Amilcingo, Morelos. La primera generación conformada por 19 niños y niñas de la Escuela Primaria “Samir Flores Soberanes”, de Amilcingo, Morelos, terminó su ciclo escolar con la omnipresencia del defensor del territorio nahua del que no sólo llevan el nombre, sino su historia y legado.
Se trata de una generación de niños y niñas forjados al calor de la lucha contra la termoeléctrica, el gasoducto y el acueducto que conforman el Proyecto Integral Morelos (PIM). Crecieron teniendo a Samir Flores como maestro y guía, fue quien les enseñó a plantar árboles en la barranca y quien les dio clases de historia de su pueblo.
Son los mismos niños que acudieron llorando a su entierro el 21 de febrero de 2019, un día después de que fue asesinado. Son los mismos que en el primer aniversario del crimen que permanece impune, develaron orgullosos el antimonumento de su antimaestro en la entrada de una escuela que es parte de la lucha.
En la defensa de la entonces llamada Escuela Del Centro, se conformó el Comité de Padres de Familia que se enfrentó al grupo de choque de la Central Campesina Cardenista. Con el pretexto de los sismos del 2017, las autoridades querían derrumbar la escuela para que el alumnado se trasladara a una primaria construida para quienes están a favor del PIM, específicamente de la construcción de un gasoducto en estas tierras, pero la resistencia del pueblo ganó y luego de más de un año de trabajar con maestros voluntarios, entre ellos el propio Samir, se logró el reconocimiento de la escuela que ahora lleva su nombre, como lo llevan los diplomas oficiales de cada alumno egresado.
Los padrinos de la generación fueron Juan Carlos Flores, abogado del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra y el Agua de Morelos, Puebla y Tlaxcala, y Samantha César, también integrante del Frente y de la Asamblea de Amilcingo, quienes presidieron la breve y emotiva ceremonia, a la que, por la pandemia, sólo pudieron asistir algunos de los padres y no hubo invitados.
La salida de esta generación representa una victoria de la vida contra la muerte y de la alegría contra la amargura. Es la resistencia de un pueblo que, no obstante, sigue amenazado.
Texto originalmente publicado en la columna Los de abajo en La Jornada