El gran error, vivir en México y ser periodista

Redacción Desinformémonos

«Quiero con este libro dar voz a mis compañeros periodistas, mujeres y hombres con dolor y pasión, a quienes guardan silencio y a los que silenciaron, a los que les quemaron las esperanzas, a quienes se esconden y se entregan, a los que soñamos y nos derretimos en la noche, agobiados, pero despiertos frente a las teclas, acompañados por el latido incesante de nuestro corazón de nuestra pluma, de nuestro viejo y leal cuaderno»: Javier Valdez

En Culiacán, Sinaloa, la tierra de la vida y la muerte de Javier Valdez, sus compañeros, periodistas, activistas y ciudadanos, ahora le dieron  voz a él. Le dieron voz a Javier a través de la lectura del “Prólogo a vacío, al dolor, a la indignación, a la muerte” de su último libro: “Narcoperiodismo” dedicado “A los periodistas mexicanos valientes y dignos, exiliados, escondidos, desaparecidos, asesinados, golpeados, atemorizados y pariendo historias, a pesar de la censura y los cañones oscuros”.

video: Voz Alta 

Prólogo al vacío, al dolor, a la indignación, a la muerte

Prólogo al vacío, al dolor, a la indignación, a la muerte Los ojos de la reportera se pierden en el vidrio, en la miseria de un sol vespertino que ya no calienta, o al menos, su calor parece que no sirve; la mujer es una lágrima herida, o mejor, una gota de sangre que no sabe dónde esconder tanta rabia, frustración y miedo, no sabe si aquellas ilusiones por indagar, sentir el asedio de la policía, llegar a redacción a afilar la nota, valieron la pena; ella mira a través de los vidrios y en esos ojos que se llenaron de tantos colores, anhelos y paisajes, sólo un gris funeral matiza los destellos…

Las manos del reportero tiemblan, quiere escribir la verdad y la palabra “miedo” se anota sola, desea decir en dónde, cuándo, quién, por qué… y la palabra “miedo” escupe burla, angustia, desilusión, olor de sangre o pestilencia de una casa de seguridad; el reportero tiene hijos, esposa, padres, hermanos, pero también tiene sus muertos y una mordaza, sus muertos y hambre y llanto y sed y una punzada en el pecho que lo obliga reprimir algunas lágrimas, sabe que no puede escribir, no debe escribir, no siente escribir, no sabe escribir porque “miedo” es su casa, el periódico donde trabaja, la ciudad y el país donde vive, donde se esconde y miserablemente sobrevive, pero aun así le dice al teclado, “ándale, cabrón, no te agüites, digamos lo que sabemos, pero sólo “miedo” aparece en la pantalla…

El fotógrafo corre, tropieza, la policía está cerca, los matones, los golpeadores, los sicarios, los perros, las hienas, las pesadillas, y corre desesperado, abraza a su cámara como si fuera un hijo, la palpa con su mano sudorosa mientras la otra manotea en el aire, ardiente, corta las angustias con su desesperación, se aferra a la existencia, pero cae, siente el primer chingadazo en la sien, trata de levantarse, manotea, mira de pronto el sudor y la sonrisa del uniformado, del lodo que brama, “ya te chingaste, pendejo”, “ya te cargó tu puta madre”; lo golpean, le arrancan la cámara y el alma, se resiste, se revuelca, cede, aprieta los puños, los ojos y todo es negro, gruñidos y voces del infierno, lejanas, muy lejanas, un seco y apenas perceptible llamado del demonio…

Cada vez son más los periodistas desaparecidos, torturados, asesinados en México. Conscientes de que el problema del narcotráfico ha masticado con rabia todas las fronteras, podemos pensar que son sólo los emisarios de los cárteles quienes dan la orden de la ejecución, el levantón, el jodido calambre para que no escriban más en ese periódico que incomoda, estorba, se entromete. Pero no. No sólo los narcos desaparecen y matan a los fotógrafos, los redactores, los periodistas. También hacen su tarea de exterminio los políticos, la policía, la delincuencia organizada coludida con agentes, ministerios públicos, funcionarios de gobierno y militares. El gran pecado, el imperdonable delito, escribir sobre los dolorosos acontecimientos que sacuden a nuestro país. Denunciar los malos manejos del erario, las alianzas entre narcos y mandatarios, fotografiar el momento exacto de la represión, darle voz a las víctimas, a los inconformes, a los lastimados. El gran error, vivir en México y ser periodista.

Cuesta trabajo creer que en un país tan grande y lleno de contrastes, con una geografía maravillosa y recursos naturales que lo harían una potencia, los intereses económicos de unos cuantos estén por encima de la gran mayoría y el discurso con el que impongan su ley sea la impunidad, el asesinato, la corrupción, el despojo electoral, los levantones, la mordaza y el puñetazo artero, implacable a los periodistas que buscan la verdad.

Porque este libro no sólo intenta señalar los nexos del narcotráfico con los periodistas y las dos caras de la moneda ensangrentada: la de quienes son muertos por publicar lo que nunca debieron y la de aquellos que se alían con sicarios, halcones, narcos de todas las escalas para salvar su vida y llevar unos pesos más a casa, manchados, con lodo y sangre, pero en una mano viva, temblorosa pero viva; señalar el silencio obligado, la amenaza que esconde sus fusiles en Tamaulipas, para recordar a cada momento a cada redacción de los diarios que vivir es callar, o publicar sólo lo estrictamente necesario, recordarle a los periodistas que una cuerno de chivo es más efectiva que cualquier teclado.

No. No sólo es un libro de narcotráfico y periodismo, es también un libro sobre el poder político que secuestra y persigue, para matar, torturar, amenazar, a quienes trabajan en los medios de comunicación, como en Veracruz, donde los fotógrafos, reporteros y editores son vigilados en sus casas por enviados del gobierno y amenazados, amarrados de la cabeza a los genitales por el terror psicológico y obligados a dejar el pueblo, la casa, la entraña. Son perseguidos y asesinados por no complacer las preferencias de gobernantes y sus allegados. Mujeres y hombres en la mira, señalados, intimidados, hasta ser emboscados y después de la cotidiana tortura matarlos con salvajismo. Un libro en el que el periodista es obligado a no hacer nada, a callar, a ponerse la venda en los ojos y el trapo pestilente en la boca; obligado a no informar y alinearse a políticos y empresarios gustosos del aplauso y la farsa, el ocultamiento y la mentira.

Un libro en el que el periodista es perseguido como rata, asediado, amenazado, condenado a la tortura, a la pena de muerte por opinar, por pensar, donde el reportero o el fotógrafo, el editor o el redactor deben buscar, qué paradójico, asilo en Estados Unidos pues en su patria la muerte los busca, los huele, los desea con su hocico insaciable.

También podría pensarse, para qué escribir, para qué salir a buscar la nota, a exponer la vida si todos tenemos familia, hijos, padres, si tenemos, aunque sea sólo retazos, ilusiones, esperanza, para qué carajos salir al puto miedo, a ver los cuerpos en las carreteras, maniatados, con el plomazo en la cabeza, para qué reportear la manifestación, si los de arriba ordenaron a policías y granaderos que fueran sobre el fotógrafo, sobre el periodista, sobre esa joven reportera que “cómo chinga la madre”, para qué llegar a casa a medianoche a hacer la guardia, a indagar sobre el paradero de aquel estudiante, aquel maestro, el obrero, el migrante, algún día el hermano, la novia, la hija, nuestra jodida sangre.

Pero aún así hacerlo, salir al terror y a la cerveza bajo el gruñido del sol, a tomar la foto incómoda y avanzar con la denuncia, a aferrarse de un pellejo de esperanza para crear un poco de conciencia, una arena de sensibilidad, en los ojos y en el alma. Escribir un reportaje, correr por la nota, decir con miedo la verdad, sí, aunque nos acompañe la angustia, decir el nombre y la ocasión, la hora y el motivo, reportear en el abismo, tener un pedazo de voz, lo suficiente para decirle al lector que también esto es la vida, que en el desierto o la costa, en la gran ciudad y las fábricas, los baldíos y las avenidas, queremos un país mejor, un país donde la libertad de expresión, la igualdad de género, la tolerancia, no sean sólo parte de un discurso político, de una retórica sucia, vieja, inútil.

Quiero con este libro dar voz a mis compañeros periodistas, mujeres y hombres con dolor y pasión, a quienes guardan silencio y a los que silenciaron, a los que les quemaron las esperanzas, a quienes se esconden y se entregan, a los que soñamos y nos derretimos en la noche, agobiados, pero despiertos frente a las teclas, acompañados por el latido incesante de nuestro corazón de nuestra pluma, de nuestro viejo y leal cuaderno. Darle voz a los que aguantan la indolencia de empresarios y funcionarios, y aun así redactan su verdad, a los del mitin y la marcha, los de la detención y el discurso oficial, los que eligen la garganta de la noche como último recurso para no morir, los que dicen con sus fotografías quiero vivir, trabajar, sentir. Narcoperiodismo, es también la voz de los compañeros muertos y con ellos, también está nuestro corazón.

Prólogo del libro Narcoperiodismo. La prensa en medio del crimen y la denuncia. Javier Valdez Cárdenas / Editorial Aguilar

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