En el país que yo recuerdo

Alfredo Grande

Una vez leí -creo que de Ernesto Sábato-, que vivir es construir futuros recuerdos. Y puedo decir que confieso que he vivido y que vivo.  No sé si confieso cómo he vivido y cómo vivo. Quizá confiese que mucho de lo que me acompañó de joven me sigue acompañando ahora que no soy tan joven.

El Cyrano de Bergerac, espadachín y poeta. La música de Lara, la heroína de Doctor Zhivago. La Internacional. Y mis amigos por siempre, Alberto Morlachetti, Vicente Zito Lema, Sergio Echeverri, Jose Graiño. Mis amigas Silvia Bleichmar, Matilde Ruderman, Lelia Sarmiento. Todas y todos me siguen acompañando en el país que yo recuerdo.

Un pais donde los niños y niñas tenían futuro, por la sencilla razón de que tenían presente. Donde la pobreza podía aún ser digna, porque no había indigencia. Donde se podía decir “para comer no nos falta”.  Casi podría decir que la pobreza se definía por lo que no se alcanzaba, pero no por aquello de lo cual se carecía. Las necesidades básicas estaban satisfechas, aunque la calidad y cantidad de esa satisfacción obviamente estaba atravesada por las clases sociales.

En el país que yo recuerdo Villa Miseria también era América. Pero todavía la industria del narco no se había instalado y esas villas también eran un lugar en el mundo. Seguramente no el mejor, pero como se decía en esos tiempos “más se perdió en la guerra”.  Hoy pensamos, aunque no lo decimos, que más se perdió en la paz. En esta paz que heredó la dictadura de la guerra sucia. Esta democracia que inventó la paz sucia.  Sucia y mugrienta por cientos de miles de empobrecidos y condenados a las torturas del hambre, del calor, del frío, de todas las formas de intemperie. Y esta paz sucia busca lavarse las manos y los pies en acto de sincericidio donde votamos no al bueno, sino al menos malo.

Porque entre el Bello y la Bestia, tenemos que elegir al Bello.  De lo contrario nuestra será la culpa si la Bestia se coloca la desinvestidura presidencial.

Las pequeñas bestias que fueron promovidas en estos años, desde la que llegó de La Rioja en adelante, gozarán de la impunidad cultural de que llegó la Bestia mayor. Del fascismo de consorcio al fascismo pornográfico que ni siquiera tiene masas convencidas, sino apenas vencidas por la maquinaria reaccionaria digital que algunos llaman redes sociales.

En el pais que yo recuerdo militar en política era un mandato deseante. Leer autores marxistas, en clandestinidades mayores o menores, era la cámara de reflexiones para intentar alcanzar el cielo con las manos.

La banalización del bien llegó para quedarse.

Si Twitter fue pensamiento achatado, Tik Tok es pensamiento compactado.   Contame la teoría de la relatividad o el concepto de plusvalía en 48 segundos.  Tolstoi, quedate piola.

A una riña de gallitos y gallitas lo denominan debate. Rigurosamente vigilado. Una especie de pequeño hermano de la más pequeña política partidaria, frentista y rentista.

Cuando Claudia Rafael escribeSon las vidas sometidas al influjo de la crueldad que, con urgencia, hay que desandar, calla más de lo que dice pero dice la verdad. Si recordamos que la crueldad es la planificación sistemática del sufrimiento, el tabú de la violencia es sólo para que siga el baile de la crueldad.

 Un menor de 13 años le disparó en la cabeza a su padre, después de que este le pegara a su madre por «no hacer las compras del día». Todo ocurrió en Lanús y Mburucuyá, Morón, dicen los medios. Por suerte el menor no aceptó el tabú de la violencia.  Por supuesto que no era el padre, sino recordando a una película argentina, era otra bestia que debía morir.  Ese niño de 13 años dio la única respuesta legítima. Y espero que no lo hagan cargar con la cruz de la culpa. En el país que yo recuerdo, el que las hace las paga. En este país de la paz sucia, todos las pagan, menos los que la hacen.

Cada vez más sin derechos, niñas y niños incluidos, cada vez menos con privilegios.

Me importan todas las historias, menos la oficial. Todas las historias deben ser contadas, como enseñó Osvaldo Dragún. Menos las historias oficiales porque dan cuenta de la guerra y la paz sucia.

En el pais que yo recuerdo, escuchábamos a María Elena Walsh. Y mirábamos al comandante heroico. Hoy en este dolor del país que no fue, me consuelo sin consolarme imaginando a María Elena cantando:

En el país que yo recuerdo

aunque camine no me pierdo

Mil pasitos para allí, y por suerte que los dí

Mil pasitos para allá, porque miedo no me da.

Publicado originalmente en Pelota de Trapo

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