La desaparición, un fenómeno atribuible a causas geopolíticas [1] que cada vez son más frecuentes en México, representa una catástrofe social. Una disociación intensa y permanente de la relación entre un hecho y su representación, lo que da como resultado un proceso de normalización de lo anómico, una ruptura de los consensos normativos y una vida social que se instala sobre dicha ruptura [2]. Ciertamente, la desaparición de una persona representa un quiebre en muchos sentidos, constituye la interrupción de la vida (al menos tal y como se había vivido hasta el día de la desaparición), tanto para la víctima directa, como para sus familiares y seres queridos. También constituye la pérdida de la tranquilidad, de la paz y de la confianza en los otros: la comunidad, las instituciones, el Estado. Pero especialmente, la fractura de un proyecto no solo individual, sino colectivo, cultural y social; un proyecto de civilización.
Las afectaciones estarán mediadas por la gestión individual y familiar, así como por la capacidad de respuesta de las instituciones encargadas de brindar atención a las víctimas. En este sentido, el acompañamiento psicosocial representa un primer y esencial momento de validación, contención y dignificación, encaminado a devolver a las personas su capacidad de agencia en un momento de profundo malestar.
Ante la desaparición de una persona las reacciones de los testigos (directos o indirectos) suelen ser diversas. Se crean versiones de los hechos basadas en discursos gubernamentales que criminalizan a las víctimas, los medios de comunicación (incluidas las redes sociales) difunden verdades a medias, noticias falsas, y a nivel local circulan rumores e historias que ayudan a comprender lo sucedido, a darle sentido. Como resultado surge una tipología reduccionista de las víctimas que las clasifica en inocentes, sospechosas o culpables, de acuerdo con una supuesta afiliación u oposición al crimen organizado [3].
Cuando el rumor indica que la víctima es “culpable”, la desaparición se concibe como un acto entendible e incluso justificable. El estigma depositado en la víctima trastoca su identidad, su reputación y la de sus familiares. Dependiendo de la versión dominante en torno a la desaparición (versión no siempre fiel a la realidad), se abren diversas posibilidades: si la víctima directa es menor de edad se suele culpar a la madre, ya sea por no haberla cuidado lo suficiente, por no haberle inculcado valores, por no haberle puesto límites, o por haber permitido que “anduviera en malos pasos”; si la víctima es una mujer, sobre todo joven o adolescente, se suela pensar en la desaparición como una forma de trata de personas; y si las desapariciones son recurrentes en cierta localidad, el estigma trasciende a la comunidad.
Las amistades y redes sociales se alejan al no saber qué hacer frente al dolor de las madres [4] y demás familiares, pero también por el miedo a ser asociados con las víctimas y por ende ser estigmatizados. El estigma tiene serias repercusiones como una forma de violencia simbólica que afecta la salud mental, e impide que se reconozca de forma adecuada a las víctimas, reprime la memoria, rituales y acciones colectivas sobre estos acontecimientos. Adicionalmente y de acuerdo con el modelo contextual de estrés familiar [5], la desaparición provoca estrés crónico en la familia a causa de la ambigüedad sobre la persistencia de la persona desaparecida como integrante del núcleo familiar; un alto nivel de ambigüedad incrementará el estrés y afectará la salud mental. Sin embargo, el proceso de afrontamiento tras la desaparición estará condicionado por un contexto externo en el que intervienen aspectos institucionales, sociales, culturales y políticos. De acuerdo con este modelo, la vinculación entre el Estado y el crimen organizado, la ineficiencia institucional, la estigmatización de las víctimas y la falta de rituales culturales ante la desaparición, son aspectos determinantes que limitan la gestión adecuada del evento.
La desaparición ocasiona graves daños a nivel emocional, psicológico, y familiar en las víctimas indirectas, pero también trastoca la organización comunitaria y social. Por ello, la psicoterapia o cualquier tipo de intervención clínica con perspectiva individual resulta insuficiente para incidir a nivel comunitario, mientras que, el acompañamiento psicosocial muestra los factores intra e interpersonales de reflexión y acción, y su objetivo fundamental se dirige al cambio social [6].
Así, la atención psicosocial constituye una respuesta necesaria para desarrollar un “proceso de acompañamiento individual, familiar o comunitario orientado a hacer frente a las consecuencias del impacto traumático de las violaciones de derechos humanos y promover el bienestar, apoyo emocional y social a las víctimas, estimulando el desarrollo de sus capacidades”(p.9) [7]. La dimensión psicosocial incluye al individuo, a la familia y a las redes sociales de apoyo, que resultan afectadas como consecuencia de la desaparición y el estigma.
Cabe señalar que, aunque pueden usarse diferentes términos para acompañar la palabra psicosocial, en general está la atención, que se refiere a las acciones de apoyo concretas, por ejemplo, los servicios legales o psicológicos que buscan coadyuvar a la recuperación o atenuar los daños provocados por la desaparición; la intervención, que se enfoca en la implementación de programas comunitarios; y el acompañamiento, un proceso de relación horizontal con las víctimas. Es mediante el acompañamiento psicosocial que las víctimas indirectas de la desaparición se posicionan como personas capaces de defender y hacer valer sus derechos individuales y colectivos. En la relación horizontal que se construye durante este proceso, quien brinda el acompañamiento empatiza con las víctimas a nivel humano y ambos fungen como agentes gestores y receptores de transformaciones psicosociales.
Sin embargo, tales transformaciones serán únicas para cada persona según su nivel de afectación psicoemocional, y las características de su contexto local (calidad y cantidad de sus redes de apoyo, acceso a la justicia, violencia colectiva, impunidad, entre otros). Considerando esta singularidad tanto individual como contextual, la organización Aluna [8], dedicada a fortalecer a organizaciones y personas en contextos de violencia sociopolítica para que desarrollen formas de afrontamiento, defensa de los derechos humanos y transformación social, recomienda analizar el contexto particular de la desaparición, la peculiaridad de la vivencia (el significado o sentido atribuido a la desaparición), la singularidad de la víctima indirecta y su rol en la familia (una madre, un hijo o un hermano pueden vivir la desaparición de su familiar de manera muy distinta y responder a ella de forma diferente). También sugiere que quienes den acompañamiento sean selectivos con las técnicas empleadas, cuidando en todo momento que no resulten intrusivas o incómodas para las víctimas, establecer encuadres claros y actividades específicas con miras a brindar una sensación de seguridad, actuar con ética reconociendo las limitaciones personales y profesionales (el autocuidado forma parte de la dimensión ética del acompañamiento psicosocial), respetar las decisiones de los familiares (con respecto a la denuncia y la búsqueda, por ejemplo), y finalmente, actuar con respeto durante todo el proceso de acompañamiento, evitando emitir juicios de valor sobre las víctimas y sus circunstancias.
En concreto, la desaparición lleva a la víctima directa a una situación límite en la que pierde sus atributos y derechos de ciudadano, y se convierte en desaparecido [2]. A nivel social, estigmatizar a las víctimas directas e indirectas, pensar que las desapariciones ocurren por la participación en actividades criminales, puede contribuir a mantener la creencia de que el mundo es justo y la sensación de seguridad al no participar en dichas actividades. Pero también implica el riesgo de olvidar que todas las personas desaparecidas son esencialmente víctimas. La estigmatización impide el reconocimiento público del valor de sus vidas e imposibilita la expresión abierta del dolor social que provoca su pérdida[3]. En este sentido, el acompañamiento psicosocial posibilita politizar un malestar social al romper las barreras de lo individual, e incluir las dimensiones sociopolíticas y económicas que revelan las verdaderas causas y condiciones de la desaparición en México.
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Anel Hortensia Gómez San Luis es Doctora en Psicología, profesora-investigadora y coordinadora de Investigación y Posgrado en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Autónoma de Baja California. Investigadora Nacional CONACYT (SNI-Nivel 2), miembro de la red Iberoamericana de Psicología social. agomez82@uabc.edu.mx
La opinión vertida en esta columna es responsabilidad de quien la escribe. No necesariamente refleja la posición del LEVIF ni de A dónde van los desaparecidos.
Referencias:
[1] Mastrogiovanni, F. (2015). Ni vivos ni muertos. La desaparición forzada en México como estrategia de terror. Grijalbo.
[2] Gatti, G. (2012). Imposing Identity against Social Catastrophes. The Strategies of (Re)generation of Meaning of the Abuelas de Plaza de Mayo (Argentina). Bulletin of Latin America Research, 31 (3), 352-365. https://doi.org/10.1111/j.1470-9856.2011.00657.x
[3] Almanza, A.M., Hernández, R., & Gómez, A.H. (2020). Pérdida ambigua: madres de personas desaparecidas en Tamaulipas, México. región y sociedad, 32 (e1396), 1-21. http10.22198/rys2020/32/1396
[4] Robins, S. (2016). Discursive approaches to ambiguous loss: theorizing community-based therapy after enforced disappearance. Journal of Family Theory & Review, 8(9), 308-323. https://doi.org/10.1111/jftr.12148
[5] Boos, P. (2016). The context and process of theory development: the story of ambiguous loss. Journal of Family Theory & Review, 8(9), 269-286. https://doi.org/10.1111/jftr.12152
[6] Márquez, S. & Ávila, M.E. (2022). Una aproximación al acompañamiento psicosocial desde la justicia restaurativa de víctimas indirectas de desaparición en México. Polis Revista Latinoamericana, 22(63), 106-127. https://www.scielo.cl/pdf/polis/v21n63/0718-6568-polis-21-63-106.pdf
[7] Beristain, C.M. (2012). Acompañar los procesos con las víctimas. Fondo de Justicia Transicional. https://www.psicosocial.net/historico/index.php?option=com_docman&view=download&alias=833-acompanar-los-procesos-con-las-victimas&category_slug=herramientas-investigacion-accion-participante&Itemid=100225
[8] Aluna Acompañamiento psicosocial A.C. (2015). Desaparición forzada. Segundo cuadernillo de la serie “Claves hacia el acompañamiento psicosocial”. https://www.alunapsicosocial.org/single-post/2015/12/23/claves-hacia-el-acompa%C3%B1amiento-psicosocial
***Foto de portada: Ulises Cortés Obturador MX
Publicado originalmente en A dónde van los desaparecidos