La huella del doctor Ernesto Guevara, documental del cineasta argentino Jorge Denti, que se presenta hoy, a las 19 horas, en la plaza del Monumento a la Revolución, es –sostiene su director– “una historia para jóvenes narrada por octogenarios que vivieron encuentros clave con el Che” en un periodo de su vida, no más de tres años, que fueron críticos para definir su futuro como revolucionario.
Es también el retrato de un hombre joven, «entre los 24 y los 27 años, un tipo de carne y hueso, un médico de verdad, que se esforzaba cada día por pulir su educación». Es una película que pinta al personaje, según la guía que le proporcionó su hermana Ana María Guevara a Denti, “como a Ernesto, no como al Che, que ya es un héroe que pertenece a la revolución cubana”. Un nómada con la cartera siempre vacía, lector voraz y observador detallista.
Es un road movie, con el protagonista siempre en movimiento, en tren, en autobús, en barcos de carga, pasando por la convulsa historia latinoamericana de los años 50 de las experiencias revolucionarias de Bolivia y Guatemala a las dictaduras de Perú y Paraguay; asumiendo empleos de lo más diverso –investigador en un laboratorio, controlador en una plantación bananera, estibador en un puerto, médico en una mina de estaño, velador en una librería, vendedor ambulante, fotógrafo callejero– y encontrando en cada nueva aventura ideas, paisajes, tragedias humanas y amistades que forjarían al combatiente que al final de esta historia se embarca en Tuxpan en el yate Granma rumbo a Cuba. Desde ahí le escribe a su madre, Celia de la Serna: «Vieja, ahora empieza lo bueno».
Abundante materia prima
La propuesta de Denti es distinta a la película de Walter Salles, Diarios de motocicleta, y el documental anexo de Gianni Miná, En viaje con el Che, porque este filme sólo abarca el segundo recorrido de Guevara por el continente, desde la ruidosa y alegre partida de Ernesto y su amigo Carlos Calica Ferrer de la estación de Retiro, en Buenos Aires, una fría mañana de julio de 1953, hasta la salida del Granma al lado de Fidel Castro rumbo a la Sierra Maestra. Ya no es el Fúser de la moto. Todavía no es el héroe en Cuba.
Como para tantos biógrafos y cineastas que han incursionado en la figura de Guevara, para Denti la materia prima fue abundante: “Dejó huellas y testimonios de todo, además del vivo recuerdo entre quienes lo conocieron. Hay cuadernos y cuadernos donde plasmaba todo: los libros que leía, sus bitácoras de viaje, sus impresiones y reflexiones, en particular, lo que le apasionaba: la arqueología, la filosofía, la ciencia, la poesía, los movimientos sociales en los que se sumergía, la política y, sobre todo, la impresión que le dejaban los pueblos con los que conectaba intensamente. Además, toda la correspondencia que existe… con su madre y su tía Beatriz, con su mejor amiga Berta Tita Infante –con quien tuvo una seria relación epistolar durante seis años–, con sus compañeros y conocidos. Estas cartas son un recurso invaluable. Ernesto tenía toda una metodología para leer, escribir, clasificar.”
Y sobre todo, están los testimonios de todos aquellos encuentros que fueron forjando al hombre. «Aquí tuve que ser un poco selectivo. Entre la gente que se cruzó en su camino hay mucho mito, mucha exageración», explica Denti.
Pero al final, en su lista de entrevistados están quienes, de verdad, fueron sus más cercanos. Entre otros, Calica y Óscar Valdovinos, sus amigos y compañeros de viaje; Alberto Granado en una maravillosa entrevista póstuma, lo mismo que el guatemalteco Alfonso Bauer Paiz, quien explica las claves del periodo de Jacobo Arbenz y la forma como lo vivió Guevara; la historiadora Julia Constenla, biógrafa de su madre Celia y rigurosa registradora del entorno de la ilustre familia argentina; Juan Martín Guevara, el hermano menor con los detalles chuscos de una infancia feliz compartida –»eran famosas las recitadas de Ernesto en el baño»–; Myrna Torres, guatemalteca, amiga de su primera esposa Hilda Gadea, y Gustavo Meoño, coordinador del Archivo Histórico de la Policía Nacional de Guatemala, que es donde aparece una ficha policiaca, en la que por primera vez se le menciona con el apodo de Che.
Acercamiento a los cuadros comunistas
La Paz es su primera parada. Bolivia, según ilustra el documental, es un laboratorio de ideas. Guevara vive sorprendido y apasionado la experiencia de la revolución de 1952, con los mineros armados marchando por las calles y la posterior decepción de una cúpula dirigente claudicante. Le sigue Perú, la vuelta a los leprosarios, donde había trabajado en el primer viaje, su contacto con las ideas de José Carlos Mariátegui y la poesía de César Vallejo. Luego Guayaquil, Panamá, las bananeras de la Mamita Yunai (United Fruit Company); Guatemala, la revolución de Jacobo Arbenz, su encuentro con la líder peruana Hilda Gadea, que lo acercó, ya de manera más sistemática y comprometida, a los cuadros comunistas. Es el momento, cuenta don Alfonso Bauer, «en el que empieza a asumir el materialismo histórico». Es también el momento en el que Estados Unidos conspira para derrocar a Arbenz y colocar en su lugar al primero de una serie de generales represivos, Castillo Armas.
En esa coyuntura, para participar en una posta de defensa durante el golpe, el cubano Jorge Risquet pone en manos de Guevara su primera arma. Es una vieja carabina checa.
En Guatemala, su primera arma
En Guatemala empuña su primera arma; establece una relación formal con su futura esposa y madre de su primera hija, Hilda Gadea, y define su ruta como futuro guerrillero. «Si hay que morir, que sea como Sandino, no como Azaña.» Parte a México con una profunda sensación de derrota: «Guatemala, me dejas una profunda herida en el flanco».
La última etapa se desarrolla en la ciudad de México, con sus ocasionales salidas a Mitla, Chichén Itzá, Teotihuacán, Palenque, Popocatépetl. Ejerce de médico en el hospital general, cae preso, conspira. Nace Hildita, «igualita a Mao», y sus cartas exhiben una renovada ternura. Naufraga su relación con su esposa y no tarda en cruzarse en su camino Fidel Castro. En torno a una mesa del restorán del hotel Galveston, en la colonia Tabacalera, el cubano recluta a sus dos primeros expedicionarios para el Granma: su hermano Raúl y Guevara.
Antonio del Conde, el armero que suministró las primeras armas a esa escúalida unidad guerrillera, que compró y preparó el yate legendario y que compartió los sueños de la revolución cubana, cuenta en el documental cómo Fidel le pidió que se quedara en Tuxpan, donde sería más útil a la misión que en la sierra. Por su expresión, esa sigue siendo una espinita en el corazón.
Ahí continúa lo que Ernesto escribía en 1952, en uno de sus diarios: «Ese vagar por nuestra Mayúscula América». En la pantalla, el Granma se pierde entre las olas del Caribe.