El #Yosoy132, sus posibilidades

Citlalli Hernández

 

“Queremos hacer que este grito de todos se convierta en una sola voz que se escuche más fuerte que las balas, que haga callar las botas militares, que rompa con el estruendoso silencio del miedo, que sea más fuerte que los toques de queda, que nos alcance a todos, que sea una voz libre que despierte el deseo de una paz justa y digna.”

Discurso de #YoSoy132 en la Embajada Yankee, para dar la bienvenida a la Caravana del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad.

México, DF. Empezó con un grito dentro del auditorio de la Universidad Iberoamericana, y de inmediato se sumaron cientos de jóvenes de otras universidades públicas y privadas hasta ser miles de jóvenes en las calles a lo largo y ancho de todo el país: Los jóvenes tomamos la política por asalto; nos erigimos como una generación que irrumpió en la fiesta electoral de los de arriba para desnudar la imposición del régimen. En medio de una de las peores crisis de la izquierda en México, de una guerra que ha arrebatado casi 100 mil vidas surgió el movimiento juvenil #YoSoy132; ha sido una sorpresa para el país entero y es también una respuesta de la sociedad civil no organizada que se cansó de esperar alguna iniciativa de la izquierda que los volviera a convocar a las calles. Los aportes del movimiento estudiantil para promover la reflexión y cuestionar a la clase política han evidenciado la ausencia de una democracia auténtica en el país, el derroche de creatividad es motivo de orgullo y el cuestionamiento de viejos paradigmas en las diversas formas de lucha ha sido muestra de su pluralidad y sus capacidades.

El contexto

Para julio de 2006 se perfilaban en la izquierda mexicana dos grandes polos de organización, por un lado los grupos y personajes que participaban en la campaña de Andrés Manuel López Obrador por la presidencia y, por otro, aquellos que estaban más cerca, en ideas y acciones, a la Otra Campaña. Con López Obrador estaban aquellos que apostaron todas sus fichas a ganar las elecciones federales, haciendo alianzas con muchos sectores de la oligarquía nacional y del viejo régimen priísta, promovieron un discurso maniqueo que descalificaba a todos aquellos que no estaban con López Obrador para ubicarlos en alianza con la derecha, incluso responsabilizándolos del fraude electoral.

Al mismo tiempo se configuraba un proceso amplio de articulación de todas las voces que no compartían esa posición, que no estaban dispuestos a diluirse en la subordinación a un caudillo, ni a pactar con la clase política para garantizar la continuidad del modelo económico neoliberal, al contrario se configuró desde ahí un proyecto con una clara perspectiva anticapitalista.

Ambos proyectos coincidían en la necesidad de refundar el país a partir de una nueva constitución y ninguno lo ha conseguido. El fraude electoral y la brutal represión en Atenco fueron el inicio de un proceso de reflujo de la izquierda en general que la ha fragmentado, aislado y prácticamente encapsulado localmente en los últimos seis años.

Afortunadamente los pueblos indios siguen siendo un referente de lucha y resistencia que nos inspira, y en medio de la crisis que vive el movimiento obrero y campesino; en medio de la ofensiva del capital por tierra y territorio, permanecen luchas como la del EZLN y aparecen esfuerzos significativos y sólidos como el de los compañeros purépechas, wixárika, yaquis, y muchos más que, resistiendo, nos fortalecen a todos.

En este contexto el movimiento estudiantil y juvenil no está exento del reflujo, por lo que esa crisis ha atravesado las escuelas y sus comunidades. Sumado ello a las estrategias de cooptación y mediatización de las autoridades universitarias desde hace varios años, parecía que los jóvenes no apostaban por su organización; hasta hace un año lo único que había en las escuelas eran una pluralidad de grupos, colectivos y organizaciones, algunas de mucha tradición de lucha, que mantenían un trabajo marginal y con poco impacto en las comunidades de las escuelas: esto cambió radicalmente.

Ocupando la política

El 11 de mayo de 2012, en medio de las campañas electorales, el candidato del pri, Enrique Peña Nieto decidió ir a la Universidad Iberoamericana, ahí, en un desplante de soberbia y cinismo, asumió la responsabilidad por la brutal represión ejercida el 3 y 4 de mayo de 2006 en Atenco y, con ello, despertó la indignación y el repudio de los jóvenes universitarios. La respuesta de los medios fue igualmente cínica y, al tiempo que presentaron el evento como un éxito del candidato, se lanzaron en contra de los protagonistas de la protesta; «son provocadores manipulados por López Obrador», dijo esa misma tarde Pedro Joaquín Coldwell.

La respuesta valiente de los estudiantes de la Ibero no se hizo esperar y se desencadenaron las muestras de solidaridad: el video de 131 jóvenes respondiendo a las calumnias promovió la aparición de otras voces, la de los estudiantes del ITAM, del Tec de Monterrey, de la Universidad Anáhuac y otros más que dijeron ser el estudiante número 132, colocando así el segundo peldaño de lo que se convirtió en un movimiento estudiantil esperanzador. Será la historia la que los coloque en el lugar que corresponde, pero sin duda #YoSoy132 ha sido aire fresco para un país que se hunde en su propio miedo.

Los aprendizajes que se han obtenido de las experiencias previas del movimiento studiantil son muchos, de 1968 reivindicamos su creatividad, su valentía, la defensa de las libertades democráticas y su vínculo con los sectores populares de la sociedad, pero al mismo tiempo cuestionamos la verticalidad en la toma de decisiones del Consejo Nacional de Huelga.

Del Consejo Estudiantil Universitario (CEU) de 1986-87 reivindicamos la apuesta por el diálogo de frente, con el ejercicio de una argumentación impecable, que puso contra la pared a las autoridades universitarias. También saludamos su perspectiva de transformación desde abajo, a partir de la propuesta de un Congreso Universitario, que aunque fue derrotado, aspiró a recoger las opiniones de toda la comunidad para desarrollar un proceso profundo de transformación. Sin embargo hemos cuestionado el protagonismo de sus dirigentes, quienes antepusieron sus intereses personales o de grupo para establecer acuerdos con los adversarios, a espaldas del movimiento.

El Consejo General de Huelga (CGH) de 1999-2000 aprendió de su historia, de los aciertos y de los errores de ambos procesos, construyó una estructura horizontal que democratizó al propio movimiento e impidió a cualquier grupo o posición política pactar con la autoridad, se fortaleció de la opinión de todos en sus asambleas, acompañó su lucha en el diálogo con las autoridades de un plan de acción y movilización permanente, esta estrategia incluyó tanto consultas populares como la solidaridad con organizaciones obreras e indígenas, pero el CGH también se convirtió en ejemplo de división en lo interno y de intolerancia hacia las posiciones de los propios compañeros.

A un año iniciar el movimiento #YoSoy132 podemos decir que también ha sintetizado muchos de los aportes de los procesos previos; por ejemplo, como en 1968 son los jóvenes estudiantes los que traen a discusión la democracia en México. Logró el 132 establecer mecanismos de diálogo con la sociedad en general, demostrando las debilidades y complicidades de las instituciones del régimen, utilizando una argumentación construida desde espacios amplios y democráticos; también apostó a construir espacios de articulación con otros movimientos y procesos en la Convención Nacional.

Si bien ha sintetizado aprendizajes, también ha hecho aportes propios como movimiento, no solo se confrontó con los poderes formales, lo hizo principalmente con los poderes fácticos; tejió redes a nivel nacional e internacional y puso en marcha muy diversas acciones, que van desde sostener un debate con los candidatos presidenciales, elaborar complejos documentos como un «Contrainforme de gobierno» hasta tomar el congreso de Zacatecas para leer sus documentos o conseguir la modificación legal de un artículo de la legislación local para sacar de la prisión a 14 presos políticos; esta diversidad de acción difícilmente se pueden analizar como parte de una sola estrategia, se trata más bien de la suma de muchas perspectivas, que vuelven difícil predecir lo que el propio movimiento hará después.

El #YoSoy132 es hoy por hoy el principal referente organizativo de los jóvenes mexicanos, es un espacio que articula una pluralidad muy amplia de posiciones políticas y precisamente por ello mantener la unidad es una tarea delicada; es, creo yo, una de sus mayores virtudes y probablemente la más vulnerable.

La crítica

Es claro que el movimiento nació en la coyuntura electoral y esa es probablemente su mayor limitante, en un momento tuvo la claridad de establecer un programa de lucha que trascendiera la coyuntura, pero no logró ponerlo en el centro de su estrategia, pues en su lugar colocó la lucha contra la imposición. Si bien es real que el movimiento ha mantenido su independencia de los partidos políticos, sí generó demasiadas expectativas de que podría impedir que Enrique Peña Nieto se convirtiera en presidente, y en momentos muy significativos su discurso favoreció de manera implícita a Andrés Manuel López Obrador.

Esto fue posible por la presencia de algunos grupos vinculados al Partido de la Revolución Democrática (PRD), que desde la comisión de vigilancia electoral se colocaron frente a los medios de comunicación con un posicionamiento no consensado en las asambleas, promoviendo acciones y debilitando la confianza a lo interno del movimiento para controlar la dirección; al ver que no había manera de imponer su control, se garantizaron a sí mismos mecanismos de acción apelando a la autonomía de las asambleas para trazar rutas y estrategias que no eran acuerdo del conjunto del movimiento.

Esta autonomía al extremo fomentó también la desarticulación de muchas asambleas y permitió que se dispersaran las iniciativas, convirtiendo las Asambleas Generales en meros espacios para fijar posturas, pero incapaces de dar discusiones profundas que permitieran trazar una estrategia conjunta. Esto derivó en cientos de pequeñas iniciativas, con poco impacto y participación que dispersaron la energía del movimiento.

Por otro lado, #YoSoy132 no fue capaz de tejer alianzas con otros sectores y movimientos sociales, en un momento en que la crisis de la izquierda en general hizo imposible construir un espacio verdaderamente amplio de articulación. La convención nacional contra la imposición puso en su apellido su propio límite; siguiendo la inercia del #YoSoy132, no tuvo la capacidad de colocar su programa de lucha para guiar la estrategia, solo armó un plan de acción sin rumbo, sin objetivos claros y alcanzables.

Ante el vacío de una iniciativa política que trascienda la coyuntura electoral han surgido diversas posiciones que descalifican la lucha política y apuestan a acciones contundentes, ignorando que cualquier proceso de transformación profundo no será el resultado de una sola acción, si no que derivan de largos periodos históricos, la mayoría silenciosos que se fortalecen abajo, no con espectaculares acciones, sino con pasos firmes, que identifiquen las problemáticas de raíz y construyan ahí mismo alternativas al modelo; estos discursos lejos de fortalecer al movimiento lo dividen, lo polarizan y lo sectarizan, anulando la crítica y la autocrítica para sustituirla con dogmas que ya habían sido cuestionados dentro del movimiento.

En un inicio esas posiciones se presentaban como una oposición radical frente a las más cercanas a la perspectiva electoral, denunciaron internamente las formas antidemocráticas y contradictorias del movimiento pero se han convertido en posturas aún más autoritarias y marginales que ya no encuentran asidero en #YoSoy132, ellas mismas se han aislado de las discusiones del movimiento, pero en medio de su soberbia pretenden imponer desde fuera un rumbo a quienes siguen trabajando de manera organizada y siguen siendo parte de la estructura del movimiento.

Por último, desde el arranque del movimiento, el fantasma de los “ultras y moderados” rondaba las asambleas, se dieron largas discusiones en las redes sociales buscando etiquetar a diferentes posiciones políticas en alguna de las dos, se escribieron artículos en blogs y revistas electrónicas señalando a las organizaciones estudiantiles del movimiento como las que buscaban la división; este discurso exacerbaba la frescura de las universidades privadas y censuraba la experiencia de las universidades públicas, pero a estas alturas del movimiento queda claro que es la conjunción de ambas la que le ha dado fuerza.

Las posibilidades

Hoy el #YoSoy132 debe reconocer que, como todo movimiento, ha superado la etapa de movilizaciones masivas para convertirse en una semilla de organización estudiantil; es la posibilidad de tejer quizás la organización estudiantil más grande que hemos tenido en México, con presencia en varios estados de la república y con grupos de trabajo en varios países, con una capacidad de movilización propia, que sustituye las grandes concentraciones por iniciativas amplias y creativas apostando a la solidaridad nacional e internacional, que promueve la autonomía de los individuos para hacer política y la autonomía de los colectivos para diseñar estrategias.

Los retos que tiene el proceso dependen de su capacidad para comprender la complejidad del momento histórico que nos ha tocado vivir, analizar con calma e inteligencia la ofensiva que el estado prepara contra el pueblo, fortalecer lo que los une y no lo que los divide, de tal manera que pueda ser un actor que confronte al gobierno de Peña Nieto y a los poderes fácticos que lo sostienen, pero además que mantenga su calidad ética para que todos los sectores de la izquierda se sientan incluidos, y sobre todo esa sociedad civil que es la verdadera fuerza de este movimiento.

Es complicado definir al movimiento desde dentro y desde fuera, porque rompe muchos paradigmas –probablemente esa sea su principal riqueza–, es independiente de los partidos políticos, pues está confrontado con la clase política toda; es antineoliberal –en particular ha sido muy importante la profundidad del análisis que ha hecho para comprender el modelo– y, por último, es pacífico, porque reconoce que su lucha es política, basada en la legitimidad que otorga la sociedad civil y que hoy por hoy debe resistir, primero para seguir existiendo y en segundo lugar para poder ser un referente y una alternativa de lucha para los jóvenes.

#YoSoy132 es ahora una identidad que aparece en todas partes, ya no es las marchas de decenas de miles, el futuro es incierto, pero la experiencia acumulada en la confrontación con el poder no es gratuita, la intensidad de estos doce meses es ahora la esperanza para un México al que le duele todo y que tiene tanta fe en su juventud.

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