El Bund: los socialistas judíos que no amaban el sionismo

Diego Dñiaz

En 1897 nacía en Vilna, Lituania, la “Unión General de los Trabajadores Judíos de Lituania, Polonia y Rusia”. Impulsada por jóvenes obreros e intelectuales, el Bund era un movimiento laico que luchaba por la transformación del Imperio Ruso en una federación democrática, socialista y plurinacional. Una república gobernada por los trabajadores y los campesinos, en la que los judíos y el resto de pueblos y nacionalidades del imperio se verían liberadas de todas las formas de opresión y discriminación. Para el Bund el fin de la autocracia zarista permitiría a los judíos convertirse por fin en ciudadanos libres e iguales, pero sin renunciar por ello a su especificidad, a su identidad y a su cultura.

Las ideas socialistas y nacionalistas vivían un periodo de expansión en la Rusia de Nicolás II, y muchos obreros e intelectuales judíos se sentían interpelados por ellas. Su anhelo era aunar la lucha por la liberación social con la lucha por la liberación nacional. Se sentían miembros de una clase explotada, pero también de una minoría cultural discriminada, que hablaba una lengua, el yidis, marginada. De ahí que el Bund se definiera como “el partido de los más oprimidos de todos los oprimidos”.

Con una gran masa de obreros y artesanos, los bundistas estaban convencidos de que la creación de una organización autónoma de trabajadores era la forma más eficaz de contribuir a la expansión del socialismo en la comunidad judía. Más de la mitad de la población judía europea vivía a principios del siglo XX en el Imperio Ruso. A diferencia de Europa Occidental, donde los judíos habían experimentado con el avance de la revolución liberal una progresiva eliminación de discriminaciones legales y sociales que habían favorecido su asimilación cultural, en Europa Oriental un antisemitismo social e institucional asfixiante mantenía la marginación de los judíos en una comunidad segregada. Los periódicos progroms, linchamientos colectivos de judíos, generalmente con la complicidad de los funcionarios zaristas, eran la expresión más radical de este antisemitismo que llevaría a muchos judíos a emigrar, no a Palestina, sino a EE UU y América del Sur.

Relativamente apartados del resto de la sociedad, los judíos orientales se habían reafirmado en su identidad colectiva, una identidad que tenía diferentes expresiones culturales más allá de la religión. La más importante de ellas el yidis, una lengua de origen medieval, derivada del tronco lingüístico del alemán, pero con influencias hebreas y eslavas. El Bund apostaría por hacer del yidis, y no la religión, el gran elemento identitario de los judíos del Imperio Ruso. Frente a la rusificación forzada que el zarismo imponía a todos los pueblos, y la apuesta sionista por recuperar el hebreo, la lengua de la religión, pero sin hablantes en la vida cotidiana, los bundistas defendían el derecho a una educación en yidis, así como a usar y cultivar esta lengua en todos los ámbitos de la vida social. Consecuentemente también su propaganda y agitación se haría en esta lengua popular, que fomentarían a través de la enseñanza no formal, la prensa, la literatura y el teatro.

A diferencia de los sionistas, los bundistas no abogaban por emigrar a otra parte para construir un Estado étnico judío, sino por quedarse a luchar por una sociedad democrática, socialista y plurinacional. En consecuencia con esta idea no exclusivista, defenderían una política de alianzas con el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia. Los socialdemócratas reconocerían al Bund como un partido autónomo integrado dentro del POSDR, y este pondría su importante militancia al servicio del incipiente socialismo ruso. No obstante, esta convivencia no estaría exenta de tensiones, y entre 1903 y 1906 el Bund llegaría a separarse del movimiento socialdemócrata ruso por diferencias organizativas y estratégicas. La ruptura se produciría en unos años clave para el Imperio Ruso en los que va a tener lugar la fallida revolución de 1905 y los grandes progroms que acaban con la vida de más de 2.000 miembros de la comunidad judía.

Manifestación del bund polaco en 1936

Ante el incremento de los ataques a las comunidades judías, los militantes del Bund van a formar milicias armadas para protegerse. Sería en esta experiencia de autodefensa en la que cristalizarían algunas experiencias de colaboración entre bundistas y sionistas, sobre todo con la corriente sionista de izquierdas que también estaba empezando a nacer dentro de este movimiento de carácter más conservador.

En torno a la revolución de 1905 el Bund alcanzaría su apogeo con más de 30.000 miembros. Sin embargo, la resaca de la revolución traería consigo también un florecimiento de los nacionalismos en el Imperio Ruso. El sionismo vive una fuerte expansión, y la adopción de posiciones obreristas por parte de algunos de los nacionalistas judíos llevaría a que el Bund perdiera la hasta entonces indiscutida hegemonía que tenía en el proletariado judío, parte del cual, horrorizado por el antisemitismo de muchos de sus vecinos, empezaría a soñar más con construir el socialismo en Palestina que en Rusia.

El Bund regresa finalmente en 1906 a un Partido Socialdemócrata ruso fracturado entre la corriente de menchevique de Mártov, más moderada, y la bolchevique de Lenin, más radical. A pesar de la fuerza del Bund entre los socialistas judíos, no todos los socialistas judíos del Imperio Ruso consideraban necesaria la existencia de una organización autónoma. Dos destacados dirigentes de la izquierda socialdemócrata, como Trotski, ucraniano, y Rosa Luxemburgo, polaca, representaban a esos otros judíos, muy asimilados, que adoptarían posiciones estrictamente obreristas, muy poco interesadas en cuestiones culturales como la conservación del yidis.

El Bund y la revolución rusa

Llegados a 1917 el bundismo había perdido fuerza frente a un sionismo en alza, reforzado ese año por la Declaración Balfour, en la que el gobierno británico se comprometía a la creación de un “hogar nacional judío” una vez terminada la guerra mundial. Los bundistas, no obstante, seguían siendo una corriente a tener en cuenta dentro del movimiento obrero del Imperio Ruso, y participarían junto a otras organizaciones socialistas en los soviets surgidos tras la revolución de febrero de 1917 en Rusia, Ucrania y otros territorios. A pesar de su tradicional afinidad con la facción menchevique, en el transcurso de la revolución una parte del Bund se distanciaría de sus dirigentes, partidarios del Gobierno provisional de Kerensky, y defensores de continuar la guerra con Alemania y Austria-Hungría, y se pasarían a las filas de los bolcheviques, que abogaban por quemar etapas y radicalizar la revolución en un sentido socialista.

Lenin, históricamente enfrentado al bundismo, no permitió la existencia del Bund como organización autónoma dentro del Partido Comunista, pero sí creó una sección judía para tratar la problemática específica de esta minoría, así como para alentar a los judíos a unirse a las filas comunistas. La violencia antisemita practicada por los ejércitos contrarrevolucionarios durante la cruenta Guerra Civil que siguió a la Revolución de Octubre de 1917 terminaría de inclinar a muchos miembros del Bund a unirse al Partido Comunista y al Ejército Rojo, al frente del cual estaba además un bolchevique judío, León Trotski.

Tras el triunfo de los bolcheviques en la contienda, la Unión Soviética combinaría la represión religiosa con el reconocimiento del yidis y de los judíos como minoría cultural. Eliminaría las discriminaciones legales vigentes bajo el zarismo, que limitaban su capacidad de movimientos, así como de desempeñar ciertos oficios, e incluso patrocinaría la migración a partir de 1928 a la Región Autónoma Judía de Birobidzhan, en el extremo Oriente, cerca de la frontera con China. El territorio, constituido como República en 1934, tenía como lenguas oficiales el ruso y el yidis, pero no lograría atraer a la gran mayoría de judíos, que siguieron habitando en la zona occidental de Rusia. No obstante, durante un tiempo Birobidzhan se convertiría en la alternativa propagandística soviética al sionismo, llegando incluso a atraer a algunos judíos procedentes de EE UU y de Palestina.

Los bundistas polacos y lituanos

El devenir de la Primera Guerra Mundial, así como de su posguerra, separaría a los bundistas polacos y lituanos de sus compañeros de los territorios que conformarían a partir de 1922 la URSS. En Lituania la mayoría del Bund optaría por la autodisolución del partido y se uniría a las filas bocheviques locales, opuestas a la independencia de la República báltica. En Polonia el Bund sin embargo conservaría su existencia. Sería un frecuente aliado del Partido Socialista Polaco y cosecharía buenos resultados en los procesos electorales locales, empatando en votos en los distritos con mayor población judía con los partidos sionistas.

Con la invasión nazi el Bund se uniría a la resistencia a los ocupantes. En el gueto de Varsovia los militantes del Bund y los de la izquierda sionista formarían la Organización de Combate Judía, una milicia alternativa a la Unión Militar Judía, sionista y derechista. Organizados clandestinamente, en enero de 1943 los diferentes grupos de resistentes tomaban por sorpresa el control del gueto ejecutando a los colaboracionistas y obligaban a los soldados alemanes a retirarse. La insurrección, apoyada con armas por la resistencia polaca, causó más de mil bajas a los nazis, y no pudo ser sofocada hasta mediados de mayo, cuando el Ejército alemán incendió y destruyó el gueto, ordenando asimismo la deportación de los supervivientes al campo de exterminio de Treblinka.

Marek Edelman, miembro del Bund y comandante de la Organización de Combate Judía

convertido desde 1948 en la práctica en el partido único de la nueva república popular.

El final del Bund

Las ideas del Bund sobrevivirían algún tiempo más en América. Tanto los EE UU y Canadá como diferentes países de América Latina habían recibido desde mediados del XIX una importante migración de judíos del Imperio Ruso. Estos migrantes llevaron consigo también sus oficios, costumbres, idioma e ideas políticas. El bundismo se desarrollaría por tanto en diferentes lugares de América, sobreviviendo en este continente a su progresiva extinción en Europa del Este. Los bundistas de América trabajarían en el mantenimiento de la cultura yidis, en la organización sindical de los trabajadores judíos, y en la lucha contra el antisemitismo en alianza con los movimientos progresistas y de izquierdas de sus países de acogida.

El impacto del Holocausto y la devastación producida por la guerra lo cambiarían todo. Tras el genocidio cometido en Europa muchos judíos de todo el mundo se inclinarían por el sionismo y pasarían a ver con buenos ojos la creación de un estado étnico en Palestina. Las ideas plurinacionales del Bund se encontraban pues en retroceso en 1948, cuando el movimiento celebró en Nueva York su Congreso Mundial para discutir su posición con respecto a la fundación del Estado de Israel.

El Congreso, sin atacar a Israel, condenaba los nacionalismos chovinistas, lamentaba la creación de un estado homogéneo judío, y no de un sólo estado binacional, árabe-judío, a partir de la ex colonia británica. Un estado democrático y secular en el que ambas nacionalidades pudieran convivir de manera pacífica. El movimiento advertía contra la tendencia del sionismo a “movilizar todo y a todos solamente para Israel”, así como a “monopolizar la vida judía”, estableciendo una identificación totalitaria entre identidad judía y sionismo. Un nuevo Congreso, celebrado en 1955 en Montreal abogaría por el fin de la discriminación a los árabes de Israel, la detención de la expansión territorial israelí, la búsqueda de una solución justa al problema de los refugiados palestinos, y el fomento del yidis en Israel, que había hecho del hebreo su idioma oficial. Sería el canto del cisne de un movimiento que iba perdiendo pie en las nuevas generaciones de judíos de la diáspora.

Los últimos restos del bundismo se irían apagando en las décadas siguientes hasta su completa extinción.

Publicado originalmente en AnRed

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