Dolce & Manada: crónica de una violación anunciada

Junto con la merma de derechos y un planeta cada vez más desolado, asistimos hoy día a la inflación de una nueva burbuja. Y es que las manadas, que ya nos están explotando en plena cara, vienen en el mismo lote que las violaciones a los Derechos Humanos. Tan arduo sería mostrar un nexo estricto entre la Crisis y la burbuja de violadores como necio obviar las resonancias. No estaría de más que algún criminólogo investigara si alguna otra crisis económica, como la del 29, excitó a monstruos parecidos. A ver si va a resultar que, amén de suscitar ideas banales, la economía rota incita al atropello sexual. Deprime e indigna pensar que, en los tiempos de individualismo que padecemos, violar a una mujer sea unos de los pocos proyectos colectivos a reseñar. Además, la inflación de esta testosterona grupal no ha supuesto un descenso de las violaciones en solitario, que desde hace unos ocho años se mantienen al alza en España. En las crisis siempre se ventila lo mejor y lo peor de cada casa. Mientras unos bomberos sevillanos se la jugaban salvando vidas de inmigrantes en el odiséico mar, sin sospechar que Hades les estaba esperando en tierra firme, La Manada preparaba burundanga entre sevillana va y tiento al porrón viene.

Italia, al igual que España, está sufriendo el asedio de estas jaurías de violadores. Depredadores sexuales, los llaman. El pelaje de los denunciados es diverso. Hasta un conocido futbolista figura en los pliegos de acusación. Robinho, solitario en el césped, demostró desde Milán sus competencias de trabajo en equipo sumándose a un grupo de violadores en 2013. La justicia italiana ya habló, condenándolo a nueve años de cárcel, que al canje por el repugnante acto parece más bien una tarjeta amarilla. Que a los integrantes de La Manada les hayan caído los mismos e irrisorios nueve años indica que no solo compartimos con Italia el gusto por el latín y los malos políticos. Ningún teórico nos advirtió con anterioridad que la globalización nos traería este fósil paleozoico al presente, por lo que es necesario analizarlo, al menos para actuar con prevención.

En La mujer, cosa de hombres, Isabel Coixet puso en relación la publicidad sexista del pasado con las agresiones machistas del presente. Simple y sencilla era el documental como clara y evidente la relación entre los anuncios sexistas y los denominadosasexinatos, aunque las mentes más simplonas no terminan de verlo. Hay psicólogos que han señalado, como factor explicativo de los crecientes casos de violaciones, al continuo bombardeo de imágenes de mujeres hipersexualizadas y fácilmente accesibles. Elemental, mi querido Watson, aunque habrá que avanzar más en el análisis de estas representaciones. Solo así se podrá determinar su engarce con la realidad y establecer grados de responsabilidad. La publicidad de Axe, por ejemplo, debería rendir cuentas en el Juicio del Día Final, pero sería complicado atribuirles la causa del efecto de las violaciones grupales. Como se recordará, en gran parte de sus execrables campañas aparecía siempre una multitud de mujeres persiguiendo a un único e insignificante falo. Sabia estrategia la de los publicistas, al ocultar el terrorismo machista en un lacanismo invertido. Al final va a resultar verdad que el hombre es un lobo, pero para la mujer y, en ocasiones, hasta disfrazado de cordero.

Ahora, D&G intentó colar una agresión sexual con una imagen extremadamente lubricada: un hombre joven con el torso desnudo sostiene a una mujer por las muñecas mientras otros cuatro rodean la escena como esperando turno

Transitar por la peligrosa línea de la provocación siempre entraña el peligro de caer en la procacidad. Y así les ocurrió a Domenico Dolce y Stefano Gabbana en 2007, ya con la crisis mordiéndonos los talones. Tardaron tiempo en percatarse de que estaban chapoteando en un sórdido fango, aunque finalmente se vieron obligados a retirar una de las fotos de la campaña primavera-verano de ese mismo año, perteneciente a la serie de Steven Klein,SecretCeremony. Ya un año antes, la agencia británica Advertising Standards Authority tuvo que censurarles la campaña Hot baroquepor apología de la violencia. Ahora, D&G, sin aprender la lección, intentaba colar una agresión sexual por los mismos medios con una imagen extremadamente lubricada: un hombre joven, con el torso desnudo, sostiene a una mujer en el suelo por las muñecas. Otros cuatro hombres de edades similares rodean la escena, como esperando su turno.

El Observatorio de la Imagen del Instituto de la Mujer en España y FACUA exigieron inmediatamente la retirada de lafoto. Contrariados por las críticas del momento, D&G preguntaron “¿qué tenía que ver una foto artística con un hecho real?”. No se entiende tal perplejidad en los modistos a no ser que faltaran a clase de arte cuando se explica aquello de que la realidad siempre acaba imitando al arte, sobre todo cuando es pésimo, como es el caso. La mayoría estuvo de acuerdo entonces en señalar la obviedad de la agresión sexual representada, excepto Risto Mejide, para quien ni tan siquiera había abuso. Quizás llevar gafas obscuras las 24 horas del día le llevó a decir que todos los que veían ahí una violación debían ir al mismo terapeuta de los que, como él, veían una orgía. En fin… Cuando el Comité de Autodisciplina Publicitaria Italiano ordenó suprimir el anuncio, la famosa firmatuvo que enfundársela y hacerlo desaparecer de todo el mundo. Los miembros de La Manada sevillana debían rondar en ese momento los 16 o 17 abriles, toda una joven camada que posiblementeobservó el anuncio babeandode placer.

Un examen atento a la foto desvela que además de una violación maquillada con filtros muy cool, que ya es delito, se leen asimismo varios tópicos que la incitan a priori y la justifican a posteriori: ¡chicos, —enuncia la foto— cuando las mujeres dicen que no en realidad están diciendo que sí!¡En realidad nos iba provocando! ¡La pasividad implica aceptación!Estas consignas, ubicuas también a lo largo y ancho del campo social, emanan de la postura, posición y gestualidad de la mujer a punto de ser violada en la foto. La representación en su integridad es calculadamente ambigua. Las piernas se cierran, impidiendo la penetración, pero la pelvis se alza, como ofreciéndose. Los músculos de los brazos del hombre se tensan, sugiriendo resistencia, mas los dedos de la mano de la mujer están como relajados, insinuando pasividad y entrega. En el rostro de la modelo, todo un poema sadomaso, se mezclan todos esos mensajes discrepantes. La campaña de Dolce&Gabbana fue siniestra no solo por mostrar una violación sin crítica alguna. También porque forma parte de una hedionda maquinaria de autoengaño que atenúay mengua la responsabilidad de los violadores reales, haciéndoles creer en ocasiones, incluso a sí mismos,que no han cometido violación alguna.

Este mismo mecanismo infernal debe de haber funcionado en la cabeza del juez Ricardo González al escribir que “no es descartable que durante una relación sexual no consentida pueda llegar a sentirse y expresarse una excitación sexual meramente física en algún momento”. Y no solo porque este hombre se haya atiborrado de publicidad de este tipo. Que este enunciado pueda ser de curso legal hace sospechar que nuestros códigos están parasitados por su propia SecretCeremony. Así lo ha señalado Lidia Falcón hace unos días, escribiendo que “tanto el Código Penal como la ley de Violencia de Género establecen toda clase de subterfugios, atenuantes y garantías para no castigar a los hombres que pegan, humillan, violan y asesinan mujeres”. También Bárbara Tardón ha dejado bastante claro “que todos los prejuicios y estereotipos de género que se dan en la violencia sexual se reproducen en el sistema judicial […] que hay una ideología detrás, una estructura, el sistema patriarcal, que se cuela en todos los espacios […] incluso en aquellos en los que creemos que no existe ideología”.Si a esta violencia estructural se le suma la calidad humana de algunos jueces obtenemos el peor de los escenarios, sin poder distinguir si estamos frente a una audiencia provincial o en frente del jurado de OT. ¿Será por todo esto que Javier Pérez Royo ha escrito tras la sentencia a La Manada que “solamente con mentes muy podridas se puede dictar una sentencia como la que estos jueces han dictado” y que “la conducta de los jueces es un indicador de que hay algo podrido en el interior del poder judicial”?.

Tras las críticas del Instituto de la Mujer, Dolce&Gabbana replicaron desde Milán que en España nos habíamos “quedado atrás”. Lo cierto es que desde entonces algunos bestias están intentando que la marca España se ponga a la altura de los tiempos. A partir del atroz suceso de los sanfermines, rara es la semana que no aparecen en los medios denuncias a estas bandas criminales. La diferente naturaleza de las manadas dificulta establecer patrones explicativos, por lo que las causas deben de ser inmanentes a todo el campo social. La Guardia Civil, en la operación “multitud”, detuvo hace un año a cuatro individuos por una agresión sexual a una turista en Las Palmas. Una soldado de Antequera ha denunciado a sus compañeros, la “manada militar” la llaman, por violación previa narcotización. Mientras esto ocurría, en las marquesinas de Madrid, una campaña de Tezenis mostraba a una mujer en bragas y sujetador haciendo el saludo militar de “a sus órdenes”.Un niño de nueve años denunció también una violación por parte de otros alumnos de su mismo colegio.El horror, cuando se desata, no entiende de clases, estatus o edades. Hace un mes, otra joven denunciaba una agresión sexual múltiple en Vejer de la Frontera.

No sé si después de Auschwitz se pudo hacer poesía, pero tras este terror machista es necesario reforzar nuestro aparato teórico. El concepto de “violencia simbólica” de Bourdieu sigue teniendo validez para comprender la atrocidad del fenómeno, aunque habría que ampliarlo a “violación simbólica”, para adecuarlo al contexto actual. La bloguera Barbijaputa, tras la “broma” televisiva en la que Juan y medio cortaba la falda de una compañera que precisamente le decía ¡no!, definió el concepto con pulcra precisión: “La violencia simbólica es aquella que, al estar integrada y normalizada en una sociedad, es aceptada sin rechistar incluso por quienes la sufren (imaginen cómo de invisible será para quienes no)”. Ratifica la capacidad de normalización de esta violencia el hecho de que, tras el juicio a la manada, un grupo de estudiantes en Whatsapp amenazara con “hacer una manada”a una compañera.Y no son los únicosque aspiran al premio de cretino del año. Para su inauguración, la discoteca Phant colgó un cartel en donde una mujer de ingrávidos y enormes pechos pide a los clientes unirse “a la manada”. A este paso, hasta los miembros de la RAE, esos mismos que se santiguan al oír el término “heteropatriarcado”, incluirán “marcarse una manada” como uso válido en la próxima revisión del diccionario.

Lo “micro” en los micromachismos no se refiere tanto a pequeño como a relacional; tejen una trama que está urdida por nódulos de procedencias distintas que colaboran colaborando, sin saberlo, entre sí

La noción de micromachismo, creada por Luis Bonino en los 90 a raíz de las reflexiones sobre el poder en Foucault,también se utiliza para analizar y sacar a la luz los mecanismos de la violencia sexual normalizada. Pero el uso parcial que se ha hecho de este concepto dificulta pensar adecuadamente el sustrato de estas barbaries. Si bien es verdad que gran parte del machismo visible brota a partir de pequeños gestos desapercibidos, nos privamos de la potencia explicativa de la noción de micropoder al conferirle únicamente la dimensión ínfima. “Micro” no se refiere tanto a pequeño como a relacional. Es necesario pensar el micromachismo siempre en plural, como una retícula imperceptible formada por diferentes y numerosas instancias. Esta trama está urdida por nódulos de procedencias distintas, como pueden ser la publicidad o el derecho, colaborando, sin saberlo, entre sí. El omnipresente mundo publicitario que analizamos aquí no es el único foco de poder. Si la propaganda al uso actuase sola y unidireccionalmente no tendría tanta fuerza. Busquen en los libros de texto, en muchos cuentos, en los tribunales, en el derecho en general, en el código penal en particular, en la política, en la medicina, en el cine, en la ciencia, en la arquitectura, en los javieresmarías y los malumas de turno y hallarán, como si pulverizaran agua en una telaraña, a la víctima agitándose indefensa en esa sucia trama, tejida también por el racismo, la homofobia y el clasismo.

Pensar las condiciones de posibilidad de las variopintas manadas, los a priori de estos salvajismos, implica detectar los puntos difusos de una red de poder que no solo los posibilita (cuando las mujeres dicen no es que sí) sino que después, tras el acto, los justifica (“¿está segura de que cerró bien las piernas?”, preguntó la magistrada María del Carmen Molina desde Vitoria en 2016) o los atenúa (“no hay violación, —dicen— sino abuso”). Implica pensar, además, cómo se conjugan, apoyan y retroalimentan todas esas instancias dispares para formar una densa telaraña en la que la mujer, tras la denuncia, va a ser perseguida mediática y socialmente, si es que se atreve a ir a comisaria. Hemos sabido, en estos días, que España es el país en donde menos se denuncian las violaciones…Es preciso comprender, para salir de esta trampa, que las manadas de carne y hueso (y también los lobos solitarios)se deslizan siempre, cual arañas,por una manada cultural e institucional que a su manera las jalea. Esa Manada institucional es la misma sobre la que, al comienzo de la crisis, se apoyó José Manuel Castelao, expresidente de los españoles en el extranjero, diciendoque “las leyes son como las mujeres, están para violarlas”.

*PROFESOR DE ÉTICA EN LA UNIVERSIDAD EUROPEA DE MADRID

 

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