Desde Araraquara
La flexibilización de las relaciones de trabajo y el emprendedorismo de sí mismo propician no sólo la fragmentación social y el aflojamiento de los lazos de solidaridad. También estimulan sentimientos de competición, descompromiso con los otros y una cierta actitud predadora ante las magras y volátiles posibilidades que los mercados de trabajo ofrecen[1]. Al mismo tiempo, en muchos cunde la desesperación al ver arruinarse el mundo conocido y aparentemente seguro, predominando una sensación de naufragio, de desorientación y, en consecuencia, de miedo. Es ese el paisaje social en el que crece la derecha y su perspectiva de mundo gana adeptos.
Pero no voy a tratar en esta nota de la derecha del punto de vista ideológico, ni de su destreza y oportunismo para capturar la indignación de gran parte de los de abajo frente a una “democracia” y un “progresismo” que, con retórica democrática, popular y hasta anstiimperialista, hacen avanzar la expoliación sobre las gentes y sus territorios, integrándolos a las cadenas extractivas. Voy a ocuparme de la funcionalidad de la derecha para la aceleración de esos procesos de despojo, a los que el progresismo no les hace asco.
La pregunta del millón es, entonces, por qué el gran capital prefiere en ocasiones gobiernos de derecha, si el progresismo también participa del consenso de las commodities. Tal vez el ejemplo brasileño, con sus particularidades, ayude a entender esas afinidades electivas entre derechas políticas e ideológicas, por un lado, y extractivismo, por otro.
El modelo de acumulación
Cada vez que un modelo de acumulación de capital comienza a dar señales de que ya no puede garantizar la tasa media de lucro ocurre un salto discreto de acumulación por desposesión, para compensar el incumplimiento de la expectativa de lucro. Esos saltos discretos pueden ser incorporados al nivel de acumulación permanente que, al decir de Rosa Luxemburgo, acompañó toda la historia del capital[2]. Pero nos encontramos ante una nueva situación. La pronunciada tendencia a la caída de la tasa de lucro, intensificada desde los años ’70, demanda un igualmente acelerado aumento del despojo, también de carácter permanente.
Nuevas formas de despojo se unen a las ya conocidas. Y se distribuyen por las cadenas o redes flexibles de acumulación de alcance planetario. Esas cadenas, con eslabones intercambiables y descartables, tienen en una punta fondos de inversión de distintas procedencias y los territorios de extracción en la otra. Cada vez más eslabones de esa cadena, habitualmente los más próximos a los territorios, pero no siempre, operan la extracción de riquezas por despojo.
Para ese veloz aumento de la extracción por despojo, los marcos regulatorios de los Estados, aun aquellos que sufrieron alteraciones flexibilizadoras de los años ’90 en adelante, resultan un obstáculo. Las repúblicas, inclusive las que ya eran simulacros republicanos, de América Latina, resultan un cascarón vacío. Inútil hasta como instancia para que las clases dirigentes diriman sus pleitos.
Para esa aceleración del despojo es necesario un Estado de excepción, que no sólo desactive los marcos regulatorios, sino que opere, inclusive preventivamente, contra las resistencias de los territorios. Algo parecido a un Estado de guerra permanente.
Si esto es verdad para nuestra región, lo es especialmente para Brasil. País este que posee la mayor porción de la Amazonía, área más dinámica de avance de la frontera extractiva de minerales que son insumo para la industria 4.0[3].
Brasil y el avance extractivo
La Amazonía tuvo una integración relativamente tardía a la extracción de valor. Después del breve ciclo del caucho, de 1880 a 1910, sólo se integró a la producción de materias primas de exportación a partir del golpe de 1964. El área de la Amazonía controlada por Brasil fue militarizada y mapeada por las fuerzas armadas. Durante y después de la transición para el gobierno civil, en los años ’80, vigoró un acuerdo tácito que mantenía la Amazonía militarizada. Y las fuerzas armadas siempre la consideraron un área de reserva de riquezas bajo su control.
La ampliación de la demanda de los minerales del subsuelo amazónico es considerada una oportunidad para grandes lucros. Oportunidad desperdiciada si respetados los marcos regulatorios para su explotación. Para superar los escrúpulos legalistas, era preciso una acción en el terreno político que pasase por encima del papel fiscalizador del Estado. El despojo operado en los últimos cuatro años en Brasil no se realizó por la modificación de la legislación. Para lanzar grandes áreas al mercado de tierras para uso flexible era necesario destruir los territorios. Y se hizo con milicias incendiarias y terror sobre las poblaciones. Fue el caso del territorio Yanomami ahora materia de exposición pública, con invasiones de más de 20 mil mineros irregulares para retirar oro y casiterita, con organizaciones delictivas realizando la seguridad interna de esos eslabones de la cadena. Son toneladas de mineral irregular, regularizado en la propia región para entrar en la cadena legal de exportación, en la que participa directamente el capital financiero, que no le hace asco a la mercadería, cualquiera que sea su procedencia.
Las brutalidades cometidas, sin embargo, no podrían ser realizadas sin el respaldo o la indiferencia de la sociedad. Sin prácticas predadoras normalizadas por parte de un gran número de personas comunes. Sin una perspectiva de mundo, en fin, que sustenta una mirada colonialista, bélica y de dominio patriarcal sobre territorios y sus gentes. Es la afinidad electiva entre esta modalidad extractiva y las derechas ideológicas. Una estructura de sentimientos necesaria al despojo.
El expresidente Jaír Messias Bolsonaro fue muy explícito al respecto. En comienzo de mandato, el 17 de marzo de 2019, en banquete ofrecido en la embajada brasileña en Washington, advirtió a los empresarios invitados: “Brasil no es un terreno abierto donde iremos a construir cosas para nuestro pueblo. Nosotros tenemos que desconstruir muchas cosas”[4]. Esto explica el apoyo obtenido entonces del gran capital. Pero Bolsonaro nunca actuó por sí mismo, ni en relación directa con el gran capital. Sus vínculos directos en el empresariado siempre fueron con sectores marginales, que rapiñaron aprovechando las oportunidades que el limbo legal de hecho que imperó en el país estos cuatro años ofrecía. Por tras de Bolsonaro estaban los militares. Ellos sí con poder real y decididos a aumentar las condiciones para la extracción de commodities contornando los obstáculos que el orden republicano presentaba.
Sin embargo, ese “desorden”, ese “río revuelto” oficializado, resulta oneroso. Alternar gobiernos de derecha y progresistas puede ser de interés del gran capital. Lo que sí importa es blindar la actividad extractiva contra dispositivos de control social que por ventura a alguien se le ocurra levantar.
Resta preguntarse qué tipo de acuerdos se harán entre las mismas fuerzas armadas y el nuevo gobierno de “frente democrático amplísimo”. Ciertamente, el consenso de las commodities permanecerá. El Instituto Brasileño de Mineradores (IBRAM), declara su apoyo a la demarcación de tierras indígenas y a explotación mineral en esas tierras en convenio con las comunidades[5].
Vemos inclusive el caso de Bolivia, en que la minería ilegal asumió, bajo el gobierno de Evo Morales, el estatus de cooperativas (de fachada) de mineros artesanales. Tras ellas se esconde inclusive el contrabando de oro extraído ilegalmente procedente de Perú y exportado como oro legal, libre de impuestos, ya que las cooperativas mineras gozan de ese beneficio. La extracción de oro dio un salto desde 2014. Esas cooperativas actúan en áreas de conservación ambiental, como el Parque Nacional Madidi, y territorios indígenas con su salud afectada por niveles de mercurio que superan en por lo menos seis veces los admitidos por la Organización Mundial de la Salud[6].
Algunas tendencias vienen siendo perfiladas en nuestro continente para atribuir nuevos papeles a las fuerzas armadas. En particular, se diseñan en la reciente propuesta del presidente de México, Manuel López Obrador, y el de Venezuela, Nicolás Maduro. Ellos atribuyen a las fuerzas armadas la función de construir infraestructura logística y explotarla, y de comercializar minerales, respectivamente[7]. Todo esto de manera legal. Se prepara un Foro de Países Amazónicos para hacer acuerdos sobre la política ambiental y social de la región. El presidente de Colombia, Gustavo Petro, ya adelantó que, siendo su país miembro de la OTAN, pediría a la alianza una contribución tecnológica y operacional para la defensa ambiental de la Amazonía. Al mismo tiempo, acuerdos ya fueron realizados por Venezuela con China, para la cooperación tecnológica y de defensa, así como señales del presidente brasileño, que viajará a China en breve, apuntan para otro lado. La codicia de las grandes potencias focalizadas en los minerales estratégicos amenaza tornar la región un escenario de disputas globales. Consecuentemente, los acuerdos para la militarización, con justificativas sociales y ambientales, están en pauta.
Mientras tanto, la población de la región, con sus prácticas milenarias de equilibrio y reciprocidad, ya está siendo bombardeada con propuestas de integración a la extracción de valor, o reducidas a la condición de objeto de políticas de Estado. Los territorios rara vez son vislumbrados como sujetos de su propia historia. Ellos y su resistencia al despojo, su ímpetu de autonomía, son la única fuerza que puede parar la destrucción.
[1] Raul Zibechi, en “Extractivismo como cultura” disse: “[…] son modos que han ganado terreno en sociedades donde los jóvenes no tienen empleo digno ni un lugar en la sociedad, ni la posibilidad de labrarse un oficio trabajando, ni conseguir un mínimo ascenso social luego de años de esfuerzos. Ni memoria de aquel pasado, que es lo más pernicioso, ya que atenta contra la dignidad”. Ver el texto completo: https://democraciaglobal.org/el-extractivismo-como-cultura/
[2] Ver: https://www.marxists.org/espanol/luxem/1913/1913-lal-acumulacion-del-capital.pdf
[3] Ver: https://contrahegemoniaweb.com.ar/2022/10/30/en-dos-compases-para-el-abismo/
[4] “[…] o Brasil não é um terreno aberto onde nós iremos construir coisas para o nosso povo. Nós temos que desconstruir muita coisa”. Ver: https://www.youtube.com/watch?v=Q0GtNa-VHqM
[5] Ver: https://ibram.org.br/posicionamento-setorial/posicionamento-ibram-mineracao-em-terras-indigenas-2/
[6] Ver: https://www.youtube.com/watch?v=u82E_BPRPww
[7] Ver: https://desinformemonos.org/hacia-un-nuevo-papel-para-las-fuerzas-armadas/