El calvario de la tortura en México

Testimonio recogido en la ciudad de México por Marcela Salas Cassani Foto: Blog SIPAZ

Mi nombre es Marcelino Coache Verano, tengo 44 años, soy miembro de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) y soy sindicalista y activista. En Oaxaca ser parte de una lucha social es como convertirse en un criminal, y no sólo un criminal común, sino un criminal de alta peligrosidad. Esto ocasionó que en 1995 fuera despedido de mi trabajo. Sin embargo, a través de una lucha abierta contra el gobierno, en aquel entonces de Diódoro Carrasco Altamirano, gané, a través de una huelga de hambre de 19 días que me estaba costando caer en coma, la reinstalación en mi puesto en el municipio de la ciudad de Oaxaca.

He sido acusado de secuestro de funcionarios, ataques a las vías de comunicación, entre otros cargos, pero como todo era falso, ganamos los casos y pude seguir llevando a cabo trabajo social en las comunidades, sin descuidar el activismo sindical, luchando siempre por mejoras laborales y salariales.

En el 2005, no sólo mi persona, sino toda la familia, empezamos a recibir por medio de llamadas telefónicas amenazas tales como “se van a morir” y “tú padre es un maldito perro”. A finales de ese año empezamos a tener represión con la policía. Nosotros trabajábamos con la Unión Nacional de Trabajadores, y después conformamos el Frente de Sindicatos y Organizaciones Democráticas de Oaxaca; esto trajo como consecuencia que a algunos de nuestros líderes los metieran a la cárcel, pero a través de la presión los sacamos. A otros más, los más activos en la lucha laboral, les hicieron ver como si hubieran tenido accidentes carreteros para asesinarlos.

El 14 de junio de 2006, es una fecha muy recordada en Oaxaca porque el gobierno de Ulises Ruiz Ortiz, junto con su secretario Jorge Franco Vargas, implementó un desalojo al plantón que teníamos principalmente el magisterio de la sección 22 y diversas organizaciones sociales en el centro de la ciudad. Estas acciones trajeron como consecuencia muertes y desapariciones que por el miedo y el terror sembrados no se pudieron denunciar. El gobierno fue muy astuto, hizo como que no sucedió ningún crimen y todo quedó como un evento de represión y desalojo fallido. Después de esto, la ciudadanía de Oaxaca, que ya está cansada, salió en la defensa de este movimiento y se conformó la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca en donde estuvimos todas las organizaciones que ya participábamos como frente o como promotoras, lo cual llevó a una resistencia civil pacífica.

Esto trajo como consecuencia que sufriéramos más amenazas y represión. Hubo una infinidad de gente torturada, más de 500 detenidos injustamente por este estallido social, y desapariciones que hasta la fecha no se han podido documentar porque el miedo que prevalece inhibe la denuncia. Hubo más de 27 asesinatos identificados. Hay videos y fotografías que prueban que era gente del Estado la que participaba en las caravanas de la muerte. Políticos muy conocidos, funcionarios de la policía estatal como Vera Salinas, Moreno Rivas, Alejandro Barrita, Aristeo Martínez López quienes junto con un grupo de porros serviles al Estado formaban este tipo de caravanas.

En diciembre de 2006, al finalizar el mandato de Vicente Fox, cuando iba a entrar al gobierno Felipe Calderónnos mandaron llamar a la Ciudad de México, porque querían tener una reunión y una mesa de trabajo con los integrantes de la APPO en donde querían buscar una solución pacífica al problema mediante una mesa de diálogo. Nosotros quisimos salir del estado porque estábamos siendo llamados, se suponía, a una mesa de diálogo, pero el estado quedó cercado por policías federales que habían militarizado ya la ciudad capital y el resto de Oaxaca. Entonces salimos por las montañas, en un viaje de 19 horas, cuando normalmente llegar al Distrito Federal toma ocho horas como máximo.

Al llegar a la Ciudad de México, nos dijeron que por motivos muy fuertes se iba a suspender la reunión y la mesa de trabajo. Pero todo era una trampa y una traición por parte de la presidencia de la República hacia un pueblo que estaba siendo masacrado. Nos detuvieron en la Ciudad de México a mí y a otros tres miembros más de la APPO, la policía federal y la AFI a través de helicópteros y diferentes tipos de vehículos, y ellos catalogaron esta detención como una victoria.

A mí con la misma camisa me cubrieron el rostro y me dislocaron los hombres. Yo pensé que me iba a dar atención médica, pero esto no sucedió en ningún momento, al contrario, me metieron a un cuarto en donde empecé a sufrir muchas más agresiones. Querían que declarara a qué guerrilla pertenecía y qué grupos subversivos nos daban los recursos económicos para sostenernos. Pero no pertenecíamos a ningún grupo, y yo desconocía hasta ese momento que estas actividades existieran en nuestro estado. Esto provocó la ira de los elementos que me tenían allí. Me golpearon hasta el cansancio y me amenazaron diciendo que si yo decía algo a la prensa me iba a ir peor. Posteriormente nos sacaron de ahí. A mí en lo personal se me dijo que me había puesto violento y querían que yo me hincara ante las cámaras, a lo que no accedí. Después se llevaron a dos de nuestros compañeros a un penal de alta seguridad, y a mí y a otro compañero nos llevaron a un sótano en las mismas instalaciones de la policía federal en donde me pidieron que me desnudara completamente. Yo desconocía que el reloj era parte de la vestimenta y el policía federal que nos estaba desnudando me dijo: “te dije que todo”, y eso provocó que me quebraran un dedo sobre una mesa. Me golpearon nuevamente y así desnudo me votaron en una celda. Hacía un frío terrible y por más que temblaba nunca me dieron nada para taparme. Me sacaban como cada hora para golpearme y para que confesáramos que éramos culpables de los hechos. Trajeron a un abogado, dijeron que era el abogado de oficio, pero este señor se dedicó sólo a dictarle a la secretaria lo que él quería, y por eso yo no accedí a firmar la declaración. Después me metieron a un lugar con gente que dijeron que era del Ministerio Público y me dijeron que era mejor que yo declarara. Que ya tenían la fianza, que eran cinco mil pesos de inicio. Luego llegó una abogada que mandaron las organizaciones de Oaxaca, y a ella la gente del Ministerio Público le dijo que no podían soltarme porque había órdenes de arriba y que si quería salir tenía que juntar en ese momento y depositar cien mil pesos, que en Oaxaca no los conocemos ni en pintura. La abogada se retiró para buscar más elementos y mecanismos para implementar nuestra defensa. A nosotros nos volvieron a bajar al sótano y nos dijeron que “eso nos pasaba por pobres y revoltosos”.

Después llegó gente de la comisión de derechos humanos, pero a nosotros ya nos habían amenazado desde antes que si decíamos algo nos iba a ir peor. Es ridículo que cuando nos llevaron frente a la gente de derechos humanos nos pusieran a un lado a cuidarnos a dos policías federales armados, y frente a ellos nos preguntaran si nos había golpeado o lastimado. ¿Cómo va uno a contestar frente a la policía? Y todavía, con un cinismo tremendo, nos dieron un café caliente “para que vean que aquí los tratamos bien, que aquí pueden tomar café”.

Posteriormente nos trasladaron a un penal. Me esposaron y me pusieron en el piso de la camioneta y así me llevaron hasta Veracruz, a la cárcel de alta peligrosidad, y estuve ahí entre reos adictos a diferentes drogas. Salí de ahí bajo amparo y creí que ya había pasado lo peor, pero el 14 de junio de 2007 salimos las organizaciones a conmemorar la represión del 2006 y cuando me retiraba del evento encontré al que era jefe de la policía estatal, Alejandro Barrica, quien me agarró y me puso entre cerca de 14 elementos de su policía fuertemente armados que me golpearon, me dejaron tirado y después le dijeron a mi hijo: “Y tú chamaco dile a tu padre que si sigue hablando le vamos a romper la madre”.

El día 4 de marzo de 2009 empezó un nuevo martirio. Unos individuos me “levantaron” sujetándome de la nuca. Me metieron en una camioneta boca abajo, me quitaron los celulares, me pusieron una bolsa en la cabeza y luego me llevaron a un lugar que desconozco. Ahí sufrí quemaduras en pecho, genitales, ano y golpes en diversas partes del cuerpo, me perforaron los oídos. Finalmente me fueron a tirar cerca de un basurero, me auxilió un taxista y empecé a llevar tratamiento médico y psicológico.

No hay justicia en Oaxaca. Los mismos que ocupan la comisión estatal de derechos humanos son ex funcionarios del Estado. Los hostigamientos y amenazas contra mi persona siguieron. Mi familia y yo recibíamos amenazas telefónicas con mensajes como “se van a morir”, y un sinfín de groserías.

El 15 de febrero de 2011 se presentó Felipe Calderón en Oaxaca para anunciar “la baja de los costos en las escuelas privadas”, que a mí me parece más bien la privatización de la educación, una cosa inaudita porque la Constitución dice muy claramente que la educación es gratuita. Y entonces en rechazo a esta política decidimos manifestarnos pacíficamente, pero el gobierno puso en las calles a policías estatales y federales disparando contra nosotros, no al aire, sino contra nosotros. A mí me dispararon en el cráneo y perdí el conocimiento. Hace cuatro meses que estoy convaleciendo, tratando de salir de esto. Hace dos años que fue el secuestro, cinco años de la detención injusta en la ciudad de México y cuatro meses de la agresión de petardo, a lo que debo sumar dos ataques contra mí con armas punzocortantes, y aún no veo por dónde vaya a haber justicia.

Esto es un calvario porque aparte de que vives la tortura psicológica con tus victimarios, tienes que estarlo reviviendo constantemente cuando te mandan a citar para que declares y te vuelven a hacer que revivas las cosas sin ninguna capacitación profesional para poder atender las crisis en las que caemos quienes fuimos torturados.

Mi caso de tortura está siendo llevado por la organización Código DH, que es la que ha aguantado , pues antes había otras dos organizaciones tratando de que se hiciera justicia, pero debido a diversas amenazas han desistido. Además, mi familia y yo nos encontramos todos bajo tratamiento psicológico.

go, a través de una lucha abierta contra el gobierno, en aquel entonces de Diódoro Carrasco Altamirano, gané, a través de una huelga de hambre de 19 días que me estaba costando caer en coma, la reinstalación en mi puesto en el municipio de la ciudad de Oaxaca.

He sido acusado de secuestro de funcionarios, ataques a las vías de comunicación, entre otros cargos, pero como todo era falso, ganamos los casos y pude seguir llevando a cabo trabajo social en las comunidades, sin descuidar el activismo sindical, luchando siempre por mejoras laborales y salariales.

En el 2005, no sólo mi persona, sino toda la familia, empezamos a recibir por medio de llamadas telefónicas amenazas tales como “se van a morir” y “tú padre es un maldito perro”. A finales de ese año empezamos a tener represión con la policía. Nosotros trabajábamos con la Unión Nacional de Trabajadores, y después conformamos el Frente de Sindicatos y Organizaciones Democráticas de Oaxaca; esto trajo como consecuencia que a algunos de nuestros líderes los metieran a la cárcel, pero a través de la presión los sacamos. A otros más, los más activos en la lucha laboral, les hicieron ver como si hubieran tenido accidentes carreteros para asesinarlos.

El 14 de junio de 2006, es una fecha muy recordada en Oaxaca porque el gobierno de Ulises Ruiz Ortiz, junto con su secretario Jorge Franco Vargas, implementó un desalojo al plantón que teníamos principalmente el magisterio de la sección 22 y diversas organizaciones sociales en el centro de la ciudad. Estas acciones trajeron como consecuencia muertes y desapariciones que por el miedo y el terror sembrados no se pudieron denunciar. El gobierno fue muy astuto, hizo como que no sucedió ningún crimen y todo quedó como un evento de represión y desalojo fallido. Después de esto, la ciudadanía de Oaxaca, que ya está cansada, salió en la defensa de este movimiento y se conformó la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca en donde estuvimos todas las organizaciones que ya participábamos como frente o como promotoras, lo cual llevó a una resistencia civil pacífica.

Esto trajo como consecuencia que sufriéramos más amenazas y represión. Hubo una infinidad de gente torturada, más de 500 detenidos injustamente por este estallido social, y desapariciones que hasta la fecha no se han podido documentar porque el miedo que prevalece inhibe la denuncia. Hubo más de 27 asesinatos identificados. Hay videos y fotografías que prueban que era gente del Estado la que participaba en las caravanas de la muerte. Políticos muy conocidos, funcionarios de la policía estatal como Vera Salinas, Moreno Rivas, Alejandro Barrita, Aristeo Martínez López quienes junto con un grupo de porros serviles al Estado formaban este tipo de caravanas.

En diciembre de 2006, al finalizar el mandato de Vicente Fox, cuando iba a entrar al gobierno Felipe Calderónnos mandaron llamar a la Ciudad de México, porque querían tener una reunión y una mesa de trabajo con los integrantes de la APPO en donde querían buscar una solución pacífica al problema mediante una mesa de diálogo. Nosotros quisimos salir del estado porque estábamos siendo llamados, se suponía, a una mesa de diálogo, pero el estado quedó cercado por policías federales que habían militarizado ya la ciudad capital y el resto de Oaxaca. Entonces salimos por las montañas, en un viaje de 19 horas, cuando normalmente llegar al Distrito Federal toma ocho horas como máximo.

Al llegar a la Ciudad de México, nos dijeron que por motivos muy fuertes se iba a suspender la reunión y la mesa de trabajo. Pero todo era una trampa y una traición por parte de la presidencia de la República hacia un pueblo que estaba siendo masacrado. Nos detuvieron en la Ciudad de México a mí y a otros tres miembros más de la APPO, la policía federal y la AFI a través de helicópteros y diferentes tipos de vehículos, y ellos catalogaron esta detención como una victoria.

A mí con la misma camisa me cubrieron el rostro y me dislocaron los hombres. Yo pensé que me iba a dar atención médica, pero esto no sucedió en ningún momento, al contrario, me metieron a un cuarto en donde empecé a sufrir muchas más agresiones. Querían que declarara a qué guerrilla pertenecía y qué grupos subversivos nos daban los recursos económicos para sostenernos. Pero no pertenecíamos a ningún grupo, y yo desconocía hasta ese momento que estas actividades existieran en nuestro estado. Esto provocó la ira de los elementos que me tenían allí. Me golpearon hasta el cansancio y me amenazaron diciendo que si yo decía algo a la prensa me iba a ir peor. Posteriormente nos sacaron de ahí. A mí en lo personal se me dijo que me había puesto violento y querían que yo me hincara ante las cámaras, a lo que no accedí. Después se llevaron a dos de nuestros compañeros a un penal de alta seguridad, y a mí y a otro compañero nos llevaron a un sótano en las mismas instalaciones de la policía federal en donde me pidieron que me desnudara completamente. Yo desconocía que el reloj era parte de la vestimenta y el policía federal que nos estaba desnudando me dijo: “te dije que todo”, y eso provocó que me quebraran un dedo sobre una mesa. Me golpearon nuevamente y así desnudo me votaron en una celda. Hacía un frío terrible y por más que temblaba nunca me dieron nada para taparme. Me sacaban como cada hora para golpearme y para que confesáramos que éramos culpables de los hechos. Trajeron a un abogado, dijeron que era el abogado de oficio, pero este señor se dedicó sólo a dictarle a la secretaria lo que él quería, y por eso yo no accedí a firmar la declaración. Después me metieron a un lugar con gente que dijeron que era del Ministerio Público y me dijeron que era mejor que yo declarara. Que ya tenían la fianza, que eran cinco mil pesos de inicio. Luego llegó una abogada que mandaron las organizaciones de Oaxaca, y a ella la gente del Ministerio Público le dijo que no podían soltarme porque había órdenes de arriba y que si quería salir tenía que juntar en ese momento y depositar cien mil pesos, que en Oaxaca no los conocemos ni en pintura. La abogada se retiró para buscar más elementos y mecanismos para implementar nuestra defensa. A nosotros nos volvieron a bajar al sótano y nos dijeron que “eso nos pasaba por pobres y revoltosos”.

Después llegó gente de la comisión de derechos humanos, pero a nosotros ya nos habían amenazado desde antes que si decíamos algo nos iba a ir peor. Es ridículo que cuando nos llevaron frente a la gente de derechos humanos nos pusieran a un lado a cuidarnos a dos policías federales armados, y frente a ellos nos preguntaran si nos había golpeado o lastimado. ¿Cómo va uno a contestar frente a la policía? Y todavía, con un cinismo tremendo, nos dieron un café caliente “para que vean que aquí los tratamos bien, que aquí pueden tomar café”.

Posteriormente nos trasladaron a un penal. Me esposaron y me pusieron en el piso de la camioneta y así me llevaron hasta Veracruz, a la cárcel de alta peligrosidad, y estuve ahí entre reos adictos a diferentes drogas. Salí de ahí bajo amparo y creí que ya había pasado lo peor, pero el 14 de junio de 2007 salimos las organizaciones a conmemorar la represión del 2006 y cuando me retiraba del evento encontré al que era jefe de la policía estatal, Alejandro Barrica, quien me agarró y me puso entre cerca de 14 elementos de su policía fuertemente armados que me golpearon, me dejaron tirado y después le dijeron a mi hijo: “Y tú chamaco dile a tu padre que si sigue hablando le vamos a romper la madre”.

El día 4 de marzo de 2009 empezó un nuevo martirio. Unos individuos me “levantaron” sujetándome de la nuca. Me metieron en una camioneta boca abajo, me quitaron los celulares, me pusieron una bolsa en la cabeza y luego me llevaron a un lugar que desconozco. Ahí sufrí quemaduras en pecho, genitales, ano y golpes en diversas partes del cuerpo, me perforaron los oídos. Finalmente me fueron a tirar cerca de un basurero, me auxilió un taxista y empecé a llevar tratamiento médico y psicológico.

No hay justicia en Oaxaca. Los mismos que ocupan la comisión estatal de derechos humanos son ex funcionarios del Estado. Los hostigamientos y amenazas contra mi persona siguieron. Mi familia y yo recibíamos amenazas telefónicas con mensajes como “se van a morir”, y un sinfín de groserías.

El 15 de febrero de 2011 se presentó Felipe Calderón en Oaxaca para anunciar “la baja de los costos en las escuelas privadas”, que a mí me parece más bien la privatización de la educación, una cosa inaudita porque la Constitución dice muy claramente que la educación es gratuita. Y entonces en rechazo a esta política decidimos manifestarnos pacíficamente, pero el gobierno puso en las calles a policías estatales y federales disparando contra nosotros, no al aire, sino contra nosotros. A mí me dispararon en el cráneo y perdí el conocimiento. Hace cuatro meses que estoy convaleciendo, tratando de salir de esto. Hace dos años que fue el secuestro, cinco años de la detención injusta en la ciudad de México y cuatro meses de la agresión de petardo, a lo que debo sumar dos ataques contra mí con armas punzocortantes, y aún no veo por dónde vaya a haber justicia.

Esto es un calvario porque aparte de que vives la tortura psicológica con tus victimarios, tienes que estarlo reviviendo constantemente cuando te mandan a citar para que declares y te vuelven a hacer que revivas las cosas sin ninguna capacitación profesional para poder atender las crisis en las que caemos quienes fuimos torturados.

Mi caso de tortura está siendo llevado por la organización Código DH, que es la que ha aguantado , pues antes había otras dos organizaciones tratando de que se hiciera justicia, pero debido a diversas amenazas han desistido. Además, mi familia y yo nos encontramos todos bajo tratamiento psicológico.

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