En la masacre de El Charco, la justicia internacional es una esperanza 

Jaime Quintana Guerrero

Hace 24 años, el 6 de Junio de 1998, en la comunidad ñuu savi de El Charco, del municipio de Ayutla de los Libres en el estado de Guerrero, se realizaba una reunión comunitaria con autoridades de distintas comunidades. Allí se trataron problemáticas de la población, como la alfabetización, los bajos precios de la producción, la infraestructura y la falta de agua potable y electricidad y, finalmente, la construcción de la autonomía regional, entre otros temas a frente a los que los gobiernos en turno se mostraban indiferentes, a pesar de que la región tiene los niveles más altos en marginación y pobreza. 

Un día después, la mañana del 7 de junio, un grupo de militares de la Novena Región Militar, ubicada en Acapulco, realizó una maniobra militar de “aniquilamiento” contra la población que se encontraba en la escuela Catarino Maldonado, donde se realizaba la asamblea. El ejército masacró a los ñuu savi, acusándolos de guerrilleros y dejando 11 indígenas y un estudiante de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ejecutados extrajudicialmente. 

Ericka Zamora Pardo en ese momento era estudiante del Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Azcapotzalco de la UNAM, tenía 21 años y era la única mujer que se encontraba en la asamblea. Ella es una sobreviviente de lo que hoy se conoce como la masacre de El Charco. Fue torturada y detenida durante cuatro años, y actualmente es defensora de los derechos humanos en la organización Red Solidaria Década contra la Impunidad. 

A 24 años de la masacre Ericka se pregunta “¿qué hemos hecho? ¿Dónde estamos? ¿Qué sigue?”. En entrevista con Desinformémonos, la hoy activista informa que están a la espera del informe de fondo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, con el que se decidirá si hubo o no hubo violaciones a los derechos humanos en el caso.

Es el primer caso en México, señala Zamora Pardo, “contra el ejército mexicano por ejecuciones extrajudiciales contra integrantes de la guerrilla y población civil. El caso de la masacre de El Charco marcará un precedente importante en la justicia mexicana, en esta lucha contra la impunidad, contra la militarización que cada día esta intensificada en el país”. 

“Estamos a la espera de este informe de fondo. Llevamos diez años buscando justicia ante las instancias internacionales, así que el tiempo que falta es poco para nosotros”, agrega Zamora. Una vez que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos emita este informe de fondo y reconozca las responsabilidades del Estado en las violaciones a los derechos humanos, explica, “está la opción de llegar a un acuerdo con el Estado o de llevar el caso ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Una vez que la corte analiza el caso y emite una sentencia, el Estado mexicano está obligado a cumplirla”. 

Relata la defensora de derechos humanos que después de cuatro años de estar encarcelados en México, nunca se realizó una investigación sobre las ejecuciones extrajudiciales ni sobre la tortura que en su momento se denunció ante los juzgados. Es por ello decidieron como organización acudir y llevar el caso ante las instancias internacionales. 

“Buscamos y consultamos con diferentes organizaciones expertas en derechos humanos, pero ninguna nos daba esperanza. Casi todas nos decían que, de acuerdo al reglamento de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, se habían excedido los seis meses que daba de plazo para ingresar una petición de admisibilidad y que estábamos fuera de tiempo, y peor después de diez años. No existía esperanza, pero otras organizaciones nos dijeron que no habíamos agotado las instancias internacionales”, expone. 

Finalmente, un abogado de la Red Solidaria Década contra la Impunidad presentó la petición, tomando como ejemplo un caso por el que la Corte emitió una sentencia contra el Estado chileno. Se elaboró la petición de admisibilidad, que presentó el obispo Raúl Vera en julio del 2012, y ésta fue admitida en 2015. Hasta 2018, dice Ericka, se les dio a conocer el informe de admisibilidad.  

“Para nosotros, la justicia internacional es una esperanza, una esperanza que la justicia mexicana no nos dio, una esperanza que muchas organizaciones tampoco nos dieron. Afortunadamente encontramos este resquicio en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos”, expone.  

¿Por qué Guerrero?  

Ericka Zamora, que en la masacre tenía 21 años era estudiante del bachillerato de la UNAM, comparte también los porqués de su trabajo como defensora en la Montaña de Guerrero.

“Esto tiene que ver con nuestra actividad, como activistas estudiantiles, sentíamos la necesidad de poder hacer algo o contribuir con un granito de arena en las comunidades que lo requirieran. Nos tocó un contexto histórico, político y social muy movido en el país, nos tocó vivir el levantamiento del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional en 1994, nos tocó ver el surgimiento de la guerrilla en Guerrero en 1996, la masacre de Acteal, la de Aguas Blancas, entonces de alguna manera este contexto político hizo que sintiéramos la necesidad de hacer algo más que las Caravanas en las que participábamos para apoyar a las comunidades zapatistas, aportar algo más. Por eso decidimos participar desde nuestros escasos recursos y emprender la alfabetización en la Montaña y Costa Chica de Guerrero”, explica Zamora. 

La luz de la luna fue testigo. Testimonio Ericka Zamora:

El 6 de junio de 1998 en la comunidad ñuu savi de El Charco, perteneciente en ese entonces al municipio de Ayutla de los Libres en el estado de Guerrero, se llevó a cabo una reunión regional, con representantes de diversas comunidades, autoridades, comisarios, todos representantes de comunidades en la que se tratarían problemáticas de la región. 

A esta reunión asistimos como invitados de la Organización independiente de Pueblos Mixtecos y Tlapanecos. Me presenté junto con Ricardo Zavala Tapia, estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas y sociales de la UNAM. Yo era estudiante del Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Azcapotzalco. 

Acudimos a esta reunión, en la que se tratarían problemáticas y proyectos como la alfabetización, en el cual Ricardo Zavala y yo estaríamos. Se trataron también temas como el impulso de proyectos productivos para poder reactivar la economía de la región, ya que sus productos se vendían a muy bajos costos, y un tema fundamental que se tocaría era la construcción de la autonomía en la región, de alta marginación y pobreza, donde los recursos de gobierno no llegaban a las comunidades, pues se quedaban o se quedan todavía en la cabecera municipal. 

Cuando llegamos con Ricardo Zavala a esta región sabíamos de antemano (no éramos inocentes) que era una región considerada como un foco rojo por el Estado mexicano. Sabíamos que ese pedacito de territorio era considerado como una base de apoyo de la guerrilla en Guerrero, pero aun así decidimos participar con ellos. 

En la reunión del 6 de junio se discutieron estos temas y por la tardenoche se presentó una columna guerrillera. Pidieron permiso a la asamblea para explicar y poner a discusión lo que ellos llamaron la Tesis para el Campo, y explicaron que como parte de sus principios estaba consultar a las comunidades sobre los pasos a seguir. La reunión se llevó toda la tarde, comenzó a oscurecer, estaba lloviendo. 

Se acordó seguir la reunión al día siguiente. Las autoridades de las comunidades cercanas se fueron y otros se quedaron a dormir en la escuela Catarino Maldonado, entre ellos Ricardo Zavala y yo también, junto con la columna guerrillera. 

Transcurre la noche y alrededor de las dos de la mañana nos despiertan gritando que había gente extraña en la comunidad. Con el grito, «salgan perros, ahora sí les vamos a dar su chilate con pan» nos despiertan. Se comienzan a escuchar amenazas por megáfono, nos gritan, no sabíamos quiénes eran. No se presentan, y en ese momento comienza la incertidumbre. 

Desde adentro, en los salones donde nos quedamos, se contesta que vamos a salir en cuanto amanezca. En ese momento se presentan como el Ejército mexicano y nos piden que entreguemos las armas. Alguien de adentro contesta que no estamos armados y que saldríamos en cuanto amanezca, porque había llovido y no se veía nada. 

En ese momento hubo muchas amenazas por parte de los militares. Decían que si no salíamos lo íbamos a lamentar y que nuestras familias también. En ese transcurso ya es de mañana, el cielo se empieza a despejar y se ve la luz de luna.  

Algunos compañeros dicen que no disparen, que van a salir. Sale Honorio García Lorenzo y le dicen que ponga sus manos en alto. Él es un indígena ñuu savi. Sale con su vestimenta tradicional, su ropa de manta blanca. Dice «no disparen», pero los militares le ordenan que llegue a la cancha y que se tire al suelo. En ese momento en el suelo comienzan a dispararle, lo asesinan. La luz de la luna era testigo. 

Dispararon sobre él y sobre la escuela donde estábamos nosotros. Adentro existía la incertidumbre y el miedo, sobre todo después de ver a un compañero asesinado a sangre fría. 

Luego de unos minutos dejan de disparar y nuevamente nos piden que salgamos y que entreguemos las armas, que nos tiráramos en la cancha. A todos nos quedaba claro que al salir íbamos a morir.  

Sale otro grupo y les dice a los militares que no disparen, que van a salir, con las manos en alto. No traen armas, ya existía luz de luna. No podían confundirse, pero cuando estuvieron en la cancha nuevamente dispararon sobre ellos.  

Después de disparar en su contra, dispararon nuevamente sobre la escuela. Los que seguimos adentro tratamos de protegernos de los disparos, sin embargo algunos compañeros fueron alcanzados por las balas. 

La columna guerrillera del Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI) se dio cuenta de que los militares no iban a respetar la vida de los civiles, así que se decidió organizarse para hacer frente al fuego. Decidieron salir.  

Salieron disparando, el fuego se comienza a concentrar sobre ellos, pero tampoco son muchos y no logran hacer mucha resistencia. Sin embargo, en este intento de romper el cerco, logran salir algunos. Se salvan, pero posteriormente son detenidos. 

Después de que la columna guerrillera es abatida, el fuego se concentra sobre la escuela. Quienes quedamos adentro tratamos de ayudar a los heridos, pero tampoco podíamos hacer mucho. No teníamos manera de poder ayudarlos, además que estábamos bajo fuego. Era prácticamente imposible.  

Dejaron de disparar, pero era evidente que no importaba que estuviéramos adentro o afuera. Ellos nos iban a disparar. Para ese entonces ya amanece. 

Les grito a los militares que no disparen, que vamos a salir. En ese momento salgo, fui de las primeras en salir de los que aun quedábamos en uno de los salones. Me dicen que salga con las manos en alto y que lleguemos a la cancha, que nos tiremos. Justo en el momento en que me estoy tirando, comienza a disparar nuevamente. Quien venía detrás de mí estaba herido, se escuchaba que se estaba ahogando y prácticamente se estaba muriendo. 

Yo logro tirarme y en ese momento siento mi cuerpo caliente. Me doy cuenta de que es la sangre del compañero que venía detrás de mí, que fue masacrado. Después de un rato dejan de disparar y comienzan a gritar «salgan con las manos en alto». Nadie responde y en ese momento un militar se me acerca, se me sube en la espalda y me pregunta si hay más gente en los salones. Yo le contesto que hay heridos y en ese momento les avisa a sus compañeros. Comienza a disparar de nuevo sobre los salones. 

Las personas que habían quedado heridas dentro de los salones después aparecen como muertos. A los que estábamos en la cancha nos dicen que nos movamos hacia una de las laderas. Nos separan, nos llevan a la comisaría. A mí me llevan cerca de donde están algunas personas heridas y nos interrogan. Se escuchan disparos esporádicos por el lado de la escuela y de la cancha, nosotros suponemos que algunos de los que estaban agonizando ahí fueron rematados. 

Me empieza a interrogar el general Juan Alfredo Oropeza Garnica. Yo no sabía quién era él, logro ver su identificación en su uniforme, decía el general Garnica. Después me enteré de que había sido uno de los principales militares que habían llevado a cabo la contrainsurgencia en el estado de Guerrero, que venía de los equipos de contrainsurgencia en Chiapas. 

A los 22 detenidos nos llevaron a las instalaciones de la Novena Región Militar, donde fuimos interrogados y torturados. Me preguntaron sobre mis actividades en la UNAM, sobre el movimiento social, estudiantil y particularmente sobre el movimiento guerrillero. 

Me obligan a desnudarme. En ese momento estamos en los baños de los dormitorios de la Novena Región Militar. Me obligan a sentarme en una silla metálica, me esposan con las manos hacia atrás, me vendan los ojos y en ese momento me dan toques eléctricos. 

No se cuánto tiempo pasó, pero cuando despierto me dicen que coopere o me van hacer lo mismo, así que decido cooperar. Me dan unas hojas para que firme. En ese momento no sé qué firmo, lo supe hasta cuando me presenté ante los juzgados. Me tienen en baño y se escuchan gritos en un baño adjunto, pienso que están golpeando a otro.  

Con esas declaraciones firmadas bajo tortura en la Novena Región Militar nos consignan ante el Juzgado Cuatro de Distrito, donde somos acusados de terrorismo, asociación delictuosa, acopio de armas y portación de armas. 

Efrén Cortés y yo somos los que estamos acusados de ello. Los indígenas fueron liberados y comenzó un proceso por estos delitos. Posteriormente nos abren otro proceso por rebelión, conspiración e invitación a la rebelión. Los cuatro indígenas que fueron liberados y que no fueron consignados iban a declarar a nuestro favor, pero en ese momento en los juzgados son detenidos nuevamente, lo cual evitó que pudieran ir otros compañeros a declarar. Se les abre un proceso jurídico por rebelión.

***

Fueron cuatro largos años en prisión en cárceles de máxima seguridad, y Ericka incluso fue puesta en cárceles exclusivas para hombres. Finalmente, con vida y libre, Ericka Zamora Pardo reflexiona: “buscar justicia para nosotros, para mí, en primer lugar, es un compromiso político y moral con los compañeros ejecutados, pues ahí el ejército cometió un crimen con premeditación, donde sabían el daño político, social y cultural que provocaría en la región. Querían dejar un ejemplo, un mensaje a las comunidades organizadas, decir ‘esto le va a pasar si continúan por ese camino’.  En segundo lugar, es el compromiso moral con todas las personas y organizaciones que se solidarizaron con nosotros durante todo el proceso. Gracias a toda la solidaridad, la campaña por nuestra libertad tuvo ese impacto en diferentes sectores de la sociedad que obligó a las instituciones del Estado regresar a ver las violaciones que se cometieron al debido proceso”. 

“La organización fue muy importante porque le arrancó al Estado nuestra libertad, sin todo ese apoyo nosotros no hubiéramos logrado salir antes de cumplir el total de la sentencia. La solidaridad nos mantuvo firmes y con esperanza en los momentos más difíciles, nos cobijó, nos abrazó, nos hermanó en este camino de lucha contra la impunidad, en este camino de lucha por la justicia que aún no termina”, finaliza Ericka Zamora. 

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