A corazón abierto

Oscar Olivera

El nuevo mundo del trabajo en Bolivia

La política de Ajuste Estructural y la Nueva Política Económica 1985-2005 producto del modelo neoliberal y las medidas de “legalización” de las condiciones laborales del actual gobierno del MAS, han impulsado un proceso de desconcentración de los trabajadores, precarizando sus condiciones e informalizando su situación. Este hecho ha permitido que la “imaginación” de algunos intelectuales y partidos políticos afirme que en nuestro país ya no existen obreros, asalariados y que nos hemos convertido en comerciantes o que nuestra patria es un gran mercado.

Sin embargo los hechos son más testarudos. Si bien es cierto que los antiguos contingentes obreros sindicalmente organizados en grandes centros laborales han sido reducidos en su número, desde 1985 un proceso de “reproletarización” comienza a darse en la estructura económica y social del país, aunque, claro, bajo nuevas condiciones materiales.

La clase trabajadora en números

Las cifras son abrumadoras y contundentes. Existen más de 500 mil trabajadores en la industria manufacturera en todo el país contratados por pequeñas, medianas y grandes empresas y alrededor del mismo número, incluso, de trabajadores subcontratados en pequeños talleres informales. Si añadimos a estos trabajadores de tiempo completo, los trabajadores subcontratados y clandestinos de otras ramas de la economía (por ejemplo: minería, energía, construcción y servicios estamos hablando de casi 4 millones de trabajadores en un país de 10 millones de habitantes. Este es el número aproximado de trabajadores afectados por los cambios en las leyes laborales.

Es verdad que ha habido una reducción en el número de trabajadores organizados en sindicatos y concentrados en grandes empresas, es también verdad que alrededor de los 90s se ha llevado a cabo un proceso inverso de re-proletarización en las estructuras sociales y económicas de nuestro país.

Según la Cámara Nacional de Industrias, alrededor del 49% de los trabajadores se concentran en industrias con más de 30 operarios, en tanto que otro 33% lo hace en las manufacturas que tienen entre 1 y 4 obreros.

Entonces, sectores productivos como el industrial, el transporte, las telecomunicaciones, la construcción y hasta cierto punto la minería privada mediana y chica tienen hoy una relevancia económica mayor que hace 20 años. Igualmente, el número de trabajadores asalariados de hombres y mujeres que venden su fuerza de trabajo bajo la forma de esfuerzo laboral o de producto elaborado es hoy muchísimo más elevado que hace 10 años. Y sin embargo el sentido común opera hoy a la inversa; como si no existieran proletarios, como si no hubiese trabajo asalariado, como si la producción industrial fuera irrelevante.

La erosión de la identidad de clase y la solidaridad

Bolivia se está convirtiendo en un taller semi-industrial sin que los mismos trabajadores se den cuanta de su poder social e importancia económica. Ahora bien, ciertamente las reformas neoliberales han cambiado el mundo laboral, pero no lo han empequeñecido, sino que lo han fragmentado y transformado.

A partir de la implementación de las reformas estructurales en 1985, hemos asistido a una reestructuración general de las relaciones entre la sociedad civil y el Estado y en particular, de las relaciones laborales al interior de los talleres industriales. Estamos hablando no sólo del cambio en la propiedad jurídica de las empresas (la privatización), sino, ante todo, de una modificación en las relaciones de gestión empresarial, en las formas de contrato, en el uso flexible de la fuerza de trabajo, en las técnicas productivas y en el mismo modo de organización laboral y corporativa de los trabajadores.

Es indudable que estamos ante el surgimiento creciente de una nueva clase trabajadora urbana. Nueva por los hábitos productivos modificados a los que tiene que adecuarse para mantener su puesto de trabajo o cubrir los requerimientos del contrato; nueva por la pérdida de antiguos derechos instituidos (jornada de 8 horas, estabilidad en el empleo, seguro de vejez, vacación, etc.); nueva por las condiciones materiales fragmentadas en las que se desenvuelve su actividad (cierre de grandes empresas, surgimiento de la pequeña, mediana y micro industria); nueva por la precariedad del empleo que convierte a cada sujeto en un obrero “viajante” que oscila entre el pequeño taller, el comercio, la actividad agropecuaria; nueva porque solamente la fuerza de trabajo joven está dispuesta a aceptar las actuales exigencias patronales, en tanto que los antiguos sectores laborales; nueva porque va formando su identidad precisamente a partir de estas experiencias de dispersión, atomización e inseguridad. En fin, hablamos de una clase trabajadora nueva porque material y organizativamente es distinta a la clase obrera urbana que existió desde algunos años antes de la Revolución de 1952 hasta 1985.

Es sobre la base de estas profundas transformaciones que lentamente hemos asistido a una erosión y debilitamiento de la estructura sindical tradicional, a un incremento de la competencia y división entre los trabajadores, dando lugar a la imposibilidad de conformar un sentido de cuerpo social compacto en las luchas reivindicativas.

Y esto es así por que la clase obrera en su conjunto ha sido reestructurada organizativamente, conciencialmente y culturalmente por los intereses empresariales sea privado o estatal, para querer volverla sumisa e impotente, en tanto que la propia clase obrera no encuentra el rumbo para salir de su desunión y de su temor ante la patronal.

Las medidas del actual gobierno, aparentemente “revertiendo” la privatización a una “nacionalización”, de las empresas que fueron privatizadas antes del 2006, de ninguna manera han significado un mejoramiento de las condiciones de trabajo y vida de las trabajadoras y trabajadores, es mas, muchos profesionales han sido incorporados en sistemas de contratación al margen de la Ley General del Trabajo, constituyéndose hoy, el Estado, en el empleador que mas vulnera los derechos de trabajadores y trabajadoras.

Fortaleciendo la conciencia y la moral

Construir la identidad y la solidaridad de los trabajadores y las trabajadoras requiere de un esfuerzo especial de unir a viejos trabajadores con jóvenes trabajadores y con los sectores más vulnerables de la población. La flexibilización del trabajo, que más que un término representa la “eliminación” de los derechos de los trabajadores, como con la libre contratación que ha precarizado el empleo; la jornada laboral de ocho horas que no se respeta y que se ha expandido de 9 a 12 horas diarias incluyendo sábados y domingos; la estabilidad laboral que se ha ido sustituyendo por las subcontrataciones y los empleos eventuales que no contemplan beneficios de antigüedad, seguridad social, seguro de salud, indemnizaciones, desahucios y otros; los salarios ya no incorporan horas extras, ni pagos de feriados, dominicales, recargos nocturnos, asignaciones familiares, categorías, etc. En definitiva, la libre contratación no ha mejorado las condiciones laboras, sino, las ha precarizado.

Un obrero joven, con nuevos requisitos; donde la eficacia y la sumisión, la eficiencia y la obediencia, suplen a la experiencia y la antigüedad, el obrero polivalente, aquel que ya no tiene un puesto fijo y que máximo sea bachiller, son las nuevas características de los trabajadores bolivianos.

La mujer trabajadora tiene además, como denominador común, al margen de su juventud, que es madre soltera, divorciada, viuda, con una gran responsabilidad familiar, hijos padres o hermanos bajo su dependencia. Estas “cualidades” hacen de la mujer el sector más requerido por los empresarios debido a que por el “sólo hecho” de ser mujer gana menos que el hombre por realizar el mismo trabajo, en aproximadamente en un 30% menos, se le prohíbe embarazarse y si esto ocurre no goza del descanso pre y post natal y es obligada a trabajar hasta los últimos días de gestación, se han dado casos de trabajadoras que han tenido partos prematuros y cuyos niños han fallecido a los pocos días y el entierro lo han pagado los propios trabajadores por solidaridad (testimonio de una trabajadora de una fábrica de cerámica), el salario ya no corresponde a un salario por jornada laboral sino por pieza, plan o tope de producción, lo que significa la prolongación de la jornada laboral diaria hasta de 14 a 16 horas (talleres de calzados, cerámicas, tejidos, floricultura, etc.). Las mujeres trabajadoras son obligadas a trabajar sin ningún tipo de protección ocupacional; insecticidas, plaguicidas y productos químicos en la floricultura, clefa en las zapaterías y acrílicos en las hilanderías, trabajos pesados en las cerámicas, tintes en confecciones, humedad en las peladoras de pollos, al igual que el trabajo nocturno que casi se ha generalizado en este último rubro.

El viejo asalariado, con contrato fijo, concentrado en grandes empresas, sindicalizado con derechos laborales asegurados y reconocimiento corporativo ante el Estado, rápidamente está dejando de existir, pero simultáneamente estamos ante un crecimiento de un nuevo tipo de trabajador asalariado y de obrero social mucho más numeroso y más importante económicamente que antes, aunque carente de organización, material- mente fragmentado, temeroso, sin presencia legítima ante el Estado que no sea el simple voto ciudadano y desconocido en el valor económico de su agregación.

La ideología y la realidad de la flexibilización laboral

La calidad de los empleos no es mejor que antes. Se realiza más trabajo por menos salario, se ha comprobado que el promedio de horas trabajadas en los últimos 7 años se ha incrementado de 44 semanales en 1987 a 52 horas a principios de los 90s. Lo volúmenes de producción bruta han crecido en un 300%.

Navegamos en un mar de inseguridad, eventualidad y subcontratación. Los salarios no alcanzan a tener el valor adquisitivo de los años 80s. La calidad de vida de las familias trabajadoras ha desmejorado, pues son ahora la mujer y los hijos jóvenes quienes también tienen que trabajar y tan sólo para cubrir las necesidades básicas. Este hecho dificulta la formación y calificación de los jóvenes. La brecha entre ricos y pobres se ha agrandado notoriamente.

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