En la ZAD, el mañana nos pertenece

Nolwenn Weiler

Foto: Non à l’aéroport Notre-Dame-des-Landes

Un sol resplandeciente de otoño despierta a la aldea de Limimbout, al oeste de la Zona a defender (ZAD). Entre los más madrugadores, algunos habitantes del albergue Q de Plomb, que todos los viernes reúne en torno a un plato a una animada asamblea de personas que vienen de la propia ZAD, de los pueblos de alrededor y de la cercana Nantes. Apenas unos pasos más allá, una casa acoge al colectivo de los “100 noms”, que tuvo que refugiarse en Limimbout tras la destrucción de sus espacios de actividad a principios de 2018. “Contamos con un establo y una infraestructura para asegurar el avituallamiento de las luchas sociales que haya en la región”, afirma Nicolas. En un remolque, una pila de latas de conservas esperan a una nueva manifestación u ocupación. 

“ACABAR CON LA SOLEDAD DEL CAMPESINO”

Al lado, se encuentra el “laboratorio de galettes”, cuyos productos abastecen a diferentes espacios de la ZAD. En este hangar, cuando llega el invierno, se da cobijo a los terneros de los ganaderos de la zona, los resistentes “históricos” del proyecto del aeropuerto. “Evitamos asignar un uso único a los espacios”, comenta Nicolas. “Nuestro propósito es devolver a las granjas su variedad de usos. Y acabar así con el monocultivo y la soledad del campesino”.

Limimbout es seguramente uno de los primeros sitios que podrá comprarse a través del fondo de dotación “La tierra en común”, creado tras la victoria contra el aeropuerto. El concepto de fondo de dotación apareció en el derecho francés en 2015 como una medida para permitir la compra colectiva de bienes inmuebles sin necesidad de sistemas de participaciones o de acciones. “El objetivo es adquirir progresivamente las tierras y las infraestructuras de la ZAD, para constituir un bien común inalienable”, según explica Isabelle, que forma parte del colectivo de gestión del fondo.

Allá donde los okupas cuentan sus hectáreas por decenas, sus vecinos lo hacen por centenares

Convertirse en propietario para no depender de la propiedad… es una idea que no termina de convencer, confiesan algunos ocupantes. Pero que, sin embargo, se abre camino gracias al impulso de numerosos participantes: en un año han conseguido 600.000 euros de 2.500 donantes. Su objetivo de aquí a 2020 es doblar esa cantidad para poder financiar la adquisición de nuevas tierras.

SALVAR LAS TIERRAS DE LOS PESTICIDAS

Mientras tanto, las disputas por la propiedad de la tierra se han reavivado en la zona. A pesar de que ciertos proyectos agrícolas comienzan a vislumbrar un futuro, muchos otros navegan en la zozobra. Por un lado, los agricultores “históricos” han recobrado 300 hectáreas, los nuevos habitantes, por su parte, se extienden por más de 300 hectáreas, la mayoría ganadas durante el primer movimiento de reocupación en 2012. De estas últimas, 160 forman parte de un contrato de cesión por nueve años firmado con su propietario, el consejo provincial, lo que permite a sus ocupantes planificar la campaña a largo plazo. Para el resto, las dudas persisten, lo que no hace sino aumentar la preocupación: “¿Cómo voy a cultivar trigo si la parcela en la que trabajo me la pueden expropiar antes de la cosecha?”, se pregunta un agricultor.

El mayor miedo es que esas tierras sirvan para aumentar el tamaño de granjas ya de por sí inmensas, y abundamente rociadas con pesticidas. Los principales señalados son los agricultores hostiles a la ZAD, muchos de los cuales pretenden recuperar los terrenos que vendieron para impulsar el proyecto del aeropuerto. “La dimensión de nuestras instalaciones no es comparable a las de esos campesinos avariciosos que encima ahora se están expandiendo por unas tierras que el movimiento consiguió preservar del cemento”, reclaman los zadistas. Allá donde los okupas cuentan sus hectáreas por decenas, sus vecinos lo hacen por centenares. Con un número, no obstante, de personas que viven y trabajan de ellas muchísimo más importante del lado de la ZAD.

“Todo el mundo habla ya de que el sistema dominante ha llegado a sus límites”, subraya Jean-François, miembro de la Confederación Campesina. “Pero los poderes públicos parecen incapaces de confiar en otros tipos de agricultura. Por nuestra parte, seguimos apoyando a la ZAD”, afirma plantado junto a otros militantes delante de la prefectura de Nantes, donde tiene lugar una comisiónad hoc para negociar las “autorizaciones de explotación” de los okupas que así las solicitaron.

Preservación de la biodiversidad, conservación del clima, descarbonización de la producción agrícola, posibilidades de trabajo para todos: en Notre Dame de Landes, se lucha a brazo partido ante desafíos inmensos.

CRISPACIÓN EN EL CAMPO

Sin embargo, este proyecto de ocupación legal y a largo plazo no goza de la unanimidad de todos en los campos y senderos de la ZAD. Para algunos, el movimiento ha perdido su espíritu original. “¿Todo lo que hemos construido, para esto?, ¿para acabar negociando con el Estado o con el gobierno provincial?”, expresa con hastío Marion (nombre ficticio), que rememora la ZAD de antes, a principios de 2010, cuando la ocupación del terreno era una respuesta ante el proyecto de construcción. “Era la zona okupa más grande de Europa”, afirma. “No se acataban las leyes del Estado, la policía no osaba acercarse y había más solidaridad. No veo que ahora seamos muy diferentes de los otros proyectos agrícolas bio y colectivos que se crean por toda Francia dentro de los márgenes del Estado”.

“Mucha gente cree que la ZAD se acabó cuando quince personas decidieron seguir de forma legal”, replica Gibier. Para él, la estrategia de llegar a compromisos con el Estado para regular las ocupaciones no entra en contradicción con la organización colectiva y las redes de solidaridad que siguen alimentando la zona, más allá de que haya personas implicadas en los proyectos realizados con la administración. “Para nosotros era una estrategia para terminar con la violencia de las expulsiones. Nada más. La ZAD no son sólo sus proyectos agrícolas”.

Una estrategia que rechazan en bloque de Marion y sus vecinos. Según ellos, el espíritu de la ZAD murió en el momento en el que el colectivo respondió a las demandas del Estado. Para los demás, al contrario, esta estrategia ha permitido a la ZAD seguir con su resistencia creativa a pesar del abandono del proyecto del aeropuerto. 

LA TIERRA SIGUE PARIENDO NUEVAS CONSTRUCCIONES

Situada en medio del perímetro que debería haber acogido el aeropuerto, una nueva construcción se erige poco a poco en la Rolandière. Con las últimas luces de la tarde, alrededor de una decena de personas se movilizan: el ruido de las sierras y los destornilladores se mezcla con las voces de los y las constructores. Levantada con madera local, junto a la biblioteca del Taslu, esta nueva construcción va a servir de alojamiento colectivo. De igual manera, en las “Fosses noires”, han surgido otros alojamientos alrededor de una granja donde ya hay una fábrica de cerveza y una panadería.

A diez minutos andando, detrás de unos majestuosos setos característicos de esta región, se encuentra un inmenso edificio de unos 300 m² completamente autoconstruido, con un armazón elaborado con la madera del bosque que tiene enfrente. “Bienvenidos a la Ambazada”, una sonrisa se dibuja en Murdoch, antes de recalentarse un café en la zona de la cocina. Formada por personas que viven en la ZAD y por otras que están simplemente de paso, el colectivo de la Ambazada está codirigido por militantes vascos. “Aquí tenemos una sala polivalente a disposición de todos los territorios en lucha que hay por el mundo”, exclama Murdoch.

Militantes contra el cementerio nuclear de Bure en Francia, de la lucha contra el aeropuerto de Atenco en México o por la vivienda digna en España… Numerosos movimientos que han pasado por aquí para descansar durante un fin de semana o varios días. El espacio acoge también a colectivos de la región como abrakadabois,que busca reflexionar sobre la gestión en común de los bosques y los matorrales. 

“AQUÍ SE CONSTRUYE UN FUTURO MÁS ATRACTIVO”

“¿Queda café?”, preguntan Jean y un amigo, ambos de paso por la sala buscando herramientas de construcción. “Jean”, afirma Murdoch, “es uno de los pilares de los chalecos amarillos de Saint-Nazaire. Apareció por aquí después de la asamblea de asambleas que los chalecos amarillos tuvieron en primavera, durante la cual mucha gente de la ZAD se encargaba de la logística, sobre todo de las comidas”.

“Fan” declarado de los chalecos amarillos, Murdoch explica: “Es en la acción donde te sientes vivo. Lo he experimentado al sedentarizarme aquí en la ZAD. Ver ahora que esta idea revive con los chalecos amarillos me emocionó mucho. Además, ellos no están encorsetados por el marco militante, lo que les da una mayor libertad y muchísima imaginación”.

Tras haber desmontado las barricadas y con el campo en calma, en Notre Dame des Landes se sigue debatiendo con pasión durante las reuniones, en las cabañas y tierras. Nada es fácil, los conflictos son numerosos y las dinámicas de dominación (por más que se cuestionen) se mantienen; sin embargo, un campo amplio de posibilidades sigue abierto. “Aquí se construye un futuro más atractivo. Esperanza para el mañana. Es lo que nos dicen los y las donantes de tierra comunal”, explica Isabelle. Y la ZAD sigue expandiéndose. En otras partes de Francia se empiezan a crear fondos de dotación para adquirir de forma comunal espacios donde mezclar actividades culturales y agrícolas. Para que pueda existir en cualquier parte del mundo una forma distinta de construir y de habitar la Tierra. 

BASTAMAG

Artículo original: “Ici, vous construisez un futur désirable”: à la zad, le monde de demain nous appartient. Traducido para El Salto por Guillermo Rivas Pacheco.

Este material se comparte con autorización de El Salto

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