Víctor Ávila Akerberg vivió su infancia y adolescencia entre la gran biodiversidad de los bosques de Suecia, donde nació su madre, y la selva tropical de la Huasteca en San Luos Potosí, una región que forma parte de la Sierra Madre Oriental mexicana, donde nació su padre. Gracias a ello, interactuó con muchas clases de animales —desde alces hasta tortugas y culebras— y se rodeó de mucha vegetación, lo que desarrolló su amor por la naturaleza.
Cuando se graduó de la preparatoria, tomó un año sabático y se inscribió a un curso intensivo sobre Medio Ambiente en Estocolmo. Esas clases lo llevaron a sus recuerdos y a su regreso a México, comenzó su carrera de Biología, en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en 1996.
Desde su licenciatura y maestría (ambas de la UNAM), hasta su doctorado en la Universidad de Friburgo, en Alemania, y su estancia postdoctoral en Suecia, el trabajo de Ávila se ha centrado en el manejo y la conservación de los recursos naturales, la biodiversidad, el turismo rural sustentable y la educación ambiental.
Un lugar en el centro de México ha sido el protagonista de sus investigaciones y actividades: El Bosque de Agua, un corredor biológico que abarca más de 230 000 hectáreas de zona forestal y que se extiende por los límites de tres de los estados más urbanizados en la región central del país: Ciudad de México, Estado de México y Morelos.
Ávila ha estudiado la importancia de los servicios ecosistémicos de la cuenca del río Magdalena, una de las más importantes del Bosque de Agua. El investigador ha analizado la calidad forestal en la zona y ha realizado estimaciones del almacenamiento de carbono en el lugar.
Actualmente, trabaja en llevar la educación ambiental desde temprana edad. Ahí ha logrado difundir su trabajo con más de 30 000 niños, un gran capital para su idea de sumar más voces a las causas de defensa del medio ambiente y la conexión de las personas con la naturaleza y su cultura. En esa causa, el biólogo se ha convertido también en un activista que busca conservar y defender una región que abastece de agua a tres ciudades del país.
En entrevista para Mongabay Latam, el investigador cuenta sobre sus investigaciones dentro del Bosque de Agua, su activismo, la importancia del corredor biológico y los logros y retos que ha enfrentado en su camino para rescatar este espacio natural.
—¿Qué lo motivó a trabajar en temas de conservación?
—Durante la carrera hice varias prácticas de campo, pero cuando estaba por terminar, en el año 2000, fuimos a la Isla Tiburón, una reserva ecológica mexicana en el Golfo de California, de la mano del profesor Rodrigo Medellín, conocido como el “Batman” de México, gracias a su trabajo con los murciélagos. Lo que más me impresionó fue la relación del pueblo originario de la zona, los Seris, con la biodiversidad que habita la isla y la importancia del trabajo de conservación que desde ese entonces llevaban a cabo integrantes de la comunidad junto a los científicos.
Esta visita fue pesada, ya que estuvimos una semana en un lugar desértico, sin gente a nuestro alrededor y con temperaturas de más de 40 grados centígrados. Pero puedo decir que definió, en gran medida, el rumbo de mi carrera hasta ahora.
—Usted tiene 22 años trabajando en la región del Bosque de Agua, ¿cómo terminó allí y qué detonó que se dedicara a investigar su biodiversidad?
—Al salir de la carrera de Biología en la UNAM, durante varios años investigué la caracterización de la vegetación de la cuenca del río Magdalena, en la alcaldía de Magdalena Contreras de la Ciudad de México; esta zona es como el corazón del Bosque de Agua. Y empecé aquí por una razón en particular: mis padres han vivido gran parte de su vida en esa alcaldía, siguen ahí, entonces existe un vínculo importante con la zona y lo que la rodea. Ya después, con el resto de las investigaciones científicas que he hecho fui enfocándome en otras regiones del bosque como, por ejemplo, la del norte, en la presa de Guadalupe.
Gracias a una invitación para un proyecto, conocí a más personas y nos sumamos para trabajar de lleno en la región. Como el proyecto era transdisciplinario, nos dimos cuenta de la importancia de hacer la labor con un enfoque de continuidad y crear todo un corredor protegido y así, desde hace aproximadamente cuatro o cinco años, hemos trabajado en la idea de la región del Bosque de Agua, que son más de 230 000 hectáreas de bosque que recorren tres estados de la República en la región centro y que se conectan entre sí, formando entonces un gran corredor biológico.
—¿Cuáles han sido los principales hallazgos en el Bosque de Agua?
—Junto con colegas, hemos realizado trabajo científico desde distintos enfoques. He investigado cuáles son las zonas de autenticidad forestal, es decir, las que no son de prioridad para la restauración. En este caso, hice un mapeo sobre la zona del Bosque de Agua para dar prioridad a los espacios más perturbados.
También, gracias a una beca para estudiar mi maestría sobre restauración forestal en Alemania, fui trabajando el concepto de “evaluación de la calidad de los bosques” que, en ese entonces, no era muy conocido. Esta evaluación integral me ayudó a tener en cuenta qué tan bien conservados o no están los bosques y así buscar estrategias de restauración, en particular en el suroeste del bosque, que es donde limita con la Ciudad de México. Lo bonito de este tipo de “valoración” es también integrar aspectos naturales con los sociales y espaciales y descubrir sus servicios ecosistémicos.
Actualmente, trabajo mucho en el tema de la educación ambiental de la mano de mi esposa, Tania González Martínez, quien también es bióloga y está interesada en la situación. Nos hemos acercado a escuelas rurales para aplicar encuestas y entrevistas con los estudiantes y así conocer qué saben del bosque y qué piensan de su conservación. Lo que aprendemos de estos resultados es que los conocimientos que las y los estudiantes han obtenido de las zonas naturales que les rodean, vienen desde sus abuelos, por ejemplo. Esas encuestas y entrevistas demuestran esa transmisión y la necesidad de proteger dicho aprendizaje. También, vamos midiendo esa curiosidad por conocer más y por buscar tener una incidencia en la defensa del bosque.
—¿Cómo han ayudado esas investigaciones para la defensa del bosque?
—Hemos generado información de calidad sobre muchos temas. Tratamos de tener un enfoque integral. No nos cerramos a que haya sólo trabajo de plantas, y con ello se ha generado mucha información básica en términos biológicos, pero también en términos culturales. Siempre tratamos que los estudiantes se enfoquen en conocer y rescatar las percepciones, los conocimientos, las inquietudes de la gente y todo esto representa el conocimiento tradicional. Por ejemplo, cuando hay investigaciones de tesistas, buscamos que haya un objetivo para tratar de transferir esta información y que le llegue a más gente y que se traduzca en una infografía, en un pequeño video, un documental, en algunas publicaciones de redes sociales.
Con esto, ahora ya contamos con muchos datos que nos pueden ayudar a hacerle frente a diferentes luchas o tener los argumentos para luchar por la conservación de algún espacio.
—Ya que la región Bosque de Agua está en gran medida rodeada de áreas urbanas de gran magnitud (Ciudad de México, Cuernavaca y Toluca) y que, incluso, hay zonas del bosque dentro de dichas ciudades, ¿cuáles son las principales amenazas que tiene este ecosistema?
La amenaza tiene que ver con que se quiere continuar la expansión urbana y tomar más espacios de ese territorio del Bosque de Agua. Me parece absurdo cómo no hay controles suficientes de gobernanza para evitar que esto siga creciendo porque no podemos llenar de cemento estos espacios; si eso pasa, ya no vamos a tener los diferentes beneficios de los ecosistemas.
También es una amenaza el que lo vemos como separado, por un lado la ciudad, por otro lado el monte y la gente rural. En las ciudades no se dan cuenta de la gran dependencia que tienen hacia estos espacios y el gran impacto que tienen las formas de consumo en la ciudad.
—Para metrópolis tan grandes como la Ciudad de México, ¿cuál es el mayor beneficio que se genera con una buena salud del bosque?
—Principalmente el uso del agua. Y por eso el nombre, porque es real que en esta zona se capta la mayor parte del agua que se consume en las tres urbes que lo rodean: la Ciudad de México, Cuernavaca y Toluca.
Mucha agua (que se consume en la Ciudad de México) la traemos desde fuera, con el Sistema Lerma Cutzamala, hasta un 30 %, lo que requiere mucha energía y es agua de otros territorios. Si no hubiéramos deteriorado el Bosque de Agua y si tuviéramos una buena infraestructura en la Ciudad de México, no habría necesidad de traerla desde allá.
El agua es uno de los principales aportes, pero no nos damos cuenta de la importancia de la producción de oxígeno, la captación de CO2, el que sea un espacio enormemente rico en términos biológicos y que haya espacios recreativos.
También está la importancia de quienes históricamente han tenido presencia en estos territorios, que son cuatro grupos originarios: los otomíes, los mazahuas, los náhuatl y los tlahuicas. El trabajo con ellos ha permitido rescatar el conocimiento tradicional para conservar y defender el bosque. Es importante a nivel económico, pero también es algo no utilitario, intangible, que nos da identidad, nos da arraigo, nos genera vinculación y conexión con la naturaleza.
Conservar en comunidad
—En la zona del corredor biológico del Bosque de Agua hay 21 áreas naturales protegidas y 37 municipios que tienen sus propias problemáticas y que cuentan con personas que manejan esas zonas. ¿Cómo es impulsar trabajos de conservación en una zona tan amplia y diversa?
—Siempre se ha tratado de colaborar e incluirlos. Obviamente, no siempre se tiene buena respuesta. Hicimos un seminario y un libro que se llamó Científicos y sociedad en Acción por la biodiversidad y la sustentabilidad del Bosque de Agua de la Megalópolis de México y ahí invitamos a autoridades locales y, en este caso, hubo respuesta de algunos y de otros no, entonces falta más integración.
No siempre ha sido fácil a nivel local, nos acercamos y les decimos: “Aquí estamos, aquí está la información para que les sirva” y les damos una plática. Y de repente, lo toman en cuenta y les interesa, pero luego hay otros factores, como el tiempo, y nos cuesta mucho trabajo tratar de sumar. Pero yo digo: “Estoy aquí para sumar” junto con toda esta información y que sirva para la mejor toma de decisiones a nivel local.
—En su artículo “Participación social y educación ambiental para la conservación. Un estudio de caso con niños y jóvenes de una zona rural periurbana”, explica la relevancia del papel de las niñas y niños para salvaguardar zonas tan necesarias como la región Bosque de Agua. ¿Cómo ha sido el trabajo con las infancias?
—Todo esto lo hago en conjunto con mi esposa y mucha más gente que nos apoya, no es un trabajo solitario. En algún momento sentimos la necesidad de compartir la información que estábamos generando para la academia y se nos ocurrió que las escuelas podrían ser una buena trinchera. Por eso empezamos este proyecto en 2013 y ahora trabajamos en ocho municipios del norte del Bosque de Agua y hemos logrado acercarnos a más de 30 000 niñas, niños y jóvenes. Es pesado, pero muy enriquecedor. Hacíamos las pláticas, investigábamos el impacto a través de cuestionarios y realizamos concursos de carteles. Esto también permitía que las familias se involucraran, que era lo que al final queríamos. Les pedimos a los tomadores de decisiones de las zonas que fueran los jueces para también generar un diálogo con ellos. Ha sido difícil medir el impacto, pero es una dinámica que funciona y que ayuda a entender lo que estos chicos, este sector de la población está pensando, está percibiendo.
—¿Cuál ha sido hasta ahora la participación infantil en el proyecto?
—Aunque creo que hace falta todavía más participación de niños y jóvenes, sí hay ejemplos del involucramiento que ya tiene este sector de la población, como en San Francisco Magú, en la región norte del Bosque de Agua, donde hubo un festival ahí por la primavera y salieron las y los niños a marchar con pancartas para manifestarse por la protección del bosque. Fue muy lindo, porque pudimos ver el impacto que ha tenido. Decían: “Casas no, bosque sí”. Fue increíble.
También, por ejemplo, en junio reunimos a 15 jóvenes, entre 20 y 30 años, de los diferentes territorios del Bosque de Agua e invitamos a especialistas. La idea fue desarrollar sus capacidades, darles herramientas y todo para que tengan más elementos de cómo enfrentar estos temas de biodiversidad, el cambio climático y sustentabilidad. Con todo esto, vamos a armar un nuevo libro, un documental para narrar y visibilizar las historias de vida y que nos cuenten, desde su enfoque, lo que está pasando en sus espacios. Y así, ellos nos ayuden a ser replicadores y trabajar en conjunto.
Ciencia y activismo
—Uno de los temas que ha denunciado desde la academia, pero también desde su activismo en los últimos años ha sido el del proyecto inmobiliario Bosque Diamante, que pretendía derribar 200 000 árboles de encino en el municipio de Jilotzingo, en el Estado de México —zona que se ubica dentro del Bosque de Agua—, y construir 20 000 casas. ¿Cómo ha sido la participación de la ciudadanía de Jilotzingo y zonas cercanas para proteger y conservar el bosque?
—Este tema ha sido preocupante, con altibajos y con muchos retos, sobre todo para lograr que la comunidad se sume. Al inicio, veían el tema como una oportunidad económica y fue difícil romper con ese esquema. Fuimos hasta las asambleas ejidales a platicarle a la gente sobre el tema y aunque sí ha sido complicado hacer partícipe a la comunidad de todas estas problemáticas, han ayudado las publicaciones en redes sociales que se viralizaron, lo que nos permitió a acercarnos a otra gente y a otros lugares. Hicimos una petición en Change.org para hacer más visible este problema y se ha unido gente admirable con amor por su territorio, su postura es auténtica y están a favor del bien común y de la naturaleza.
Ha sido voluntario y también riesgoso, muchas veces decidimos no dar la cara o que no apareciera nuestro nombre. Lo hacemos por mantener el espacio natural sano y obviamente, con el enojo y con la indignación de que sabemos desde un principio que esto se hizo mal, de forma irregular y con permisos ilegales. Ese malestar también nos mueve.
—En este caso del proyecto inmobiliario Bosque de Diamante, ¿qué se ha logrado gracias al trabajo comunitario y académico para defender esa parte del Bosque de Agua?
—En primera instancia, frenar el proceso de construcción a través de amparos y juicios. Y ello, en cierta medida, ha sido porque tenemos datos que nos pueden ayudar a hacerle frente y tener argumentos sociales y científicos ante esas personas con intereses económicos.
En este caso, gracias a que teníamos ya cierto conocimiento avanzado sobre toda la biodiversidad que caracteriza estos espacios, sobre los llamados servicios ecosistémicos (que mejor deberíamos llamarles beneficios ecosistémicos o contribuciones de la naturaleza de las personas y ser menos egoístas menos antropocéntricos) y a la vinculación con las comunidades, pudimos ayudar a generar una demanda y responder las preguntas periciales dentro del juicio. Por ejemplo, cuestionamos cuál era el valor rentable de esos 19 000 condominios ante la relevancia del bosque y sus beneficios ecosistémicos y, ante ello, realizamos un cálculo monetario del costo del agua que llueve y se filtra en el bosque y demostramos que anualmente, el valor del servicio ambiental de la zona se traduce a más de 65 mil millones de pesos mexicanos (es decir, más de 3,880 millones de dólares), lo que también manifiesta la relevancia del bosque para ciudades como la capital del país, que cada vez más se van quedando sin agua.
—¿Cuál ha sido el principal reto en su trabajo como biólogo y activista para defender el bosque?
—Entre algunos que existen, es terminar de entender mucho de la dinámica social y ambiental del lugar y, muy importante, también es comprender cómo romper con la indiferencia de mucha gente que no se da cuenta de la gran importancia de esta región. Pero sobre todo combatir la indiferencia de las autoridades. Hemos logrado tocar puerta en Palacio Nacional, en la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), en la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) y con quienes estén por involucrarse en las próximas elecciones gubernamentales.
—¿Cuál es la principal meta a lograr en el Bosque de Agua?
—Una de las metas es generar nuevos instrumentos de política pública que favorezcan las actividades del buen trabajo en el campo, de agroecología, de un aprovechamiento sustentable del bosque y al final, todo esto tiene que estar bien fortalecido para que la gente retome esta conexión con el campo, con la naturaleza.
* Imagen principal: Uno de los ejes de trabajo del científico Víctor Ávila ha sido el de la educación ambiental en los municipios que habitan el Bosque de Agua. Foto: Cortesía Víctor Ávila Akerberg
Publicado originalmente en Mongabay Latam