado y un camión. De esta forma se incorporaron nuevos personajes a la historia y, también, una fuente inesperada de conflicto. Sin entrar en detalles, para no destriparla, el documental no es un simple estar y grabar lo que ocurre, sino que se percibe tal confianza que nos colamos en sus hogares e intimidad.  La película refleja respeto por parte del equipo de cineastas, así como la generosidad de quienes son filmados. 

Una aparente desventaja inicial, también pudo jugar a su favor: nadie en el equipo hablaba turco otomano, que es el idioma en el que se relacionaban la familia nómada con Muratova. Tardaron meses en conseguir una traducción, pero para entonces la película estaba prácticamente construida. 

LA HISTORIA DE HATIDZE MURATOVA 

Muratova es una mujer que cría colonias de abejas en cestas hechas a mano que deja escondidas en rocas. Su forma de entender la “producción” es profundamente respetuosa con los ritmos de la naturaleza y tiene una regla: la mitad de la miel siempre se la quedan las abejas. Esta manera de hacer choca con otras formas de aprovechar los recursos naturales y, en la película, ambas acaban por encontrarse con la llegada de la familia nómada. Hasta el punto de que se pone en grave riesgo el medio de subsistencia de la apicultora y su madre. 

Puede decirse que la historia es una metáfora, en un microcosmos muy particular, de lo que ocurre a gran escala. Es decir, de cómo un exceso de acaparamiento de recursos puede provocar un desequilibrio en la naturaleza, llegando incluso a amenazar la biodiversidad y la forma de vida de personas que, como la protagonista, habitan el planeta de una forma mucho más respetuosa que el paradigma actual. 

Hatidze Muratova lleva una forma de vida en extinción. Tampoco hay que idealizarla, su vida es bastante dura. Ella no. Aunque suene cursi, es dulce como la miel. A pesar de la soledad y las dificultades, es una mujer generosa y divertida, que disfruta cantando y bailando, como su madre disfrutaba de los plátanos que le llevaba al volver de vender la miel en la ciudad más cercana. Normal que Kotevska y Stefanov quisieran rodar una película sobre ella.Y normal que hayan después compartido el éxito de la película con Hatidze, a quien compraron una casa en un pueblo cercano (y habitado); así como con la familia Sam, ayudando con la escolarización de sus hijos e hijas. La visibilidad alcanzada ha servido para iniciar un proyecto destinado a mejorar sus vidas y las de su comunidad. Gracias al cine, o en concreto, a este tipo de cine, no solo conocemos otras realidades, sino que participamos en el cambio de sus protagonistas. Películas como esta, sirven para transmitir un mensaje que también es motor de cambio. Para el director de fotografía, Samir Ljuma, el mensaje de Honeyland, en este caso, es “un mensaje clarísimo de que tenemos que dejar algo de lo que hay para las generaciones futuras”.

Este material se comparte con autorización de El Salto

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