Foto: Instalación ilegal de control de los sionistas en Belén.
Cuando Nelson Mandela fue liberado de su prisión de Robben Island el 11 de febrero de 1991, mi familia, amigos y vecinos siguieron el acontecimiento con gran interés mientras se reunían en el salón de mi antigua casa en el campo de refugiados de Nuseirat, en la Franja de Gaza.
Este emotivo acontecimiento tuvo lugar años antes de que Mandela pronunciara su famosa frase «nuestra libertad está incompleta sin la libertad de los palestinos». Para nosotros, los palestinos, Mandela no necesitaba reafirmar la solidaridad del pueblo sudafricano con Palestina utilizando estas palabras o cualquier otra combinación de palabras. Ya lo sabíamos. Las emociones se desbordaron ese día; se derramaron lágrimas; se hicieron súplicas a Alá para que también Palestina fuera libre pronto. «Inshallah», si Dios quiere, murmuraron todos los presentes con un optimismo sin precedentes.
Aunque han pasado tres décadas sin esa ansiada libertad, algo está cambiando por fin en lo que respecta al movimiento de liberación de Palestina. Toda una generación de activistas palestinos, que crecieron o incluso nacieron después de la liberación de Mandela, se vio influida por ese momento tan significativo: La liberación de Mandela y el inicio del desmantelamiento oficial del régimen racista y de apartheid de Sudáfrica.
Ni siquiera la firma de los Acuerdos de Oslo en 1993 entre Israel y algunos de los dirigentes palestinos de la OLP -que sirvió para desbaratar el movimiento de liberación popular en Palestina- puso fin por completo a lo que finalmente se convirtió en una decidida lucha contra el apartheid israelí en Palestina. Oslo, el llamado «proceso de paz» -y la desastrosa «coordinación en materia de seguridad» entre los dirigentes palestinos, ejemplificados en la Autoridad Palestina (AP), e Israel- dieron como resultado el descarrilamiento de las energías palestinas, la pérdida de tiempo, la profundización de las divisiones entre facciones existentes y la confusión de los partidarios palestinos en todas partes. Sin embargo, no ocupó -aunque lo intentó- todos los espacios políticos disponibles para la expresión y la movilización palestinas.
Con el tiempo y, de hecho, poco después de su formación en 1994, los palestinos empezaron a darse cuenta de que la AP no era una plataforma para la liberación, sino un obstáculo para ella. Una nueva generación de palestinos intenta ahora articular, o remodelar, un nuevo discurso para la liberación que se basa en la inclusión, en el activismo de base, basado en la comunidad y respaldado por un creciente movimiento de solidaridad mundial.
Los acontecimientos de mayo del año pasado -las protestas masivas en toda la Palestina ocupada y la posterior guerra israelí contra Gaza- pusieron de relieve el papel de la juventud palestina que, mediante una elaborada coordinación, una campaña incesante y la utilización de las plataformas de los medios de comunicación social, consiguió presentar la lucha palestina bajo una nueva luz, despojada del lenguaje arcaico de la AP y de sus envejecidos dirigentes. También superó, en su pensamiento colectivo, el énfasis asfixiante y autodestructivo en las facciones e ideologías interesadas.
Y el mundo respondió de la misma manera. A pesar de la poderosa maquinaria de propaganda israelí, de las costosas campañas de hasbara y del apoyo casi total a Israel por parte del gobierno occidental y de los principales medios de comunicación, la simpatía por los palestinos ha alcanzado un máximo. Por ejemplo, una importante encuesta de opinión pública publicada por Gallup el 28 de mayo de 2021, reveló que «… los porcentajes de estadounidenses que ven (a Palestina) de forma favorable y que dicen simpatizar más con los palestinos que con los israelíes en el conflicto subieron a máximos históricos este año».
Además, las principales organizaciones internacionales de DDHH, incluidas las israelíes, empezaron a reconocer por fin lo que sus colegas palestinos han defendido durante décadas:
«El régimen israelí aplica leyes, prácticas y violencia de Estado diseñadas para cimentar la supremacía de un grupo -los judíos- sobre otro -los palestinos», dijo B’tselem en enero de 2021.
«Las leyes, las políticas y las declaraciones de los principales funcionarios israelíes dejan claro que el objetivo de mantener el control judío israelí sobre la demografía, el poder político y la tierra ha guiado durante mucho tiempo la política del gobierno», dijo Human Rights Watch en abril de 2021.
«Este sistema de apartheid ha sido construido y mantenido durante décadas por los sucesivos gobiernos israelíes en todos los territorios que han controlado, independientemente del partido político que estuviera en el poder en ese momento», afirmó Amnistía Internacional el 1 de febrero de 2022.
Ahora que los DDHH y los fundamentos jurídicos del reconocimiento del apartheid israelí están por fin en marcha, es cuestión de tiempo que se produzca una masa crítica de apoyo popular al propio movimiento antiapartheid de Palestina, que empuje a los políticos de todo el mundo, pero especialmente de Occidente, a presionar a Israel para que ponga fin a su sistema de discriminación racial.
Sin embargo, aquí es donde los modelos de Sudáfrica y Palestina comienzan a diferir. Aunque el colonialismo occidental ha asolado Sudáfrica desde el siglo XVII, el apartheid en ese país no se hizo oficial hasta 1948, el mismo año en que se estableció el régimen de Israel sobre las ruinas de la Palestina histórica.
Aunque la resistencia sudafricana al colonialismo y al apartheid ha pasado por numerosos y abrumadores desafíos, hubo un elemento de unidad que hizo casi imposible que el régimen del apartheid conquistara a todas las fuerzas políticas de ese país, incluso después de la prohibición, en 1960, del Congreso Nacional Africano (CNA) y el posterior encarcelamiento de Mandela en 1962. Mientras los sudafricanos seguían apoyando al CNA, a principios de la década de 1980 surgió otro frente de resistencia popular, el Frente Democrático Unido, que desempeñó varias funciones importantes, entre ellas la construcción de la solidaridad internacional en torno a la lucha antiapartheid del país.
La sangre de 176 manifestantes negros del municipio de Soweto y de miles más fue el combustible que hizo posible la libertad, el desmantelamiento del apartheid y la libertad de Mandela y sus compañeros.
Para los palestinos, sin embargo, la realidad es muy distinta. Mientras los palestinos se embarcan en una nueva etapa de su lucha contra el apartheid, hay que decir que la AP, que ha colaborado abiertamente con Israel, no puede ser un vehículo de liberación. Los palestinos, especialmente los jóvenes, que no han sido corrompidos por el sistema de nepotismo y favoritismo consagrado por la AP durante décadas, deben saberlo bien.
Racionalmente, los palestinos no pueden organizar una campaña sostenida contra el apartheid cuando se permite a la AP desempeñar el papel de representante de Palestina, mientras sigue beneficiándose de las prebendas y recompensas financieras asociadas a la ocupación israelí.
Mientras tanto, tampoco es posible que los palestinos organicen un movimiento popular con total independencia de la AP, el mayor empleador de Palestina, cuyas fuerzas de seguridad entrenadas por EEUU vigilan cada esquina que se encuentra en las zonas administradas por la AP en Cisjordania.
A medida que avanzan, los palestinos deben estudiar de verdad la experiencia sudafricana, no sólo en términos de paralelismos históricos y simbolismo, sino para indagar profundamente en sus éxitos, defectos y fallas. Y lo que es más importante, los palestinos deben reflexionar también sobre la verdad ineludible: que quienes han normalizado la ocupación israelí y el apartheid y se han beneficiado de ellos no pueden ser los que lleven la libertad y la justicia a Palestina.
Fuente: www.lahaine.org
Tomado de Palestina Libre