“No hay historia muda. Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan,
por mucho que la mientan, la historia humana se niega a callarse la boca”.
Eduardo Galeano
Desde California, Estados Unidos, la señora Elva manda fotografías de su hijo Edgar Osorio. En las fotos, Edgar posa con su abuelo, Edgar niño mira su pastel de cumpleaños, Edgar viste de traje. Así, en presente.
En presente, su madre y su familia padecen su desaparición desde el 5 de diciembre de 2019.
“Hace más de dos años mi vida cambió. Ya no disfruto lo mismo que sentía en mi corazón: ver mis flores, cuidar de mis plantas como lo hacía. Y digo que ya no lo disfruto porque tengo el corazón destrozado porque me arrebataron un pedazo de mi corazón que se fue con la desaparición de mi hijo Edgar Javier Osorio Castillo. Y él es uno más de los desaparecidos en el Estado de Puebla”. –Elva Castillo
La suya es una más de las cientos de historias: Gabriela Uribe escribe poemas para su padre, el maestro Bonifacio, desaparecido en Huauchinango el 29 de abril de 2016. Karina y su madre Marisela se abrazan felices, como no se han abrazado desde el 21 de agosto de 2016. Reyna Ochoa recuerda la primera vez que sostuvo en brazos a su hermana recién nacida Emma, a quien no ve desde el 2 de noviembre de 2016. María Luisa sostiene el cartel con la fotografía de su hijo Juan de Dios Núñez Barojas, rodeado de flores y con la leyenda “viniste para permanecer”, el mismo muchacho flaco y con sombrero, quien al nacer parecía un ratoncito, a quien María Luisa auguró un propósito importante en esta vida y quien con su desaparición motivó en su madre la necesidad de formar un colectivo de familiares de personas desaparecidas en Puebla.
El 16 de mayo de 2022, México traspasó la cifra de cien mil personas desaparecidas en el país y entre la polifonía de noticias y eventos, se volvió una nota más, retomada y comentada por familiares de personas desaparecidas, autoridades relacionadas al delito de desaparición y organizaciones de la sociedad civil.
De nueva cuenta, las cifras se volvieron una manera de invisibilizar la tragedia, pero también la vida que se destruye y la que se re-construye colectivamente tras una desaparición. En México faltan más de cien mil personas, faltan en sus casas, en las calles que transitaban, en los espacios que llenaban con sus voces, en los abrazos que completaban con sus cuerpos… La desaparición sigue siendo una realidad imposible de comprender con los números fríos y asépticos que nos brindan las autoridades en sus conteos, necesarios pero insuficientes.
“Dignificando la Memoria” es el espacio colectivo que empezó a construir el Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia para preservar las voces y recuerdos de las personas que buscan por todo el país a sus familiares desaparecidos. Durante 2019 fueron resguardadas casi 300 historias en Veracruz; en 2021 fueron 35 en Puebla y 27 en estado de México y Ciudad de México.
Cada testimonio se compone de la fotografía de la persona buscada, información sobre la desaparición y los relatos que sus familiares desean compartir y es entonces cuando los números y las fotografías son humanizadas, adquiriendo la unicidad que les da la experiencia humana que cada una de las personas desaparecidas tiene.
Ya no es el folio 15,418 del conteo, ni la muchacha de la foto que veo camino a mi trabajo: es Galilea, la primera nieta y sobrina de su familia; es Miguel Ángel Campos meciendo a su hijo y disfrutando de los camarones que su madre le prepara; es Juan José Morales orgullo de sus tres hijas; es Teódulo escuchando música mientras cuida su jardín.
La desaparición de personas en México se compone de más de cien mil fragmentos, cada uno alberga las historias de las personas que nos faltan. Sus familiares, quienes se niegan a callarse la boca, mantienen viva la memoria. Tras días, meses y años de ausencia sólo queda el testimonio, las personas que aquí cuentan sus historias son supervivientes de un suceso anormal, que no debió haber ocurrido nunca y, aun así, aquí están, con lo único que les queda que es la palabra. Y ante la indignación, la injusticia y la incertidumbre, las personas que participaron en este proyecto y alzaron sus voces –a veces trémulas, a veces nítidas, a veces afec- tadas por las lágrimas y el dolor– con sus relatos y experiencias, nos permiten traer de regreso a las personas desaparecidas, nos alientan a dibujarlas en la mente, a saborear sus platillos favoritos, a imaginarlas escuchando la música que más disfrutaban y a sentir, tan hondo en el cuerpo, el peso de la ausencia.
La fuerza de sus testimonios es que siempre se realizan pensando en alguien más, en el familiar ausente a quien podrán mostrarle todo lo que han hecho por traerle de regreso, a las autoridades indolentes o a las personas comunes que habitamos el mismo territorio; no olvidemos que sus voces nos hacen corresponsables y nos piden voltear a ver lo que ocurre a unos metros de distancia, aquí, en nuestras calles, en nuestras ciudades, en este país.
Para conocer el proyecto: https://www.imdhd.org/dignificando-la-memoria/
*Raquel Maroño Vázquez es investigadora y capacitadora del IMDHD.
*Foto de portada, página web del proyecto “Dignificando la Memoria”. / IMDHD
Publicado originalmente en A dónde van los desaparecidos