“Los cajeros automáticos son monoambientes para algunos”, dijo el candidato. Es la inflación, la horrible distribución de los ingresos en un país profundamente desigual, la apatía de los gobernantes, de éstos y los otros, la planificación de la sobrante social cada vez más amplia y de un futuro para cada vez menos.
Es una hostilidad manifiesta, casi física, la que provocan los sectores más populares en ciertas dirigencias, transversales a la mayoría de las estructuras partidarias. Es un rechazo insolente que los quiere lejos, amontonados en su gueto pobre, con sus panzas de carbohidratos, con sus flacuras de desnutrición, con sus dientes perdidos, su piel villera, el estigma de sus planes. Tan lejos están -los que gobiernan y los que gobernarán- de los que no tienen casa ni techo ni sueños alcanzables que les amanezcan algún día. El futuro jefe de gobierno porteño, el portador ilustre de apellido, desdeñó a los que viven en la calle y los colocó en un estrato similar al propio apenas para alimentar el desdén. Dijo que no quiere que “se apropien de algunos sectores de la ciudad” y que pretende “recuperar para el vecino” las esquinas y los bajoautopistas que los abandonados de este mundo ocupan para dormir.
El candidato no tiene filtro en sus opiniones porque son las que espera su electorado. Sin embargo, es posible que la propia ministra de Desarrollo Social de la Nación piense así sin verbalizarlo públicamente. La intolerancia ante la pobreza no tiene división partidaria en estos tiempos. “Hoy los cajeros automáticos se han transformado en monoambientes de algunos”, dice Macri, Jorge, mientras asegura haber hablado con sus precandidatos presidenciales acerca de la necesidad de trasladar el Ministerio de Desarrollo Social, con la imagen de Evita incluida, a La Matanza. Que es donde están los pobres. La geopolítica del desprecio. La que no soporta que en el plano de la ciudad brillante irrumpan las caravanas de olvidados, subiendo desde el Puente Pueyrredón y apropiándose de la 9 de Julio.
Desde el gobierno central también se los corre. Les quitan los planes. Los amenazan con alzarles los niños de los acampes. Los miran desde arriba, con la extrañeza que genera la multitud sin nombre, apenas una unidad indivisible, una olla de polenta sin cabezas que asomen ni identidades ni historias. Así los ven.
Los cajeros –donde suelen dormir familias enteras en CABA- “son monoambientes para algunos”, dice el candidato impuesto. Cada vez hay más casas vacías en la ciudad. Cada vez hay menos propietarios. Cada vez hay más durmiendo en la calle. Un 34% aumentaron en un año, según el diario La Nación. Que parte de una cifra discutida -2611 a 3511- desde hace cuatro años, cuando un grupo de organizaciones sociales censó la calle y encontró a 7251 personas sin techo. Entre ellos, 871 eran niños.
Los monoambientes que utilizan para dormir no tienen baño ni luz ni cocina ni seguridad de que no venga la policía o los ladrones o los atacantes fóbicos de la miseria. El alquiler de un monoambiente barato en la ciudad del candidato cotiza en dólares. O cuesta más de cien mil pesos.
La injusticia suele atacarlos por todos los flancos. Con miles de casas vacías, se los desaloja impiadosamente. Familias enteras con sus colchones y sus niños, en las veredas. Obstaculizando el tránsito indolente. Cuando consiguen alquilar, los costos de apenas una pieza son siderales. Si la canasta básica incluyera el alquiler de poco menos de la mitad de la población que no tiene vivienda propia, los índices de pobreza serían una certeza insoportable.
Si se enferman se vuelven crónicos o mueren. Si están sueltos y tienen problemas psiquiátricos o son adictos se vuelven fantasmas de un tiempo que ya no les corresponde. Que los expulsó, como casi todo.
Si son familia y la calle los recibe con hijos, frazada y colchón, serán la vidriera de los que pueden. Serán los que gritan, discuten, dejan los mocos en las narices de sus niños, no los mandan a la escuela porque quedó tan lejos, tramitan su intimidad entre cartones y carritos de supermercado.
En el escalón inmediato siguiente hay una legión de infortunados esperando lugar en ese abajo de infierno donde el cajero automático es el monoambiente.
La inflación, la horrible distribución de los ingresos en un país profundamente desigual, la apatía de los gobernantes, de los que gobernaron y de los que gobernarán, la planificación de la sobrante social cada vez más amplia y de un futuro para cada vez menos es la alquimia del derrumbe a la que habrá que apuntar. A la que habrá que pensar en multitud cómo desarmar.
Con todos los amaneceres de abajo para desactivar esa tormenta de arriba.
Que hoy parece no escampar jamás.
Publicado originalmente en Pelota de Trapo