El tatuaje, expresión cultural milenaria

Fernando Guzmán

El tatuaje es una expresión cultural milenaria. Ha acompañado a la humanidad durante toda su historia. Al menos desde hace más de cinco mil años. Ötzi, la evidencia más antigua de pigmentación subdérmica permanente, data de esa época.

Ötzi es un personaje momificado por congelamiento, ya que estuvo a menos 40 grados durante cinco mil 300 años y fue encontrado en los Alpes de Ötztal, Italia.

Resguardado en el Instituto Italiano de Momias y el Hombre de Hielo, Ötzi, de quien se conserva su piel, órganos, vestimenta, herramientas e incluso sus alimentos de la víspera de su muerte, tiene 61 tatuajes.

Son rayitas, cruces y puntos realizados en las partes de su cuerpo donde, todo parece indicar, tenía artritis. Se cree que podrían ser parte de un incipiente tratamiento, una especie de acupuntura para tratar sus dolencias, que en los alpes ítalo-austriacos debieron ser insufribles.

Jorge Gómez-Valdés, doctor en Antropología por la UNAM, afirmó que, aunque las culturas van cambiando, evidencias antiguas de la práctica de pigmentación subcutánea y permanente, con un sentido social, simbólico, mágico, se han encontrado en todo el mundo, aunque los ejemplares a los que se les ha prestado mayor interés proceden de Europa, Asia y norte de África (en Egipto se han recuperado infinidad de cuerpos antiguos pigmentados).

También de Mesoamérica, agregó el investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, se cuenta con evidencia de la práctica del pigmentado temporal o permanente del cuerpo: en figurillas de cerámica, murales, códices y crónicas en los que se describe que sus habitantes practicaron diversos tipos de modificación corporal.

En el país

Para México, el caso más antiguo corresponde a una momia con tatuajes que vivió en el periodo Posclásico (entre los años del 900 d.C. al 1521 d.C.). Según diversas investigaciones, los restos de este sujeto fueron encontrados en la Sierra Mixteca, en el municipio de Huajuapan de León, Oaxaca. Se trata de una mujer (entre 30 a 40 años de edad) con tatuajes en negro con formas geométricas en ambos brazos. Fue estudiada a fines del siglo XIX por el arqueólogo mexicano Leopoldo Batres, quien la llamó Momia Tolteca. Actualmente se encuentra en el Museo de Quai Branly, París, Francia. Hay otras momias con tatuajes, aunque no prehispánicas, medianamente antiguas, provenientes de la región tarahumara. Diego de Landa, misionero español de la Orden Franciscana en Yucatán, documentó un marcaje en guerreros mayas como símbolo de haber salido avantes en una batalla.

Además del tatuaje y el pintado corporal, hubo otros tipos de alteración corporal en Mesoamérica. De la escarificación, evidencias en momias, cerámica, murales, códigos prehispánicos y crónicas sugieren que fue una práctica común ese tipo de incisión cortante intencionada que produce una cicatriz queloide.

También limaban sus dientes para modificar su forma: los hacían más aguzados o escalonados; los esgrafiaban con motivos horizontales, verticales e inclinados, e incrustaban en ellos piedras preciosas e incluso metales.

Figuras geométricas en la espalda de la momia oaxaqueña.

Como hoy, antiguamente también se perforaban y distendían con expansiones los lóbulos, los labios y el cartílago nasal para portar colgantes.

Sin embargo, aseguró Gómez-Valdés, la práctica más altamente difundida era el modelado cefálico con algún propósito místico. A los recién nacidos, al menos durante el primer año de vida, les colocaban en una cuna con la cabeza sujetada o les ponían una especie de gorro con tablillas para cambiar la trayectoria normal en que el cráneo iba creciendo, de manera que en la adultez la cabeza quedara con una oblicuidad hacia la parte posterior (forma tabular oblicuo) o elongada hacia arriba (forma tabular erecta).

Cuando fue conquistada Mesoamérica, todos esos tipos de modificación corporal fueron prohibidos porque los españoles los consideran prácticas paganas o profanas. El modelado encefálico, que duró hasta el siglo XIX se practicó en todo el mundo, en África y Europa, “pero no de manera tan ampliamente difundida como en América”.

Aunque ese modelado cefálico está en desuso (los últimos registros datan de los años 70 del siglo XX en Centroamérica), la práctica de alterar el cuerpo, de muchas maneras, permanece hoy.

La escarificación se practica poco, pero cada vez más. Grupos étnicos y no indígenas se hacen incrustaciones dentales. Algunos la reivindican como práctica ancestral. Tsotsiles de Chiapas, por ejemplo, decoran sus dientes con oro.

Seguimos también perforándonos los lóbulos, la nariz, los labios, pintándonos la cara para salir a la calle o en festividades. Sin embargo, puntualiza Gómez-Valdés, una de las prácticas de modificación corporal más difundida y vigente es el tatuaje.

Publicado originalmente en Gaceta UNAM

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