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“Escribo para recordarme quién soy”: Liliana Ancalao Meli, poeta mapuche

Rebeca Mateos Herraiz

Nacida en Comodoro Rivadavia, Liliana Ancalao Meli sufrió lo mismo que muchas indígenas de Argentina: la discriminación y la negación de su identidad. Comenzó un proceso de recuperación cultural y de pertenencia mapuche en la década del ’80. Escribió seis poemarios (en castellano y mapuzungun), que unen la vivencia individual y la construcción comunitaria.

“Mari-mari”, saluda cálidamente al otro lado del teléfono en mapuzungun. Su calidez y cercanía se mantendrá a lo largo de toda la conversación. “Por acá tenemos un día tranquilo”, comenta. “En cuanto terminemos la charla iré a ponerme la tercera dosis de la vacuna”. Habla de forma pausada y ríe a menudo.

Liliana Ancalao Meli nació en 1961 en Diadema, un campamento petrolero de Comodoro Rivadavia (Chubut). Sus orígenes en Puel Mapu (territorio mapuche al este de la Cordillera de los Andes) y Wall Mapu (todo el territorio mapuche, de ambos lados) se remontan al tiempo en el que sus bisabuelos cruzaban la Cordillera sin los límites impuestos entre los Estados de Argentina y Chile.

Su familia pertenece a la comunidad mapuche-tehuelche Ñamkulawen. Tanto su padre como su madre se criaron en el campo y emigraron a la ciudad en busca de trabajo, como tantas otras personas de su comunidad. 

Liliana cursó la carrera de Letras en la Universidad Nacional de la Patagonia y trabajó como investigadora en la universidad y como docente en una escuela pública hasta que se jubiló en 2017, aunque sigue participando activamente en visibilizar la cultura del Pueblo Mapuche.

Es autora de seis poemarios, la mayoría bilingües. Escribe en castellano, el idioma impuesto, y se traduce al mapuzungun, su lengua materna que sigue aprendiendo. “Escribo para recordarme quién soy, porque yo nací sin saber quién era”, así arranca Rokiñ. Provisiones para el viaje, su último libro publicado en el 2020. En él se reconfigura una cartografía mapuche de la Patagonia del lado argentino de la Cordillera. Restituye los nombres a la topografía y los lugares de la memoria.  

Rokiñ es una palabra mapuzungun que significa táper con la comida que te prepara la gente que te quiere cuando sales de viaje. Provisiones para ese viaje, como su último libro en el que poema a poema te vas alimentando del camino que Liliana ha tenido que recorrer hasta llegar a sus raíces.

—¿Cuándo comenzó a escribir poesía?

—La escuela primaria fue muy importante para mí. Nos mandaban a hacer redacciones y me di cuenta de que en eso andaba bien y simultáneamente leía bastante. Había una biblioteca en el barrio en la que buscaba libros. Sobre todo libros de aventuras. Me encantaban los clásicos: MujercitasRobinson Crusoe… que no tenían mucho que ver conmigo pero me encantaban esas historias. En la adolescencia comencé a escuchar música con más consciencia de las letras. La belleza de la música entró a mi casa con un tocadiscos de vinilo que tenía mi papá y escuchábamos el fin de semana. Y después, más hacía la juventud, la música se escuchaba casi todo el día porque mi hermano mayor trajo a casa el rock nacional. Los clásicos como León Gieco, Spinetta, Nebbia… más adelante la nueva canción latinoamericana hizo vibrar en mí esas cuerdas que tienen que ver con lo social y con la lucha del pueblo. Querer cambiar este mundo desigual. Los Jaivas, Los Olimareños y más tarde, por supuesto, Silvio Rodríguez. Vivíamos en un lugar alejado del centro urbano que en un momento fue campamento petrolero, en el que estaba muy marcada la división de clases. Yo estaba en el barrio obrero y el colegio estaba en el barrio central, el barrio que ocupaban los administradores de las empresas petroleras, los patrones y sus familias. Mi mamá era empleada doméstica de las casas de las familias del barrio central y mi papá era obrero de la empresa. Había unas vías de ferrocarril que separaban ambas zonas y la estructura social y mental de la gente estaba muy marcada por esto. Yo sentía esa diferencia y por supuesto la vivía. Las maestras se encargaban de hacérnosla notar. A mis compañeras de escuela del barrio central las llamaban por el nombre y a las que veníamos del barrio obrero nos llamaban por el apellido. Eso marcaba una distancia que era difícil de entender cuando una es niña. Todo eso creo que fue lo que alimentó el contenido de mi poesía.

¿Cómo surge la necesidad de enlazar el proceso de escritura poética con el origen de su historia y la decisión de recorrer el camino inverso hasta encontrarte con ella?

—Yo siempre relato un momento especial que es cuando fui a ver con mi hermana un documental en un lugar céntrico de Comodoro Rivadavia, en pleno despertar democrático después de los 80. Creo que el documental se llamaba Camaruco en Anecón Grande. En él vi imágenes que habían estado en mi memoria, pero en una memoria de la imaginación, porque era lo que me contaban mi mamá y mi abuela de niña sobre el camaruco, la ceremonia espiritual más importante del Pueblo Mapuche. 

Viendo ese documental me di cuenta de que esas personas a las que ellas siempre hacían referencia eran mapuches. Que yo era mapuche. Ahí despertó la curiosidad por la búsqueda de mi identidad, que tomó un camino más definido una década después, en 1992, cuando se cumplieron los 500 años de lo que oficialmente se pretendió llamar el «encuentro de culturas». 

En el año 94 conformamos una comunidad en Comodoro Rivadavia con gente mapuche y mapuche-tehuelche que había llegado a esta ciudad como llegaron mis padres buscando trabajo, otro futuro mejor que el que parecía prometer el campo. Un futuro material, en todo caso.

Por aquel entonces yo ya había comenzado a escribir poesía con la intención de ser poeta y de formar parte de un movimiento artístico. Leía poesía en los escenarios underground (ríe), otros espacios nos estaban vedados. En aquel momento me sentía más ligada a los jóvenes del rock que a los del folclore argentino. 

¿Su poesía está influenciada por toda esa cultura aprendida en la urbanidad?

—Sin duda. Yo siento que hay estereotipos con respecto a los pueblos originarios y quiero actuar corporativamente y no salirme de allí. Pero cómo una poeta va a expresar algo que no siente. No puede más que obedecerse a sí misma. Por eso me pregunto qué esperará la gente cuando abre un libro de poemas de una poeta mapuche. Soy como un híbrido que va del campo a la ciudad y de ahí al mundo. Quizás se pretende que sea solo de un lugar, que escriba permanentemente desde el campo y hablando de la cosmovisión, y no puedo. Tengo todo un conocimiento cultural que he cosechado en esta búsqueda de muchísimos años que se va depositando lentamente en la poesía y a la poesía no se la puede apurar. De modo que he tenido que dejar que ese mundo espiritual vaya decantando en mis poemas.

¿Qué puede aportar la poesía en esa búsqueda que no pueda aportar la historia, por ejemplo?

—Muchísimo. La poesía y el arte en general transitan por caminos que llegan al lector o al espectador de otro modo, porque es otro modo de aportar conocimiento. La poesía es una síntesis. Comprime toda esa historia en un trabajo que no solo involucra lo que sucedió, como los hechos y los datos, sino que involucra los sentimientos, las emociones, la humanidad.  Por eso creo que nos sentimos vacíos cuando escribimos un poema, porque entregamos un trabajo, que si bien también se puede llamar intelectual, no en menor medida es espiritual. Me parece que si con la lectura de poesía se consigue conmover al lector y abrirle nuevos caminos, es porque existen otras formas de conectarnos con lo que nos sucede, más allá de lo puramente teórico.

Usted escribe en castellano y se traduce al mapuzungun, su lengua materna que sigue aprendiendo.

—Sí. Soy, y creo que seré eternamente, una estudiante de mapuzungun (ríe). No creo que me reciba nunca (más risas).  Con muy pocos elementos, sobre todo escritos, porque no tengo demasiados hablantes de mapuzungun acá en Comodoro Rivadavia. Así que estos dos años de pandemia he seguido estudiándolo de forma online, en un curso del Instituto de Idioma Mapuche. Ahí accedí a materiales de personas mapuches que están trabajando desde hace años en la revitalización del idioma. Sigo perfeccionando mi mapuzungun y ahora veo que hay traducciones que hice del castellano de mi primer libro que fue Mujeres a la Intemperie (2009) en el que hay algunas frases que cambiaría, porque creo que hay otros modos más precisos de decirlas. Me estoy volviendo crítica de mi propia traducción. 

Es casi una reescritura del poema traducirlo de un idioma a otro tan diferente. Todo un reto, ¿no?

—Sí. Es todo un reto como lo es la lectura del poema en voz alta.  La pronunciación del mapuzungun cuesta mucho, sobre todo en mi caso que accedía a él a través de la escritura. Durante mucho tiempo en la escuela pública no se enseñó y eso es lo que estamos tratando de revertir ahora, que se inserte en la escuela como un segundo idioma.

La figura de la mujer (la madre, la abuela, la tía…) es central en su poesía, ¿por qué?

—La figura de la abuela como trasmisora de la cultura la vas a encontrar en toda la literatura que tenga que ver con los pueblos originarios. No conozco en este momento a ninguna poeta que no vuelva a su abuela en búsqueda de conocimiento. También en mi poesía aparece este papel de la mujer como guardadora de la espiritualidad y el conocimiento de nuestro pueblo que se manifiesta en belleza cuando uno mira los tejidos hechos con tanta perfección, con unos colores tan bellos, con esa consistencia, la técnica. Todo un proceso hasta llegar a la matra, al poncho. Y se manifiesta también a través de la comida, de la medicina, en el fervor espiritual en las ceremonias religiosas. En mi libro Mujeres a la intemperie nombro a más de 50 mujeres que me han acompañado en este camino de regreso al origen. Mujeres que me aportaron algún conocimiento.  Tal vez sea casualidad, pero cuando se conformó en los 90 en Comodoro Rivadavia nuestra comunidad mapuche éramos todas mujeres. Puede ser porque los hombres mapuches en la ciudad se agruparon más en comunidades gauchas. Es decir, invisibilizaron su origen mapuche o tehuelche y asumieron el rol de gaucho, de hombre de campo. Ese proceso que subsumió la identidad masculina mapuche en la de gaucho es un telón que impide ver qué hay detrás, en un sentido histórico. 

En su último libro Rokiñ. Provisiones para el viaje se narran hechos históricos atroces para el Pueblo Mapuche como La Campaña del Desierto. Transformar todo ese dolor en belleza a través de la poesía, ¿es una forma de sanar?

—La palabra salud y sanar la vas a escuchar bastante cuando hablo de la poesía. Porque eso es lo que siento cuando termino de escribir algo que me andaba dando vueltas. Siento que sano. Después me vuelvo a agarrar unas rabias cuando escucho tanta ignorancia sobre el Pueblo Mapuche, sobre todo en los medios de comunicación en los que nos tratan de terroristas, salvajes, que no somos de Argentina. Y entiendo que es por el miedo que tienen a que el indio avance sobre su propiedad privada.

—¿Hoy el Pueblo Mapuche da mayor importancia a sus derechos políticos en la recuperación de sus territorios, por ejemplo, que en la recuperación de su cultura?

—Está lo que es lo importante y lo que es urgente. Importante es revitalizar los aspectos culturales y lo urgente es responder a la demanda de un territorio en el que vivir, que para el Pueblo Mapuche también forma parte de su cultura. Además del derecho de reparación de los abusos que hemos sufrido históricamente. El Estado argentino otorgó a las comunidades mapuches unos territorios que les están siendo arrebatados por los estancieros, los bolicheros. Recuperarlos es urgente y se tiene que recorrer un camino político para conseguirlo. Pero al mismo tiempo esa recuperación está siendo alimentada espiritualmente dentro de las organizaciones y las comunidades. He participado en reuniones de Neuquén, de Río Negro, de Chubut donde quienes participan en la parte política del discurso son mayoritariamente hombres, con la excepción de algunas mujeres. Mientras que nosotras hemos insistido más en hacer, por ejemplo, la ceremonia espiritual al amanecer antes de la reunión. Es decir, la recuperación en esa fuerza espiritual que nos ayuda a sostener todo este camino de lucha política. 

¿Qué significa hoy ser mapuche en Argentina?

—Significa estar parada en cierto lugar histórico con consciencia de ser parte de un país que no está educado para reconocer su origen fundado sobre un genocidio. Ser consciente de esto no significa resignación. Tanto los que están peleando por recuperar sus territorios como quienes escribimos, los artistas, los historiadores, los académicos… vamos construyendo un conocimiento sobre el país en el que hemos sido formados como un punto de partida, de algo que debemos ir cambiando paulatinamente.  Así como las mujeres vamos deconstruyendo la formación patriarcal en la que hemos sido educadas creo que es inminente esta deconstrucción del pueblo argentino y chileno de empezar a entender sus orígenes y asumir sobre qué sangre se fundó, y a partir de ahí, reconocer que hay una reparación que se debe llevar a cabo.

***

“Como un tremendo viento / dicen que fue el malón / un torbellino en contra de los días / y eso que los antiguos eran duros / como rocas / firmes / ahí quedó su sangre / desparramada / me decís abuela / y tu recuerdo es el lago / al que me asomo / para sorber un trago”.

Liliana Ancalao Meli al reescribir la historia de su pueblo, la llora, la rabia, la llena de verdad pero también de ternura, esa misma ternura que dice haber recibido de su madre y de su padre, de sus abuelas y abuelos y de otras personas de su familia.

Cuenta con orgullo que en el mapuzungun, además del singular y el plural, existe el pronombre dual: iñchiu que significa “nosotros dos”, eymu que significa “ustedes dos” y fey engü que significa “ellos dos”. 

“El par es el equilibrio en nuestra cosmovisión”, comenta.

Se despide con la misma calidez con la que comenzamos estas casi dos horas de charla. 

Le digo que tengo muchas ganas de ir a escucharla recitar en vivo. “Seguro que pronto nos podemos encontrar acá o allá”, me contesta. Le doy las gracias.

Publicado originalmente en CTXT.

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