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El problema con el ‘brownface’: deshumanización disfrazada de racismo inocente en Perú

Paloma Chen

Portavoces de colectivos indígenas, afro y asiáticodescendientes denuncian la “violencia simbólica” del que muchos han considerado un “inocente” acto de brownface que realizó en su Instagram la surfista peruana Vania Torres, ganadora de una medalla de plata en los Juegos Panamericanos Lima 2019. La deportista profesional subió, a mediados de agosto, un vídeo donde estaba caracterizada exageradamente como una mujer de los Andes estereotipada, con polleralliclla, sombrero, piel oscura, arrugas, suciedad en el rostro y un fuerte acento.

Junto a ella, el actor Carlos Foelsche también performa de hombre andino. Al final del vídeo, ella se retira el maquillaje oscuro con un producto de Bioderma. En los comentarios, los internautas acusaron a la deportista de élite de practicar brownface, una variante del blackface que implica la caracterización racial e imitación de una persona de “piel marrón”, como una persona indígena latinoamericana. 

“Estas prácticas son deshumanizantes. Estereotipan, ridiculizan y exotizan a las personas de otras etnias. Una persona blanca se disfraza de vos, pretende ser vos. Vania Torres se burla de la tradición andina, del trabajo y del dolor que sufren las mujeres andinas por toda la historia que cargan a su espalda”, critica Nia Huaytalla, activista anticolonial con doble nacionalidad argentina y peruana y de raíces apurimeñas y chankas. “El blackface, brownface, yellowface, redface y sus otras variantes se han normalizado como prácticas inocentes del arte, el teatro, la comedia o las fiestas tradicionales”, valora la economista y activista feminista anticolonial de origen ecuatoriano Paola Larco. “Son realizadas por personas blancas que reproducen estereotipos que ellas creen que representan realidades de miles de personas a las que no consideran iguales”, expresa.

“Así se caricaturizaba a hombres y mujeres negras, porque era lo que las personas blancas no querían ser, creando una separación, una deshumanización, como actores haciendo blackface representando a hombres negros violando a mujeres blancas”, valora Larco

El brownface de la deportista de élite hace resurgir en la agenda pública un debate ya muy discutido entre los colectivos racializados: pintarse la cara para parecer una persona de otra raza es una costumbre criticada en los países anglosajones desde su nacimiento en el teatro isabelino y con casos tan paradigmáticos como el de Otelo: el moro de Venecia de Shakespeare, que hasta 1825 no tuvo a un actor afroamericano, Ira Aldridge, como protagonista. En esta época, eran comunes las obras de teatro con actores pintados de negro que imitaban a los afroamericanos resaltando estereotipos como salvajismo, desviación sexual, baja educación o malos modales. “Así se caricaturizaba a hombres y mujeres negras, porque era lo que las personas blancas no querían ser, creando una separación, una deshumanización. Por ejemplo, actores haciendo blackface, representando a hombres negros violando a mujeres blancas”, valora Larco.

Posteriormente, el blackface también justificó la no contratación e inclusión de actores racializados en la industria del cine y el teatro, destinando a actores blancos papeles de personajes negros, asiáticos o indígenas americanos, fenómeno llamado ‘blanqueamiento’ o whitewashing. En esa línea, Juan Jhong Chung, del colectivo Tusanaje, con ancestros cantoneses, hakka y ayacuchanos, denuncia el uso extendido de maquillaje, prótesis de ojos y ropa orientalista por parte de la televisión peruana para representar a la comunidad tusán o asiáticodescendiente: “El problema es que refuerzan ideas sobre quién y quién no forma parte de la comunidad. No representan la realidad diversa. Representan lo que para los blancos es ser no blanco”.

“La violencia simbólica está naturalizada y normalizada. He visto toda mi vida representaciones burlonas de personas indígenas, negras y asiáticas. Hemos sido socializados así. No existe una conciencia histórica y social”, añade Larco. Se refiere, en el caso de la televisión peruana, a personajes populares como el Chino Yufra o Cuy Lee de Miguel Barraza, o la Paisana Jacinta y el Negro Mama del comediante Jorge Benavides, o respecto a la televisión anglosajona, a casos puntuales en series con éxito de crítica como The Office30 RockCommunityMad Men, o Scrubs.

Comparando al Perú con los países anglosajones, Jhong explica: “Una forma en la que el Perú trató de crear una idea de nacionalidad fue a través del mito del mestizaje, usándolo de forma homogeneizadora. Cada vez que tratamos de hablar de raza o de diferencias sociales en base a la apariencia física, la respuesta más común es decir que todos somos mestizos, todos tenemos de todo y, por tanto, no existe el racismo”. Una visión que sustenta el defensor de los derechos de pueblos indígenas Abel Aliaga, de la nación Huanca: “El blackface y el brownface son representaciones de grupos étnicos excluidos del imaginario de Estado-nación peruano, una idea inventada por las repúblicas latinoamericanas hace solo doscientos años, frente a los miles que llevamos como pueblos y naciones originarias habitando este territorio”.

En esta narrativa, la segmentación racial en el Perú se ha redefinido y acentuado bajo el discurso invisibilizador de “igualdad ante la ley”, donde, según Aliaga, “no existen grupos étnicamente marginados ni pluralidades nacionales, solo un sujeto único e indistinguible de ciudadano construido a la medida de la aristocracia criolla y racista, es decir, bajo la figura neutra de hombre blanco, criollo, castellanohablante y terrateniente”.

Paola Larco apunta a la distinción que hay en el imaginario sobre que lo blanco es lo bueno y lo deseado y lo negro e indígena es lo malo: “Como indígena, estaba sucia. La influencer limpia la cara con el producto desmaquillante y se queda blanca”

Sobre el pasado y la herencia colonial, Paola Larco apunta a la distinción que hay en el imaginario sobre que lo blanco es lo bueno y lo deseado y lo negro e indígena es lo malo: “Como indígena, estaba sucia. La influencer limpia la cara con el producto desmaquillante y se queda blanca”. Larco se pregunta: “¿Eso es lo que deseamos? ¿Convertirnos en lo blanco porque es lo bonito, lo hegemónico, lo que nos han enseñado desde la educación y socialización colonial que hemos recibido?”. La activista afrofeminista decolonial Kerly Garavito se muestra de acuerdo: “En el imaginario racista y colonial, la mujer andina es sucia y fea, y necesita blanquearse para ser limpia y rubia”.

Preguntaba sobre la falta de intencionalidad del acto, Garavito es clara: “Esta práctica no es inocente porque tiene consecuencias en las vidas de las personas racializadas. Las representaciones trascienden y crean una narrativa desde el poder sobre qué son las personas afrodescendientes, indígenas o tusanes. Por ejemplo, muchísimas actrices y actores racializados no tienen oportunidades ni siquiera con papeles de personajes racializados. Demandamos una justa, digna y humana representación porque tiene efectos concretos en la realidad material”. Abel Aliaga explica que este blanqueamiento también parte de la noción de “higienismo”, que pretende no solo borrar el color de piel, sino también “nuestra vestimenta, nuestros rasgos, nuestro pasado y nuestra identidad cultural”.

Larco apela a la reflexión de las personas blancas, a la revisión de los privilegios que permiten “pensar que no tiene ningún ejercicio de poder ni consecuencia pintarse la cara”

Tanto Larco como Garavito hacen hincapié en el imaginario colectivo instalado desde la narrativa blanca. Garavito alude a que “nuestra subjetividad se ve afectada cuando nos vemos retratados así” y a la “continua reclamación por decir que somos seres humanos”. Larco apela a la reflexión de las personas blancas, a la revisión de los privilegios que permiten “pensar que no tiene ningún ejercicio de poder ni consecuencia pintarse la cara” y que muestran “la violencia que se ejerce desde lo natural”.

¿Ha sido así la respuesta de la surfista profesional Vania Torres? “No”, contestan Paola Larco, Nia Huaytalla y Kerly Garavito. “Ha pedido perdón a los que se han ofendido, no ha hecho una verdadera reflexión. Sus disculpas han sido realizadas desde el privilegio de no cuestionarse nada y de trasladar la culpa y la responsabilidad a nosotras por supuestamente malinterpretarla. No reconoce que lo que ha hecho está mal y niega que sea racista, con la excusa de haber hecho esa caracterización desde el cariño. Como persona blanca, se vuelve a poner en el centro. Tiene el poder de la palabra y de determinar la narrativa”, afirman.

Larco, Huaytalla y Aliaga se refieren también al rol de la empresa Bioderma, cuya única acción fue pronunciarse mediante un comunicado escueto, desligándose de la dirección o ejecución de ese anuncio y rechazando toda acusación o responsabilidad. Los tres critican su tibieza e insuficiencia, y su falta de posicionamiento.

Los portavoces de colectivos racializados piden, no solo en este caso aislado sino en todos los demás, posiciones más claras y reparaciones al grupo oprimido

Si bien el Instituto Nacional de Defensa de la Competencia y de la Protección del Consumidor (Indecopi) abrió una investigación al respecto, la compañía de tarjetas de crédito, débito y prepago Diners Club rescindió el contrato que tenía con la deportista al día siguiente, y el ministro de Cultura, Alejandro Neyra, declaró su rechazo por “cualquier tipo de uso de estereotipos que hagan escarnio, que pretendan denigrar a nuestros hermanos y hermanas de pueblos indígenas o afroperuanos”, los portavoces de colectivos racializados piden, no solo en este caso aislado sino en todos los demás, posiciones más claras y reparaciones al grupo oprimido, como más oportunidades laborales a mujeres racializadas e indígenas, retribuciones a las comunidades andinas, diálogo, escucha y leyes que protejan frente a la violencia.

Nia Huaytalla señala, además, la importancia de que Vania Torres, aún siendo una mujer, está reproduciendo en otra mujer la carga patriarcal: “En mi activismo, la interseccionalidad es crucial. Aunque seas feminista, puedes reproducir opresión en otro grupo. En este caso, una mujer blanca está deshumanizando y rebajando a otra mujer, la mujer de la Sierra, estereotipada como tonta, dócil, salvaje, de uno de los grupos más oprimidos de Latinoamérica”. Kerly Garavito matiza que “más que una intersección, lo veo como una masa donde estas estructuras no actúan solas, sino que están fusionadas. Es necesario dentro del activismo feminista cuestionarnos estas prácticas y hacer un feminismo decolonial y antirracista. No somos un grupo homogéneo. La mujer blanca es opresora de las mujeres andinas dentro del sistema colonial y racista”.

Larco problematiza: “¿Quién hace las leyes, quién está en los medios de comunicación, quién escribe la historia? Personas blancas. Nuestras comunidades ya han condenado el blackface. ¿Por qué no hay cambios sociales profundos? Porque no tenemos ni el poder ni el espacio”.

Este material se comparte con autorización de El Salto

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