Foto: Barry Domínguez.
Había una vez. Así comienzan todos los cuentos habitados por princesas, cazadores y criaturas del bosque. El cliché que repiten, una y otra vez, la perpetuación que ha configurado por siglos un modelo de educación sentimental. Un cuento que ha narrado mil y una formas de abuso y de violencia asumida para llevar a las niñas a la cama (a la boca del lobo), ¿dulces sueños, a dormir?
Había una vez una niña, una princesa, una doncella… Réquiem para las debutantes, de Alaciel Molas González (dramaturgia y dirección), que presenta la Generación 2018 del Centro Universitario de Teatro (CUT) cuenta una historia que comienza así: Había una vez una mujer.
El montaje despliega un caleidoscopio de cuadros/escenas que construyen y revientan los estereotipos de lo femenino –y su contraparte– desde un lugar incómodo: el espacio pendular entre el discurso normalizado y la nueva normalización de posturas críticas que caen nuevamente en ambiciones hegemónicas, en condescendencias y reivindicaciones incluyentes a lo whitexican de los pueblos originarios o de cualquier causa redituable; en empoderamientos exacerbados y en ultrafeminismos.
Dramas internos y sociales
La obra presenta un desfile de figuras ejemplares, o ejemplares a secas. Como animales tras una vitrina. Con las expectativas que las adornan. Un desfile de los dramas internos y sociales que entran en escena a partir de que una doncella debutante se presenta ante los ojos de los otros, como en los cuentos, casadera. O cazadera. Presa de lobos, príncipes o cazadores, también concursantes.
Todas piernas y tacones ocultos por faldas enormes e hiperadornadas de quinceañera. Aunque la corona de princesa no sea más que un artilugio hecho de tubos rizadores o un tocado en el que se plastifica un sueño introyectado: Barbie y Ken empiernados, el reinado de un deber ser asignado desde la infancia.
“Las novias-muñeca, los novios-papi… Todo un legado de novios-papi… No te vayas muy lejos, papi, agárrate de mi falda”, dicen burlonas las debutantes que, a pesar de las luchas feministas, todavía no son especie en extinción.
La presentación en sociedad es más bien una pasarela de carnes. Magras, de preferencia. O descarnadas. “Aligérate la carne, aunque esté podrida”, dice una Twiggy, manzana del deseo de las revistas de los 60. La modelo es un cuerpo desvanecido bajo la ropa.
“Así que me marco a mí misma como marco mi cintura; estoy colgada de mi vestido de tirantes”, confiesa una Jackie O’, rosa perfecta perfeccionada por el vestido ensangrentado, con trozos del cerebro de su marido asesinado. “Pero la gente recordará el traje sastre rosa”.
La facha de la abnegación con un toque de humor negro: “Marilyn, asunto arreglado, ya lo arregló su padre… Su padre paga, a mí también me paga”, cuenta la narradora de esta historia que –dice– en realidad comenzó con un disparo.
En este desfile, el estereotipo encara al arquetipo: suicidas Marilynes o Luchas Reyes, durmientes Blancanieves y valientes princesas aztecas son heridas que interpelan sin pudor a la muerte.
Y a la madre: Madre Patria, Lengua madre castellana, Madre de la madre, que gesta y pare maldiciones y bendiciones a lo largo de la historia: la que pare al conquistador y a sus hijos e hijas, en un orden perfecto de masculinidad: la Conquista que pare la Colonia, que pare esa bastardía mestiza llamada Marías, y las sirvientas… ¿Qué es lo que habla en lo que se llama “patria” y “nación”? La reflexión que lanza el texto de esta obra pone en crisis las grandes narrativas, siempre paradójicas, que construyen identidad y pertenencia. ¿Desde dónde se habla? ¿Quién nos narra? ¿Quién otorga la palabra y con qué fin?
Entre los extremos de la contradicción, este cuento de nunca acabar se aparta de lo que es para hablar del ser, o desde el ser: el gran principio, la apertura absoluta en lo que nada es: “Había una vez una mujer… Y algo nació sin sexo, sin gen, un algo, una alga, un algue”.
Réquiem para las debutantes es una parodia punzante, una “malversación de cuentos” que invita a pensar lo establecido y sus subversiones desde la apertura, ese no lugar en el que sucede, libre, sin nombres, todo lo que cabe en un paréntesis.
El elenco está conformado por Alondra Cuadrilla, Andrea López, Carlos A. Rodríguez, Daniela Aguilar, David Limón, Emiliano Guerrero, Gabriela Ladrón de Guevara, Luz Barragán, Margareth Linares, Mariana López-Dávila, Priscila Rosado e Ytzel Torres, integrantes de la Generación 2018; participa como actriz invitada Itziar Larrieta. Funciones con entrada libre de miércoles a sábado a las 19 horas y los domingos a la 1 y 6 de la tarde en la Velaria del CUT hasta el 17 de diciembre.
Publicado originalmente en Gaceta UNAM