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Educación autónoma para niños y niñas zapotecas de la Sierra Sur de Oaxaca, con y sin pandemia, con y sin el Estado

Gloria Muñoz Ramírez

Santa María Huatulco, Oaxaca. En medio de la exuberancia natural de la sierra sur de Oaxaca, a una hora de terracería del municipio Santa María Huatulco, un grupo de niños y niñas de entre 5 y 17 años de edad siguen su propio calendario escolar. Nunca ha habido internet ni señal de televisión, por lo que no se suspendieron las clases presenciales y los niños siguen yendo a la pequeña escuela de la Finca Alemania, un territorio autónomo en el que habitan decenas de familias provenientes de más de 40 comunidades zapotecas, en su mayoría.

El aula es una pequeña construcción de aproximadamente 25 metros cuadrados, con techo de lámina y paredes de madera. Pero en realidad la escuela mide más de 800 hectáreas de tierras ocupadas. Ahí los niños y niñas aprenden a contar mientras siembran; tienen clases de música en lo que queda de una iglesia y de teatro y baile en la explanada del centro; también aprenden a hacer pan y a criar truchas y pollos; y los más grandecitos se incorporan a los talleres de medicina alternativa, corte y confección, agroecología, mecánica, herrería o carpintería. Mañana y tarde tienen actividades de formación integral, lo mismo en el salón de clases que en la milpa o en el panteón, donde limpian las tumbas para buscar los nombres de quienes vivieron y murieron ahí, para reconstruir su historia.

La finca cafetalera Alemania fue abandonada por sus dueños en 1995, luego de ser embargada por un banco. Durante dos años los trabajadores se quedaron a cargo del lugar, produciendo por su cuenta, hasta que en 1997 salieron por desastres naturales. El lugar permaneció abandonado hasta que en abril del 2013 el Comité por la Defensa de los Derechos Indígenas (CODEDI), con el apoyo de Organizaciones Indias por los Derechos Humanos en Oaxaca (OIDHO), decidió ocuparla y no sólo hacerla producir, sino construir ahí un Centro de Capacitación regional para dar servicio a 45 comunidades, mismo que fue inaugurado en 2015.

Rodeada de montañas amenazadas por las empresas mineras, la Finca Alemania construye su mundo. En lo que queda de la iglesia original, cuatro niños y niñas toman clases de solfeo. “Aaaaaaaaaa”, entonan en diferentes escalas. El aguacero interrumpe la clase y los niños se echan a correr bajo el agua. Parece que la lluvia no se va a quitar nunca, pero media hora después el cielo está limpio, y los niños ya están en el taller de panadería, donde hacen cuernitos y bolillos que se comerán las familias durante la cena. Más tarde, encobigados en el suelo y con la ayuda de un motor porque no hay luz, verán una película antes de irse a dormir

Educación para la vida, sin uniformes ni calificaciones, y con clases todo el día

Aquí no hay toque de bandera, pases de lista, uniformes, boletas de calificaciones y todo lo que se conoce en la educación formal. Pero se trabaja el doble. “La diferencia es que hay otra forma de ver la realidad y de enseñar, de compartir y de ser compañeros en clase”, explica Elías García Santiago, parte del Comité de Educación y maestro de danza. Aquí, insiste, “no vamos a pedir que nos den de memoria las características de un árbol, sino que vamos al árbol, lo conocemos y lo tocamos”.

Se trata, señala García Santiago, “de combatir el individualismo y la idea de que yo poseo el conocimiento y tú escuchas como alumno. El papel del profesor debe ser el de mediador entre el conocimiento y la realidad”. Y aquí la realidad es indígena, zapoteca en su mayoría, y es campesina, por eso “como organización y como área educativa nosotros fortalecemos la lengua, la danza, el teatro. En el nivel primaria se le da prioridad a la lengua madre. Muchos niños llegan a este espacio hablando al cien por ciento su lengua y se les dificulta el español. Nosotros como facilitadores motivamos a los jóvenes para que sigan hablando su lengua, porque no es vergüenza”.

El Centro de Capacitacitación trabaja por trimestres los niveles de preescolar, primaria, secundaria y bachillerato. Y el sueño que pronto se hará realidad es la construcción de una Universidad indígena y autónoma. Ya está el terreno y ya se prepararas las carreras. Cada trimestre los alumnos hacen una presentación de logros y dificultades ante la comunidad, que es “la que avala si hemos hecho bien el trabajo”. La certificación oficial es sólo un trámite, pues la evaluación es colectiva.

Clases en pandemia y con soberanía alimentaria

Aquí nunca pararon las clases, aunque la Finca se aisló. Nadie entró ni salió durante meses desde marzo del 2020, mes en el que iniciaron las medidas sanitarias contra el coronavirus en México. Un letrero en la entrada de la Finca da cuenta de la implementación de medidas y de las limitaciones de tránsito. Pero la vida al interior continuó su marcha.

En las 800 hectareas de tierras no hay luz eléctrica, y cuando se ocupa se instala con motores de gasolina. Tampoco hay señal de teléfono celular ni internet, salvo en algunos puntos de la montaña. Las familias no tienen televisión ni Wifi, por lo que nada del sistema de educación oficial para la pandemia, funciona aquí.

Fuera de la Finca Alemania la situación es la misma. Las comunidades están alejadas unas de otras, hay rancherías y barrios que ni aparecen en los mapas oficiales. Las casas son pequeños cuartos que funcionan lo mismo de cocina que de sala y dormitorio, con una sola mesita en la que comen, preparan la comida y a un lado duermen. “¿Puede haber ahí un espacio de concentración?”, se pregunta Elías. “Ahí está el alumno, están los pollos, los gatos, el perro, todo, y además no hay internet ni televisión. Entonces no sabemos a quién le están hablando las autoridades”.

En la Finca, con y sin pandemia, las clases continuaron. El lugar se mantiene aisalado, pero puede sobrevivir porque las familias comen lo que producen. De la tierra sacan prácticamente todo, empezando por el maíz, arroz, frijol, café, frutas y verduras de temporada; además tienen criaderos de truchas, granjas de pollos y de cerdos. Todos los días en el comedor comunitario preparan gigantescas ollas de frijol y arroz, y cestos con decenas de kilos de tortillas; además de pan para la cena. De hambre aquí no se muere nadie.

Mario López López, responsable del nivel bachillerato, explica los proyectos agrícolas encaminados a lograr la autosuficiencia alimentaria: “Producimos maíz, el cultivo de cacao y de café. Para nosotros la autonomía es primero ser autónomos en nuestra alimentación y evitar la compra de enlatados en mercados. Tenemos alrededor de cinco hectáreas de terreno, y en una trabajamos el cultivo de maíz, sembramos casi diez kilos, y aproximadamente 2 mil cajetes de caña, para tener panela. Trabajamos la tierra con los jóvenes de bahillerato porque pensamos que es la forma en la que ellos pueden aprender de una manera más sólida. La cuestión de la teoría la resolvemos en los espacios de la escuela, pero sólo dos veces a la semana, al campo le dedicamos tres”.

El tequio versus el individialismo en las ciudades

Cristóbal Ramírez Cruz es parte de la organización política del Comité de Defensa de los Pueblos Indígenas (Codedi). Está aquí desde el inicio de la ocupación de las tierras y organiza, junto a sus compañeros, el tequio (trabajo comunitario sin pago económico, recompensado o intercambiado con otro bien), que ha sido la base de todo lo logrado.

“Nos regimos por la asamblea, que es la autoridad máxima del centro, y hay un comité general que es elegido por un periodo de un año de servicio. El comité es elegido por las comunidades y cada comunidad tiene su propio comité local. En una asamblea de todas esas comunidades se elige quiénes van a dar servicio aquí en el centro”, explica Cristóbal.

También existe un Comité de Jóvenes, con trabajo y autonomía dentro de la organización, al ugual que el Comité de Capacitadores en el área educativa, que toma sus propias decisiones. “Yo, que estoy en la comisión política, me encargo de las relaciones con otras organizaciones o personas y no me puedo meter en las decisiones del área educativa”, ejemplifica Cristóbal.

En la Sierra Sur de Oaxaca la mayor parte de la población es zapoteca. El Codedi está conformado por aproximadamente 40 comunidades de 15 municipios de toda esta región. Son diferentes comunidades, agencias, rancherías. Cristóbal explica que “como organización respetamos mucho la autonomía de cada pueblo. El trabajo que hacemos con las personas está meramente relacionado con el centro, con los proyectos que trabajamos, pero no nos metemos más a fondo, por ejemplo en las elecciones de sus autoridades o los tequios que organizan como municipio. Nosotros respetamos esa autonomía, ellos en su trabajo y nosotros en el nuestro”.

El Codedi nació en Santiago Xanica, donde, recuerda Cristóbal, “se intentó imponer una autoridad y la comunidad defendió su derecho a elegir sus propias autoridades y exigió que se le respeten sus usos y costumbres. Así nació primero el Codedi, pero después nacioeron otras necesidades de los pueblos, como el derecho a la salud, a una vivienda digna, a la educación. Y la organización empezó a reclamar al Estado todos los servicios que no tenían las comunidades de Oaxaca”.

Y ahora lo que se busca es depender cada vez menos del Estado. “Les exigimos cosas que ellos por ley deben cumplir para las comunidades, pero nosotros pensamos que en un futuro las propias comunidades pueden solventar todas las necesidades. Eso es para nosotros buscar la autonomía, ser nosotros mismos y rescatar nuestra cultura, nuestros usos y costumbres (no todos los usos y no todas las costumbres, porque hay unos que son malas y no van acorde a lo que nosotros pregonamos ni a las libertades de las personas). Ser nosotros mismos, eso es la autonomía, vivir lo que nosotros queremos y lo que es mejor para las comunidades sin perjudicar a otras”.

Video y memoria

En fila de hombres y mujeres jóvenes suben una pequeña colina en la que se encuentra el cementerio de la ex finca. “¿Quiénes vivieron y murieron aquí?”, se preguntan. Unos rascan la tierra de la parte frontal de las tumbas hasta que van apareciendo nombres y fechas, mientras otros registran todo con cámaras de video. “La enseñanza del video la mezclamos con una reflexión sobre la memoria histórica. Cómo podemos ocupar el registro audiovisual o la fotografía para que exista una conciencia de todo el camino que ha recorrido la organización y los pueblos. Se trata de que ellos documenten su propia historia”, explica Rodrigo, facilitador de la materia.

En el cementerio, donde también hay clases sociales, los jóvenes encontraron las tumbas de los patrones y las de los peones y mozos de la finca. Y reflexionaron sobre su origen, la lcuha de clases, la semi exclavitud y la explotación. Y todo eso lo filmaron.

Ese mismo día por la tarde, los mismos jóvenes se fueron a limpiar el terreno de la milpa, y más tarde, ya sin los rayos del sol, tomaron sus clases de danza y teatro; mientras otros estaban en los talleres de herrería y mecánica. Aquí se arman las puertas y ventanas de las pequeñas casitas, y se arreglan los vehículos de la organización.

En otra parte del finca se encuentra la panadería, a la que también asisten los niños para aprender. Pero en esta ocasión no llegaron en calidad de aprendices de panaderos, sino de reporteros y reporteras con cámaras y micrófonos en manos. Son de preescolar y harán un reportaje audivisual de cómo y para qué se hace el pan. El tripie sin desdoblar lo usa una pequeña niña vestida de unicornio rosa. Sabía que habría filmación sobre la filmación y se puso su vestido de fiesta. Le gusta lo que ve detrás de la cámara, le gusta preguntar. Se ve que se divierte, pero a ratos se aburre y se va a husmear las charolas de pan.

(Fin de la primera parte)

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