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Historia de una caravana de solidaridad y antirracismo en la frontera ucraniana

Sarah Babiker

Eran los primeros días de la guerra de Ucrania y miles de personas huían del país —según la ONU son ya más de cinco millones quienes han cruzado las fronteras, tres millones hacia Polonia—, por aquel entonces, aunque en las televisiones y en los principales diarios nadie hablaba de ello, empezaban a circular vídeos en las redes sociales en los que se mostraba un trato diferencial hacia quienes escapaban del conflicto, un trato diferencial basado, básicamente, en el color de piel. Paralelamente, cualquiera que hubiese observado en los últimos años las políticas de asilo y refugio hacia millones de personas que huyen de otras guerras, o de la pobreza, constataba que todos los reparos para acoger a personas en la UE, desaparecían en el caso de las personas ucranianas. Mientras, en los primeros días tras el estallido de la guerra, se colaban discursos en los medios que avalaban una respuesta diferente hacia las necesidades de la población ucraniana porque “son como nosotros”.

El evidente racismo subyacente a estas lógicas era así materia de debate y polémica en las primeras semanas de la guerra. En ese momento, Lamar Bailey, Gus Epam, y Estela Tukú, un grupo de afrodescendientes organizados en torno al colectivo valenciano Uhuru decidieron trascender el debate y pasar a la acción. Si las personas racializadas estaban siendo desatendidas y discriminadas en la frontera, además de denunciarlo eligieron ir directamente allí. No aspiraban a responder solo a esto, sino que buscaban agrietar la imagen de las personas negras como receptoras de ayuda.

“A título colectivo queríamos proponer algo en contra de esta narrativa bastante paternalista de la ayuda humanitaria. Estamos saturados con imágenes de personas negras representadas como víctimas,  siempre es como los negros, pobrecitos, no tienen nada y necesitan ayuda”

“A título colectivo nosotros queríamos proponer algo en contra de esta narrativa bastante paternalista de la ayuda humanitaria, de la cooperación. Estamos súper mega saturados con imágenes de personas negras representadas como víctimas, ahogándose en el Mediterráneo. Y siempre es como los negros, pobrecitos, no tienen nada y necesitamos ayuda” explica Lamar, sobre las motivaciones detrás de su decisión de acudir a la frontera ucraniana y ser ellos quienes proporcionaran esa ayuda.

Así, un grupo de siete personas comenzaron a preparar el viaje, recaudar todo tipo de ayuda, y reflexionar sobre cómo distribuirla especialmente entre aquellas personas racializadas que estaban siendo desatendidas en las fronteras. Una de ellas era la activista en cuestiones de asilo y refugio Ana Isabel Martínez, quien lleva años trabajando en diversas fronteras y pudo aportar su experiencia para planificar la primera caravana racializada, que partió el 31 de marzo desde Valencia.

Ana Isabel coincide con el análisis de Lamar, por un lado ataca el contraste entre lo que pasa en las fronteras en las que ha estado y la asistencia y solidaridad que vieron en la frontera polaca, por otro lado denuncia el racismo en esa misma frontera a la vez que cuestiona el lugar subalterno destinado a las personas negras como objetos de salvación. “Un caso que ilustra esto a la perfección fue aquella imagen del abrazo entre una trabajadora de Cruz Roja y un joven africano en Ceuta. Todo el mundo hablaba del abrazo de Luna, pero ¿y Abdou? Nadie hablaba de él”. Cuando la caravana racializada llegó a la frontera entre Polonia y Ucrania  encontraron que ese racismo que iban a documentar, acabaría por afectarles también a ellos.

Lo que queda fuera de los focos

Cuenta Lamar que cuando llegaron a Medika (ciudad fronteriza ente Polonia y Ucrania) había un despliegue de ayuda que la dejó consternada, todo tipo de entidades y voluntarios repartiendo juguetes, tarjetas SIM, comida a las personas que llegaban, “estaba todo muy bien montado”, argumenta, mientras explica que en seguida se desplazaron a otros puntos pues, se dieron cuenta, que no tenían mucho que hacer allí. Ana Isabel, que tiene ejemplos para comparar lo define, contundentemente, como una orgía de ONGs, “que sí, era muy bonito, estaba muy bien, pero también era indignante: la solidaridad no se puede mover a golpe de telediario y dirigirse según el color de piel”, narra irritada mientras recuerda que, mientras en Medika se encontraron con que la ayuda sobraba hasta encontrar “vertederos de ropa”, en otro paso, a escasas dos horas en coche de allí, no tenían nada. “Querían que nos quedásemos ahí al ver que dos de las personas que viajábamos tenían conocimientos sanitarios”.  

Durante los días que estuvieron en la frontera, la caravana pudo constatar, a través de los testimonios de personas negras entrevistadas, la discriminación en las fronteras. Por otro lado, si bien no vieron diferencia de trato hacia las personas gitanas, que encontraron acogidas en los mismos recursos que las blancas, sí les sorprendió que hubieran tan pocas personas Rroma que hubieran salido de Ucrania, país en el que la discriminación y persecución histórica que sufren se ha agravado en los últimos años. En la caravana se preguntaban qué está impidiendo a las personas gitanas abandonar el país. 

Parte de la ayuda decidieron dejarla en la misma Ucrania, internándose en el país. También centraron su tiempo en asistir a estudiantes africanos que cursaban en las universidades ucranianas. Lamar cuenta cómo el objetivo del viaje no era llegar y dejar la ayuda si no tejer redes, encontrar espacios donde poder dar continuidad a su acción. En esa búsqueda vieron cómo cientos de estudiantes negros estaban atravesando la frontera en una situación de desventaja: por un lado se dificultaba su paso a Polonia por su color de piel. Por otro lado, al no ser ucranianos ni contar con residencia a largo plazo en el país, quedan fuera de los circuitos de acogida. Pero otros mecanismos de solidaridad se han accionado para atenderles. 

Lamar evoca que conocer a la organización de africanos en Cracovia, liderada por un migrante congoleño llamado Yuga, ha sido de las cosas más interesantes que vivieron en los días que la caravana pasó por Polonia “tiene una operación súper bien montada en la que reciben a estos estudiantes y les ayudan con todo”, desde tramitar papeles, a hospedarles el tiempo que estén allí, hasta apoyarles para que puedan retomar los estudios a pesar del caos, Esto es lo que posibilita esta entidad a través de la cual la caravana quiere dar continuidad a su labor en la frontera. 

Es gracias al testimonio de estas personas como los integrantes de la caravana escuchan “episodios de evacuación donde las consignas eran Only White, u Only Ukranians, donde eran violentados, en ocasiones incluso agredidos”, apunta Lamar. Así, muchos se vieron obligados a “alcanzar Polonia tras días andando, casi sin comida, con mucho frío y sin poder dormir”. 

Tras una semana en la frontera la caravana racializada comprobó en su propia carne lo que implica ser leídos como negros en determinados contextos de derechización profunda: “vinieron hacia nosotros dos personas y directamente nos hicieron el saludo nazi y comenzaron las provocaciones, de tal manera que tuvimos que irnos”

Tras una semana en la frontera la caravana racializada comprobó en su propia carne lo que implica ser leídos como negros en determinados contextos de derechización profunda. Planeaban trasladarse a la frontera con Bielorrusa, y colaborar con el grupo polaco de solidaridad con las personas migrantes, Granica, con quienes tuvieron un primer encuentro. “Al acabar la reunión paramos a fumarnos un cigarro y ver dónde alojarnos. Pues en menos de lo que dura un cigarro, al ver a Gus que es negro, vinieron hacia nosotros dos personas y directamente nos hicieron el saludo nazi y comenzaron las provocaciones, de tal manera que tuvimos que irnos”. La cosa no terminó ahí, en su búsqueda de alojamiento, cuentan, llegarona un bar del que tuvieron que salir corriendo. “Cuando entró Gus, de manera automática la gente de la mesa principal con sus pelos rapados y vestimenta neonazi se levantaron sin mediar palabra de sus sillas”, las intenciones, para Ana Isabel que estaba presente, eran evidentes. Por su parte, en otro incidente, otra de las compañera, Estela, había sido increpada con insultos racistas. 

A pesar del mal sabor de boca, ya en Valencia se preparan para dar continuidad a la iniciativa: “no queremos plantearlo como: “fuimos, vimos, ayudamos, nos volvimos, si no como una actividad que continúa en el tiempo,  pues queríamos cuestionar también esta forma de funcionar de las ONG cuando van, llevan ayuda y luego desaparecen”, explica Lamar. 

Con la visibilidad que algunos medios le dieron a su iniciativa, han conseguido articular una red: “fue salir en prensa y esto hizo que que fueran más movimientos de africanos en Europa, de Francia, de Suiza, de otros países. Empezamos a trabajar en alianza, a coordinar a nivel europeo desde desde la comunidad africana residente en Suiza”, explican. También entidades gitanas empezaron a movilizarse para preparar otra caravana. Para Lamar en gran medida el objetivo está cumplido. La caravana ha supuesto un cuestionamiento a “las narrativas paternalistas de la ayuda, y ha contribuido a visibilizar las formas en que las personas negras también nos movilizamos para ayudarnos a nosotros mismos”.

Este material se comparte con autorización de El Salto

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