El mes de agosto arrancó con una oleada de protestas estudiantiles en Chile, marcada por la violencia en su contra en la Alameda, en el centro de Santiago. El 23 de agosto, el llamado al paro nacional de los secundarios logró convocar a cerca de 10 mil jóvenes en la capital chilena, que se manifestaron en 12 lugares diferentes de la ciudad, pese a que el gobierno no los había autorizado.
Para los jóvenes era importante recuperar la amplia convocatoria en las protestas para mostrar fuerza el mismo día en que el Parlamento discute la reforma tributaria, que permitirá a las familias desgravar impuestos de lo que pagan en educación y que, según los estudiantes, no fortalece el sistema público.
Los estudiantes también necesitaban demostrar que eran capaces de convocar a manifestaciones que no causen daños a la propiedad pública y privada.