Chiapas, México. Enero del 2008. Centro de Readaptación Social número 14, El Amate. Cintalapa de Figueroa, Chiapas.
Sacario, un joven catequista tsotsil de la comunidad Tres Cruces, municipio de Chamula, en los Altos de Chiapas, platica a su madre: He pasado cuatro años encarcelado, madre. Y nada hice, nada debo. Mis hermanos en la fe peregrinaron por mi libertad, pero hace años de eso y estoy olvidado. Sólo ustedes sufren por mí. Madre, me despido de tí, me voy a huelga de hambre. De acá saldré en un cajón de tablas o saldré libre. Madre, ya no espero más, me pongo en manos de Dios.
Cereso Número 14 El Amate, inaugurado en 2004.
Una cárcel grande y dura. Tiene 2 mil 800 internos. Tuvo problemas desde la noche-día en que trasladaron a los internos de otro penal hoy desaparecido, Cerro Hueco, en Tuxtla Gutiérrez, amontonados en trailers, como paquetería, como ganado, y descargados allí. Las condiciones carcelarias crearon la revuelta y hubo de todo, incluyendo rebelión, desobediencia, miedo y violencia.
Cuando nació el año 2006, un grupo de internos provenientes de actividades políticas y organizaciones comunales y campesinas -en lenguaje carcelario, los políticos-, se instalaron fuera de los edificios de celdas, con el cielo como techo y un nailon para hacer sombra. Allí permanecieron durante casi tres años bajo una manta y un cuadro. La manta dice: La Voz del Amate, adherentes a la Otra Campaña del EZLN. El cuadro es la patrona de México, la virgen de Guadalupe.
Allí estaban en aquel enero de 2008 cuando Sacario buscó su libertad poniendo en riesgo su vida. Ellos lo defendieron, lo acogieron en su apoyo. Pocos días después decidieron unirse a su lucha pacífica en busca de justicia y de libertad.
Aquel grito por justicia llegó al corazón del Pueblo Creyente, organización de la Diócesis de San Cristóbal. Recordaron a su hermano, su encarcelamiento, y las palabras bíblicas que dicen: Bienaventurado tú, porque estaba en la cárcel y me visitaste. Juntaron sus pocas monedas y sus tostadas para el camino, y desde pueblos lejanos, rancherías y comunidades de todo Chiapas se pusieron en marcha. Y acudieron a visitarlo.
Fueron a ver a su hermano en la fe, y descubrieron la cárcel.
La cárcel llena de indígenas, como ellos los son. Llena de pobres encarcelados por eso, por ser pobres. La cárcel llena de unos que pagan lo que hicieron y tantos más que sólo pagan, pues nada hicieron. Fueron por un hermano y descubrieron cientos de hermanos como ellos mismos, indígenas, pobres, inocentes del delito, que pagan condenas injustas, que están olvidados.
Y el Pueblo Creyente renovó el fuego que no se acabó con la salida de jTatic Samuel de la Diócesis, que nada más se ocultó un poco, como las brasas que se esconden bajo la ceniza en la noche, y al amanecer un soplo las reaviva y su fuego nos calienta. Sacario fue ese soplo en la mañana y el Pueblo Creyente amaneció y se puso en movimiento, esta vez por la justicia. Dijeron: El Pueblo Creyente defiende al inocente.
Y en aquel año del 2008 salieron de las cárceles de Chiapas más de un centenar de internos, unos antes, otros después, el primero fue Sacario y luego todos los de la Voz del Amate. Todos menos uno.
La gente que conoció esa lucha y su feliz desenlace, la gente de la Otra Campaña, la gente del Pueblo Creyente, las personas que apoyaron y siguieron el año de cárceles y rebeldías, miraron a ese hombre, ese compañero, ese hermano que allí quedó y aprendieron un nombre que siempre recordarán: Alberto Patishtán Gómez.
Cinco años después, las lágrimas se hicieron dulces.
El cielo grande, despejado sobre el aeropuerto. En tierra hoy la espera es diferente. Llegaron los pobres, los indígenas, con sus voces, sus colores y su dignidad. Para muchos de ellos es la primera vez en este territorio de los otros, de las corbatas y de los turistas. Hay policías, patrullas, ejército de verde y arma larga. Pero hoy nada de eso importa, nada de eso cuenta, no tienen miedo ni pena, llenos están de emoción y alegría: venimos por Alberto Patishtán.
Una comisión del Pueblo Creyente, entre ellos Sacario, el catequista de Tres Cruces, vino con la tarea de recibirlo y acompañarlo ¿hasta dónde, hasta cuándo? Hasta su casa. Y la comisión cumplió.
En sus manos pusieron una sencilla cruz de madera lisa con 52 listones de colores, uno por cada parroquia de la diócesis, para que te acompañe en el camino de cuidar a tu pueblo, le explicaron. Ahí mismo comenzó el camino. Primero hacia la catedral de San Cristóbal de Las Casas, a la tumba del jTatic Samuel, caminante por el pueblo, profeta de los pobres. Tus pasos seguimos, aquí traemos al hermano Alberto, uno más en nuestro caminar, cantaron. Y hubo misa, celebración y bienvenida. En esa catedral llena de historia y de historias, de ecos y voces anteriores, una voz clara, fuerte, humilde y sabia resonó, la de Alberto Patishtan Gómez. Siempre actuar en la vida con honestidad (esa virtud que suma a la justicia la dignidad y a la dignidad la justicia).
Su voz se elevó en un canto: Andando irán, llorando irán, pero felices volverán. De lágrimas se vistieron tantos rostros, y de alegría se hicieron lágrimas dulces. Aplausos y vivas, saludos, abrazos y alegría en las puertas de la catedral, café, pan, plática y todos quieren saludar, abrazar, felicitar a este indígena tzotzil, cantar y hasta bailar con él. Sí. Aquí, en el centro de esta ciudad racista, como acertadamente la llamó el Comandante David del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Sí, aquí el festejado habla batsi kop, tiene la piel del color de la tierra y el corazón vestido de dignidad. Hasta mariachi hubo.
Luego descansar, hasta mañana. Okomtó.
Apenas amaneció y el pueblo de El Bosque esperaba ya. Una caravana de vehículos lo acompañó. Las montañas vestidas de niebla y aire húmedo, sin despertar, aún en el último sueño, le mostraron lo nuevo y le devolvieron los recuerdos. Le dijeron aquí estamos, aquí seguimos. San Andrés, Oventic, caracol zapatista en rebozo de niebla, San Cayetano, Puerto Caté de viento y frio, y adelante el sol quiere abrirse paso y dejarle ver sus cerros y gentes. A la mera entrada de su pueblo, en mitad del camino está su pueblo vivo, su gente. Alberto pone el pie en la tierra y los corazones no se contienen, las lágrimas se hacen dulces y todo cambia y la Historia, esa con hache mayúscula, la Historia del Pueblo de El Bosque está escrita, y dice así: Alberto volvió.
– ¡Viva Alberto Patishtán!
– ¡Presos políticos libertad!
– ¡Viva el Pueblo Creyente!
– Alberto, amigo, el pueblo está contigo.
– ¡Viva el EZLN!
– ¡Viva Cristo Rey!
– ¡Libertad, libertad, a los presos por luchar!
– Patishtán, Patishtán tus amigos aquí están.
– ¡Viva el Pueblo de El Bosque!
Los gritos, las consignas coreadas se elevan, se intercalan, se mezclan y se suceden confundiendo a veces, muchas veces a los fuereños, los de ciudad, los caxlanes. Con pleno sentido para la población indígena que no categoriza entre religioso, político o cultura, que tiene la sabiduría de que todo lo que da fuerza a la vida es sagrado y merece proclamarse.
Y cohetes, uno tras otro, para que hasta donde suenen sepan que estamos de fiesta, y banda de música caminando porque estamos de fiesta. Hoy estamos de fiesta, Alberto Patishtán está de regreso. La iglesia está de fiesta, y en la plaza sus cocinas de fuego están de fiesta, y en la cancha bajo el domo allá está preparado un entarimado alto con una mesa y sillas, para que todos lo vean, y unas bocinas grandes para que todos lo escuchen, porque hoy todos estamos de fiesta.
Allá suben los invitados que van dando su palabra en castilla pues no saben batsi kop y aunque muchos, sobre todo los mayores del pueblo, no lo entiendan, la presencia es el mensaje de que el país México, de que el mundo de otros lugares lejanos ha conocido, ha acompañado y ha luchado por lo que ellos tanto han querido, por lo que el día anterior y la noche y la madrugada ellos y ellas, las fuertes y valientes mujeres tsotsiles, han hecho comida y cortado cebolla y tomate, clavado tablas y tendido cuerdas, que la justicia se cumpla y Alberto Patishtán esté con su gente, en su pueblo, libre al fin.
Los habitantes de El Bosque, que en 1995 eligieron por usos y costumbres a sus autoridades (sólo el 20 por ciento votó en las elecciones institucionales), levantaron ese Municipio Autónomo San Juan de la Libertad destruido por el ejército mexicano en 1998, atacado por tierra y aire (por mar no, porque no hay). Las personas desangradas en San Pedro Nixtalucum, las personas que siguieron y se fueron organizando y denunciaron al mal gobierno del municipio -y la respuesta fue la detención de Alberto-, se revelaron ante esa injusticia y fueron callados, prometidos e incumplidos. El Bosque sintió durante años esa ausencia y otra vez caminó, otra vez alzó su voz, y hoy vuelve a sentir que se recupera y se fortalece. Hoy que como antes está entre ellas y ellos Alberto Patishtán Gómez, hoy El Bosque se siente más de La Libertad. Hoy es más de La Libertad.
Nelson Mandela. In memoriam.
Cuatro de diciembre. Palacio Nacional, México D.F. Alberto Patishtán con su libertad recuperada se entrevista con el presidente la República, de la misma república que durante 13 años lo tuvo injustamente encarcelado. Su palabra fue como siempre, la ventana que muestra y recuerda el camino por recorrer, que habló de las numerosas personas que son víctimas de injusticia en nuestro país, encarceladas por indígenas, por pobres, por humildes como él lo fue. En sus palabras caminan y se hacen presentes buscando justicia.
Cinco de diciembre. Muy lejos de allí, en la República de Sudáfrica, se apaga la voz y la vida de Nelson Mandela. Con su pueblo, que ya es el mundo todo, se queda para siempre. Él que recién liberado estrechó la mano del presidente blanco de la República de Sudáfrica, esa república que lo mantuvo 28 años encarcelado por no ser blanco, por luchar por su pueblo, por dar su palabra y por buscar justicia.
Dos hombres tan distintos y distantes, ambos sufriendo y levantando su voz por su pueblo y por la justicia. Dos semillas de libertad, de amor a la vida y a la dignidad.
Celebramos tu vida Nelson Mandela y humildemente seguimos tu ejemplo.