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Fuimos, somos y seremos. Sobre Rosa Luxemburgo a 97 años de su nacimiento

Claudia Korol

 

Será necesario -me pregunto- recordar a Rosa Luxemburgo, después de tantas muertes y prisiones, sucedidas después de su asesinato, aquel 15 de enero de 1919 en Berlin? ¿Será necesario recordarla, después de tantos cuerpos arrojados a los ríos, de tantas desapariciones que nos hicieron, en la búsqueda por desaparecer nuestros sueños y nuestras luchas? ¿Será necesario pensar a Rosa Luxemburgo, con un siglo y un mar de distancias entre sus revoluciones y las nuestras? ¿Cómo hacer de su memoria no un ritual, no una efemérides, no un gesto testimonial, sino un grito desgarrador, movilizante, conmovedor, que nos haga temblar de rabia y de deseo de continuar esa lucha, aprendiendo de las duras lecciones que vamos recibiendo?

Siento que Rosa camina entre nosotras, mujeres que no soportamos la disciplina impuesta por el orden capitalista, colonial y patriarcal. La disciplina que pretende organizar nuestras vidas, relegándonos en el espacio doméstico, o en las profesiones que extienden nuestras “tareas” de cuidado, o en la cuarta rama o en la comisión de mujeres de los partidos. Porque Rosa también desafió la disciplina de los partidos y movimientos que reproducen el orden patriarcal en los modos de organizarse, de debatir, de dirigir. Pienso que Rosa camina entre nosotras, mujeres que no nos conformamos con las palabras de orden. En el escrito que hizo un día antes de ser asesinada, Rosa respirando la derrota brutal de la revolución espartaquista decía: “»¡El orden reina en Varsovia!», «¡El orden reina en París!», «¡El orden reina en Berlín!», esto es lo que proclaman los guardianes del «orden» cada medio siglo de un centro a otro de la lucha histórico-mundial. Y esos eufóricos «vencedores» no se percatan de que un «orden» que periódicamente ha de ser mantenido con esas carnicerías sangrientas marcha ineluctablemente hacia su fin”.

Los mandamases del orden odiaban la figura pequeñita de Rosa Luxemburgo. Temían a su palabra y a su acción, a su energía y a su coraje. Por eso tenían que completar el orden de Berlín, con su asesinato y el de su compañero, Karl Liebnecht. Los continuadores del esclavo Espartaco, seguían rebelándose abiertamente contra la esclavitud. Y el ejemplo es peligroso.

Rosa no hizo de las contradicciones políticas juegos de palabras dicotómicas, que disociaran las posibilidades de la lucha socialista. Frente a los debates sobre reforma o revolución, ella afirmó: reformas y revolución. Frente a los debates sobre lucha parlamentaria o lucha insurreccional, ella afirmó: lucha parlamentaria y lucha insurreccional. Y al mismo tiempo supo que en esas tensiones, habría que jugar el partido fundamental en un lugar preciso. El de la revolución, el del socialismo. Nunca pensó que el juego era sencillo ni que la victoria era inmediata. Derrota y victoria, son parte de nuestro andar. Decía en el mismo escrito: “En Alemania hemos tenido, a lo largo de cuatro decenios, sonoras «victorias» parlamentarias, íbamos precisamente de victoria en victoria. Y el resultado de todo ello fue, cuando llegó el día de la gran prueba histórica, cuando llegó el 4 de agosto de 1914, una aniquiladora derrota política y moral, un naufragio inaudito, una bancarrota sin precedentes.

Las revoluciones, por el contrario, no nos han aportado hasta ahora sino graves derrotas, pero esas derrotas inevitables han ido acumulando una tras otra la necesaria garantía de que alcanzaremos la victoria final en el futuro. ¡Pero con una condición! Es necesario indagar en qué condiciones se han producido en cada caso las derrotas. La derrota, ¿ha sobrevenido porque la energía combativa de las masas se ha estrellado contra las barreras de unas condiciones históricas inmaduras o se ha debido a la tibieza, a la indecisión, a la debilidad interna que ha acabado paralizando la acción revolucionaria?” Indagar las condiciones de la derrota, los errores de la acción revolucionaria, ah… Rosa, eso te hace marchar un paso adelante…. frente a quienes temen a la crítica y a la autocrítica como al juicio final. Pero es la condición, decías, para que puedan haber futuras victorias. Mirar criticamente la realidad y nuestras acciones como parte de la misma.

¿Tiene sentido recordar a Rosa, me pregunto, en estos tiempos latinoamericanos tan enturbiados por desastres electorales y políticos? ¿Tiene sentido pensarla, sentirla, en medio de la turbulencia de una contrarrevolución conservadora de dimensiones continentales y mundiales?

Vuelvo al texto de Rosa: “¿Qué podemos decir de la derrota sufrida en esta llamada Semana de Espartaco? ¿Ha sido una derrota causada por el ímpetu de la energía revolucionaria chocando contra la inmadurez de la situación o se ha debido a las debilidades e indecisiones de nuestra acción? ¡Las dos cosas a la vez! El carácter doble de esta crisis, la contradicción entre la intervención ofensiva, llena de fuerza, decidida, de las masas berlinesas y la indecisión, las vacilaciones, la timidez de la dirección ha sido uno de los datos peculiares del más reciente episodio. La dirección ha fracasado. Pero la dirección puede y debe ser creada de nuevo por las masas y a partir de las masas. Las masas son lo decisivo, ellas son la roca sobre la que se basa la victoria final de la revolución. Las masas han estado a la altura, ellas han hecho de esta «derrota» una pieza más de esa serie de derrotas históricas que constituyen el orgullo y la fuerza del socialismo internacional. Y por eso, del tronco de esta «derrota» florecerá la victoria futura”.

Imagino a Rosa abriendo el corazón para escribir estas palabras que la cuestionaban en primer lugar. La dirección ha fracasado. Después de todas las prisiones, después de sentir todo su cuerpo entumecido en los calabozos en los que pasó una gran parte de su vida. Después del dolor que le provocó la claudicación de la dirección de su partido votando en el parlamento los créditos de guerra. Después de sumarse a la revolución y de ser derrotada en ella. Después de rechazar la propuesta de sus compañeros de irse de Berlin, para cuidar su vida, Rosa miraba la derrota y escribía febrilmente, sus primeras conclusiones. Sus últimas palabras, antes de ser asesinada fueron éstas, con las que terminó el escrito. «¡El orden reina en Berlín!», ¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución, mañana ya «se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto» y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas: ¡Fui, soy y seré!”.

Pienso Rosa, que sos y serás, mientras haya mujeres que hagamos de nuestras vidas, un camino para que transiten los sueños de los pueblos, mientras haya mujeres que sigamos soñando y cambiando nuestras relaciones personales, y desafiemos las relaciones sociales de producción y reproducción de la vida, junto a los compañerxs, que sepan serlo a la par, ni adelante ni atrás, caminando juntes.

El orden reina en Argentina, Rosa. Así dicen los escribas del poder mundial. Pero aquí estamos. Las mujeres. Los pueblos. Las revoluciones pendientes. Fuimos. Somos. Y seremos.

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