Foto: Una zona del río Amazonas devastada por los incendios. (Álvaro Minguito)
La comunidad científica lleva décadas alzando la voz sin que gobiernos y empresas hagan caso. La destrucción de ecosistemas sanos y vírgenes, y la llegada del ser humano a zonas donde hasta ahora su presencia era insignificante, supone un riesgo para la salud global. La actual crisis del coronavirus es un vivo ejemplo de ello.
En 2018 la Organización Mundial de la Salud (OMS) incluía en su lista de los patógenos infecciosos más peligrosos —donde aparecían el ébola, el zika, la fiebre de Lassa o el síndrome MERS-CoV, causado por un coronavirus— una ‘enfermedad X’, término con el el organismo ponía nombre a una patología aún desconocida pero con la capacidad de generar una infección descontrolada como la que está causando el covid19. La OMS se anticipaba así, tan solo dos años antes, a la catástrofe actual.
Desde los ámbitos científico y ecologista señalan que la sociedad debe seguir las directrices marcadas por la investigación y la ciencia para frenar la constante y creciente destrucción de ecosistemas, y prevenir así nuevas pandemias globales difíciles de controlar y llegadas al Homo sapiens por los desequilibrios ecosistémicos causado por él mismo. Dichas pandemias son además un círculo vicioso, ya que no solo atacan al ser humano, sino que ahondan en una mayor destrucción de biodiversidad.
A día de hoy la ciencia no conoce el origen del propio SARS-CoV-2 pero los científicos no tienen dudas respecto a su salto a los humanos desde una especie animal. El 60% de las enfermedades infecciosas que nos afectan provienen de de animales, según un estudio del Centro de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Edimburgo, un porcentaje que se eleva al 75% cuando hablamos de las nuevas patologías, según otra investigación de la misma universidad.
Es por ello que grupos como Ecologistas en Acción hacen un llamamiento “a la sociedad y al Gobierno de España para tomar medidas que detengan la actual emergencia ecológica y se restablezca el equilibrio entre naturaleza y civilización”, tal como señala la confederación ecologista este lunes.
VECTORES Y RIESGO
La desaparición de especies altera el equilibrio de los ecosistemas, lo que influye en la transmisión de patógenos. “Las especies que tienden a sobrevivir en estos casos suelen tener mayor predisposición a albergar y transmitir enfermedades infecciosas. Una mayor diversidad de especies implica un efecto de dilución, ya sea por el aumento de número de especies en la cadena de contagio o por el efecto cortafuegos natural que provoca una alta diversidad genética, entre otros factores”, señalan desde Ecologistas en Acción.
Para que una enfermedad infecciosa se transmita se requiere la interacción de múltiples especies, y en numerosas ocasiones hace falta una intermedia, como mosquitos, garrapatas o pulgas, a la que se denomina vector. Las enfermedades transmitidas por vectores representan el 17% del total de patologías infecciosas, según datos de la OMS, y cada año matan a 700.000 personas y afectan a en torno a 1.000 millones de humanos.
La magnitud de la catástrofe causada por el covid19 no tienen precedentes en un siglo, pero sí los hay a menor escala. En 1999 un brote de la enfermedad de Nipah, con una letalidad del 40%, causó estragos en Malasia. El origen de este virus está en una especie de murciélago. La principal teoría sobre su propagación señala que el murciélago contagió en primer lugar a cerdos criados como ganado, y de ahí se propagó al ser humano. Las poblaciones de Pteropus vampyrus o gran zorro volador, la especie de murciélago que transmitió el virus, han sido desplazadas de sus entornos naturales debido a la deforestación y los incendios, lo que les ha conduciéndo cada vez más cerca de asentamientos urbanos. “Cuando las personas entran en contacto con especies con las que no ha evolucionado para convivir, y la ocupación del suelo por parte de la civilización se adentra cada vez más en entornos salvajes, mayor es el riesgo de aparición de una pandemia”, exponen desde Ecologistas en Acción.
VIEJA HISTORIA
La última edición del informe Planeta Vivo, publicada en 2018 por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), señala que las poblaciones de vertebrados han disminuido un 60% entre 1970 y 2014, una reducción que “es particularmente pronunciada en los trópicos, siendo América del Sur y América Central las regiones que sufrieron la disminución más dramática: 89% en el mismo período.
De la misma manera, el Índice Agua Dulce, que mide las poblaciones animales en estos frágiles ecosistemas —ríos, arroyos, humedales y lagos se encuentran entre las áreas más amenazadas— muestran un descenso de las poblaciones del 83% desde 1970.
La causas de esta situación son claras y conocidas. La destrucción y degradación de hábitats, la contaminación, la distribución de especies invasoras, la contaminación y, por supuesto, el cambio climático están detrás de lo que se conoce como la Sexta extinción masiva de especies. Y sí, el Homo sapiens está detrás de todas ellas.
Es por ello que las organizaciones ecologistas defienden para frenar esta situación “la restauración de los territorios degradados por la acción humana, la protección de las tierras salvajes y la biodiversidad, el abandono de las prácticas de explotación abusiva del medio natural y un cambio de paradigma hacia una economía que respete la naturaleza”, tal como señalan desde Ecologistas en Acción. Como remarcan desde la organización, “el mantenimiento de los servicios ecosistémicos que suponen beneficios esenciales para la salud humana es la mejor garantía de supervivencia”.
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