El régimen fujimorista hace 31 años: una nación sin memoria

Mariella Villasante

Velorio de las 15 personas asesinadas en Barrios Altos por el Grupo Colina, el 3 de noviembre de 1991 (Peru 21).

Entre 1980 y 2000, el Perú ha conocido los crímenes, las exacciones, las esterilizaciones forzadas, las violaciones de niñas y de mujeres, los reclutamientos forzados de niños soldados, los atentados, las desapariciones, los asesinatos, las torturas, los bombardeos e incluso los campos totalitarios senderistas en las alturas de Ayacucho y en la selva central.

Hace 31 años Alberto Fujimori llegaba al poder. Hace 21 años se fugaba del país para escapar a la justicia y refugiarse en el Japón. Pero la justicia peruana logró condenarlo a 25 años de prisión por crímenes contra la humanidad, que nunca prescriben.

Las atrocidades de Sendero Luminoso han sido juzgadas, Abimael Guzmán y su cúpula sanguinaria están purgando largas penas de prisión; el tiempo ha pasado y los 70,000 muertos de la guerra interna han sido olvidados.

¿Quién recuerda las masacres y las matanzas espantosas de hombres, mujeres y niños? ¿Quién ha tomado conciencia de ese pasado reciente? ¿Cuántos son los peruanos que saben lo que ha sucedido en nuestro suelo? ¿Cuántos ciudadanos, profesores, estudiantes e intelectuales se han dicho: “eso es importante, debo comprender, debo saber lo que ha sucedido en mi país”? ¿Cuántos ciudadanos, profesores, estudiantes e intelectuales han leído el Hatun Willakuy, el Gran Relato de la guerra interna que resume el Informe Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación?

Hemos querido olvidar, y hoy día somos un pueblo sin memoria.

Hace un mes ese mismo pueblo ha votado por las elecciones presidenciales y, a la estupefacción general, la hija del condenado por crímenes contra la humanidad, que nunca prescriben, ha llegado a la segunda vuelta. En unas semanas, la hija del condenado por crímenes contra la humanidad podría ser elegida presidenta del Perú.

Somos un pueblo sin memoria.

Hoy escucho a muchos periodistas, intelectuales y profesores, a la gente que sabe, decir que no saben nada.

Hoy escucho a muchos periodistas, intelectuales y profesores decir que los dos candidatos a la presidencia se encuentran “en los extremos” y que no se pronunciarán por ninguno de ellos.

Hoy escucho a muchos periodistas, intelectuales y profesores decir: “no podemos escoger.”

Somos un pueblo sin memoria.

Porque hay una diferencia esencial entre esos dos candidatos, la hija del condenado por crímenes contra la humanidad reivindica la memoria y los actos de su padre; el otro denuncia la barbarie de Sendero Luminoso y las esterilizaciones forzadas.

Y esta reivindicación de la hija, esta legitimación de las acciones de su padre, esta justificación absurda de las atrocidades es como un escupitajo al rostro del pueblo peruano sin memoria.

Entonces, dado que el recuerdo ha desaparecido, dado que la memoria de la violencia extrema se ha perdido, debemos hoy día convocar a nuestros muertos.

Las víctimas de la guerra interna ya no están en vida, pero nos miran, y esa mirada de los que fueron asesinados, desplazados, ejecutados, sometidos al hambre y a la crueldad extrema; la mirada de esos 70,000 pares de ojos debe dar una profunda vergüenza al pueblo sin memoria.

Debemos hoy día convocar a nuestros muertos para que nos recuerden la dignidad, la entereza moral y la honorabilidad de una república de ciudadanos, para que nos recuerden que no han muerto en vano, que no es posible que la hija del condenado por crímenes contra la humanidad, que es acusada de crímenes de corrupción, llegue al poder. No es posible que los verdugos impíos regresen y afirmen por única justificación: “así era la guerra”.

Debemos convocar a nuestros muertos para que hablen en lugar del pueblo sin memoria, debemos convocar a nuestros muertos para dar vergüenza a aquellos que saben y que no dicen nada; debemos convocar a nuestros muertos para que griten en silencio ante los vivos; debemos convocar a nuestros muertos para que lloren el escándalo de un pueblo sin memoria.

Somos lo que hacemos. Somos el fruto del pasado. Estamos vivos.

Quisiera que nuestra historia y nuestra memoria de violencia regrese a nosotros; quisiera que nuestros muertos descansen en paz, quisiera que reencontremos nuestra dignidad nacional.

Porque hoy en día nadie debería tener la audacia de decir: “no sabía”.

Porque hoy en día nadie debería tener la audacia de decir: “los dos candidatos son extremistas”.

Porque hoy en día nadie debería tener la audacia de decir: “nuestros muertos han muerto por nada, en vano”.

Familiares de las 10 víctimas de La Cantuta asesinadas por el Grupo Colina en julio de 1992 realizan una romería a las fosas de Cieneguilla donde fueron exhumados parte de los restos en julio de 1994. (©Renzo Uccelli, CVR).

* Mariella Villasante es doctora en antropología (École des Hautes études en sciences sociales, Paris), investigadora independiente y asociada al IDEHPUCP. Especialista del Perú, de los pueblos amazónicos y de Mauritania. Desde noviembre de 2019 colabora con la Dirección General de Personas Desaparecidas del MINJUS, oficinas de Lima y de Huancayo. Reside en Francia. Ha traducido el Hatun Willakuy en francés en junio de 2015 y ha publicado tres libros sobre el Perú: Violence politique au Pérou. Essai d’anthropologie de la violence (París, 2016); Chronique de la guerre interne au Pérou, 1980-2000 (París, 2018), Prefacio de Salomón Lerner). Y finalmente: La violencia política en la selva central del Perú, 1980-2000. Los campos totalitarios senderistas y las secuelas de la guerra interna entre los Ashaninka y Nomatsiguenga. Estudio de antropología de la violencia, Prefacio de Salomón Lerner (Lima, COMISEDH y Tarea Gráfica, 2019).

Publicado originalmente en Revista Ideele

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