El lunes 30 de marzo de 2020, el gobierno de México anunció la declaratoria de emergencia sanitaria en el país, por lo que se restringieron las actividades no esenciales, comenzó la Jornada de Sana Distancia y se exhortó a la población a resguardarse voluntariamente en sus domicilios. En aquel momento, se reportaban mil 94 casos de coronavirus y 28 muertos. Para estas fechas, hay más de un millón 300 mil casos confirmados y más de 119 mil defunciones.
De acuerdo con la Agenda 2025 Para el espacio público y la vida pública en México, el fin de estos lugares físicos es “fungir como plataforma para la manifestación de la vida pública que en ellos se desenvuelve, siendo esta la expresión de todas las interacciones colectivas en los bienes comunes urbanos de uso público, tales como fomentar el encuentro, socializar, jugar, expresarse, caminar, ejercitarse, descansar o simplemente disfrutar de la ciudad”.
Según este análisis, nuestro país tiene un legado histórico y cultural de espacio público y vida pública, ya que la sociedad mexicana “ha sido tradicionalmente extrovertida, forjando su vida social, cultural, económica y política en las plazas, parques, calles, mercados, malecones y cementerios de sus pueblos y ciudades. En ellos se refleja la idiosincrasia y costumbres de los mexicanos, construyendo una fuerte identidad y un patrimonio público invaluable”.
Aunque la conquista del espacio público y la expresión de la vida pública se han visto alteradas, prosigue el informe, por factores económicos, institucionales y sociales; hoy tenemos que agregar a éstos el confinamiento provocado por la pandemia de coronavirus. Si bien los lugares físicos existen, el flujo de actividades que se realizan en ellos han descendido. Parques, plazas y las calles dejaron de ‘caminarse’.
Para el Dr. Juan Pablo Vázquez Gutiérrez, académico e investigador del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la IBERO, “esas conquistas se ven sin duda mermadas; se reducen las opciones para el desarrollo de actividades colectivas, para el impulso de expresiones artísticas o mejoramiento barrial; y se limitan los espacios para manifestaciones y protestas”.
Es cierto que, a diferencia de los primeros meses de encierro, hay mayor presencia social en las calles. Sin embargo, la presión económica jugó un papel importante, pues las personas tuvieron que salir a trabajar y buscar el sustento, y por eso algunas zonas hoy se ven con más actividad, pero sin llegar a la que teníamos antes de la emergencia sanitaria.
Pero el confinamiento ha sido impactante no sólo por la paralización económica y su impacto expansivo sobre todo sobre los grupos más vulnerables, “sino también por haber exacerbado condiciones de depresión, asilamiento y violencia intrafamiliar y de pareja. El confinamiento ha restringido múltiples esferas de desarrollo personal y colectivo, y acrecentado las asimetrías sociales preexistentes”, expresa Vázquez Gutiérrez.
La relentización de la vida
En el artículo Can City Life Survive Coronavirus?, publicado en el New York Times, Michel Kimmelman afirma que las pandemias son antiurbanas y el distanciamiento social “no sólo choca con nuestros deseos fundamentales de interactuar, sino también con la forma en que hemos construido nuestras ciudades y plazas, metros y rascacielos. Todos están diseñados para ser ocupados y animados colectivamente”.
En ese sentido, el Dr. José Luis Barrios Lara, académico e investigador del Departamento de Arte, afirma que el impacto en términos de sistema (social, económico, político y cultural) que ha tenido el COVID-19 está relacionado con el sentido de tiempo y la velocidad que nos había acostumbrado el capitalismo global, y que permite redefinir otra lógica menos compulsiva de estar en el mundo.
“Esto significa que la estructura de la vida humana ha tenido que ralentizarse y, por tanto, la totalidad de relaciones con nuestro entorno. En la medida en que el tiempo es más distendido, es lógico pensar que cambian las relaciones que tenemos con el espacio… algo que no tiene por qué ser malo por sí mismo, sino que redefine los modos de relación con el afuera (lo público, entre otras cosas) y el adentro (lo privado)”.
A decir del también filósofo, el espacio se está redefiniendo en buena medida por la forma de intimidad que la lógica de la globalización se encargó de alienar de muchas maneras. Por ello, esta ‘desaceleración’ abre dimensiones importantes: el silencio en lo privado; el sentido de la habitación como forma nuclear que redefine el ritmo de la existencia; el sonido y el movimiento de los cuerpos en el espacio público.
“El enclaustramiento puso en crisis la lógica de producción-consumo tardo capitalista”, comenta Barrios Lara, es decir, la relación entre vida y tiempo, y su administración productivista. “Que la gente tenga ansiedad por estar encerrada, dice mucho sobre lo que significa no saber qué hacer con mi vida porque tengo mucho tiempo y viceversa”.
Agrega: “Un tópico que la filosofía y literatura de finales del siglo XIX y del XX plantaba como el afecto fundamental de las sociedades modernas (capitalistas e industriales) era el afecto del tedio y aburrimiento; producto de un vaciamiento del tiempo en el espacio público del consumo y la incapacidad del sujeto de imaginar mundos posibles y no consumir fantasmagorías comerciales. Confundir ansiedad o angustia con imposibilidad de estar en el tiempo de la mercancía, muestra que lo que no estaba tan bien era el modo de existencia pre-COVID”.
Reaprender a andar en el espacio público
El Dr. Juan Pablo Vázquez, especialista en sociología política y de la cultura, estima que recuperar el espacio público será un proceso lento, “en donde procesos y logros de mayor participación ciudadana en el espacio público pueden sufrir retrocesos con motivo de este largo confinamiento”.
Aunque todavía falta para que la libre circulación y movilidad se den plenamente, comenta, “más allá del cambio favorable en las condiciones sanitarias y el arribo a condiciones de semáforo verde, la recuperación del espacio público será resultado de un proceso organizativo y de la reactivación de redes e iniciativas ciudadanas diversas”.
No duda al decir que tendremos que reaprender a convivir y adaptarnos a las nuevas condiciones una vez que pase el confinamiento. “No considero que este resultado sea totalmente negativo, pues el proceso de adaptación representará también aprendizajes y superación de retos, pero es evidente que también significará la agudización de contradicciones, tensiones sociales y procesos de exclusión, violencia y conflicto con los que tendremos que lidiar”.
El Dr. José Luis Barrios explica que para poder recuperar el espacio público es necesario peguntarnos “sobre la nueva condición del consumo; la lógica de la relación tiempo, lugar y trabajo; sobre las formas de socializar en mundo en función de desacelerar las formas y las materialidades de la coexistencia, esto en lo social y lo económico; en lo político, redefinir la plaza pública como lugar donde se discuten asuntos de bien común en función de la buena vida como fin de la política”.
Y deja un ejercicio metafórico que habla de la lentitud como una posibilidad de combatir las lógicas vertiginosas de la vida: “habría que aprender a ‘andar’ como si paseáramos a una tortuga por la calle. Habría que volvernos a preguntar, contra los futuristas, por qué la velocidad nos puso en crisis. Vamos, hay que pasear a nuestras tortugas en el espacio público”.
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