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«Hay una crisis de la mente crítica», Franco «Bifo» Berardi

Dolores Curia

Franco «Bifo» Berardi, activista emblemático del movimiento insurreccional italiano del 68, en La segunda venida, su libro que acaba de editar en Argentina, si bien habla del fin del mundo, en un sentido más o menos metafórico, también se pregunta si es posible cambiarlo para mejor.

La de Franco Berardi –teórico y activista emblemático del movimiento insurreccional italiano del 68, mejor conocido como “Bifo”– es una filosofía en llamas. Un pensamiento que por su pretensión de hablar de las cosas mientras pasan a veces lo pone en peligro de pecar de filósofo-pitonisa, o de agorero. Dice que falta desacelerar y pensar. Parafrasea a Marx a contramano: pide que volvamos a interpretar el mundo, antes de transformarlo. Ejercer la crítica es, dice Bifo, un desafío en tiempos en los que la información va más rápido que la capacidad de procesarla. Hace tiempo que se preocupa por los modos en los que la aceleración informática está cambiando la sensibilidad y la capacidad de deliberación.

En La segunda venida, su libro que Caja Negra acaba de editar en Argentina, si bien habla del fin del mundo, en un sentido más o menos metafórico, también se pregunta si es posible cambiarlo para mejor. ¿Es todavía viable la convivencia y la empatía en un contexto de guerra civil global, de efervescencia neofascista y de lo que Berardi llama “apagón de la sensibilidad”, una ola de “idiotez propagada por el mundo” en forma de “rebeldía contra la ciencia y la razón”? El estado de situación que describe es la caída de “la ilusión neoliberal” que arrastra hacia “una obsesión con la política indentitaria” (los neonacionalismos, los racismos). “¿Cómo podemos pensar en recomponer un cuerpo tan disgregado, una mente tan miedosa?”, se pregunta Berardi en diálogo con Página12.

En los 70 Berardi participó de la creación de la pirata Radio Alice, una de las más famosas experiencias europeas de comunicación cooperativa. Hacia finales de los años 70 fue arrestado, en el contexto de las persecuciones contra militantes de la autonomía obrera, la radio fue clausurada y Bifo terminó exiliado en París, donde se vinculó con Félix Guattari y a Michel Foucault. Durante los 80 vivió en Estados Unidos, empezó a investigar sobre el cyberpunk. En 2002 fundó TV Orfeo, la primera televisión comunitaria italiana. Hoy, trabaja como maestro de escuela media en el Instituto Aldini Valeriani, en Bolonia. Este libro es la aventura de un diagnóstico. Y también un manual de instrucciones para lidiar con un mundo zombi, que Berardi describe como el ejército de autómatas –que somos todxs– sin tiempo ni capacidades cognitivas suficientes para elaborar la complejidad del mundo contemporáneo. Berardi tiene 68 años y en La segunda venida, relata que vive en el mismo barrio donde vivía cuando era estudiante, hace 50 años. “Prácticamente nada ha cambiado en el paisaje excepto los estudiantes. Los veo desde mi ventana: solitarios, mirando las pantallas de sus smartphone, apurándose nerviosamente para no llegar tarde a clase, volviendo con caras tristes a los costosos cuartos que les alquilan sus familias. Siento su melancolía, siento su agresividad latente en su depresión. Sé que esa agresividad puede brotar y expresarse bajo el estandarte del fascismo. No del viejo fascismo que explotó de energía futurista, sino del nuevo fascismo que resulta de la implosión del deseo, del intento de mantener bajo control el pánico y de la rabia depresiva de la impotencia”.

–La anterior es una cita que sin duda lleva a la pregunta: ¿No hay en esos modos de conexión –por su globalidad, por su velocidad– posibilidades emancipadoras?

–Claro que sí, claro que hay enormes potencialidades de emancipación tanto en los medios digitales como en el progreso técnico en general. Pero la transformación técnica y mediática implica una mutación antropológica, y particularmente psíquica, que tenemos que valorar. Seguramente yo me pierdo mucho del potencial de la nueva tecnoesfera, pero la generación que más sufre es la nueva. Hay toda una literatura (pienso en el libro de Jean Twenge sobre la generación hiperconectada, por ejemplo) que muestra cómo la mutación conectiva está produciendo una ola de psicopatía que golpea sobre todo a la generación que aprendió a decir más palabras gracias a una máquina que a la voz de la madre.

–Dice que a la humanidad no le queda alternativa: comunismo o extinción. Nos invita a prepararnos a cuando acontezca lo imprevisto, la irrupción de un neocomunismo que poco tiene que ver con el de 1917. Pero no dice cómo llegaremos a él…

–Marx ha dicho, no me acuerdo cuándo, que no le interesaba escribir recetas para el restaurante del porvenir. Y, de hecho, no se puede encontrar una descripción utópica del futuro comunista en su obra. ¿Por qué? Porque el comunismo no es un estado futuro, es la tendencia posible. No la necesaria –cuidado–, la posible. Hoy, en el agujero negro que se va revelando con la pandemia, y sobre todo después de cuarenta años de devastación sistemática de tipo nazi-liberal, me parece que la perspectiva más probable es un proceso caótico de autodestrucción del género humano. Pero también veo una tendencia hacia la formación de comunidades igualitarias y frugales. Igualdad y frugalidad son los caracteres esenciales del comunismo posible y urgente (pero a nivel mayoritario, no muy probable). Frugalidad no significa sacrificio, ni pobreza. Al contrario, significa una relación concreta con lo útil. Una autonomía en la relación de intercambio abstracto de valor, y autoproducción comunitaria del concreto útil. No hay una tercera alternativa. O la frugalidad igualitaria o la barbarie desencadenada, la violencia totalitaria, la guerra global, la devastación mortífera. Comunismo o extinción.

–Sobre el concepto de conciencia de clase hoy: ¿Existe todavía? ¿Dónde reside hoy la conciencia de clase? ¿Qué formas toma?

–“Conciencia de clase” es un concepto que tenemos que precisar. ¿Qué es? ¿El efecto intelectual de la pertenencia a una clase social? ¿Un efecto determinista? ¿La posibilidad de compartir formas de pensamiento, de comportamiento? No lo sé. Yo prefiero pensar en términos de composición de clase para referirme a la estructura material del trabajo y de la sociedad, y de subjetivación para referirme al proceso de formación de un movimiento fundado sobre la condición material pero cargado de inconsciencia, de mitologías comunes, de imaginación, de deseo. Tenemos que investigar el inconsciente colectivo más que la conciencia de clase. El proceso de subjetivación contemporáneo es el resultado de una larga época de agresión mediática al cerebro colectivo, de disgregación del trabajo, de concurrencia entre trabajadores provocada por la precariedad, y, como si esto fuera poco, el resultado de un largo tiempo de aislamiento, de distanciamiento.

–La pandemia produjo una desaceleración del flujo de información y estimulación permanente. Por lo menos, durante los primeros momentos. ¿Se puede hablar de una desaceleración hoy, un año después?

–La deflación del ritmo cognitivo, psíquico y social es un aspecto que se manifestó claramente al comienzo de la pandemia pero que después nunca desapareció. La mayoría de los trabajadores, y sobre todo de las trabajadoras, no han podido relajarse mucho en la fase pandémica. A pesar del peligro de contagio, han sido obligados y obligadas a continuar con su trabajo. El efecto deflación sigue siendo dominante en la mente colectiva, no solo porque hay muchas cosas que no se pueden hacer, sino sobre todo porque las expectativas de la época neoliberal (crecimiento constante, competencia ininterrumpida, mitología de la energía competitiva y agresiva, mitologías publicitarias) se han visto disueltas. La euforia agresiva producida por la ideología neoliberal no volverá, creo. Solo puede regresar la tristeza agresiva, la rabia depresiva que se manifiesta como histeria de la libertad individualista. La fuerza de la derecha hoy se funda sobre esta tristeza: el fascismo como reacción histérica a la depresión.

–Hablando de subjetivación contemporánea y mitologías… el filósofo francés Jacques Rancière dice que se ha exagerado con respecto al efecto que tienen en ésta las fake news. Que éstas no representan necesariamente un engaño. Dice: No creo que la gente que adhiere a las teorías conspirativas haya sido engañada. Adhieren porque están de acuerdo, su problema no es si es cierto o no, sino si les gusta o no. ¿Qué opina usted?

–Coincido. La noción de fake news está vacía. Siempre ha habido noticias falsas en el discurso público. Hoy hay muchas más porque el volumen de información se ha ampliado. Lo que ha cambiado no es la falsedad del discurso: hay es una crisis de la mente crítica. La crítica no es una facultad natural de la mente humana, se manifiesta cuando la comunicación pública se convierte en comunicación escrita. La crítica deviene una modalidad del discurso público cuando una parte amplia de la población puede leer y releer textos escritos. La crítica necesita del ritmo de la comunicación. Cuando el ritmo de la comunicación se acelera hasta el ruido blanco, la mente pierde su capacidad de distinguir entre lo verdadero y lo falso. No podemos contar mucho con la mente crítica. En el futuro, la capacidad crítica habrá desaparecido de la mente humana, será solo el privilegio de una minoría que pueda leer y abstraerse del ruido.

–Entonces, ¿cómo podemos pensar en producir efectos de solidaridad, de emancipación, si no hay crítica?

–Este es un punto… En el pasado, la mente crítica era la condición de la subjetivación progresiva y solidaria. Hoy creo que solo puede serlo la sensibilidad, un tipo de sentimiento mucho más sutil, que no concierne a la razón, que sobre todo concierne a la emoción, al sufrimiento, al placer. Por eso, me parece que la comunicación política tiene que transformarse en comunicación esencialmente estética, en un sentido más amplio de la dimensión del arte. Estética no es solo la facultad de entendimiento del arte, es también la facultad de entendimiento de la percepción psíquica, del dolor, del deseo…

–Hay una sensación de que la rebeldía y la irreverencia se volvieron de derecha y que la izquierda quedó ligada a la corrección política. O como se ha dicho por ahí: que las izquierdas no aprendieron a hacer memes. ¿Cómo lo ve usted?

–¡No estoy de acuerdo! Todo lo contrario, en los últimos cincuenta años, desde el Mayo Francés hasta al black power, desde el Movimiento Antiglobalización hasta Occupy Wall Street, los memes más poderosos y más significativos han sido el producto del progresismo. La derecha no es ni más inventiva ni más inteligente.

–¿Pero no cree que hay algo de los modos de convocar que está fallando?

–Creo que hoy la derecha puede fundar su comunicación sobre una verdad profunda que la izquierda no sabe interpretar: la impotencia, la agresividad que nace de la impotencia. La derecha habla directamente del sufrimiento de los hombres blancos envejecidos, y de los hombres blancos que son jóvenes pero que están deprimidos y furiosos por su impotencia política, psíquica y sexual. No habla de manera sincera, naturalmente. Habla a los impotentes exaltando la potencia infinita de la raza, de la violencia, del trabajo, de la competencia. La izquierda sigue repitiendo palabras cada vez más vacías sobre la democracia. La democracia está muerta, es un ritual ineficaz cooptado por automatismos técnicos y financieros. Es un ritual inútil porque las condiciones de formación del pensamiento colectivo y de la decisión colectiva son manipuladas por el predominio mediático del capital. La democracia es una condición política buenísima y favorable al progreso social cuando hay fuerza cultural para imponer los intereses de los explotados. Es una metodología. La izquierda transformó la democracia en un valor. Y la democracia no es un valor: es una condición de posibilidad. Y ahora esta condición ha sido destrozada.

–En La segunda venida ha escrito que “en los 60 los partidos de izquierda y los sindicatos vieron en la tecnología un peligro, en lugar de una oportunidad de la cual adueñarse para volcarla en el interés de la sociedad”. ¿Cuál es la actualida-d de este problema?

–El movimiento obrero y progresista percibió a las tecnologías conectivas como un peligro. Lo eran, pero al mismo tiempo eran la condición para entender la nueva composición social. Ahora ya es tarde para entenderlo, porque las nuevas tecnologías ya se han consolidado como infraestructuras de un poder transpolítico. La fuerza y la pertinencia misma de la política se han disuelto. Hoy el problema de la subjetividad social se mide en términos psicoanalíticos, no políticos. No existirá en el futuro el objetivo de gobernar el conjunto de la sociedad. Se pondrá el foco en el problema de proteger comunidades autónomas capaces de vivir en condiciones de aislamiento, pero al mismo tiempo, capaces de interactuar en condiciones de autosuficiencia alimentaria, educacional, tecnológica.

–También dice que la humillación, como concepto, no ha sido tematizadalo suficiente por la teoría política. ¿Por qué es clave hoy? ¿Cómo hacer para ofrecerle a los humillados otras vías de escape que no sean el fascismo?

–Gunther Anders, un judío de Alemania que se casó con Hannah Arendt, ha sido el pensador que mejor entendió estos temas de la humillación como efectos de la omnipotencia de los automatismos técnicos y como causas del fascismo. En los años 60, bajo el influjo de lo que sucedió en Hiroshima y de la proliferación de las armas nucleares, Anders publicó un libro que se titula Die Antiquiert der Menschen. Ahí dice que los hombres perciben la omnipotencia de la máquina (que es un producto de la inteligencia humana) como algo que supera y aniquila la inteligencia humana misma. Ahí hay un núcleo profundo de la humillación como concepto político. A la intuición de Anders hoy debemos añadir una nueva dimensión de la humillación masculina: la impotencia psíquica y sexual vinculada al envejecimiento de la población blanca en el planeta.

Publicado originalmente en Página 12

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