El teodolito y el bumerang: Enrique Alfaro

Rafael Torres Sánchez

Radiografías habladas

Si el actual gobernador de Jalisco se hubiera atenido al bajo perfil que oculta en ocasiones al verdadero rostro bajo el antifaz de la sonrisa apacible y el tono sereno, probablemente los caricaturistas se habrían tardado un poco más en descubrir el rico filón de su talla extra grande, su hierático perfil a tres cuartos, alzado por añadidura y, en tal virtud, incuestionablemente parecido al del Duce, sus ojillos de escualo al acecho y su prominente testa, asimilada en algún cartón al garrote que porta el rey de bastos en la baraja española, si bien, puestos en ello, es necesario hacerle justicia a una carta simbólicamente opuesta al procesamiento del dibujante, más cercano, eso sí, a la realidad: en el tarot, el rey de bastos es un excelente augurio de la protección y el cuidado.

Superando a quienes aprovechan las páginas de la prensa para elaborar autorretratos por escrito –o selfies, como se dice en la fronda acribillada de un lenguaje propenso a cuanta infección idiomática le salga al paso, por si resultara insuficiente la pandemia–, el gobernador de Jalisco reparte en las redes, en los micrófonos, en la pantalla chica y en la prensa escrita, sin regateos de ninguna especie y con el desparpajo soberbio que le aconseja su asesora de cabecera, la Lic. Petulancia, radiografías que él expele bajo la forma de declaraciones tonantes. Una de las más recientes: aún al desistirse de encauzar legalmente a un grupo de jóvenes detenidos en forma ilegal el jueves 5 y el viernes 6 de junio –cuyas protestas por el asesinato extrajudicial de Giovanni López han sido reseñadas amplia y diversamente en prensa, radio, televisión y redes sociales–, Alfaro lo hace como si concediera una gracia poco menos que divina –palabra ésta adecuada si se toman en cuenta los tratos que, según él, mantiene con Dios, quien se le apareció hace poco– cediéndole el uso del teodolito a los dibujantes, a cambio del bumerang, y sin poder escapar al tono autoritario, imperativo y amenazante que delinea sus señas particulares. “Es mi convicción –dice– que tenemos que darle vuelta a la página, que Jalisco –insiste, asimilando su persona a la de la entidad que gobierna a palazos de ciego– necesita levantar la cabeza, que tenemos que ver hacia delante –añade con sic, recuperando reveladora y significativamente el arriba y adelante de Luis Echeverría al cavar su hoyo, como el personaje de Faulkner–. No podemos dejar un cabo suelto, porque siguen (resic) habiendo muchos intereses que buscan desestabilizar al estado. Necesitamos actuar con sensatez, con responsabilidad”, abunda en materias que le competen a la primera persona del singular, aunque él emplee la tercera persona del plural en un video multiplicado por las redes sociales. Lo que evidentemente no se pregunta tan estrambótico lector y descuidado ingeniero es si los demás quieren cumplir su orden, camuflada de reflexión en voz alta: darle vuelta a la página.

No es gratuito el hecho de que otro caricaturista haya dibujado a Enrique Alfaro en días recientes relacionándolo con Echeverría y con Díaz Ordaz, ancestros suyos por lo que se refiere a la teoría –si cabe la expresión– de la conjura, sin olvidar a su otro yo, quien en 1968, siendo presidente de la FEG antes de escalar la rectoría, fue el encargado de cerrarle la puerta de la Universidad de Guadalajara a los brigadistas que habían llegado de la Ciudad de México para promover las causas del movimiento estudiantil. Según el fantasma de la conspiración al uso en aquellos años, los estudiantes capitalinos y brigadistas eran agentes del comunismo internacional infiltrado en México con el objetivo de desestabilizar al gobierno y boicotear las olimpiadas. Sólo las vueltas del tiempo, la derrota de la guerrilla durante los años setenta del siglo pasado, la entronización de los vencedores y un cúmulo de cosas que no vienen a cuento, por ahora, fueron disipando la estridencia de aquel portazo y las golpizas que lo sellaron, aunque el olvido no logre acallarlo del todo y menos aún enterrarlo. Cadáver insepulto, el pecado original de la modernización udegeísta a veces saca una mano o un pie aprovechando el chapopote diluido con el que nunca se termina por enterrarlo.

Laura Pantoja, Manifestación en Guadalajara, 4 de junio de 2020.

Restituyéndole alcances a la tercera persona del plural, el miércoles 10 de junio pasado –aniversario número 49 de la matanza del Jueves de Corpus de 1971, perpetrada por los halcones echeverristas– se manifestaron varias organizaciones civiles y promotoras de los derechos estudiantiles frente a la representación del gobierno de Jalisco en la ciudad de México, resguardada por parapetos metálicos de varios metros de altura, a fin de protestar por los abusos de autoridad en los diferentes niveles de la administración encabezada en los tiempos que corren por Enrique Alfaro Ramírez –Anguiano fue el segundo apellido de su otro yo, paterno–.

Jalisco son también los militantes de aquellas organizaciones, sin descontar desde luego a numerosos sectores sociales que no lo hacen y a quienes tan desenfadado lector simple y sencillamente excluye de un gentilicio que expropia por causa de utilidad privada, desoyendo las demandas de que sean liberados sin cargos y presentados con vida los detenidos durante las protestas de la semana pasada en Guadalajara: justicia por la muerte todavía no aclarada de Giovanni López en el municipio de Ixtlahuacán de los Membrillos el 4 de mayo.

Los manifestantes no le quieren “dar vuelta a la página”, como tácitamente ordena quien ha lucido con garbo la camisa negra en otro cartón. Es más, de no haber sido por aquéllos, el crimen de Giovanni López continuaría en el limbo. De sobra se ha señalado en estos días que el gobernador de Jalisco tardó un mes en prestarle atención al crimen cometido por los policías de Ixtlahuacán de los Membrillos. Si no hubiera sido por la manifestación y las protestas frente al palacio de gobierno en Guadalajara los días 4 y 5 de junio, el gobernador no se hubiera visto obligado a mantener el libro abierto en la página a la que ahora desea fervientemente darle vuelta; tampoco se hubiera desempeñado como guía zalamero y oficioso en el recorrido de prueba de la línea 3 del tren ligero el 10 de junio, mientras en la ciudad de México los manifestantes protestaban frente a la representación de Jalisco por la muerta de Giovanni López. Construida dos décadas y media después de las líneas anteriores, la línea 3 acumula casi tres años de retraso e incontables recursos económicos vueltos ojo de hormiga. Otra página a la que es necesario no darle vuelta antes de aclarar su contenido, obrando en consecuencia y hasta donde las circunstancias lo permitan.

En la entidad del gato por liebre, en lugar de vagones de Metro los tapatíos abordan carros de un tren no tan ligero ni con los carros suficientes para tan crecido número de pasajeros. Los cuatro carros que arrastran las máquinas de las líneas 1 y dos garantizan el lleno permanente. De forma parecida, a los vecinos del Fraccionamiento Revolución, en vez del parque y las áreas verdes prometidas, el gobierno pretende darles un corralón; asimismo, en lugar de un viaducto que responda al concepto con la infraestructura adecuada, en Guadalajara se le dice viaducto, desde hace años, a la Av. López Mateos los fines de semana y días festivos, cuando sincroniza los semáforos en verde a lo largo de toda su extensión para que los autos puedan hacer lo imposible en días y horas hábiles: pasar zumbando ante los detenidos peatones que buscan una ranura para cruzar a la otra acera. Y así sucesivamente: vía recreactiva en lugar de instalaciones deportivas adecuadas y suficientes para una ciudad millonaria en términos, claro está, del número de habitantes, bolsitas de fondo falso en los tianguis, you name it, dijo el visitante antes de la pandemia.

Si en lugar de la Lic. Petulancia, cuyo segundo apellido es Torpeza, fuera Alicia la asesora del gobernador jalisciense, le indicaría que el libro que sostiene en las manos está, como el de Humpty Dumpty, al revés. La duda consiste en saber si Alfaro atendería la recomendación, o si respondería como Zanco Panco diciendo “lo mismo da, ea!” y dándole vuelta él solo a las páginas que desee, hasta percatarse de que los jaliscienses, de manera creciente si se atiende al orden de las protestas y las inconformidades en curso, además de los índices de popularidad con todo y la manipulación a que se prestan, no lo siguen ni quieren seguirlo en su apresuramiento ni en la aprobación de su altanería bravucona y retadora del gobierno federal, encabezado por el Hombre que mira al sudeste.

Hay otra página a la que tampoco quieren darle vuelta los jaliscienses, aunque por el momento no lo manifiesten de manera abierta y organizada: la del endeudamiento perpetrado por Alfaro –más de 30 mil millones de pesos a la fecha, más la que acumule durante el resto del sexenio, si no se le para el alto– Porque los jaliscienses saben o por lo menos intuyen que más pronto que tarde el endeudamiento debido a Alfaro se verá reflejado en el aumento desmedido de precios en bienes y servicios públicos y, a partir de ellos, en todos los demás, kilos de setecientos gramos por delante, seguidos de cerca por litros adulterados, leche o gasolina, es igual, como dijera aquel huevo sentado en la barda del país de las maravillas.

Lo que le urge a Jalisco en los graves momentos que corren es que el gobernador Alfaro lea bien el libro de la realidad, empezando para ello por enderezarlo y colocárselo de manera adecuada en las manos. Si tiene valor y logra la hazaña tal vez se dé cuenta de que no requería enturbiar las medidas adoptadas oportunamente para enfrentar la pandemia de todos tan temida, presumiéndolas de forma estridente como un adelanto de la entidad respecto a la capital del país, embistiendo sin casco protector al gobierno federal, y menos, muchísimo menos, insinuando sus íntimas aspiraciones de independencia regional, divagación alguna vez acariciada por Yucatán y por Sonora, con idénticos e infructuosos resultados.Y no es que el gobierno federal las tenga todas consigo, desde luego. Pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, como cantó alguna vez el juglar de América Latina, antes de que el neoliberalismo dispersara sus causas comunes.

El cinismo realista

En algún momento impreciso de la segunda mitad de los años setenta del siglo pasado se invirtieron en México los términos de una práctica económica natural: el cliente paga, al comerciante le corresponde dar el vuelto, cambio, feria o como se le diga al remanente de la transacción al detalle en las diferentes regiones, de Sonora a Yucatán. Lo de menos sería datar el momento inaugural de semejante parado de manos: que, en lo sucesivo, le correspondiera al cliente asegurarle el cambio al comerciante. Lo importante es no perder de vista la descomposición que siguió, desde los mostradores, hasta alcanzar el discurso de las así llamadas autoridades, en el que se fue abriendo paso un estilo que, con la llegada de Miguel de la Madrid a la presidencia de la República en diciembre de 1982, se volvió el discurso de los usos y costumbres políticos; decir de frente o al sesgo lo destinado a convertirse en algo inversamente proporcional a lo prometido. Sería difícil encontrar alguna frase o lema que supere a la que acuñó el decano del nuevo estilo, Miguel de la Madrid Hurtado, en su campaña para las elecciones presidenciales de 1982: “Por la renovación moral de la sociedad”.

Laura Pantoja, Manifestación en Guadalajara, 4 de junio de 2020.

Probando la vigencia del parado de manos discursivo, durante otras campaña electorales no tan lejanas en el tiempo y más cercanas en el espacio regional jalisciense, las de Enrique Alfaro para la presidencia municipal de Tlajomulco de Zúñiga (2010) la presidencia municipal de Guadalajara (2015) y la gubernatura del estado (2018), ostentaron frases y lemas que prometían “ni un peso de deuda” y jugaban con la calvicie del candidato. “Vota por Enrique Alfaro, que no tiene un pelo de tonto”, decía un cartelón de la campaña para la presidencia municipal de Tlajomulco de Zúñiga. Y cosas por el estilo, pero ninguna frase promocional hubo en el país que igualara –tan vez con la excepción de un espectacular sinaloense– a la que tapizó numerosos rumbos de la capital del estado de Jalisco en 2018, prometiendo con claridad lo que le sucedería a los votantes y no votantes del candidato que ha confesado sin inmutarse, frente a un mundo y un país en los que el hambre lacera a millones de personas, ser “un comelón profesional”. Más rápido que inmediatamente, la sociedad jalisciense descubrió lo que verdaderamente encerraban las promesas de Alfaro, formuladas en el más puro cinismo realista: “Ni un solo peso de deuda” y “Si votas por el pelón ahorrarás en shampoo”. Y está cumpliendo Alfaro, porque los pesos en que está endeudando a la ciudadanía no se cuentan solos sino acompañados, y en grado superlativo, y lo que no podrá ahorrarse el ciudadano, con la excepción del shampoo del gobernador, será todo lo demás, empezando por el costo del transporte público, cuyo aumento de 35.71% autorizado de forma flagrante y artera por el flamante gobernador del estado el 27 de julio del 2019, a escasos siete meses de asumir el cargo, trajo aparejado otro rasgo de su estilo autoritario y represivo de gobernar: los macanazos a los inconformes y claro que sí, también los arrestos. De aquellas arbitrariedades policíacas a las más recientes, provocadas por las protestas a raíz del asesinato del joven Giovanni López en Ixtlahuacán de los Membrillos, se extiende una cadena de apretados eslabones arbitrarios, así como de extorsiones e intimidación policíacas en Guadalajara y en el interior del estado que, no por haber dejado de llamar la atención hasta hoy, deben olvidarse a la hora de emplazar la violencia que delinea el perfil de la administración alfarina. La diferencia entre aquel momento inaugural, lo que le siguió y que más de algún observador debe estar contabilizando acaso para alguna tesina, y los más recientes acontecimientos, es el hartazgo de una sociedad que, no acostumbrada a dialogar y aun a polemizar de manera pacífica, cuando llega el momento de sacudirse la apatía y la abulia que mantienen la mosca alrededor de la cabeza, protesta de la misma manera que las fuerzas represivas: violentamente.

¿Y el espectacular sinaloense promotor del pistolerismo? “Di no a las armas de juguete”, incitaba en la parte más alta de un céntrico edificio en Culiacán. Bienvenidos de regreso al parado de manos y el cinismo realista. Vale la pena esclarecerlos a fin de luchar por corregirlos.

Laura Pantoja, Manifestación en Guadalajara, 4 de junio de 2020.

Recuentos sobre la violencia de Estado en Jalisco no faltarán a quien desee sumergirse en un problema de larga duración que, al parecer, ha comenzado a volverse inaceptable para los ciudadanos. Está visto que quien justiprecie los riesgos de la pandemia procurará, hasta donde le sea posible, quedarse en casa y guardar la sana distancia que recomiendan las autoridades sanitarias del país, cuando le es preciso salir a comprar alimentos o realizar algún trámite impostergable. Jalisco en prenda: pretender que el confinamiento doméstico, la sana distancia y el uso del cubre bocas sea obligatorio, como lo decretó Enrique Alfaro Ramírez el 19 de abril, no le acarrea más que mayores penurias a una sociedad expuesta al abuso policíaco que traduce en extorsión o palizas y arresto la mínima violación al reglamento. Si en lugar de culpar por las protestas recientes a “fuerzas extrañas”, a “los sótanos del poder” y “al crimen organizado”, que habría infiltrado los altos mandos de la policía municipal y estatal –uno de los palos de ciego más graves de los que ha estado asestando el gobernador de Jalisco en los penúltimos días– y, si en vez de derrochar los recursos públicos en el pago a mercenarios del teclado que lo defiendan en los medios y en las redes sociales, como Enrique Krauze, o en el combustible, sueldo del piloto y demás gastos de la avioneta que eventual e imprudentemente sobrevuela el espacio aéreo de Guadalajara entonando ese himno violento y machista, misógino y chauvinista, valentón y anacrónico del ¡No te rajes Jalisco!, –como si eso elevara a la capital tapatía a la altura de Italia y el Bella Ciao y de París con La marsellesa, ambas cantadas en los balcones, sin poner en riesgo a la población sino infundiéndole ánimos para sobrellevar el confinamiento doméstico orillado por la pandemia– el gobernador de Jalisco no recogiera el palo de ciego que ha dejado descansar durante los últimos días, no buscara el apoyo acrítico de otros gobernadores igual o más desorientados que él mismo y dirigiera la atención a lo que verdaderamente importa, empezando con el ominoso olor a gasolina que emana del subsuelo en seis colonias ubicadas entre Tlajomulco y Tlaquepaque y siguiendo con el combate razonado contra las coronas virulentas, la protección de la ciudadanía, sobre todo la más vulnerable y de bajos recursos, la contención de las fuerzas represivas impartiéndole mínimos e iniciales cursos de educación, de historia y civismo, y el imposible y para él a ojos vistas indeseable y prescindible control de la corrupción y la impunidad, tal vez la inminente temporada de lluvias llegaría trayendo algún consuelo a los habitantes de la zona metropolitana de Guadalajara sin complicarles aún más la existencia, como sucede cada año.

Por lo pronto y, ante el riesgo de una catastrófica repetición de las explosiones de 1992, es inexplicable –dice el del Prado– que un ingeniero civil opte por arrojar el bumerang, para colmo con tan escasa pericia, en lugar de darle un mejor empleo al teodolito, herramienta de trabajo más cercana a la profesión que avalan sus estudios que al restirador de los dibujantes, a quienes tan generosamente la ha cedido.

Fotos: Laura Pantoja / Tierra Adentro

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