El asesinato de Bruno Candé pone de relieve el racismo en Portugal

Marta Vidal

Foto: Un manifestante delante de una pancarta con el retrato de Bruno Candé, tras una manifestación organizada en su honor el 31 de julio en Lisboa, Portugal. Candé, de 39 años, fue asesinado el 25 de julio por un veterano que le había espetado insultos racistas antes de dispararle a bocajarro. Una semana después, centenares de manifestantes se dieron cita en la capital portuguesa para reclamar justicia. (Marlene Nobre)

Un sábado soleado de julio, Bruno Candé estaba sentado con su labrador, como todos los días, en un banco de una calle muy concurrida del suburbio lisboeta de Moscavide. Alrededor de la una de la tarde, Evaristo Marinho, de 76 años, se acercó a Bruno con una pistola y le disparó cuatro veces a bocajarro, asesinándole exactamente en el mismo punto donde pocos días antes le había espetado que regresara al lugar del que había venido.

Nacido en Lisboa de padres originarios de Guinea-Bisáu, Bruno, de 39 años, estaba en el lugar del que había venido. Tenía tres hijos pequeños, era un gran apasionado de la interpretación y formaba parte de una compañía de teatro con sede en Lisboa. Hace poco había contado que estaba planeando escribir un libro. Pero nada de esto le importaba a Evaristo, un veterano de la guerra colonial y auxiliar de enfermería jubilado. Varios testigos aseguran que pocos días antes de disparar a Bruno, Evaristo le agredió con comentarios racistas, espetándole que regresara “a la senzala [el barrio para los esclavos]” y gritándole insultos denigrantes contra su madre y otras mujeres negras.

Según parece, el acoso puede haber sido continuado: “Varias semanas antes le había contado a un amigo que le estaban insultando y amenazando”, nos cuenta Andreia Araújo, la sobrina de Bruno. “Pero él sentía que no podía hacer nada al respecto porque se trataba de un anciano”. Según los testigos, tres días antes de asesinarle el 25 de julio, Evaristo amenazó con matar a Bruno con “pistolas de las colonias” después de haber discutido a causa del perro del actor. “Pero no fue solo por el perro”, explica Andreia a Equal Times. Ella está segura de que a su tío le asesinaron por el color de su piel.

“Lo que le pasó a Bruno le ha pasado a mucha gente antes. Y si no hacemos nada, seguirá pasando. Queremos justicia”, asegura con firmeza.

El asesinato de Bruno ha desatado un gran debate sobre el racismo y los vestigios del colonialismo en Portugal, pero no todos están convencidos de los motivos que provocaron el asesinato de un hombre negro a manos de un hombre blanco que le había gritado insultos racistas. La negación ha sido generalizada. Al principio, un portavoz de la policía descartó la posibilidad de una motivación racista, tras asegurar que ninguno de los testigos había mencionado ningún tipo de insulto racista. La policía se vio obligada a retractarse después de que numerosos periodistas y activistas recopilaran diversos testimonios que indicaban exactamente lo contrario. Uno de los periódicos más respetables de Portugal publicó un perfil del sospechoso, presentándole como un jubilado malhumorado que solía pelear “con todo el mundo” y una persona que sufría de estrés postraumático debido a las guerras coloniales que Portugal libró contra los movimientos independentistas africanos hace más de cuatro décadas.

Mamadou Ba, un prominente activista de los derechos humanos y director de SOS Racismo, una de las principales organizaciones contra el racismo de Portugal, asegura que, como era de esperar, los medios de comunicación intentaron desprestigiar a Bruno tras su asesinato, indagando en su pasado para presentarle como alguien problemático; el típico argumento de “tampoco era ningún santo” que los medios de comunicación del sistema suelen utilizar para explicar los asesinatos racistas. Además, Mamadou hace hincapié en el modo en que los periodistas minimizaron la motivación racista del asesinato, debido en parte al eterno mito nacional de que el racismo no supone un problema en Portugal. “Lo que le pasó [a Bruno] se le atribuye a un supuesto trauma [personal], a una cuestión patológica”, afirma. “Es como si esta persona hubiera estado viviendo aislada y no formara parte de una sociedad que provoca este tipo de comportamientos”, explica a Equal Times. “Pero el trauma personal [de Evaristo] forma parte de un trauma colectivo. Y mientras no seamos capaces de abordar el trauma colonial, tampoco podremos abordar las cuestiones raciales”.

El oscuro legado del pasado colonial portugués

Cuando a principios del siglo XV Portugal empezó a buscar nuevas rutas comerciales durante la llamada ‘era de los descubrimientos’, esta nación se convirtió en la principal potencia colonial europea, seguida de cerca por sus rivales los españoles, los holandeses, los franceses, los ingleses y más tarde los alemanes, quienes conquistaron y explotaron tierras y pueblos de todo el planeta. Como detalló el historiador Francisco Bethencourt en su obra Racismos, de 2014, los portugueses iniciaron el comercio trasatlántico de esclavos y fueron los responsables del transporte de más de 5,8 millones de personas esclavizadas, casi la mitad de los alrededor de 12,5 millones de africanos secuestrados y transportados al extranjero para trabajar en el continente americano entre los siglos XV y XIX. Portugal fue el responsable de la esclavización de más personas que cualquier otra potencia colonial europea. Incluso después de la abolición de la esclavitud en 1878, el trabajo forzoso siguió dándose en las colonias portuguesas hasta la década de 1960, junto a la segregación y las jerarquías raciales.

A partir de 1933, Portugal fue gobernado por la dictadura autoritaria de António de Oliveira Salazar y su Estado Novo (Nuevo Estado). Entre 1961 y 1974, el régimen de extrema derecha de Salazar luchó contra los movimientos de liberación de Angola, Mozambique y Guinea-Bisáu para intentar aferrarse a sus colonias africanas en una época en la que el resto de las potencias coloniales estaban entrando en un período de descolonización. Evaristo Marinho fue uno de los cientos de miles de hombres portugueses reclutados para luchar en la ‘guerra de Ultramar’. En la cárcel, Evaristo (que se encuentra en prisión preventiva acusado hasta la fecha de homicidio doloso y posesión ilegal de armas) supuestamente alardeó: “En Angola, maté a varios como ese [en referencia a Bruno]”.

En abril de 1974, un grupo de oficiales de bajo rango se rebeló contra la dictadura portuguesa para poner fin a las acciones militares en África y establecer un régimen democrático, desencadenando la llamada ‘Revolución de los Claveles’. La lucha de los movimientos africanos de liberación y el golpe militar en Lisboa marcaron el fin de un imperio colonial que había abarcado cinco siglos y tres continentes. Sin embargo, para muchos la historia y las narrativas nacionales todavía no se han descolonizado.

“La exaltación de los llamados ‘descubrimientos’ sigue formando parte del mito que constituye la esencia de la identidad nacional portuguesa”, afirma Beatriz Gomes Dias, una antigua profesora de biología y actual diputada del Bloco de Esquerda (Bloque de Izquierda) que en octubre de 2019 se convirtió en una de las tres primeras mujeres afrodescendientes elegidas como diputadas del parlamento portugués.

Las exploraciones portuguesas de ultramar y la instauración de su imperio colonial siguen considerándose una fuente de orgullo nacional y se describen en los libros de texto como una época dorada de viajes llenos de aventuras, sin mencionar, o haciéndolo de pasada, los crímenes perpetrados por dicho imperio –desde las masacres, la esclavitud o el trabajo forzoso, hasta el saqueo y la apropiación de tierras y recursos–.

Beatriz Gomes Dias asegura que rara vez se tocan estos temas debido a la renuencia a enfrentarse a los crímenes del pasado, a menudo escudándose en el mito de que el colonialismo portugués fue menos duro y más tolerante que el de otras potencias europeas (una idea resumida en el concepto de ‘lusotropicalismo’ del sociólogo brasileño Gilberto Freyre). “Existe una fantasía nacional [del excepcionalismo portugués] sostenida por el silencio y la omisión”, explica. “Pero tenemos que desmontar dichas fantasías que legitiman el racismo y justifican la explotación, así como las ideas supremacistas”.

La desigualdad estructural, profundamente arraigada en el imperio

Beatriz Gomes Dias sostiene que el asesinato de Bruno Candé resalta los profundos vínculos existentes entre el pasado colonial portugués y el racismo estructural que forma parte de su legado. Aunque la legislación portuguesa prohíbe la recopilación de datos relacionados con lo que se denomina raza y la etnia, varios estudios han demostrado que las personas afrodescendientes ganan menos, tienen tasas más altas de desempleo y la mitad de probabilidades de acceder a la universidad. Asimismo, se calcula que las tasas de encarcelamiento son al menos 10 veces superiores para los afrodescendientes. Las comunidades gitanas, que llevan viviendo en Portugal desde el siglo XV, también sufren una profunda marginación. Sin embargo, la imposibilidad de recopilar datos étnicos o raciales dificulta mucho la demostración de lo profunda y generalizada que es la discriminación racial, perpetuando la negación de su existencia.

Un estudio llevado a cabo por la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea entre personas afrodescendientes reveló que casi una cuarta parte de los encuestados en Portugal había sufrido algún tipo de acoso racista. Sin embargo, las tasas de victimización racista fueron incluso superiores en otros países de la UE incluidos en el estudio. Asimismo, cabe destacar que Portugal cuenta con una de las mayores tasas de creencias racistas (el 62%) de toda Europa, según la última Encuesta Social Europea.

Cuando Evaristo le espetó a Bruno que regresara al lugar del que había venido, estaba repitiendo un argumento racista que se utiliza para negar a alguien el sentido de pertenencia. “A todas las personas racializadas les han dicho esto alguna vez”, afirma Gomes Dias. Sin ir más lejos, se trata de la misma frase que utilizó el líder del partido de extrema derecha portugués Chega (Basta) contra la diputada negra independiente Joacine Katar Moreira. Mientras Portugal elegía a sus tres primeras diputadas negras (Romualda Fernandes del Partido Socialista del primer ministro António Costa, además de Katar Moreira y Gomes Dias), la extrema derecha también ganó su primer escaño parlamentario desde el fin de la dictadura portuguesa en 1974.

El líder del partido Chega, André Ventura, es un antiguo comentarista de fútbol conocido por hacer comentarios despectivos contra las minorías étnicas y por negar la existencia del racismo en Portugal. Tras una manifestación de activistas el 31 de julio para exigir justicia para Bruno Candé, el partido de la extrema derecha decidió convocar una contramanifestación para afirmar que el asesinato no había tenido nada que ver con el racismo. Cientos de simpatizantes del partido Chega se reunieron en Lisboa con carteles que rezaban: “Portugal no es racista”. No era la primera vez que se manifestaban contra los movimientos antirracistas.

En junio, la extrema derecha apareció con los mismos carteles para oponerse a una protesta anterior organizada por los defensores del movimiento Black Lives Matter tras el asesinato de George Floyd en Estados Unidos, que se convirtió en la mayor manifestación contra el racismo de la historia de Portugal.

Ventura ha amenazado con convocar contramanifestaciones para negar el racismo cada vez que los grupos antirracistas toman las calles. Este tipo de negación furiosa se remonta al período colonial, pero su reafirmación es principalmente una reacción a la fuerte movilización de los activistas antirracistas en los últimos meses. También está relacionada con la elección de Fernandes, Katar Moreira y Gomes Dias, lo cual demuestra que cuando aumentan las voces contra el racismo, también lo hacen los intentos por silenciarlas. En las últimas semanas, las réplicas públicas al antirracismo han dado un giro aún más siniestro. El 8 de agosto, varios miembros de movimientos neonazis y de la extrema derecha con máscaras blancas y antorchas rodearon el edificio de SOS Racismo. Varias semanas antes de la manifestación escribieron las palabras “Guerra contra los enemigos de mi nación” en las paredes de la organización.

Desde 2012, SOS Racismo ha recopilado datos sobre más de 700 delitos con motivación racial y asegura que la brutalidad y frecuencia de los discursos de odio, las amenazas y la violencia racista están aumentando. La semana pasada, la Red Europea contra el Racismo y otras organizaciones de la sociedad civil denunciaron las agresiones a minorías racializadas y defensores antirracistas de los derechos humanos y exigieron una “respuesta institucional urgente” por parte de las autoridades portuguesas y europeas.

Este artículo ha sido traducido del inglés.

Publicado originalmente en Equal Times

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