Foto: Alumnos de una escuela privada de enseñanza primaria se preparan para el comienzo de sus clases en un barrio de altos ingresos de Pudong, en Shanghái (China). (José Álvarez Díaz)
La Humanidad ha hecho un largo viaje en materia educativa. Tras siglos de ignorancia generalizada, en que la formación y el conocimiento estaban sólo en manos de unos pocos, en apenas doscientos años hemos pasado de un mundo donde, en 1820, sólo el 12% de los seres humanos sabían leer y escribir, a una comunidad planetaria interconectada, donde la media mundial con esta destreza ha subido hasta el 87%, según el Banco Mundial.
El modelo educativo prusiano ha marcado nuestra manera de imaginar y organizar las escuelas, que apenas ha cambiado en siglo y medio. A partir de esta base compartida, los sistemas educativos que se han ido desarrollando en cada país tienen distintos matices. No es lo mismo articular la educación mediante una red de escuelas y profesores mayoritariamente de gestión pública, como ocurre en muchos países de Europa, que en un entorno donde los centros educativos compiten unos contra otros y la enseñanza pública tiende a contar con menos medios que la privada, como ocurre en gran parte de América, donde la desigualdad es palpable.
Sólo comparando los sistemas de Finlandia, Estonia, China, Singapur, Hong Kong o Canadá, que son los que mejores resultados suelen conseguir en las pruebas del Programa Internacional de Evaluación de los Estudiantes (PISA) de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), se pueden distinguir estilos educativos con similitudes y diferencias entre sí.
En los países más desarrollados de Asia oriental, donde tradicionalmente han primado más el énfasis en las ciencias y una enseñanza muy apoyada en la repetición y la memorización, hasta hace poco, se ha tendido más a inhibir la creatividad, la imaginación, la expresión individual y el espíritu crítico de los alumnos, como sigue ocurriendo en China (que, representada por sus cuatro regiones más desarrolladas, obtuvo los mejores resultados del mundo en las pruebas de 2018, las más recientes contabilizadas).
Justo lo contrario suele pasar en el mundo anglosajón y en otros países europeos, aunque algunos de ellos, como España, cuyo sistema educativo se vio trastocado por décadas de dictadura, aún siguen recibiendo recomendaciones de la OCDE para que quiten peso a la memorización que exigen a sus estudiantes y refuercen sus capacidades de pensamiento crítico, trabajo en equipo y creatividad en la solución de problemas.
Entretanto, en los países nórdicos prima más garantizar la calidad en todos los centros y la igualdad de oportunidades, por lo que los profesores suelen tener más independencia que en la mayoría del mundo para adaptar sus clases a las necesidades de cada alumno en particular, mientras la carga de exámenes, horas lectivas y tareas extraescolares tiende a ser menor que en otras zonas del mundo.
En definitiva, todos los estilos convergen y se entrechocan un poco en todas partes, pero parece que, sobre todo, se pueden distinguir sistemas educativos donde se piensa en el alumnado como en futuros recursos humanos, a los que entrenar para competir unos contra otros en el mercado laboral, y sistemas que buscan más bien una educación basada en el desarrollo de los derechos fundamentales, los valores y la capacitación holística y moral para desenvolverse en la vida.
Un “germen” neoliberal que planea sobre el mundo
El finlandés Pasi Sahlberg, antiguo director general del Ministerio de Educación de su país y actual profesor de Educación en la Universidad Southern Cross, en Lismore (Australia), es uno de los más reconocidos especialistas mundiales en el debate planetario sobre cómo mejorar la enseñanza. Lleva años denunciando cómo el neoliberalismo, con sus dogmas de competitividad y libre mercado aplicados sin contemplaciones a la educación, ha estado causando estragos en todo el planeta, en lo que él llama el “Movimiento de Reforma Educativa Global” (cuyo acrónimo es “germen”, “GERM”, en inglés), porque se ha propagado como un virus.
“Es cierto”, explica Sahlberg a Equal Times, “que las políticas y modelos de gestión educativas basadas en el mercado se hicieron comunes en los años noventa como consecuencia de lo que se conoce como la ‘Nueva Gestión Pública’ en Inglaterra, EEUU y gran parte del resto de Occidente. Se basa en una lógica de mercado muy simple: en que la calidad de los colegios mejorará cuando los padres puedan elegir la mejor escuela disponible para sus hijos”.
Y esta libre elección de escuela implica que, en lugar de colaborar dentro de un sistema común, los centros educativos compiten unos contra otros por captar alumnos, lo que conlleva dotar a los colegios de mayor autonomía para diferenciarse, y a la vez, la necesidad de que los centros demuestren su propio rendimiento y el de sus alumnos para poder ser comparados y resultar más atractivos.
Sin embargo, para Sahlberg, los estudios demuestran que no ha habido hasta ahora un solo sistema educativo que mejore la calidad de la enseñanza basado en ese modelo. Es más, a pesar de que cada vez hay mayor consciencia del problema, “todavía seguimos perdiendo de vista muchos de los resultados más importantes que debería tener la educación”, señala.
La necesidad de medir lo aprendido por los alumnos “de manera comparable y comprensible” empezó en los noventa, mucho antes de que existieran las metodologías de medición que hay ahora, por lo que se recurrió a los exámenes y pruebas de las materias de las que sí había registro de evaluaciones desde los años sesenta: comprensión lectora y matemáticas, recuerda.
“Esas evaluaciones enseguida se volvieron tan predominantes, y fueron tan aceptadas mayoritariamente como medidas de la calidad de la educación, que muchos olvidaron que ir al colegio tiene muchas otras funciones y objetivos importantes. La creatividad, la colaboración, la capacidad de solucionar problemas, la empatía y la comunicación son sólo algunas de ellas, pero no sabemos cómo medir todas estas cosas en la escuela, y probablemente nunca lo sabremos”.
Para Martin Henry, coordinador de investigaciones de la Internacional de la Educación, la agrupación mundial de sindicatos de profesores, la llegada de esa “Nueva Gestión Pública” de los noventa a la educación “provocó un caos absoluto”, que él compara con el taylorismo, “que si no funcionó en las fábricas de Ford, desde luego que no lo va a hacer en la escuela”, sintetiza para Equal Times.
Aplicar esas ideas en clase es “limitante e insultante” para profesores y alumnos “porque acabas teniendo un sistema perverso, que dirige a los estudiantes hacia un conjunto limitado de resultados que puedan ser registrados”, cuando en realidad “no estamos entrenando a una pobre gente como si estuviera en la rueda y la jaula de un hámster, sino que estamos intentando educar personas que puedan vivir en sociedad, y comunicarse con los demás, y ser miembros productivos de la sociedad que compartimos entre todos, ¡y eso es una cosa muy diferente!”.
Por eso, insiste Henry, tratar la escuela como un negocio es un “completo error”. “Si todo lo que vas a hacer es medir (notas y resultados), entonces tes vas a perder muchas más cosas de la vida que son las que necesitamos poder abordar” en las aulas, sentencia.
Por eso aboga por regresar a la “vocación humanista” original de la educación. “Citaría a un funcionario de Hong Kong que me dijo en el marco de una reunión de la OCDE: ‘si tenemos un 49% de alumnos que tiene éxito y entra a la universidad, eso supone que un 51% habría fallado, y eso no es bueno para ningún sistema’. Así que si al final tu sistema está demasiado enfocado en el éxito académico, en garantizar una carrera universitaria, nunca lo vas a conseguir para la mayoría de los estudiantes, y es que ese no es el propósito de la educación”, insiste.
“La educación es ayudar a crecer a cada individuo, darle a cada persona la capacidad de explorar su potencial, su talento, su manera de pensar”, además de dotarla de “la experiencia y la capacidad de estar en sociedad, para que aprenda los valores de la cultura en la que vive” y encuentre su lugar en la vida.
Las pruebas PISA están lejos de medir eso: “no miden la calidad completa de los sistemas educativos”, subraya Sahlberg. En ese sentido, “hay todo un choque de opiniones sobre lo que es una buena enseñanza en distintas partes del mundo”. Es un debate estéril, en su opinión, entre los modelos tradicionales, centrados en el profesor (que da la clase, mientras el alumno en teoría la asimila más o menos pasivamente) y estilos más modernos, basados en las preguntas del alumno y en el aprendizaje a partir de la solución de problemas. Con todo, nadie tiene la razón absoluta, ya que hay pruebas a favor de ambas tendencias, por lo que “deberíamos escuchar más lo que dicen los expertos de base a pie de aula”, sugiere.
El ejemplo nórdico
Tal vez el mundo pueda aprender algo de la experiencia del norte de Europa. Aunque no hay un “modelo escandinavo” común, es posible que la clave de los logros formativos en la región esté en “tener una sociedad menos competitiva”, con “sistemas educativos públicos fuertes”, en los que se escucha y se da autonomía a los profesores y se pone “mucha atención en la unidad y la equidad” del acceso a una educación de calidad para toda la población, señala a Equal Times Bjørg Eva Aaslid, consejera del Sindicato de la Educación de Noruega (Utdanningsforbundet).
De hecho, en su país (como en otros lugares de Europa, desde la pandemia) ha notado un creciente interés por el bienestar mental de los alumnos, así como una inclinación política cada vez mayor hacia una carga de exámenes y tareas documentales para los profesores más amable que en otras partes del planeta.
También ocurre en Finlandia, según nos explica su colega Päivi Lyhykäinen, asesora del Sindicato de Educadores finlandés (OAJ): “si lo comparamos con la situación en Francia, por ejemplo, donde los alumnos tienen que estar todo el día en el colegio y luego estudiar cuando están en casa, es verdad que no tenemos eso, lo que es una singularidad de todos los países nórdicos: no queremos que se estresen por los estudios, sino que aprendan lo que nos proponemos enseñarles”.
Con todo, matiza Lyhykäinen, tal vez Finlandia sea ya el “último bastión” nórdico donde los profesores se sienten respetados en su trabajo, como refleja la reciente huelga de profesores en Noruega. El “germen” que describía Sahlberg parece haber alcanzado el paraíso nórdico, con una creciente presencia de escuelas privadas y una degradación laboral del profesorado, señala Aaslid.
Su compañera en la secretaría del sindicato noruego, Sissel Havre, lo ve claro: “hay una preocupación general por esta influencia, [que llega] desde todas partes del mundo, que le da más importancia al rendimiento cuantificable y a los resultados, pero lo hace a costa de una visión más holística de la educación, según la cual los valores y la actitud son también importantes”.
Publicado originalmente en Equal Times