Golpes de Estado y dictaduras
Fui invitada a la conmemoración del 50 aniversario del golpe de Estado en Chile y visité importantes sitios de la Memoria, como el Mausoleo a Salvador Allende, los murales con los nombres de los ejecutados, Villa Grimaldi, centro de detención, torturas y desapariciones, y escuché de voz de sobrevivientes los horrores de esa etapa de la historia de esa nación.
Este acontecimiento trajo al tapete internacional la reflexión sobre el quiebre institucional contra un gobierno democráticamente elegido que exploraba la posibilidad de construir una sociedad distinta a partir de las instituciones republicanas. El golpe perpetrado por Pinochet y su cúpula militar, fraguado desde la Casa Blanca y motivado por intereses extranjeros, más el rechazo de las élites locales a perder sus privilegios, suspendió aquel proyecto e instaló un régimen que asesinó, torturó, desapareció, suprimió todas las garantías de una sociedad libre y obligó a miles al exilio.
El siglo pasado, las dictaduras militares en Latinoamérica estuvieron asociadas a las derechas, defensoras del estatus quo y reaccionarias a cualquier intento de modificar las condiciones de dependencia respecto a Estados Unidos y la desigualdad y brutal exclusión social imperante en nuestras sociedades. Hoy, algunos regímenes autodenominados de izquierda son las nuevas dictaduras del continente, pero aún no hay consenso socialmente claro y compartido de que las dictaduras, independiente de su ideología, son perniciosas para las sociedades y frente a estos hechos históricos debemos asumir el compromiso de que nunca más haya dictaduras.
Importantes procesos reformistas empujados por la vía democrática fueron interrumpidos con golpes de Estado, algunos perpetrados de manera directa por la norteamericana Agencia Central de Inteligencia (CIA). Eso fue claro en Guatemala en 1954, donde además se coludieron las dictaduras de Batista en Cuba, Somoza García en Nicaragua y la complicidad del Ejército de Honduras, para deponer al gobierno legítimamente electo de Jacobo Árbenz.i
Este hecho propulsó la vía armada revolucionaria y su triunfo en Cuba (1959) y multiplicó las guerrillas en varias partes del continente. Entonces, la utopía de un mundo distinto estaba asociada a construir el socialismo, sinónimo de sociedad igualitaria. Por mucho tiempo pensamos que tal utopía estaba encarnada en las sociedades comunistas encabezadas por la Unión Soviética, hasta que despertamos al conocimiento de la ineficiencia de una economía burocratizada y del terror que en nombre del socialismo aplicó Joseph Stalin contra el pueblo y todo el que disentía de su poder omnímodo.
La llegada del presidente Salvador Allende al gobierno de Chile en 1970 animó esperanzas de que se pudiera avanzar a esa sociedad ideal por la vía pacífica, pero la interrupción brutal del proceso en 1973, volvió a poner en primer plano la inevitabilidad de la lucha armada. Los enfrentamientos entre guerrillas y Ejércitos, más el terror estatal, dejaron en Centroamérica miles de víctimas. En Guatemala se calculan 250.000 muertos y 50.000 desaparecidos; en El Salvador 75.000 muertos y 15.000 desaparecidos; en Nicaragua 50.000 muertos y miles de desaparecidos nunca investigados.
La revolución popular sandinista de 1979 fue la última revolución armada en el continente. La decisión de Ronald Reagan de aniquilarla terminó en guerra fratricida con miles de víctimas más, pero los Acuerdos de Paz en Nicaragua favorecieron la transición pacífica en Guatemala y El Salvador en los años 90.
Tres décadas después Centroamérica vuelve a sufrir regímenes autoritarios. En Nicaragua la deriva autoritaria llega a niveles sultánicos y fascistas. Por la retórica usada por el tirano es calificada como dictadura de izquierda, pero los intereses que la sustentan son los del poder por el poder, el enriquecimiento, la corrupción, el disfrute de privilegios sin que por ningún lado aparezca una reforma que pueda ser calificada de progresista, mucho menos socialista.
Para sostenerse en el poder, el ortegamurillato ―como bien lo calificó Onofre Guevara― no escatima ninguna medida represiva: ejecuciones extrajudiciales en el campo,ii asesinatos en comunidades indígenas, manifestantes heridos y muertos a balazos, opositores quemados vivos, niños incluidos, como ocurrió en el barrio Carlos Marx contra la familia Velázquez Pavón;iii centenares de encarcelados ilegalmente y torturados. Además, crímenes perpetrados por el Ejército, la Policía y paramilitares organizados y armados por el dictador.
Asimismo, ha sometido a más de cinco años de represión continuada a la población y anulado todos los derechos constitucionales de los nicaragüenses, medidas que han erosionado su propia base social. Ahora sólo el 13% de la población se identifica con el FSLN como la agrupación política de su simpatía y la valoración ciudadana al binomio dictatorial es netamente negativa.
Frente a este nivel de deterioro, Ortega y Murillo han decidido mantenerse a fuego y sangre, impidiendo toda forma de democracia. De hecho, la farsa electoral del 2021 fue de tal magnitud que la continuidad de ambos en el gobierno solo se entiende por el uso de la fuerza contra derechos e instituciones y constituye prácticamente un golpe de Estado. Daniel Ortega es de facto un sangriento golpista de este siglo.
Este monstruo bicéfalo tiraniza al pueblo de Nicaragua con el férreo control de los poderes Electoral, Judicial y Legislativo y el 100% de alcaldías; ya eliminó la autonomía universitaria, ilegalizó y confiscó 3.400 organizaciones civiles, entre ellas 27 universidades ―incluida la Universidad Centroamericana (UCA), de la Orden Jesuita―. Además, desnacionalizó y confiscó los bienes de 317 nicaragüenses y desterró a muchos más impidiéndoles volver a su país.
Su meta es ningún opositor activo en el país. Hoy mantiene en prisión a 89 nicaragüenses, entre ellos 16 mujeres, un obispo y 6 sacerdotes. A estos hay que sumar más de 80 ciudadanos capturados unos días y luego obligados a presentarse diario en cuarteles policiales. Hay miles de presos en el país por retención de sus pasaportes o por miedo de salir y que no les permitan volver.
Por supuesto, en este panorama no hay sindicatos, ni organizaciones sociales independientes, pues solo son permitidas las que funcionan como aparatos de control de los sectores sociales.
A la par de la represión, el ortegamurillato mantiene un modelo económico capitalista, con grandes reservas en el Banco Central, evidentes ventajas para la inversión extranjera directa y total apertura a transnacionales para la explotación minera, forestal y pesquera. Eso explica que el FMI lo califique de exitoso y que sus relaciones comerciales con Estados Unidos, Europa y Canadá no hayan sufrido sobresaltos.
La existencia de esta dictadura en un país que se había sacudido a Somoza por la vía de las armas, hace pertinente la reflexión sobre las experiencias de otros pueblos, como Chile y Uruguay, calificados como democracias plenas, después de sufrir crueles y represivas dictaduras que obligaron al exilio a miles de sus ciudadanos.
De ahí la importancia del Compromiso de Santiago, asumido por expresidentes de Chile y otras figuras del continente, de cuidar y defender la democracia y el Estado de Derecho como principios civilizatorios frente a las amenazas autoritarias, de intolerancia y menosprecio por la opinión del otro. Pero también el énfasis puesto en la defensa y promoción de los derechos humanos, por encima de las ideologías. No hay pensamiento, ideología o proyecto que pueda justificar el atropello a los derechos humanos que, dicho sea de paso, son conquistas de las luchas libradas por la humanidad.
Por ello no nos cansamos de demandar que organizaciones sociales, partidos, gobiernos, parlamentarios del mundo y personalidades, independientemente de su pensamiento e ideología, deben repudiar a la tiranía y asumir acciones orientadas a debilitar y erradicar la dictadura que oprime a los nicaragüenses.
i https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-48686137
ii https://havanatimesenespanol.org/nicaragua/hay-un-patron-de-ejecuciones-en-zonas-rurales/: https://panopticonica.com/wp-content/uploads/2020/10/Rosa-Luxemburgo-libro-sobre-Nicaragua.pdf
iii https://www.articulo66.com/2021/06/16/tres-anos-masacre-incendio-casa-victimas-carlos-marx-dictadura-orteguista-policia-orteguista-oposicion/
Mónica Baltodano
Comandante guerrillera de la Revolución Popular Sandinista de 1979. Cientista social e historiadora. Participante de las luchas contra el poder opresor, el patriarcado y el capital.