Imagen: Sin escapar a sus peligros, las luchas por la igualdad de género encontraron en las redes sociales un canal de comunicación sin precedentes. (Zuin)
Hace un par de semanas, imágenes en blanco y negro de miles de mujeres poblaron redes sociales como Facebook o Instagram. El llamado a la sororidad y el empoderamiento de un reto viral en Internet consiguió que muchas subiéramos nuestras fotografías y etiquetáramos a otras mujeres que admiramos, para que también lo hicieran. Bajo el hashtag #ChallengeAccepted o #DesafíoAceptado, influencers, actrices y otras famosas se sumaron a la iniciativa.
Junto con las fotos, por suerte, llegaron las alertas. Pedro, un amigo inquieto que no se queda con la primera versión de ninguna noticia, me escribió para explicar el origen del polémico desafío. En su cuenta de Facebook abundó sobre el conflicto que escondía.
El challenge comenzó en Turquía y buscó visibilizar la violencia de género latente en ese país, que aumentó con la pandemia. Sin embargo, en su camino por las redes hacia el resto del mundo, el reto que inició mostrando los rostros de mujeres asesinadas ganó miles de seguidoras, pero perdió profundidad. Cuando llegó a nuestras cuentas, y a muchos medios de comunicación, ya no hablaba de feminicidios ni de Turquía; apenas buscaba el apoyo entre mujeres.
¿Qué lógicas de consumo y funcionamiento en las redes sociales entran en juego para que esto suceda? ¿Cuánto afecta que un mensaje potente contra la violencia de género se pierda entre los mil y un vericuetos de Facebook o Instagram? ¿Cuánto se gana con el desafío que finalmente quedó? Pero, sobre todo, ¿cómo han cambiado las redes sociales los modos de hacer activismo feminista? ¿Superan las ventajas de un espacio en el que podemos hablar y hacerlo bien alto, sus inevitables riesgos?
Lo que comenzó con un superficial #ChallengeAccepted también puso todas estas preguntas sobre las mesas de debate en las redes. Si bien el análisis de causas y porqués no superó la extensión del reto en sí –sería ingenuo pretender que lo hiciera-, las fotos en blanco y negro consiguieron algo más que un llamado a la sororidad (apoyo entre mujeres, sobre todo frente a comportamientos machistas). Las alertas de Pedro también trajeron el tema hacia esta columna.
Un espacio para unir voces
No es secreto para nadie: las redes sociales cambiaron los modos en que se mueve el mundo. Para ser un fenómeno relativamente nuevo, sus impactos resultan casi inauditos. Ahora los ciudadanos puedan pasar por alto los grandes medios de comunicación e industrias culturales, y construir sus propias agendas temáticas en sitios donde son leídas, cuestionadas y compartidas.
Estas nuevas tecnologías, en principio, pueden contribuir a una sociedad más democrática con una ampliada capacidad de acción frente al poder, mejor debate, deliberación y, finalmente, más transparencia y rendición de cuentas.
Pero no todo es color de rosas. El investigador mexicano Miguel Lara identifica entre sus riesgos que pueden traer desinformación y subinformación, una nueva y más efectiva propaganda y manipulación, desorientación ante informaciones frívolas y vacías de contenidos útiles para la democracia, y una nueva sociedad orwellizada compuesta de multitudes virtuales.
Sin embargo, reconoce, son herramientas, instrumentos, que bien utilizadas puede contribuir tanto a las dinámicas de control y fortalecimiento del capitalismo, como a los proyectos contrahegemónicos y deliberativos que también tienen lugar en la red.
Sin escapar a sus peligros, las luchas por la igualdad de género encontraron en ellas un canal de comunicación sin precedentes. La feminista mexicana Luisa Velázquez Herrera, autora del blog Menstruadora, asegura que “el ciberfeminismo para las muchas generaciones que se comunican por redes sociales es una punta de transgresión, es un quiebre a la jerarquía patriarcal que nos impedía acceder a un espacio en la arena pública”.
Para confirmar esta realidad, la periodista especializada en género y comunicación, Dalia Acosta, compara el panorama comunicativo actual con el de los años 80. En aquel momento, explica a Cubadebate, “los temas vinculados a la igualdad entre mujeres y hombres, la reivindicación de los derechos de las mujeres o la visualización de la violencia machista, estaban ausentes de las agendas mediáticas y un grupo limitado de agencias, emisoras de radio y suplementos impresos se dedicaban especialmente a estos temas”.
La feminista cubana cita experiencias como Doble Jornada en México, La Cuerda en Guatemala o la agencia FemPress, pero estas estaban hechas por mujeres periodistas y sus públicos eras fundamentalmente mujeres. “Con Internet, la aparición de los blogs y después las redes sociales, las reivindicaciones feministas empiezan a visualizarse de otra manera, aunque su presencia en la web o en las redes siguiera siendo minoritaria comparada con otros espacios pensados desde los hombres y el sistema patriarcal”, relata.
En los últimos años, varias campañas en redes han puesto bajos los focos conflictos asociados a la lucha por la igualdad de género. Hashtags como el #MeToo, nacido entre las cámaras de Hollywood para denunciar casos de acoso y abuso sexual en el sector del cine, o el #NiUnaMenos, que removió Argentina y el mundo mientras llamaba al fin de los asesinatos de mujeres, así lo demuestran.
Otros como #TimesUp, #YoSíTeCreo, #Cuéntalo, #NoEsNo o #BelieveSurvivors evidenciaron la capacidad del feminismo para sacar partido del poder de las redes sociales.
“Experiencias más recientes como #8M o #ElVioladorEresTú, demostraron la efectividad de las redes para generar movimientos que trascienden las fronteras nacionales y, a partir de herramientas atractivas, superan el hecho en sí, lo que sería la noticia, para apuntar a las causas, al patriarcado. Se estima que alrededor del 8 de marzo pasado, con el #8M, circularon 25 millones de tweets feministas”, apunta Acosta.
Aquí no estamos al margen. Con el incremento sostenido del acceso al Internet, cubanas y cubanos, de todas las edades y espacios, también llegaron a las redes.En el 2017, Cuba fue el país de mayor crecimiento en las redes sociales con más de 2,7 millones de nuevos usuarios y 365% de incremento respecto al año precedente, de acuerdo con el reporte Digital in 2017 Global Overview. En días recientes se anunció formalmente que más de cuatro millones de personas en esta Isla tienen acceso a internet desde sus dispositivos móviles.
El activismo por la igualdad de género aprovechó ese despunte. Así lo confirman iniciativas como la Campaña Evoluciona, el proyecto TODAS, de la directora de cine feminista Marilyn Solaya y la corresponsalía cubana de SEMlac, esta última con un trabajo sostenido de varias décadas, entre muchas otras.
“Una de las cosas más interesantes a mi juicio, dejando a un lado los “machitrolls”, es como las denuncias de feministas cubanas y cubanos en las redes se amplifican y generan espacios de participación que trascienden a las personas, involucrando a las instituciones”, sostiene Acosta.
Recuerda que en 2019 compartió en su cuenta en Facebook la dura experiencia de haber presenciado la agresión a una mujer cubana por su pareja.
“El resultado me sorprendió. El post original generó un debate que involucró a más de 200 personas, en su mayoría con opiniones y reflexiones de utilidad, incluidas propuestas de apoyo. A partir de la aparición del primer post se movilizaron actores comunitarios, organizaciones no gubernamentales e instituciones gubernamentales y se generó una respuesta, con acciones en la comunidad, en la escuela involucrada y con la unidad de la policía del área”, relata.
Las redes dan voz a un sector que no siempre encontró donde expresarse. Permiten a las mujeres compartir historias y experiencias, colocar temas, denunciar violencias, promover debates, potenciar movimientos e iniciativas, establecer alianzas, superar las distancias físicas. En palabras de la mexicana Velázquez Herrera, “para las mujeres el acto de escribir es un acto de rebeldía ante el silencio impuesto” y, por tanto, “escribir de manera pública es un acto político”.
Sin embargo, advierte Acosta, no se puede obviar la brecha digital de género, una realidad mundial y, con sus especificidades, también cubana. “En un país como el nuestro hay que seguir apostando a la radio, la televisión, la prensa escrita y ese es otro reto porque, a pesar de todos los esfuerzos que se hacen desde el Instituto Internacional de Periodismo José Martí, las capacidades en género y comunicación en nuestros medios son aún limitadas y es algo que, lamentablemente, constatamos todos los días. Los canales de comunicación tienen que ser múltiples y no pueden sustituir el debate presencial y el activismo en espacios públicos”, detalla.
Las redes sociales también confirmaron la existencia de un patriarcado que no baja la guardia ante el activismo feminista. Un monitoreo de Twitter durante 20 días arrojó que la palabra “feminismo” apareció 14 mil 71 veces en los países de habla hispana, pero 51.8% del total de menciones eran tuits asociados a sentimientos negativos. Resulta obvio, si el feminismo encuentra plaza pública en las redes, también lo hacen quienes lo rechazan.
“Desde el ciberacoso en las redes hasta el uso de las mismas para la trata de personas. También está toda la resistencia que generan los discursos feministas, incluidas reacciones violentas contra las mujeres, y todo un discurso sexista, misógino, patriarcal”, enumera Acosta.
En paralelo, otro riesgo comienza a despuntar. Con la masificación de los mensajes feministas en las redes, estos pueden perder profundidad. Y eso nos lleva de vuelta al principio.
De challenges y otros asuntos virales
El reciente desafío inició en Turquía para crear conciencia sobre las frecuentes imágenes en los periódicos locales de mujeres que son víctimas de feminicidios y violencia. Imagen: Pousta.
Cuando las redes sociales comenzaron a llenarse de fotos en blanco y negro de mujeres llamando a la sororidad, los medios de prensa no tardaron en hacerse eco del nuevo reto viral. Sin embargo, muy pocos investigaron más allá de que una famosa u otra compartiera su imagen. Limitaron aún más el objetivo de una iniciativa que buscaba mostrar la violencia de género como un problema de todas.
La artista pakistaní Misha Japanwala explicó que el desafío inició en Turquía para crear conciencia sobre las frecuentes imágenes en los periódicos locales de mujeres que son víctimas de feminicidios y violencia. “Las fotos en blanco y negro fueron una forma de solidarizarse y decir que algún día podrían ser sus propias fotos en el documento. Sólo en el último mes, más de 40 mujeres han sido asesinadas en Turquía», expresó.
De hecho, en 2019 ese país tuvo más de 500 feminicidios registrados y otros tantos casos sin reportarse. Japanwala insistió en que, si bien le había encantado ver a tantas mujeres hermosas sumándose al reto, era importante rescatar sus orígenes.
“Te apoyo y te veo. Y espero que juntos podamos hacer lo mismo por los que encabezaron este movimiento: las mujeres (turcas, kurdas, sirias, armenias y cualquier otra etnia) cuyas vidas se han perdido por la violencia de género en Turquía, y las que están arriesgando la suya al hablar en contra de un sistema», dijo.
Varios colectivos y medios feministas se sumaron en una crítica válida al polémico #ChallengeAccepted. Desde el sitio Mujeres que no fueron tapa, llamaron al debate: “El patriarcado y el capitalismo lo devoran todo, especialmente los gestos de resistencia, y lo devuelven deglutido para ser consumido, sin preguntas y sin cuestionamiento. ¿A quién le sirve que en lugar de publicar las fotos de las mujeres asesinadas publiquemos nuestras fotos sonrientes en blanco y negro?”.
Está claro que a la cultura machista le convienen los mensajes aguados, simplificados, porque hacen menos daño. Es de ingenuos pretender lo contrario. Que el reto de las mujeres turcas derive en poco más que un ejercicio de sororidad o empoderamiento, supone sin dudas un desafío para el activismo feminista que hacemos en estos espacios.
Sin embargo, es una consecuencia de las dinámicas de las redes sociales con la que hay que aprender a trabajar. La pregunta salta: ¿cómo enfrentar la simplificación impuesta y promover un activismo más consciente?
Si algo he aprendido de quienes llevan mucho más tiempo promoviendo la igualdad de género es que, en este empeño, siempre se trata de sumar y no de dividir. La cultura patriarcal transmitida durante siglos es aún más fuerte que cualquier corriente contrahegemónica. Varios estudios confirman que tanto mujeres como hombres reproducen prejuicios y estereotipos aprendidos como normales. Eso no cambiará de un día para otro. Hace falta mucho activismo, pero activismo inteligente.
Que miles de mujeres alrededor del mundo compartan sus fotos en blanco y negro para reproducir un mensaje de sororidad, empoderamiento y apoyo entre iguales, no está mal. De hecho, ganamos mucho con ello. Hacen falta más iniciativas como esas y, también, otras que rompan estereotipos y visibilicen a las mujeres que triunfan en escenarios adversos. El problema aquí es que se desvirtúe un mensaje mucho más potente contra la violencia de género.
Efectivamente, la cultura patriarcal tiene un sistema muy bien diseñado para impedir que nos comuniquemos entre nosotras, para enfrentarnos, para simplificar nuestras luchas. Se trata entonces de reposicionar la causa original, de traer al centro otra vez a las víctimas de violencia, sin rechazar, criticar o acusar de narcisistas a los cientos, miles de mujeres, que ya compartieron el reto sin averiguar sus causas. Porque, en mi opinión, lo peor que le puede pasar al feminismo es que intentando visibilizar a un tipo de mujeres termine discriminando a otras.
La pérdida de profundidad en los mensajes feministas que transmitimos en estos espacios es un riesgo con el que debemos aprender a trabajar. En opinión de la periodista Dalia Acosta, quizás la razón se encuentre en la propia naturaleza de las redes.
“Eso me recuerda un ejercicio que se hace en un teatro lleno de personas. En la primera fila se le dice a una persona una frase al oído que ella debe susurrarle a la de al lado y así sucesivamente hasta llegar a la última persona de la última fila del teatro: el mensaje final es totalmente diferente al del inicio. Sin olvidar la interpretación diversa que cada persona hace de un artículo leído en cualquier periódico. Algo similar sucede en las redes, pero, a mi juicio, aunque se banalice la idea original algo siempre queda en el fondo. Y, lo más importante, se está hablando. Mucho peor es el silencio. Alguien, en algún lugar del mundo, se cuestionará algo, buscará información, pensará”, señala.
El debate que originó este desafío y su posterior simplificación, aunque sea a menor escala, así lo confirman. Algo ganamos entonces: otro reto al silencio.
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