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Historias mexicas, un libro rigurosamente académico que puede leerse como novela

Omar Paramo / Francisco Medina

Esta historia comienza cuando el emperador Moctezuma decide mandar una comitiva a Aztlán —la tierra ancestral abandonada por los mexicas— a fin de buscar a la diosa Coatlicue, y para ello elige a 60 magos con el poder de transformarse en aves. Veinte perecieron en el camino de vuelta, pero los que regresaron trajeron consigo relatos de una tierra inmune al paso del tiempo en la que sus habitantes aprendieron a rejuvenecer para no morir y donde la diosa madre les encargó que, en cuanto pusieran un pie en Tenochtitlan, le transmitieran un mensaje a su hijo Huitzilopochtli: “Regresa a casa”.

Con esta leyenda, recogida y glosada por el fraile Diego Durán en algún momento del siglo XVI, arranca Historias mexicas, un libro académicamente riguroso que bien puede leerse como novela, señala su autor, Federico Navarrete, firme creyente de que la historia tiene mucho que aprenderle a la literatura, máxima en la que se basó para desarrollar este volumen recién publicado por editorial Turner

De hecho, desde sus primeros párrafos el integrante del Instituto de Investigaciones Históricas deja muy en claro, en una suerte de carta de intenciones, que esto es “diferente a una novela histórica, pues no teje ficciones, y algo distinto a los trabajos tradicionales, ya que no pretende develar una verdad, sino varias, o más bien imaginar una nueva manera de construir verdades históricas a través de un diálogo entre mundos diferentes y por medio de la imaginación”.

Así, con el correr de los capítulos, es posible ver a las deidades crear el universo, a los mexicas salir con rumbo incierto del lugar de las siete cuevas, y observar un sinfín de aspectos de lo que significaba ser azteca en el Valle de México; lo que no aparece por ningún lado son las notas a pie de página (en realidad hay una, pero sólo se usa para explicar por qué es mejor no poner notas a pie de página).

“No olvidemos que estamos ante un texto académico pensado para ser leído por especialistas y participar en los debates actuales, pero que en el fondo busca atraer a otro tipo de lector, a uno capaz de adentrarse en la obra como si se tratara de una novela de aventuras”.

El arte de difuminar los límites

Como escritor, Federico Navarrete tiene un pie en la literatura creativa y el otro en la investigación, y entre su bibliografía se cuentan novelas como Huesos de lagartija (1998) o El códice perdido (2017), libros divulgativos como La vida cotidiana en tiempos de los mayas o títulos como Alfabeto del racismo mexicano (2017).

Sin embargo, con Historias mexicas el autor ha hecho que ambas vocaciones confluyan, dando pie a una obra que elude toda clasificación simplista: “Si me apresuran diría que es un ensayo literario-histórico o una historia ensayística. El texto se vale de técnicas de la narrativa, pero el hilo conductor es más un argumento intelectual que la trama y los suspensos tan propios de una novela”.

Para encontrar la voz adecuada para el libro Navarrete tuvo que perderle miedo a la adjetivación —tan mal vista por quienes pretenden hacer ciencia— y dejar de lado cualquier asomo de esa impersonalidad y carácter solemne que tanto gusta a los eruditos. “Mi propósito es que quien se asome a esta propuesta no se limite a recibir información, sino que use su capacidad racional, sensorial y emotiva, y se emocione. Para lograrlo eché mano de cuanto recurso conozco, excepto el de inventar: todo aquí está documentado”.

A diferencia de textos académicos similares —explica— lo que aquí sí hay y en los demás no, son protagonistas. “Estoy yo como autor y guía; el lector, un acompañante a quien me dirijo en segunda persona, y sobre todo, los códices y demás testimonios de los siglos XVI y XVII, a los cuales trato como personajes de un mundo que no es el nuestro, como proponía el teórico ruso Mijaíl Bajtín”.

Para el investigador, detrás de estas estrategias literarias se oculta el deseo de ofrecer al público una experiencia vivencial lo más parecida a pasearse por las calles de Tenochtitlan o acompañar a los mexicas en su día a día, lo que no lograría si emulara la frialdad de los textos académicos típicos, que con frecuencia parecen acercarse a su objeto de estudio a través de la mirilla de un microscopio.

“Me gusta pensar en este libro como en un vehículo que nos lleva a mundos diferentes y, en los documentos del siglo XVI en los que me baso como si fueran pasajeros que desaparecen conforme dialogamos con ellos. El destino final de este trayecto no puede ser otro que nuestra realidad, la cual veremos desde ahora de forma distinta porque —como pasa con todo viaje que vale la pena— hemos regresado cambiados y con una mirada nueva”.

 

Este material se comparte con autorización de UNAM Global

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