El opio de las mujeres

Irene Carmona Gallardo

Foto: Isabel y Maribel, dos mujeres en situación vulnerable que se cuidan, en una imagen del reportaje ‘Cuidándonos’. (Patricia Bobillo Rodríguez)

Un tema de eterna actualidad, pero que no por ello debe dejar de ser tratado, son los cuidados y el papel de la mujer respecto a los mismos. Las mujeres, históricamente, hemos sido relegadas al papel de madres, esposas y cuidadoras. El tema de los cuidados, que el feminismo trajo al debate público desde el primer momento, abarca todos los aspectos fundamentales de la vida de las mujeres. Quisiera, por ello, en estas líneas poner el foco en este asunto fundamental y que merece especial atención, centrándome particularmente, en el cuidado de las personas dependientes.

La sociedad patriarcal y la división sexual del trabajo han colocado a la mujer en esta posición: el (auto)deber de cuidar, el sentimiento de culpa cuando no puede hacerse y la naturalidad concebida de este rol socialmente impuesto. A pesar del avance en el reconocimiento de los derechos para las mujeres y del progreso en materia de igualdad, el papel de la mujer en el cuidado de las personas dependientes sigue siendo un tema pendiente que abordar.

En el año 2006, España aprobaba la conocida como Ley de Dependencia, teniendo como objetivo principal la atención al colectivo de personas dependientes y la promoción de su autonomía personal. En el mismo preámbulo de la mencionada ley se señala la necesidad de la misma en tanto reconoce que son las mujeres las encargadas de los cuidados de estas personas, en lo que denomina “apoyo informal”.

Si bien la aprobación de la Ley de Dependencia pudo parecer un importante avance en la protección de las personas en situación de dependencia y sus cuidadoras, la realidad se ha mostrado a años luz de este propósito

Si bien la aprobación de la Ley de Dependencia pudo parecer un importante avance en la protección de las personas en situación de dependencia y sus cuidadoras, la realidad se ha mostrado a años luz de este propósito. Se observa cómo, a modo de ejemplo, una persona anciana con el máximo grado de dependencia reconocido tiene derecho a recibir desde 46 horas mensuales hasta un máximo de 70 horas al mes. Es decir, un máximo de 2 horas y media al día. ¿Quién cuida el resto del tiempo?

De la misma forma, la propia Ley de Dependencia reconoce el papel de las “cuidadoras informales”, asignándoles una remuneración y cotización a la Seguridad Social, lo que supuso la perpetuación del rol de la mujer como cuidadora. Si ya se veía como natural que fuese la mujer la encargada de los cuidados, la institucionalización que trajo la Ley de Dependencia no hizo más que ahondar en el rol establecido.

No pretendo, sin embargo, que estas líneas sean una crítica, necesaria por otra parte, de la posición institucional respecto a las personas dependientes y sus cuidadores. De lo que se trata aquí es de reflexionar sobre por qué las mujeres asumen cómo propio el deber de cuidar, sin planteamientos contrarios, cuando se trata de un familiar dependiente.

No debería ponerse en valor que una mujer hipoteque su vida por encargarse del cuidado de un familiar dependiente, sino que es necesario combatir la brecha de género en los cuidados

Decía Kate Millet, histórica feminista estadounidense, que el amor ha sido el opio de las mujeres. Y es que, bajo el paraguas del amor, las mujeres han sido abocadas a renunciar a su propia vida por encargarse del cuidado de hijos y padres. Deberíamos replantear el concepto del amor para que la situación de miles de mujeres empiece a cambiar, más desde ellas mismas. No se tiene menos amor por repartir los cuidados, “solo” se es más libre.

Librarse de la culpa que el sistema patriarcal genera en las mujeres es el primer paso para la liberación. El debate formal, institucional, acerca del cuidado de las personas dependientes debe, necesariamente, partir de esto. No debería ponerse en valor que una mujer hipoteque su vida por encargarse del cuidado de un familiar dependiente, sino que es necesaria la reflexión profunda y, tras ello, la puesta en marcha de acciones concretas, en pro de conciliación y corresponsabilidad efectiva, que combatan la brecha de género en los cuidados.

Pero quizás más importante es la autoreflexión conjunta de las mujeres. Desaprender lo aprendido, desposeernos del rol de cuidadoras y asumir que ese amor que señalan como motivo de los cuidados no es más que el pretexto para relegarnos a un segundo lugar como ciudadanas.

Este material se comparte con autorización de El Salto

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