Altamente competitivo en un sistema mundial igualmente competitivo, el Coronavirus no solo infecta cuerpos, sino discursos y pensamientos. Como el capitalismo devenido en pandemia, el bicho coloniza, domina, usa, aliena, explota, depreda, contamina, violenta y mata.
En los últimos meses han circulado enormes volúmenes de información relacionada con la evolución, selección y progresión del nuevo Coronavirus asociado al síndrome respiratorio agudo grave tipo 2 (SARS-CoV-2, acrónimo del inglés Severe Acute Respiratory Sindrome – associated CoronaVirus-2) o enfermedad por Coronavirus-19 (COVID-19, acrónimo a su vez del inglés coronavirus disease-2019). Asimismo, han proliferado artículos y debates acerca de la “guerra” entre la especie humana y el virus, gráficos sobre la progresión de casos positivos de infección y muertes humanas, especulaciones en torno a la selección de personas inmunes al mismo, así como argumentaciones alrededor de las implicancias políticas, sociales, económicas y ambientales asociadas tanto a la génesis de la pandemia como a lo que se avizora como un futuro incierto.
A tal punto ha llegado la sobrecarga de información acerca del virus y sus efectos que bien podría afirmarse que este virus se ha viralizado. Qué obviedad y qué tamaña novedad a la vez: un virus que no solo infecta cuerpos, sino que infecta discursos y pensamientos. El filósofo italiano Bifo (seudónimo de Franco Berardi) hace alusión a una pandemia que se nos presenta en forma de “una epidemia psíquica, de un virus lingüístico generado por un biovirus”.
Hablamos de un virus total, un virus de la globalidad, un virus que logra infiltrarse de un plano de la realidad al otro: nunca un virus logró tal competencia. Y es que buena parte del debate involucra el concepto de competencia. Pareciera ser que compiten las especies entre sí, que compiten los modelos de planeamiento, las lógicas y las racionalidades gubernamentales para enfrentar la pandemia. Compiten las naciones por los recursos materiales para equipar hospitales y por encontrar tests efectivos y vacunas. Compiten las compañías farmacéuticas por encontrar terapias efectivas y rentables contra el virus. Compiten los medios de comunicación por viralizar la información y la desinformación acerca del virus. Compiten las empresas en medio de la crisis por extraer un margen de ganancia a costa de la salud de sus trabajadorxs. Compiten las teorías y modelos sobre el origen del virus y sobre las proyecciones de su infectividad y mortalidad. Compiten las exégesis filosóficas sobre el devenir del planeta alertando acerca de la profundización de los mecanismos capitalistas de control social y represión, tal el caso de Byung-Chul Han, o por el contrario, entreviendo la posibilidad del advenimiento de un comunismo reinventado, en palabras de Zizek.
Estuvieron también quienes se preocuparon más por una filosofía de vida de lo inmediato, la de competir por el último rollo de papel higiénico o por el récord de frascos de alcohol en gel adquiridos. Luego están quienes no clasificaron para la competencia. Su realidad material en villas o barriadas les impidió desde acceder a la formación o al tiempo para formular teorías filosóficas o modelos explicativos, pasando por el poder adquirir alcohol en gel o hasta lo más elemental: disponer o no de acceso al agua potable o a una vivienda digna donde poder aislarse. Así fue como Ramona, en la villa 31, “perdió” en la competencia por recursos que fue favorable a sectores acaso más “necesitados”, tales como el grupo Techint, Ledesma, la Sociedad Rural o McDonald´s, que sí calificaron para recibir una importante ayuda del Estado. Sea como sea, a la larga se dirá que aquellos países que hayan logrado atravesar con menores sobresaltos la crisis habrán sido en definitiva quienes mostraron “mayor competencia” en el tema.
El origen de las especies y del SARS-CoV-2: ¿competir o compartir?
A la hora de desarrollar su teoría evolutiva sobre el origen de las especies y la selección natural, Charles Darwin [1] se basó en conceptos económicos de Thomas Robert Malthus [2]. Malthus sostenía que la población tiende a crecer en progresión geométrica (es decir, exponencial), mientras que los alimentos sólo aumentan en progresión aritmética (es decir, lineal), por lo que la población se encuentra siempre limitada por los medios de subsistencia. Darwin fue influido por estas ideas para forjar sus hipótesis según las cuales el principio de variación, el de herencia y el de selección determinan que aquellas variantes heredables asociadas a una mayor supervivencia y/o a dejar una mayor descendencia resultan seleccionadas.
Pero fue Thomas Henry Huxley, célebremente conocido como “el Bulldog de Darwin”, quien difundió las ideas del mismo interpretando que la evolución procede a través de una lucha a muerte entre especies, al estilo de un circo romano. Años después, el llamado “darwinismo social” era utilizado para justificar las versiones más extremas de la libre competencia y el individualismo. Las más perversas teorías eugenésicas del nazismo fueron desarrolladas al calor de estos conceptos. Paradójicamente, o quizás no tanto, el nieto de Thomas Huxley, Aldous, escribiría la novela distópica Un mundo feliz [3] varios años después de la muerte de su abuelo. Políticas como las de Trump o Bolsonaro, en las que se deja morir “por selección natural” a quienes menos recursos tienen, son dignas herederas de estos conceptos.
A pesar de estas ideas, el naturalista ácrata Pedro Kropotkin -gran admirador de Darwin- sostenía en El Apoyo Mutuo que las especies pueden evolucionar cooperando entre sí [4], cosa que Huxley habría sido incapaz de advertir por sus prejuicios victorianos. El prestigioso biólogo evolutivo contemporáneo Stephen Jay Gould retomó a Kropotkin para afirmar que quienes usan la selección natural como justificación para la opresión social no han comprendido a Darwin, y que es probable que el proceso de evolución haya sido efectivamente también en gran medida colaborativo [5]. En este mismo sentido, la bióloga contemporánea Lynn Margulis ha señalado numerosos ejemplos de cómo el mutualismo y la simbiosis entre especies han constituido un fuerte motor en la evolución [6].
Llamativamente, en sintonía con las hipótesis de Kropotkin, Margulis y Gould, una de las más recientes hipótesis para explicar el origen del SARS-CoV-2 es la existencia de un evento de recombinación genética entre dos virus: un virus de murciélago (similar al BatCoV-RaTG13 de la provincia de Yunnan) con un virus de pangolín, el mamífero más traficado del mundo [7]–[8]. Mientras que el genoma del virus de murciélago comparte mayor identidad de secuencia con el SARS-CoV-2 humano (96%) [9], el del pangolín, que comparte un 91%[10] a nivel general, presenta un 100% y un 98% de identidad en las secuencias aminoacídicas correspondientes a las proteínas de envoltura y membrana, respectivamente. Sin embargo, aún existe controversia respecto del origen del virus, si fue transmitido desde murciélagos o si hubo una especie intermedia como el pangolín. De hecho, para el SARS-CoV-1 y para el virus causante del síndrome respiratorio de Oriente Medio o MERS-CoV hubo especies intermedias y fueron dos mamíferos diferentes: el camello y la civeta o musang. Lo cierto es que, en cualquiera de los casos, la idea de que la irrupción del SARS-CoV-2 pudo haber tenido un origen artificial, léase a través de una manipulación genética en laboratorio, parece no ser consistente con los datos de secuenciación: el SARS-CoV-2 no se deriva de ninguna estructura de virus previamente utilizada ni se encuentran las “marcas” o “cicatrices” típicas de la manipulación mediante técnicas de laboratorio [11].
Pedagogía del Cuerpo Explotado
El modo de producción capitalista y la tecnociencia desarrollada en torno al mismo han concebido históricamente a la naturaleza como un recurso al cual depredar en clave extractivista. Resulta particularmente paradójica, a la vez que metafórica, la irrupción en escena de un virus minúsculo que nos utiliza como recurso para poder propagarse. Y es que, si bien somos enemigos del biologicismo o del determinismo que conduce al darwinismo social, resulta sí interesante que la metáfora, por contraposición al reduccionismo biológico, nos permite mayor potencia pedagógica, explicativa y predictiva. Paul Ricoeur plantea en La metáfora viva que la misma permite describir la realidad mediante un lenguaje simbólico y, por ende, prístino. El valor primordial de la metáfora no reside en ser ornamental, sino que ofrece nuevos niveles de información. Así las cosas, vale la pena recordar que es Marx quien encuentra que el concepto de parasitismo resulta una buena analogía para definir lo esencial del modo de ser de los capitalistas. En este sentido, Philippe Descola realiza un cuestionamiento antropológico a la distinción “naturaleza/cultura”. Advierte que la costumbre de dividir el universo entre lo cultural y lo natural no corresponde a ninguna expresión espontánea de la experiencia humana. Así es como como las teorías económicas de la época permearon las hipótesis evolutivas de Darwin, del mismo modo que la teoría política de Kropotkin se filtra en sus escritos de historia natural. Lo cultural, en definitiva, no puede reducirse a lo natural ni viceversa, así como tampoco es posible escindir ambas dimensiones como compartimentos estancos. Levins y Lewontin, dos prestigiosos biólogos norteamericanos, proponían un abordaje dialéctico para este tipo de problemas complejos en The dialectical biologist: la compenetración de las partes y el todo es una consecuencia de la intercambiabilidad del sujeto y el objeto, de causa y efecto.
Retomemos entonces la metáfora del virus que explota nuestros cuerpos con una lógica capitalista. Para poder subsistir y reproducirse, depende de la existencia y fuerza de trabajo de células como las de nuestro cuerpo. El patrón viral, el virus como patrón, no invierte ni aporta en “capital molecular constante”: maneja los medios de producción, sí, pero utiliza los de la célula trabajadora. Es ella quien aporta la energía, el agua, la infraestructura. Las células aportan mano de obra y sus propios medios, para beneficio y reproducción del patrón viral. Pareciera que el sistema de producción al que el virus somete a las células no es comparable con el de una fábrica del siglo XIX, sino que es más bien más analogable, vaya paradoja, con las lógicas del tardocapitalismo: precarización de la vida y del trabajo, explotación a domicilio o teletrabajo. Al aumentar el número de partículas virales y la alienación del trabajo celular, se llega eventualmente a una tensión entre las Fuerzas Productivas de la propia célula y las Relaciones Moleculares de Producción establecidas entre el virus y la célula enajenada. Si la célula se suicida (muerte celular programada o apoptosis) o es aniquilada por el sistema inmune previo a que el virus logre multiplicarse, el virus no logrará propagarse. Si el virus logra salir en grandes volúmenes de la célula, el hecho de que la célula muera o de que el propio virus la aniquile no resultará un problema para la expansión del virus. De modo similar, en otra escala, el virus debe lograr transferirse horizontalmente entre seres humanos. Si aniquila el cuerpo antes de poder infectar otro cuerpo, no podrá propagarse. En cambio, si la tasa de transferencia horizontal fuera suficientemente alta, si la mano de obra celular y el ejército de reserva de seres humanos fuera suficiente, no será un problema que la explotación a la que somete el virus a nuestro cuerpo ocasione algunas pérdidas: en términos de la estrategia de dominación viral puedan acaso considerarse como “accidentes laborales”.
Lxs condenadxs de la tierra
Cuando comenzó el cierre de fronteras y el aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO) en la Argentina, las tendencias de ese entonces auguraban 30 mil casos positivos de COVID-19 o más para principios de mayo. Que a principios de mayo haya habido poco más de 6 mil casos y alrededor de 300 muertes habla de una medida correcta, no de que haya sido exagerada o desacertada la proyección de casos en ausencia de la misma. Basta comparar con el número de casos, para la misma fecha, en otros países del continente en donde no se aplicó o bien se aplicó parcial o tardíamente, para demostrarlo: Ecuador (29 mil casos), Perú (65 mil casos), Brasil (156 mil casos). Se puede ponderar el número de casos en función de la cantidad total de habitantes por país: la conclusión es la misma. Se puede señalar que la definición de caso y el número de testeos es diferente en cada país en esas fechas ya distantes: observando el número de muertes Ecuador (1700 muertes), Perú (1800 muertes), Brasil (11 mil muertes), la conclusión es la misma. Que a nivel mundial la tendencia se haya desacelerado y a principios de junio “solo” haya 7 millones de casos y poco más de 400 mil muertes por COVID-19, también se explica en gran parte por este tipo de medidas en varios países del mundo.
Sin embargo, en las noticias, en las tendencias y curvas de casos y muertes que se muestran, se invisibiliza por lo general la tragedia de quienes siempre pagan las crisis. Mientras que en muchos lugares del país el número de casos positivos diarios crece relativamente poco, en las villas de CABA y en el Gran Buenos Aires, el número de nuevos casos se multiplicó (al menos inicialmente y veremos) de manera acelerada. Y es que la estrategia viral de dominación de células y cuerpos sinergiza con estrategias de dominación que se han viralizado en otros planos o niveles de la realidad: la dominación capitalista y la dominación patriarcal de esos cuerpos dominados.
Como se mencionaba anteriormente, un virus, un parásito obligado, cuya relación de tamaño frente un ser humano es similar a la de una gallina en comparación con el planeta Tierra, aparece como trágica metáfora de aquello que podemos denominar fase superior del parasitismo: una pequeña fracción de la humanidad, que representa solo el 0,02% de la biomasa sobre la Tierra, pero que ha impuesto valores y dispositivos, reglas y modos de producción hasta volverse un parásito total, un parásito de la totalidad. En Breviario de podredumbre, Emil Cioran describe “el ansia de primar”: “(…) Nos codeamos con sátrapas por todas partes: cada uno -según sus medios- se busca una multitud de esclavos o se contenta con uno solo. Nadie se basta a sí mismo: el más modesto encontrará siempre un amigo o una compañera para hacer valer su sueño de autoridad”.[12] El capitalismo, devenido en pandemia, coloniza, domina, usa, aliena, explota, depreda, contamina, violenta y mata: cuerpos, mentes, emociones, territorios, ríos, montañas, lagos y mares, suelo, aire y tierra. Nada en el planeta se encuentra a salvo de la codicia del capitalismo en tanto que viralización del ser parásito, nada escapa a las garras del capitalismo-pandemia. Es un prerrequisito, una condición de posibilidad para una pandemia de estas características, la existencia de un sistema-mundo capitalista, extractivista y colonial: tráfico y consumo de animales, desplazamiento de poblaciones humanas y animales por desmonte, hacinamiento en grandes ciudades, condiciones de pobreza, falta de acceso al agua y a la salud pública, enormes volúmenes de personas en tránsito por razones financieras, comerciales, turísticas, políticas, administrativas. Se requiere de todo este caldo de cultivo “artificial” para que un virus encuentre las condiciones propicias para volverse pandemia. Coronavirus, dengue, zika, chikungunya, hantavirus, incendios, cambio climático, glifosato… No se trata de plagas bíblicas: es el resultado lógico del modo de producción, económico, cultural y depredador que se nos impone. Lo que Rosa Luxemburgo vaticinaba como “socialismo o barbarie”, pero -al menos hasta el momento- sin el final que esperábamos.
A la vez, en forma dialéctica, la pandemia vuelve aún peores las condiciones de explotación, precarización y humillación de la clase trabajadora, con un aumento drástico en el número de asesinatos laborales o patronales de modo de asegurar la ganancia de empresarios y poderosos. Sin ir más lejos, ilustrando lo que significa el lucro de la salud, Bayer ha aumentado sus ganancias en un 20% en el primer trimestre del año comparado con el primer trimestre del año anterior. Mientras las grandes corporaciones farmacéuticas intentan imponer sus fármacos y se hacen un festín con la pandemia, mientras la Argentina paga 320 millones de dólares al FMI en concepto de intereses de deuda, millones de trabajadores en nuestro país y en todo el mundo se quedan sin empleo o ven recortados sus salarios. Es lo que algunos llaman la injusta distribución de la riqueza y que Fontanarrosa, a través de Inodoro Pereyra, denominaba “el generoso reparto de la pobreza”. Las alternativas que barajan quienes gobiernan son el aumento o bien en el número de muertes o bien en la cantidad de pobres. Pero en cambio el disminuir la riqueza de quienes más tienen no parece ser una posibilidad.
La pandemia, a su vez, refuerza las situaciones de violencia y los crímenes de odio contra mujeres y disidencias asociadas al ASPO, se descarga con mayor fuerza aún sobre estos sectores acentuando los privilegios de quienes no realizan tareas de trabajo doméstico o de crianza. Judith Butler explica que “la desigualdad social y económica asegurará que el virus discrimine. El virus por sí solo no discrimina, pero los humanos seguramente lo hacemos, modelados como estamos por los poderes entrelazados del nacionalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo. Es probable que en el próximo año seamos testigos de un escenario doloroso en el que algunas criaturas humanas afirmarán su derecho a vivir a expensas de otros, volviendo a inscribir la distinción espuria entre vidas dolorosas e ingratas, es decir, aquellos quienes a toda costa serán protegidos de la muerte y esas vidas que se considera que no vale la pena que sean protegidas de la enfermedad y la muerte.”[13]
Finalmente, en el caso de las poblaciones de villas, barriadas humildes y cárceles el sinergismo entre pandemia, capitalismo y violencia estatal se convierte lisa y llanamente en una pesadilla cuando las políticas de hacinamiento, falta de acceso a agua, ausencia de elementos de higiene y salud, en definitiva, cuando la militarización y el confinamiento en guetos se vuelve una opción viable. Son las relaciones sociales de producción asociadas al actual sistema-mundo capitalista, patriarcal, colonial y racista las que determinan, entre otras cosas, que en Chicago un latino o una afroamericana tengan más chances de morir por COVID-19 que un blanco; que en una villa de Buenos Aires no haya agua para poder higienizarse ni se pueda cumplir el “quedate en casa”; o que en cualquier lugar del mundo el ASPO aumente las chances de una mujer de ser violentada o asesinada en su casa.
La organización de lxs de abajo: solidaridad y apoyo mutuo
Hoy por hoy, capitalismo y pandemia nos amenazan de muerte. El capitalismo es la pandemia.
En línea con los argumentos de Margulis desarrollados arriba, Alberts y co-autores sostienen en Biología Molecular de la Célula, uno de los libros de cabecera de la carrera de Biología, que un cuerpo saludable es en definitiva una sociedad celular en donde el altruismo -en oposición a la supervivencia del más apto- es la regla [14]. Cada célula se organiza en asambleas colaborativas o tejidos y se divide, diferencia o muere según sea necesario para el bien del organismo. Lógicamente, ni las células humanas “deciden” ser trabajadoras altruistas, ni tampoco los virus se convencen a sí mismos de adoptar un modo de ser parasitario: ni la célula está compelida al “bien”, ni el virus al “mal”. Las categorías morales, como tales, no les convienen a seres de los cuales -en principio- no parecería poder predicarse la existencia de conciencia, libertad o intencionalidad. Un virus se encuentra determinado a ser un parásito, no puede sino ser un parásito, porque no tiene ni conciencia ni libre albedrío para transformarse en otra cosa diferente. En cambio, la sociedad humana no está determinada a desenvolverse de manera parasitaria, como se nos ha intentado hacer creer: el capitalismo no es “natural”. El hombre no necesariamente deba ser lobo del hombre, como planteaba Hobbes. Esto tampoco implica su opuesto, que el capitalismo sea “antinatural”: no estamos compelidos a arribar natural, inexorable e indefectiblemente al socialismo. Que las células que nos constituyen puedan cooperar entre sí no hace al ser humano necesariamente cooperativo o solidario en esencia. La naturaleza ha encontrado diferentes grados de libertad, de flexibilidad: ejemplos de todo tipo de modos de organización y producción, individualistas y competitivos, por un lado; cooperativos o altruistas, por el otro. Más importante aún, el capitalismo, como producto social, no puede ser explicado ni reducido al funcionamiento de un virus, de un cáncer o de un parásito, más allá de la célebre y atinada analogía de Marx. Lo que sí es necesario explicitar es que el capitalismo, como estructura, determina sí, la pérdida de nuestra libertad. Nos reduce a ser o bien explotadxs o bien explotadores. Es en nuestra propia posibilidad de recuperar la libertad que podemos elegir salirnos del modo de ser parasitario a través de priorizar nuestra facultad de organizarnos cooperativa y solidariamente.
La crisis sanitaria, social y económica se hace sentir sin dudas, y para que no se siga descargando sobre las espaldas de los sectores humildes y de la clase trabajadora en general, la única solución posible será tocar los intereses privados, hacer público todo aquello que no deba ser privado, suspender el pago de la deuda, denunciar cualquier tipo de violencia represiva, denunciar las condiciones de precarización laboral y los casos de asesinatos laborales: tender puentes entre quienes realmente necesitamos de los más dignos ejemplos del cuidado, desplegar los mejores y mayores niveles de solidaridad en y entre sectores de trabajadores.
Silvia Federici, escritora feminista, recupera el concepto de apoyo mutuo, acuñado por Kropotkin, para hacer referencia a las formas cualitativamente diferentes de cooperación proletarias dentro de los procesos de reproducción, las cuales limitan los efectos y el poder del capital y del Estado sobre las vidas de lxs trabajadorxs, evitando que innumerables trabajadores caigan en una ruina más profunda y plantando las semillas para crear una solidaridad generacional y de clase [15]. Uno de los mártires de Chicago, George Engel, decía en su discurso antes de ser ejecutado: “Yo no combato individualmente a los capitalistas; combato el sistema que da el privilegio”. El privilegio, que no es otra cosa que lo que aquí se llama “tener coronita”. Se podrá, eventualmente, detener la pandemia combatiendo individualmente al virus corona. Pero, en definitiva, no se podrá destruir lo que simbólicamente significa la corona, sin destruir el privilegio.
Notas:
[1] Darwin, C. (1964). On the origin of species: A facsimile of the first edition (Vol. 49). Harvard University Press.
[2] Malthus, T. R., Winch, D., & James, P. (1992). Malthus: ‘An Essay on the Principle of Population’. Cambridge University Press.
[3] Huxley, A. (1998). Brave New World. 1932. London: Vintage.
[4] Kropotkin, P. (2012). Mutual aid: A factor of evolution. Courier Corporation. Kropotkin, P. A. (1906).
[5] Gould, S. J. (1988). Kropotkin was no crackpot. Natural History, 7(97), 12-21.
[6] Margulis, L., & Sagan, D. (2008). Acquiring genomes: A theory of the origin of species. Basic books.
[7] Xiao, K., Zhai, J., Feng, Y., Zhou, N., Zhang, X., Zou, J. J., … & Zhang, Z. (2020). Iso-lation and characterization of 2019-nCoV-like coronavirus from Malayan pangolins. BioRxiv.
[8] Lam, T. T. Y., Shum, M. H. H., Zhu, H. C., Tong, Y. G., Ni, X. B., Liao, Y. S., … & Leung, G. M. (2020). Identifying SARS-CoV-2 related coronaviruses in Malayan pangolins. Nature, 1-6.
[9] Zhou, P., Yang, X. L., Wang, X. G., Hu, B., Zhang, L., Zhang, W., … & Chen, H. D. (2020). A pneumonia outbreak associated with a new coronavirus of probable bat origin. Nature, 579(7798), 270-273.
[10] Zhang, T., Wu, Q., & Zhang, Z. (2020). Probable pangolin origin of SARS-CoV-2 associated with the COVID-19 outbreak. Current Biology.
[11] Andersen, K. G., Rambaut, A., Lipkin, W. I., Holmes, E. C., & Garry, R. F. (2020). The proximal origin of SARS-CoV-2. Nature medicine, 1-3.
[12] Cioran, E. M. (1966). Précis de décomposition (Vol. 94). Gallimard.
[14] Alberts, B., Bray, D., Lewis, J., Raff, M., Roberts, K., & Watson, J. (1992). Biología Molecular de la Célula. 2da ed. Ed. Omega SA Barcelona, España
[15] Federici, S. (2015). Sobre el trabajo de cuidado de los mayores y los límites del marxismo. Nueva sociedad, (256), pp. 45-62.
Publicado originalmente en SOCOMPA – Periodismo de frontera