São Paulo, Brasil. Once de la mañana, Tijuana, México. Del viejo tocacintas se escucha la canción de los Tigres del Norte: “El helicóptero andaba / sonando un mini 14 / abajo cuernos de chivo / y carabinas del 12 y / relampagueaban seguido/ las R-15 esa noche». Mientras tanto, en Río de Janeiro, Brasil, del celular del “menor”, los versos de Mc Junior y Mc Leonardo van acompañados por el ritmo electrónico: «Ametralladora AR-15 es muy buena / La Intratek con disposición / Viene a superar 12 de repetición / 45 que un pistolón”.
Geográficamente distantes, pero con similares realidades sociales, las periferias mexicanas y brasileñas son rutas de paso para el tráfico internacional y también abrigan el comercio minorista de drogas ilícitas. Por eso, sus pobladores viven en medio de un fuego cruzado y son víctimas de la llamada guerra contra las drogas.
Los corridos en México y los Mc’s (que hacen las letras de las canciones de funk y rap) en Brasil, retratan lo cotidiano de esa realidad que las páginas de los grandes periódicos insisten en ocultar. Música de gran éxito entre los jóvenes de las periferias de estos países, los ritmos son perseguidos por ambos gobiernos. Parte de la cultura de los de abajo, establece un contrapunto peligroso para el discurso oficial sobre los episodios de la guerra contra las drogas.
El “funk prohibido” no puede ser clasificado como una vertiente genuina del funk.»¿Quién crea esta etiqueta de prohibición? Es la misma prensa y el poder público que criminalizan el funk”, dice la antropóloga Adriana Facinas, quien apoya la Asociación de Profesionales y Amigos del Funk, la ApaFunk. Presidida por Mc Leonardo (el mismo que escribió la letra mencionada al principio de este reportaje) la ApaFunk tiene un papel importante en la defensa del respeto a la cultura del funk.