El caldero de las campesinas

Maisa Bascuas, Magdalena Roggi*

Durante las dos jornadas –7 y 8 de mayo– del Foro Nacional Agrario, el verde del microestadio de Ferro se fundió con el de las gorras y remeras de las distintas organizaciones rurales y campesinas que llegaron de todo el país para ser parte de la construcción de un Programa Agrario, Soberano y Popular. Más de cuatro mil campesinos, campesinas, productoras, chacareros, autoridades indígenas, representantes gremiales, investigadorxs, se hicieron presentes para colmar el predio. El Foro fue inédito en varios sentidos. Porque aglutinó a gran parte de las organizaciones del sector, que se reunieron para discutir en más de 20 talleres. Y por su objetivo de construir un programa nacional de políticas públicas, que presentarán a quienes aspiren a gobernar el Estado nacional durante los próximos 4 años.

En un país donde lo agrario parece siempre circunscribirse a la Sociedad Rural o a las corporaciones agroalimentarias, los productores y productoras de la agricultura familiar, que producen el 80% de los alimentos que consumimos en las ciudades, muestran que hay otro campo con propuestas y alternativas de modelos de producción. Así lo plantearon en la convocatoria: “Nuestro objetivo no es simplemente sobrevivir; somos el actor económico activo responsable de producir la mayoría de los alimentos que consume el mercado local. Exigimos políticas que estén orientadas a garantizar nuestra calidad de vida y la de nuestra producción.”

Entre nosotras

En uno de los rincones del predio, en el primer piso del edificio del Microestadio, mujeres campesinas, productoras, autoridades indígenas de distintas organizaciones, trabajadoras estatales e investigadoras conformaban una ronda atenta, comprometida. Era el taller de “perspectiva de género en el campo”, donde se discutieron durante toda la tarde las problemáticas de las mujeres rurales, las estrategias que despliegan en cada comunidad y territorio así como las demandas y reivindicaciones que proponen se inscriba en un programa agrario al final de la jornada.

Las mujeres iban llegando después del almuerzo, se acomodaban en sillas o en el piso, y arrancaron puntual, con cierta timidez al principio para luego convertir esa ronda en un fogón donde amasaban sus propios dolores y dificultades hasta delinear propuestas que las acerquen a una vida digna. El tiempo del debate las fue acercando y al cierre estaban ya muy juntas unas de otras, todas tenían cosas que decir sobre las violencias que las atraviesan, la escasez de infraestructura de cuidados, pública, hídrica, sanitaria; la distribución de los cuidados, la cuestión del transporte y las distancias. Y fueron contundentes y unánimes en la exigencia de ser parte de la decisión sobre el modelo productivo, el acceso a la tierra, el cómo se produce, qué se produce y para quién se produce.

Contra las violencias, construir comunidad

Al silencio del arranque le sucedieron testimonios que fueron configurando un mapa complejo de las violencias que atraviesan las mujeres rurales –”son más duras que la ciudad porque es más solitario campo adentro”– y de las estrategias que se van desplegando en cada territorio. María Eugenia Ambort, referente del MTE Rural (Movimiento de Trabajadorxs Excluidxs), sostiene que “la comunidad se abre de manos cuando aparece la violencia y se entra de lleno en la vida privada”, para graficar la escasa contención frente a la violencia machista. Lo explica como parte de una cultura en la que la violencia está naturalizada.

Por otra parte, los caminos destrozados, el barro, la falta de iluminación y no tener un transporte público condicionan la posibilidad de salir o no de la casa. “Las cosas que una hace cuando vive en la ciudad y puede visitar a una amiga, o comprarse algo o necesita hacer un trámite y después ir a trabajar, y después otra cosa, para las campesinas no es posible. Tienen que elegir una cosa por día y salir con una bolsa con zapatillas limpias porque van a llegar todas embarradas”, dice María Eugenia.

La falta de infraestructura pública y transporte, sumada a la distancias campo adentro, dificulta el traslado de las mujeres, confinándolas muchas veces al aislamiento. Estas situaciones refuerzan las violencias que padecen, cuando no imponen vidas en cautiverio. Por eso las campesinas y productoras no dudan cuando señalan la necesidad de caminos rurales y de transportes públicos y populares dentro de las demandas del sector. No dejan de señalar la violencia institucional, que implica la falta de justicia y asesoramiento cercano, amable y con perspectiva de género que permita acompañar las mujeres en situación de violencia.

Frente a estas realidades las compañeras recrean el “entre nosotras” de varias formas, y desde allí transitan estos dolores. Las Rondas de Mujeres y las Promotoras de Género Rurales, son algunas estrategias que las organizaciones pusieron en pie en los últimos años para enfrentar las múltiples violencias que viven. Pero también para construir redes, confianza, complicidad, acompañamiento y comunidad.

Cuenta María Eugenia del MTE Rural que la Ronda de Mujeres surgió hace tres años para que las productoras pudieran construir un tiempo de ocio para ellas, alejado de las responsabilidades productivas y reproductivas.

No siempre es fácil sortear las resistencias dentro del hogar a que las mujeres asistan a estos espacios, que están cargados de sospechas. Pero es tan fuerte lo que sucede en ese encontrarse que “hacen que muchas junten algo de dinero para el colectivo y adelanten trabajo doméstico de la semana, para poder asistir a esa ronda que las abraza”, comenta María Eugenia.

Este año llegaron a la conclusión de que el encuentro entre mujeres campesinas es necesario para poder transformar los territorios pero reconocen que “se encuentran con el límite de que los hombres tienen que cambiar de actitud”.

De ahí la necesidad de la “ronda de hombre”, “donde se pueda hablar de violencia, de trabajo doméstico, trabajo no remunerado, dejar el espacio para que las mujeres participen, de la relación con los hijos”. “Si ellos no abren el juego, estamos limitadas”, sostiene María Eugenia. Por eso desde este año también están asumiendo el desafío de construir espacios de géneros mixto, con la apuesta de que tenga la misma jerarquía dentro de la organización que el área de “producción” ó “comercialización”.

Para Rosalia Pellegrini, de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), en los territorios rurales el Estado y las instituciones no existen a la hora de acompañar a mujeres en situación de violencia. Por esa razón, cuenta, “nos vimos en la obligación de ir construyendo redes de Promotoras de género rurales. Porque era la única manera de salvar vidas. Las promotoras son compañeras agricultoras que están capacitadas acerca de los derechos de las mujeres y que empoderadas hoy acompañan a otras mujeres que están atravesando situaciones de violencia”.

¿Cuánto vale un cajón de tomates?

¿Quién produce? ¿Quién cuida? ¿Qué vale más? ¿Qué importa más? Las mujeres en los entornos rurales tienen una doble o triple jornada laboral: además de ocuparse de la casa, de los hijos, de las hijas y de las personas adultas mayores, trabajan los huertos, cuidan los animales, siembran y cosechan como lo hacen sus maridos, sus hermanos y sus padres.

Sin embargo, se sienten invisibilizadas. Sienten que muchas veces los únicos reconocidos como productores son los hombres y que su trabajo en la producción es considerado “ayuda” o “complemento”, y no se toman en cuenta sus conocimientos y su aporte económico a través de múltiples actividades. A ellas se les asigna el papel de administradoras, de manera que su rol productivo queda subvalorado.

Pero cuando describen sus días, hablan de una jornada laboral de 16 a 18 hs., donde las tareas de cuidado y producción se superponen debido a que la casa y la parcela están en el mismo lugar. Además, nos cuenta María Eugenia, en el campo muchas de las cosas que tienen que ver con la reproducción de la vida requieren otros tiempos y prácticas. Porque tenés que buscar leña para calentar y cocinar, el piso es de tierra y no hay agua corriente, por ejemplo. Así, cuidar a los animales, llevar a los niños y a las niñas a la escuela, cocinar, trabajar en el surco, producir en la huerta el alimento para el consumo de la familia y lograr algún turno en el hospital, forman parte de las innumerables tareas que realizan las mujeres del campo para garantizar la reproducción y el cuidado de la comunidad, trabajo escasamente reconocido y no remunerado.

Rosalia propone una imagen y una pregunta que sintetizan estas cuestiones. ¿Cuantas horas de trabajo pensamos que hay en un cajón de tomates? Y nos responde e interpela: “Siempre, automáticamente, no van a estar las horas de trabajo que utilizaron las mujeres para reproducir la vida al día siguiente para que se pueda cosechar, hacer crecer y cultivar ese cajón. El tema de la falta de fronteras entre el momento de descanso y el momento de trabajo en los territorios rurales es muy fuerte”.

Por todo esto, reflexionar y proponer políticas públicas que tengan en cuenta estas cuestiones, como centros de cuidado infantil o servicios de salud cercanos, pero también cambios culturales, que saben lentos pero imprescindibles, son algunos de los caminos propuestos para transformar una mirada sobre el trabajo productivo y reproductivo de las mujeres rurales.

La tierra para las que la trabajan

Cuando las organizaciones populares del campo exigen tierra para quien la trabaja y la necesidad de una reforma agraria integral y popular que garantice el acceso a la tierra a millones de pequeños productores, para las mujeres del campo es necesario hilar más fino.

Afirman, como hicieron en la ronda del taller y en los paneles del Foro, que no hay reforma agraria justa sino se incluye su reclamo de ser ellas también titulares de la tierra y de todos los bienes construidos con el trabajo familiar. Porque, como afirma la referente del MTE Rural “si bien son una pareja y trabajan juntos; los autos, los tractores, los arrendamientos, los animales están todos a nombre de los hombres y cuando una compañera se quiere separar, al no estar casada y no tener nada a su nombre, no puede reclamar y tiene que empezar de cero”.

Esta no es una exigencia puramente económica: es, sobre todo, una exigencia del reconocimiento de su rol como productora y de su autonomía. Autonomía que les permita, por ejemplo, decidir con libertad y ponerle fin a la violencia sin tener miedo de perder todo lo que también construyeron, así como acceder a créditos y asistencia técnica para no depender de nadie a la hora de producir.

Y sobre todo, el reconocimiento de su voz a la hora de decidir qué, cómo y para quién se produce. El modelo de hambre y muerte que propone el agronegocio y las multinacionales, se asentó en una cultura patriarcal y machista, donde la decisiones de la producción la toman los hombres, y la lógica masculina de competencia y productividad encontró un campo fértil donde instalar la idea de que la única manera de producir es con el paquete tecnológico del agronegocio.

En contraposición con esta mirada de la producción, las mujeres en esta ronda de ideas, insisten con la necesidad de ser parte ellas también de la decisión del modelo de producción.

Pero su participación en la elaboración del modelo productivo al que aspiran, no es ceder un lugar que nunca tuvieron. Es reconocer y recuperar su lugar en el ancestral cuidado y reproducción de las semillas, como guardianas de las semillas. Es afirmar como lo hizo una compañera, que “las mujeres fuimos quienes volvimos a pensar el modelo de producción agroecológica, porque estábamos pensando en el cuidado y la salud de nuestras familias”.

“Hay que admitir que este proceso de recuperación de lo agroecológico tiene una impronta muy femenina y comunitaria. Tenés un modelo en donde hay que matar, matar y matar, que es el del agronegocio. Y tenés otro modelo que implica reciprocidad, equilibrio y armonía con la tierra, que si bien tanto varones como mujeres lo estamos tratando de recuperar, tiene un componente fuertemente femenino”, afirma Rosalía.

El foro se fue cerrando mientras las voces de las campesinas seguían tejiendo complicidades. Las discusiones colectivas se apagaron al final, pero el fuego, no. El fuego sigue encendido en cada territorio.

*Maisa Bascuas: Politóloga y militante popular feminista.

Magdalena Roggi: Socióloga y militante popular feminista.

Publicado originalmente en Página 12

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