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Es crucial demostrar que quieres algo más que a ti mismo: Julio César Guanche

Yassel A. Padrón Kunakbaeva

Conocí a Julio Cesar Guanche sentado en el contén durante una protesta. Había escuchado hablar de él; es imposible que un hombre que ha transitado por tantos escenarios de las ciencias sociales y políticas de Cuba, con una obra sólida y sincera, no deje huella. Estuvo cerca de grandes como Alfredo Guevara o Fernando Martínez Heredia, dirigió varias editoriales e integró los consejos editoriales de revistas que, en su momento, fueron — y algunas siguen siendo — referentes innegables del pensamiento crítico y emancipador cubano. Mas recuerdo que le tendí la mano y me saludó con la humildad y el espíritu diáfano que lo caracterizan.

Desde entonces, fue creciendo la idea de una entrevista como esta, que sirviera para explorar su perspectiva sobre muchos de los acontecimientos que han jalonado nuestra historia reciente. Desde la experiencia, el conocimiento y la pasión, Julio César Guanche traza en sus respuestas muchas de las pautas en las que se entrelazan nuestros pasado, presente y futuro. No se necesita estar de acuerdo en todo para comprender que, cuando se trata de alguien como él, lo que tiene que decir es completamente atendible.

YPK:Cada momento histórico impone al pensamiento social una serie de retos que le son específicos. ¿Cuáles son las tareas insoslayables del pensamiento cubano actual en las ciencias sociales, desde el punto de vista de la producción intelectual?

JCG: En primer lugar, ser, efectivamente, pensamiento. Eso significa rehusar consignas; rehusar el lugar común que parece pensamiento y no pasa de ser colecciones de citas; rehusar el uso de conceptos que parecen explicaciones cuando tienen que ser explicados. Significa también producir conocimiento informado y situado sobre Cuba: informado sobre la base de estadísticas, datos, comprobación; y situado específicamente en el contexto cubano y sus necesidades.

No se puede renunciar a lo que es específicamente trabajo intelectual, por más «difícil» que sea la situación política o por más polarizado que esté el marco de las discusiones en Cuba.

Cuando digo que no se puede renunciar al trabajo específicamente intelectual, lo hago desde una posición análoga a la de un artista que considere que, en lo tocante a su obra, no puede hacer concesiones por la presión que reciba de determinados discursos sociales, políticos o estatales.

Hay obligaciones y estructuras de valores, de ética, de principios axiológicos, de lo que es un investigador social, que deben ser defendidos en medio de tanto apremio para que ese pensamiento favorezca directa y automáticamente alguna de las tendencias en juego.

Complejizar la idea del pensamiento que favorece una tendencia en juego es algo importante. Producir un pensamiento que desestabilice la veloz y siempre mentirosa aceptación de que «voy a tomar esto porque es lo que me conviene ideológicamente», es algo que también debería ser parte crucial del pensamiento social.

Tienen que complejizarse las certezas, tanto como las convicciones, y someterlas permanentemente a desestabilización si se quiere hablar a la sociedad cubana, si se quiere llegar más allá de un grupo de convencidos, blindados en algunas verdades hechas que, según esa lógica, no se deberían modificar.

Las etiquetas políticas no explican lo que hace la ciencia social. Es muy común ahora usar palabras como si fueran ya explicaciones: usar la palabra dictadura para un sector, o socialismo para otro, o democraciapara otro, ya parecería explicar lo que se quiere decir, pero queda lejos de ello.

Todas esas palabras hay que explicarlas en el contexto de Cuba, en la diversidad de usos que han tenido en su historia, en las apropiaciones que tienen en un contexto específico, con lo cual se trata de abrir el sentido de las palabras; decir lo que no se dice, hacer ver lo que está oculto en los pliegues de la realidad y resistirse a seguir la corriente de los temas más comunes dentro de la agenda de discusión.

Por eso, repito, es imprescindible informar la ciencia con conocimiento para participar de la conversación; no para dominarla, pero sí para expandir los límites y los actores que participan en ella. Me parece que un desafío es poder intervenir de ese modo en la realidad y proponer desde ahí también alternativas a la situación cubana presente.

YPK: Fuiste testigo de la protesta ocurrida el 27 de noviembre del 2020 frente al Ministerio de Cultura. A muchos les tomó por sorpresa; sin embargo, numerosas publicaciones en medios digitales y en las redes sociales llamaban la atención sobre el agravamiento de la crisis y sobre sus posibles efectos. ¿Cuáles crees que fueron los principales factores que desencadenaron los hechos de aquella noche? ¿Cuál crees que fue su trascendencia?

JCG:Los factores de fondo que llevaron a ella tienen que ver con el aumento de la diversidad social, político-ideológica, cultural y demográfica en Cuba, así como también con la presencia de lenguajes que representan toda esa diversidad. Cuando digo lenguajes no digo palabras, conceptos, sino complejos de ideas y prácticas.

La presencia, entonces, de esos nuevos lenguajes que no encuentran espacios para ser procesados, es un núcleo muy fuerte de la situación que nos ha traído hasta aquí, no solo el 27 de noviembre, sino antes y después de esa fecha. Ese núcleo contiene una fuerte disonancia entre el tipo de sociedad que existe, que crece con nuevos perfiles, y la incapacidad de darle solución, de darle procesamiento a la diversidad que esa sociedad experimenta.

En el campo del arte, en general, no solo se expresan discursos específicamente artístico-críticos — digamos — en el sentido más directo de un discurso «crítico». Tiene también modos de organizarse, circuitos, formas materiales de producirse, que cada vez más colisionan con los mecanismos reconocidos para el arte por parte del Estado.

Sucede de modo similar en otros campos, como es el caso del periodismo. No se trata de una discusión entre ideas: hay una colisión entre las maneras materiales de producirse las cosas, en las maneras que tienen de circular, y esa colisión ya no solo expresa un conflicto de ideas, sino que expresa conflictos estructurales, de cómo se deben expresar, cómo pueden organizarse, cómo pueden circular, cómo pueden surgir y cómo pueden mantenerse.

En ese sentido, aun cuando las ideas hubiesen coincidido en algún punto, seguirían colisionando las formas en que ellas se producen y, si las formas en que se producen siguen colisionando con las formas aceptadas para ser producidas, van a seguir surgiendo infinitamente problemas, que aparecen como problemas de ideas, pero que son problemas con causas mucho más generales, mucho más profundas y mucho más multidimensionales.

El 27 de noviembre fue muy importante, para algunos como un aviso del 11 de julio, pero es parte de una secuencia que Cuba ha ido mostrando desde hace tiempo, con un escenario de mayor movilización social. Tiene que ver con lo que ha venido ocurriendo en materia LGBTIQ+, en materia de protección animal, en el campo, por supuesto, de la libertad de expresión en el arte y el periodismo, pero también con cierto tipo de «pequeñas», pero continuas contestaciones sociales. Como ha listado Ailynn Torres Santana, ha aumentado la conflictividad, expresada en incidentes crecientes, desde mujeres que salen con refrigeradores vacíos a la calle, hasta personas que ocupan casas vacías, pasando por huelgas de transportistas, pintada de carteles en la calle, etc.

En ello, las expresiones de solidaridad luego del paso del tornado en La Habana, en enero de 2019, o las más recientes de recogida y distribución de medicinas, son una prueba importante de la capacidad de movilización, de su novedad y de las maneras en que la sociedad cubana puede irrumpir para enfrentar por sí misma problemas sociales.

Esa realidad encaja en un problema mayor: lo que podría llamarse la «crisis del paternalismo». En los años 1980, era muy común que cualquier expresión crítica dentro de Cuba se hiciera, en diversos sectores y espacios, con el subrayado permanente de que esta estaba incorporada dentro del marco de la Revolución, o sea, a través de frases como «la Revolución no debería permitir esto» o «yo pido esto en nombre de la Revolución, porque soy fidelista y porque soy revolucionario».

Ese lugar de enunciación se ha venido fracturando desde los 1990, pero ahora parece que lo ha hecho ya definitivamente. Tiene que ver con una crisis de la autoridad «paternal» — todo paternalismo, recuérdese, es siempre un autoritarismo — del Estado. Este ya no puede reclamar esa lealtad, lo cual realmente complejiza mucho más el escenario político, en el cual sectores crecientes no reconocen ese discurso, no reconocen esa autoridad, y un número importante de las demandas que hacen quedan fuera de ese marco de «desde la Revolución».

Estos procesos tienen una naturaleza que debe ser comprendida, pues se tendrían que procesar de manera muy distinta de cómo se procesaban con viejos esquemas políticos. Habría que entender, para empezar, que estamos en un nuevo momento político que reclama nuevos tipos de soluciones. En cambio, yo veo, no solo en la recuperación de los «actos de repudio», sino en varios de los esquemas que se están usando hoy, una manera de usar viejos repertorios como si fuesen a dar soluciones por sí mismos, ahora en un nuevo escenario, cuando ese escenario ya no ofrece disponibilidad alguna para aquellos repertorios.

Entonces, me parece que se debe identificar que el lenguaje de «contienda», y no aquel lenguaje de cierta «armonía», en el cual la Revolución era el marco desde el cual muchas demandas pudiesen ser expresadas, es el que ha llegado para quedarse y debe ser procesado de maneras muy distintas de cómo se procesaba aquel. Esto significa, de plano, reconocer la legitimidad del conflicto, con su estructura plural, institucionalizar sus expresiones y canalizar sus soluciones.

YPK: ¿Cómo entender los sucesos del 11 de julio de 2021? ¿Crees que pueda hablarse en Cuba de una crisis de hegemonía?

JCG: Yo veo la crisis de los sucesos del 11 de julio como una suerte de crisis concomitantes: crisis que son paralelas, solapadas unas con otras; esto es, que es un proceso de crisis de larga data. La que desemboca en los sucesos del 11 de julio, pero también en lo que hemos vivido con posterioridad, es la crisis del modelo de ajuste de los 1990, con el aumento sostenido de los índices de pobreza, desigualdad y de existencia y visibilidad de privilegios. Me parece que remontarlo hasta allí importa.

También creo que está mostrando la crisis de la propuesta de sucesión del liderazgo de Fidel y Raúl Castro hacia un nuevo tipo de dirección. La forma en que se concibió, haciéndolo descansar específicamente en la autoridad del Partido Comunista, sin reforma de fondo alguna a esa institución, y producir una sucesión de autoridad absolutamente controlada, también estaría demostrando grandes problemas. Es decir, me parece que también hay una crisis de la forma y de las fuentes en las que se buscó garantizar, desde el poder, un nuevo liderazgo cubano.

Relacionada con la crisis de la sucesión de liderazgo, hay una crisis de hegemonía, de un modelo de ejercer gobierno, que tiene serios problemas estructurales para lidiar con la diferencia dentro del país.

Creo que también hay una crisis de paradigmas. Es la crisis de un paradigma que fue fundamental en la Revolución cubana y que ha venido desde los noventa sufriendo muchas devaluaciones, tanto a nivel de discursos sociales como a nivel del propio Estado cubano. Se trata del discurso en torno a la igualdad y la justicia.

Ese fue un discurso central del 59, clave en la construcción de consensos a lo largo de la Revolución. La pérdida de centralidad de esos temas — y sus correlatos prácticos en las caídas en la inversión social en los últimos largos años — también ha generado una crisis de paradigmas que están comunicando a voz en grito los sucesos de julio pasado.

YPK: ¿Qué está pasando en la oposición cubana? ¿De qué manera podría evolucionar ese conjunto de actores de cara a su participación en el destino de la nación?

JCG: Aquí, primero, hay un tema de etiquetaje oficial de toda diferencia como enemiga, que representa un enorme problema. La política tiene que distinguir y ser capaz de intervenir en lo que parece ser un muro de homogeneidad — si lo fuese, también tendría que hacerlo — y tratar, a partir de ahí, de establecer diferencias, e incluso, desde el punto de vista de su propio interés, intentar cooptar algunas.

Digo incluso porque podría ser parte de un programa estrictamente limitado por parte del gobierno, una cuestión de simple pragmatismo político. Establecer diferencias y romper núcleos que se presentan como enemigos, y tratar de distinguir dentro de ellos, es clave en cualquier ejercicio político.

El trato que han recibido los diferentes, el trato que han recibido los contestatarios, así sean «reformistas», así sean cercanos al gobierno en algún punto, es un enorme y costosísimo error de la política oficial cubana.

Por poner un ejemplo, se generó en el pasado, hace unos pocos años — ahora parece que fue hace un siglo, pero fue hace apenas siete u ocho años — una discusión sobre la «oposición leal». ¿Leal a qué? A la nación cubana a través de un pacto político — ojalá que también constitucional — que reclamase derechos y deberes como un cuerpo conjunto de libertad, justicia y soberanía. También esa discusión se trató inmediatamente como propuesta «enemiga».

Un hecho de importancia política crucial es demostrar que quieres algo más que a ti mismo. Hemos llegado a una situación en la cual prácticamente toda diferencia, toda contestación, se acusa estrictamente en términos de «enemigos». Eso favorece, en mi opinión, a solo dos polos; genera la impresión de que hay solo dos caminos muy claramente definidos: el camino del Estado cubano y el camino de la oposición más radical al Estado cubano. Sin embargo, incluso en momentos de crisis rotundas, una sociedad tiene alternativas delante.

Es cierto que hay unas alternativas más fuertes que otras según el poder que les subyace, pero por lo general es muy difícil unificar toda la heterogeneidad social, toda la heterogeneidad de actores políticos, toda la heterogeneidad de programas ideológicos, a solo dos tendencias, estrictamente consideradas. Eso excluye que, dentro de la oposición, existen diversidades, como también impide ver cuáles son todas las alternativas que el Estado cubano podría asumir, distintas del curso que está siguiendo.

No son solo dos opciones: son muchas más o, al menos, son dos con más variantes.

Ahora mismo parecería que el polo de la oposición más radical por la derecha se polariza cada vez más, se radicaliza, y parece que aumentará el número de personas que formen parte de esa zona. Ejercer presión pública y personal para que eso suceda es parte central de esa agenda.

Otras zonas de oposición prefieren presentarse como el único actor interesado en diálogos en Cuba, pero sus discursos muchas veces son repeticiones de sí mismos. Les cuesta trabajo entender cómo esas prácticas, para un sector de la sociedad cubana que parecen no saber calcular, no mejoran los procedimientos de exclusión que critican.

Por su parte, desde el Estado cubano se han hecho propuestas y promesas de dialogar con distintos sectores sociales, pero a la vez, por ejemplo, el tratamiento judicial de la protesta social ha alcanzado un nivel de violencia política y judicial extraordinaria, con sanciones o peticiones fiscales extremadamente altas. Es un proceso que niega cualquier posibilidad real de diálogo, en un sentido mínimamente fuerte del término.

Un tratamiento distinto de lo que viene ocurriendo a nivel judicial desde el Estado cubano, es clave para la posibilidad de creer en estos diálogos que se habían prometido con algunos sectores sociales. Estos, además, tienen que extenderse hacia los sectores que mantengan diferencias, o directamente oposición, con el Estado cubano. Parece una quimera, pero lo es más — y mucho más peligrosa — pretender que ese espacio no tiene derecho per se a existir.

Aquí aparece el problema de la llamada «polarización». El término de polarización se usa mucho y, a veces, se usa para mal. Creo que debe asociarse más bien con desigualdades de acceso a la política y a lo social, que producen esos esquemas de polarización, y no solo con las redes sociales. Los discursos de odio tienen causas sociales no exclusivamente «mediáticas». Por ello, me refiero a que hay más dimensiones en esa polarización, como la falta de acceso a lo político, y determinadas formas de socialización mediadas por injusticias tanto distributivas como de representación.

Se suelen citar, como problemas de la polarización, que las personas pierden amistades en Facebook y cosas por el estilo. A mí me parece que los problemas que genera son mucho más graves. Tienen que ver con la destrucción de tramas cívicas, de posibilidad de conversaciones comunes, de entender argumentos y de colocarlos en plataformas que alcancen mínimos comunes para generar proyectos en colectivo.

Entonces, la polarización entraña serios problemas, ya no solo para el gobierno cubano y sus opositores, sino para toda la sociedad cubana y sus capacidades, sus posibilidades, de generar nuevas perspectivas de construcción política, de esfuerzos comunes, de articulaciones, de formas de cooperación, que son fundamentales también para construir tramas ciudadanas, que nos interesan a todas las personas que creemos que la democracia se basa no solo en una forma de ejercer el poder por parte del Estado, sino también en una manera de convivir democráticamente en una sociedad respecto a sí misma, y no en programas únicamente encaminados a la destrucción del otro.

Resulta entonces imprescindible que aparezcan espacios para la expresión de diferencias, espacios de expresión, de control y de creación política desde la diferencia, así como que la respuesta a la contestación social no sea únicamente la criminalización, como está ocurriendo.

YPK: ¿Cuáles son, pensando en términos históricos amplios, las alternativas que se le presentan a la sociedad cubana de cara al futuro?

JCG:El tema de las alternativas es clave. Una forma de pensarlo es desde el punto de vista de los escenarios, que aquí menciono de modo muy «coloquial».

Hay un escenario que realmente asusta a muchos y que no es una locura pensarlo: el de cierto tipo de conflicto civil interno. Es un escenario real que cada vez se acerca más como posibilidad cuanto más poder tienen los extremos interesados en su destrucción mutua, cuanto más poder tiene un discurso oficial interesado en criminalizar la diferencia o aquel que solo pretende ver al gobierno cubano, y a todo el que lo apoye, completamente aniquilado. Ese esquema favorece escenarios de contienda civil.

Un escenario posible, obviamente, puede ser una radicalización, por la vía de un endurecimiento político aún mayor, del Estado cubano. Con ello, se trataría de un escenario tipo Nicaragua, con el cual no deberían comulgar las opciones de izquierda democrática.

Otro escenario es la destrucción de lo que ha sido el Estado cubano y del proyecto de sociedad sobre el que se afincó. Aquí el control residiría en manos de un sector apoyado por actores muy poderosos, cuyo poder va a provenir en parte de dentro de Cuba, pero también de fuera de Cuba, específicamente de los EE. UU., que harán política de tierra arrasadacon el«comunismo», como ocurrió — no estoy inventando nada fuera de la Historia — en muchas de las transiciones de Europa del Este después de la caída del Muro de Berlín.

En ellas, en los primeros años, o incluso durante décadas y hasta hoy, se han vivido procesos de violencia y exclusión social y política, de concentración de la propiedad, de carencias sociales, de privatización mafiosa, indeseados por muchos actores legítimamente interesados en aquellas transiciones, que han visto reproducirse autoritarismos o crecer derechas — varias veces incluso filofascistas — , enemigas de la diversidad sexual, las emigraciones y los derechos laborales.

Otro escenario posible puede ser, precisamente, el de estas transiciones, al estilo de la Unión Soviética y el extinto campo socialista. Con ello, se darían cambios bajo un perfil controlado por quienes ya detentan poder en Cuba y no tanto por lo que se pretende ver como actores «internos» de la «restauración capitalista». Cuba vive hace tiempo procesos de extendidas dinámicas capitalistas, aunque se justifiquen bajo el nombre de «Continuidad». En ello, actores específicos han acumulado poder y recursos, a través de dominio burocrático, capacidad empresarial, inteligencia militar, corrupción y prácticas completamente opacas. Es difícil pensar que no participarán de alguna forma del futuro, aunque parezcan defender «el pasado».

Otro escenario podría ser la reforma democrática del socialismo cubano. Yo, personalmente, lo veo difícil, con pocas posibilidades reales. Supone, de inicio, la creación de un amplio arco patriótico, nacionalista y socialista democrático. Es una opción que haría perder el monopolio del ejercicio del poder al gobierno y a las zonas ideológicas más duras dependientes de él, pero también haría perder poder a las zonas más extremistas de la derecha. Hay intereses creados en ambos polos del espectro que combaten esta posibilidad. Por ello, esta posibilidad recibe tantas «críticas» e impugnaciones desde ambos polos a la par.

Creo que es, en mi personal convicción, la opción por la que habría que apostar. Estimo, aunque es difícil saberlo con datos, que hay muchas más personas, de vocación patriótica, que defienden las visiones democráticas del socialismo en Cuba, que las que calculan tanto el gobierno como sus oposiciones más radicales.

Publicado originalmente en Luz Nocturna

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