En Chile, la música tradicional acaricia y convoca
La cantante y guitarrista chilena, Fabiola Lagos, “Hemiola del Sur”, estuvo en mi casa hace unas semanas: buscaba información sobre la chilena, música tradicional de la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca, que viene originalmente de Chile, igual que la artista. Luego me pidió un par de platos y, por alguna razón, saqué los de mi abuela, los que no saco jamás, por miedo a que se rompan, y ella los percutió, para acompañar la profunda belleza de su voz. Sentí su grandeza como artista y como mujer. Sin saber más, le pedí que regresara a Casa Corason y conversara conmigo para esta columna.
Fabiola Lagos vive en el rancho de Panguipulli, cerca de un lago, en el sur de Chile, en el corazón del Wallmapu, territorio de los mapuche. Su nombre es bello, pero ella prefiere llamarse “Hemiola del Sur”, porque, al igual que su paisana Violeta Parra, nació en el campo, en el sur de Chile, y tiene una sensibilidad enorme por la música de su región y por la importancia de guardar la memoria de su gente sureña. “Hemiola”, la palabra que describe el 6/8 que marca gran parte de la música latinoamericana, le queda muy bien a esta maestra de las cuecas, cuyos polirritmias y versos improvisados suenan fuertes como abrazos y también como denuncias en las marchas de Chile y ahora en México.
La historia de la cueca en México es larga. Cuentan que llegó a Acapulco con los marineros que iban rumbo a California en la búsqueda del oro. En las casas y fiestas y burdeles de Guerrero, ellos enamoraron a las mexicanas con la cueca: la bailaban con sus pañuelos, los mismos que usaron para despedirse, cuando la Fiebre del Oro los llamó a proseguir su viaje. La música y el baile que los marineros dejaron en México siguen llamándose ‘chilenas’, aunque la versión que sobrevive aquí es distinta a la cueca original.
Hemiola llegó a México hace apenas un mes. Quería conocer a músicos chileneros de Guerrero y Oaxaca, y también quería vivir la experiencia que México ofrece como un país muy musical en donde algunos artistas sureños – con talento, necedad y suerte – pueden crecer y hasta triunfar en los escenarios grandes.
Es muy posible que Hemiola sea una de ellas. Tiene una voz que acaricia, una caricia capaz de convertirse en grito, un grito que te despierta, que te da alegría y un poco de miedo. Miedo de enfrentarte a ti misma, verte en el espejo y darte cuenta de que puedes y debes de asumir tu papel de mujer en este momento, de denunciar los casos de violencia, de abrazar a los hombres sensibles y de formar comunidades en donde la música puede sanar y alivianar y permitir el gozo que incluye el disfrute del propio cuerpo.
Fabiola Lagos, Hemiola, ha cantado en la calle, boteando; ha sido trabajadora doméstica y comerciante. De esta manera pagaba su licenciatura en música. Además de ser intérprete y compositora, es coautora de una tesis fascinante: “Cantoras a la rueda de Wallmapu”.
En su tesis, Hemiola describe, desde adentro, las ruedas de cantantes y músicas mujeres del sur de Chile. La rueda es un juego y es un arte, y es muy musical. Las mujeres campesinas se juntan para interpretar cuecas, tanto las conocidas, como nuevas composiciones e incluso improvisaciones. Hace casi un siglo, en Chile, las ruedas eran eventos cerrados en los que familias o pequeñas comunidades se juntaban para compartir los versos, música y danza de la cueca. El cantor empezaba con la melodía de su elección y su verso, pasando la estafeta musical, entre risas e improvisaciones, al cantante a su derecha, que tenía que seguir la misma melodía y métrica. Al principio, estas ruedas fueron dominadas por los hombres, con algunas mujeres de la familia bailando o, de vez en cuando, tocando alguna percusión.
Desde principios de este siglo, las mujeres empezaron a bailar y luego a tocar percusiones y cantar en las ruedas que se formaron en los bares y espacios culturales de diferentes barrios de la capital, Santiago de Chile. La rueda exclusiva de mujeres, sobre todo en el sur de Chile, fue más tardía; comenzó a agarrar fuerza en 2015, cuando cantoras y músicas lúdicas se juntaron en un ambiente menos competitivo y más libre para ellas. Estas ruedas han servido para expresar y romper los tabúes de la experiencia de las mujeres, como la violencia doméstica, que había quedado como un secreto penoso para muchas de las participantes.
Buena parte de las ruedas en las que participa la Hemiola se forman de cultoras, palabra que define a las mujeres que viven muy cerca de la tierra, y que la cultivan o la cultivaban antes de emigrar por necesidad a los centros urbanos. Cada una habla con una pasión particular por la cueca. Como dice la cantora y poeta mapuche, Macarena Bernales: “siento que la cueca es una forma poética hermosa, que es precisa, que es concisa y que también es un desafío desarrollarla de esa forma. La cueca es algo hermoso.” Las cantoras se juntan para crear y creer. No lo hacen para ganarse la vida en términos monetarios, sino para vivir la vida y disfrutarla en comunidad.
Aunque estas ruedas de mujeres son relativamente nuevas, el interés profundo en guardar la memoria campesina tiene muchas décadas en Chile. Es notable que una larga lista que provee Hemiola, de personas que han coleccionado versos, melodías y testimonios, son todas mujeres. La misma Violeta Parra, a mediados del siglo pasado, coleccionaba canciones y música en su natal región sureña, entre otras, y publicó “Cantos Folklóricos Chilenos” que sigue siendo referencia para las músicas e investigadoras que siguen sus pasos. Hemiola es una de ellas, y siente el privilegio de poder documentar a mujeres jóvenes que mantienen y adaptan la cueca a su realidad actual. La cueca chilena no es terreno solamente de las ancianas.
El viaje de la cueca no ha sido fácil. Desde 1973, la dictadura la tomó como símbolo patrio; la blanqueó y la coreografió, premiando los versos que hablaban bien de los patrones y silenciando cualquier verso en contra del sistema. Callaron cuecas con rifles y detenciones. Durante la dictadura, las danzas de cortejo se convirtieron en parodias de la vida campesina que ya no pudo expresarse por sí misma.
Terminando la dictadura, en 1990, el rescate de las cuecas se retomó con dificultades, pero en años recientes, este género tan creativo, alegre y flexible ha vuelto a asumir su lugar en un país que valora las tradiciones actuales y genuinas.
Hoy por hoy, la cueca– acompañada por guitarras, acordeón y percusiones en el campo, por piano, guitarras eléctricas y batería en las ciudades— es un vehículo para que mujeres y hombres se expresen en contra de las heridas del pasado, en contra de la violencia doméstica y en contra del despojo y maltrato de la tierra.
Es por esto que Hemiola quiso participar en la Marcha de Mujeres del 8 de marzo, en la CDMX, cuando sus propias composiciones como ‘Mundo moribundo’ fueron acompañadas por otras compuestas por compañeras suyas incluyendo “Mujer revolucionaria” de La Charawilla, que provocó los gritos de miles de mujeres que marchaban frente a la Glorieta de la Mujer que Lucha.
Con su voz que acaricia y que despierta La Hemiola canta:
Yo no le canto a la patria Mi folklore está en la rueda Las cantoras bien me enseñan Poderosa cueca matria.
Mary Farquharson
Primero como periodista y más tarde como investigadora y promotora cultural, Mary Farquharson ha luchado por alumbrar el camino de mujeres en la música. Su lucha no es nada, sin embargo, al lado de las de las mismas artistas, quienes hablan con ella del auge actual de mujeres en los escenarios en México y el viaje nada fácil de realizar sus sueños. Mary es la co-autora, con Eduardo Llerenas, de la columna, ‘El vocho blanco’. Con la muerte de Eduardo el coche se paró, pero Casa Corason sigue hospedando a muchos músicos, especialmente a mujeres.