Durante el verano de 2017 la actriz Iria Pinheiro empezó a tener pesadillas recurrentes en las que varios hombres entraban a buscarla a su propia habitación. En esos meses de estío también perdió las ganas de trabajar en lo suyo y se refugió en la música. Quería huir de los estudios de rodaje y pensaba en no volver a ponerse delante de una cámara. Sufrió episodios de ansiedad, le salió un eczema y las escasas noches en las que no tuvo malos sueños se debieron al insomnio. Pinheiro había llegado al mes de julio completamente bloqueada.
Entre marzo y mayo del año pasado, Pinheiro trabajó como actriz en el programa Con amor e compañía, emitido por TVG. Allí sufrió vejaciones, insinuaciones de orden sexual y tocamientos por parte del director, José Luis Viñas Orta, según consta en la denuncia registrada el 8 de marzo por la actriz en el Juzgado de Instrucción Número 1 de Santiago de Compostela.
Pinheiro reconoce a El Salto que para decidirse a presentar la querella se sintió respaldada —“me ayudó que me animasen mis compañeras y compañeros de profesión”— y recuerda que “lo esencial fue que me llamó una mujer, una panadera que había sufrido acoso por parte de un cliente. Ella consiguió mi teléfono y me llamó para convencerme de que diera el paso. Me dijo: ‘Cuando lo hagas se van a acabar las pesadillas, el llanto, el insomnio’. Me dio mucha fuerza”. La actriz espera ahora que, con la denuncia y el conocimiento de su caso, la instrucción se agilice: “No pido favores, solo que la justicia sea consciente y sensible”.
Según resume la demanda, los comentarios de contenido sexual dirigidos a Pinheiro fueron constantes durante todas las jornadas de grabación y la actitud del director era simular que se trataba de órdenes de trabajo con tono informal. “Yo sé muy bien lo que piensan las mujeres”, era la muletilla con la que Viñas Orta remataba todos sus comentarios.
Ante las negativas de la actriz a las insinuaciones y tocamientos, la denuncia recoge que el director reaccionaba primero con desdén y luego con humillaciones en público, basadas en un supuesto mal desempeño de su trabajo. “Todos sus actos iban dirigidos a menospreciarla, lo que hacía que ella se bloqueara y se sintiera con la autoestima por los suelos. Llegó a dirigirse a ella en público en numerosas ocasiones como inútil”, dice el escrito, que también añade que Pinheiro sentía repulsión, asco y humillación por el trato que recibía por parte del director.
Cuando la grabación de la primera temporada estaba llegando a su fin, la actriz comentó lo sucedido durante los meses previos a algunas compañeras, que le aseguraron haber vivido situaciones similares e incluso que habían elevado alguna queja a la productora del programa.
El 24 de mayo de 2017, Pinheiro contactó con la Asociación de Actores e Actrices de Galicia para denunciar el caso y solicitar cobertura legal. Sin embargo, su respuesta fue desaconsejar a la actriz emprender acciones, “por la dificultad de prueba ya que nadie va a dar la cara por ella”.
Para la segunda temporada, la empresa Ficción Producciones le comunicó que iba a contar con ella de modo esporádico, no habitual, justificando el cambio en que no se había entendido bien con el director. “Traté de buscar soluciones, como hablar con la productora —recuerda Pinheiro a El Salto—, pero nada funcionó como esperaba y rechacé el trabajo debido a que seguían contando con el mismo director. En esos momentos me sentía fuerte y llena de rabia por la injusticia. Sin embargo, cuando meses más tarde, bajo las secuelas de ese episodio, me puse de nuevo a presentar la denuncia, fue terrible, tenía mucho miedo al sistema en que vivimos y al engranaje del audiovisual. Era yo contra el gigante y eso produce mucha ansiedad y pesadillas”.
La denuncia de Pinheiro es una gota más en la corriente de mujeres que en el último año han alzado la voz para desbordar el dique en torno al acoso sexual en el sector audiovisual internacional. Actrices, directoras o productoras han ido más allá de la queja por la falta de mujeres en papeles protagonistas u otras muestras de desigualdad y han señalado a unas estructuras de poder que fomentan las agresiones bajo la amenaza, real, de perjudicar sus carreras en caso de no someterse a ellas.
Tras la primera acusación de violación contra el poderoso productor Harvey Weinstein, hecha pública por la actriz Rose McGowan en octubre de 2017, nombres consagrados en la industria de Hollywood como los de Salma Hayek, Natalie Portman o Uma Thurman han hablado en primera persona sobre abusos continuados o casos de acoso sexual, además de sobre diferencias salariales.
Pinheiro opina que lo que ocurre en su profesión es “que la jerarquía da pie a muchos abusos de poder y el machismo imperante genera la visión de que las actrices somos muñecas dirigibles y al alcance del consumidor. Todavía creo que se nos ve a las mujeres artistas con poco respeto, aún nos tildan de ‘ligeras de cascos’ y ‘locas de atar’”.
Ante este estado de cosas, la actriz sostiene que el miedo y la precariedad son constantes, lo que “paraliza cualquier intento de rebeldía o cambio”, pero también agradece el apoyo recibido en su caso: “Te hacen perder el miedo definitivamente y saber que no estás sola, que no eres una tarada histérica como te quieren hacer ver tus detractores, esos que dicen ‘no fue para tanto’. Me sentía una hormiga gritando en la selva, ahora siento que la selva grita conmigo”.
Los hechos denunciados por Iria Pinheiro no son excepciones, según explica a El Salto Berta Ojea, actriz y secretaria de Igualdad en el sindicato Unión de Actores y Actrices: “Son comportamientos viejos y de siempre, que existen en la industria cinematográfica y en las artes escénicas. Afectan especialmente a las actrices, porque hay una especie de objeto de deseo y por los conceptos con los que se trabaja”.
Ojea señala que las actrices españolas más mayores —“que han trabajado mucho en el cine y han hecho muchísimo teatro”— siempre cuentan “que eso era lo normal hace años” y cita las palabras de la actriz española más laureada como argumento de peso: “Aquella que diga que nunca le ha pasado, miente, como muy acertadamente dijo Penélope Cruz en la gala de los Goya. Todas hemos pasado por episodios que se han resuelto mejor o peor, más fuertes o más terribles. También tiene que ver con que la sociedad es así, y ocurre también en otros trabajos”.
Ella reconoce el valor de Pinheiro al denunciar y hacerlo público, y valora la importancia de la respuesta que en Estados Unidos se ha dado, ese efecto contagio denominado #MeToo: “Lo que ha pasado es muy fuerte porque quienes han salido a decir ‘basta’ son estrellas con mucho poder. El #MeToo ha hecho que se mire con otros ojos. El problema es que esto siempre se ha mantenido en secreto porque, cuando una mujer es agredida, se culpabiliza y piensa en qué ha hecho mal para que eso le pase”.
En su opinión, se precisa un cambio de enfoque que otorgue una red a las trabajadoras que sufren acoso: “No hay que preguntar a las mujeres quién te acosó sino al acosador por qué lo hace. Si las víctimas, las maltratadas, son quienes tienen que denunciar, es como pedirles que salten al vacío”.
UN PROBLEMA COMÚN
“Pienso que parte de la violencia de este tipo de sucesos es que se quedan encajonados en el espacio privado”, reflexiona la artista Carmen Tomé, cuya denuncia fue la chispa de la que surgió La Caja de Pandora, un grupo de más de 3.000 agentes del mundo del arte y de la cultura que se ha organizado “por un contexto artístico libre de violencias machistas y abusos de poder”, y que además de arropar a Tomé ha mostrado su apoyo a Iria Pinheiro en un manifiesto.
Tomé interpuso una denuncia en julio de 2017 contra el comisario Javier Duero. Lo hizo después de convocar una asamblea con las personas con las que compartía las residencias que se celebraban en el Centro Cultural Las Cigarreras de Alicante, donde ocurren los hechos que describe la denuncia. Para Tomé, directora de Tanim Escenas Comunes, la pieza que falta en el puzle de las agresiones sexuales es la responsabilidad colectiva. Se trata, dice, de traspasar una responsabilidad. Porque cuando decidió “colectivizar” lo que le había pasado, explica, pudo pensar “ahora esto ya no es mío, está en un espacio público, y la sociedad tiene la capacidad de decidir qué quiere hacer con esta situación; ahora yo me puedo volver a posicionar como una más”.
Tomé, además, dio una dimensión pública a su denuncia convirtiéndola en un hecho artístico. “Sentí que la única legitimidad que se estaba dando a mi defensa era haber puesto una denuncia judicial, y yo no creo mucho en ese tipo de acciones. Entonces pensé: si lo que yo puedo hacer es denunciar, creo que el contenido de la denuncia debe poder ser público”, explica. La performance de su denuncia en Las Cigarrreras se viralizó y puso en contacto a un montón de mujeres que, en un grupo privado de Facebook, empezaron a hablar de algo que venía siendo una constante. Así se crea La Caja de Pandora, que el 29 de enero leyó un comunicado en el Museo Nacional de Arte Reina Sofía. Las lecturas se han repetido en Barcelona y en algunas ciudades de Galicia.
“Este tipo de agresiones y/o abusos se realizan con normalidad en todas las situaciones de la vida, y en nuestro sector del arte y la cultura de una forma muy específica”, explican en el comunicado, que asegura que “la mala praxis y los acuerdos tan laxos a los que nos vemos sometidas generan que las mujeres en el arte estemos constantemente expuestas a ciertas agresiones absolutamente normalizadas e interiorizadas”.
Los datos que recoge Eurostat indican que en 2015 se presentaron en Europa 215.000 denuncias por delitos contra la integridad sexual. De ellos, un tercio aproximadamente fueron denuncias por violación. Estos datos, advierten, se refieren solo a los registros policiales, y además las variaciones entre países son significativas y dependen de las percepciones culturales. De hecho, si en lugar de los registros policiales se atiende a las encuestas, es posible hacerse una idea de la dimensión del asunto: el 26% de las mujeres preguntadas en la Unión Europea en una macroencuesta en 2014 dijo haber sido objeto de tocamientos, abrazos o besos en contra de su voluntad, o de exhibicionismo (“exposición indecente”), y un 33% al menos uno de los dos.
Frente a esa “normalidad” que denuncian “las pandoras” en su manifiesto y confirman los datos, la respuesta en el mundo de las artes hasta ahora ha sido tímida o simbólica. ¿Por qué no se denuncia a los agresores?
“Expones tu carrera, tu intimidad, tu culpa… te expones entera”, dice Carmen Tomé. “El sistema está formulado de una manera perversa, el patriarcado ha llegado a entrarnos tan dentro que hace que nosotras mismas nos cuestionemos”, explica la artista, que considera importante subrayar la perversidad de señalar a las que no denuncian — “ellas no tienen por qué tener la responsabilidad de ver qué hacen con el dolor que les han impuesto, la responsabilidad es de todas” —. “Para mí lo importante no es tanto qué hagan esas personas en concreto, sino que sepan que no están solas si no quieren estarlo; que cuando se vean un un cuarto solas se recuerden acompañadas fuera de ese cuarto”, asegura. Además, en lo profesional, “puedes caer en un pozo sin fondo, porque no sabemos cuántos amigos de esta persona van a formar parte de los jurados que decidan sobre las residencias, concursos, festivales o cualquier espacio al que quiera acceder profesionalmente”.
Y no solo eso. Para Tomé, que en la actualidad centra su trabajo en lo que llama ‘improvisación interdisciplinar no jerárquica’ para crear “escenas comunes”, es especialmente doloroso que, de repente, ya no se hable de su trabajo. “Me dedico a un trabajo muy elaborado que llevo fabricando veinte años, pero de repente todo el valor que se me otorga es este… y es muy difícil ver que tu carrera se ve atravesada por algo que no quisiste que pasara”.
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