Estados Unidos: Retorna el fantasma de Vietnam

Raúl Zibechi

El 24 de abril de 1971, más de 500 mil personas marcharon en Washington contra la guerra de Vietnam y la participación de Estados Unidos en ella. Se trató de un extenso movimiento que se fue cociendo a fuego lento desde 1964, cuando algunos jóvenes comenzaron a quemar en público sus cartillas militares rechazando el reclutamiento. Con los años, los estudiantes se convirtieron en el centro de la protesta, a la que se fueron sumando madres de soldados, afroamericanos que se habían movilizado contra la segregación racial, y luego los principales sectores de la sociedad, destacando el papel de los veteranos militares.

El país se polarizó entre los que apoyaban y los que rechazaban la guerra. Al principio eran cientos los que salían a las calles, apoyados por personalidades como Joan Baez y Martin Luther King. En 1966 el movimiento ya se había extendido a todo el país y en febrero cien militares intentaron ingresar a la Casa Blanca para devolverle al presidente las condecoraciones de guerra.

Pese a la represión y a la infiltración de las agencias estatales en el movimiento como el FBI y la CIA, las movilizaciones no dejaron de crecer y expandirse, jugando un papel destacado en la formación de una conciencia global contra la guerra en Vietnam. Blowin’ in the Wind, la célebre canción de Bob Dylan, se convirtió en el himno del movimiento, agitando la frase “Cuántas veces puede un hombre girar la cabeza, y fingir que simplemente no lo ha visto”.

La memoria de las movilizaciones contra la guerra de Vietnam sobrevuela estos días la sociedad de los Estados Unidos con la protesta contra la guerra en Gaza. Se pueden escuchan debates en las estaciones del metro de Nueva York luego de la represión policial al plantón de los estudiantes, así como en los campus de las universidades en Philadelphia y en Binghampton.

El epicentro se encuentra en estos momentos en la Universidad de Columbia, en Manhattan, pero el movimiento arraigó ya en decenas academias, como Yale, el Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT), Emerson o Tuffs.

La represión es el signo de los tiempos. Según el periodista de la cadena independiente Democracy Now, Juan González, quien participó en la huelga estudiantil de 1968 en la Universidad de Columbia, la respuesta del centro “ha sido mucho más severa” que en aquellos años (Publico, 23/04/2024).

Sin embargo, observando la decisión de miles de jóvenes no parece que la represión sea capaz de frenarlos, ni siquiera el cierre de las clases que empiezan a darse en formato digital. Demandan el cese al fuego pero además que sus universidades dejen de financiar a fabricantes de armas que se benefician con la guerra. En las marchas se ha podido ver a personalidades como Susan Sarandon y al filósofo y candidato Cornel West, entre otros.

De hecho, los arrestos masivos en Columbia están expandiendo el movimiento, conformando lo que algunos medios definieron como “una bola de nieve” que ya está rodando, siendo las universidades de Berkeley, Michigan y el Emerson College las más recientes en sumarse al movimiento.

Además de las acampadas en los campus, se pueden ver muchas personas portando kufiyas y banderas palestinas ondeando en barriadas de Queens y Brooklyn, donde la población latina y negra es mayoritaria.

Lo cierto es que un nuevo activismo está en marcha en los Estados Unidos. Los poderosos tienen muy claro lo que está en juego y saben que la guerra de Vietnam no se definió sólo en los campos de batalla, sino particularmente en la opinión pública del país que envió cientos de miles de soldados al sudeste asiático. Las guerras no las ganan las armas ni las tecnologías, aunque tengan un impacto importante, sino los seres humanos que son, finalmente, los que toman las decisiones más trascendentes, haciendo o dejando hacer.

En estos momentos de confusión globalizada, rigurosamente promovida por los grandes medios de comunicación, la movilización en marcha puede ser un referente que clarifique el panorama, colocando las cosas en su sitio: la guerra de exterminio siempre es un delito de lesa humanidad, la impulse quien sea, en cualquier lugar del mundo. En todo caso, más allá de su resultado, es una luz de esperanza y dignidad que estimula y humaniza.

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