Que digan dónde está o que renuncien

Marta Dillon

 

foto: de Facebook / en el metro de París. 

 

Hoy nos van a escuchar ¿Dónde está Santiago?

En la insistencia por preguntar ¿Dónde está Santiago Maldonado? estamos construyendo la desobediencia colectiva al mandato oficial que también insiste en que hay vidas que no cuentan, que valen menos que otras. «Preguntar es a la vez contestarnos por nuestra propia potencia  ¿Dónde está Santiago Maldonado?  Que digan dónde está o que renuncien, que renuncie cada funcionario y cada funcionaria que estigmatizan la preguntan, que nos quieren volver blanco móvil de su desprecio, que mienten porque la corporación mediática los ampara ¿Dónde está Santiago Maldonado?»

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Soy una persona sensible y lloro con frecuencia frente a las malas noticias. Pero también soy una persona de acción. Quiero decir, me junto habitualmente con otras personas que sufren y se indignan frente a las injusticias, frente a la muerte, la negación del otro, de la otra; personas con ganas de poner el cuerpo, de exponerlo al enorme riesgo de dejarse afectar por lo que sucede alrededor. Y que además de eso, tienen voluntad de actuar. Por poner un ejemplo: entre padres y madres de la escuela a la que va mi hijo menor nos reunimos para hacer visible la lucha docente a principios de año, después seguimos tramando reuniones para que de una vez por todas entre en las aulas la Educación Sexual Integral y también para acompañarnos a manifestaciones o compartir datos sobre compras comunitarias. También formo parte de experiencias militantes más absorbentes como el Colectivo Ni Una Menos y he participado de otras en otros tiempos. Lo escribo para justificarme, para darme permiso a sentir este desconsuelo y esta impotencia frente a los carteles que aparecen en redes sociales, a los falsos debates que salen en la televisión, a la preponderancia del hashtag #conmishijosno que el miércoles lideró la lista de los más usados en tuiter.

Contra la pregunta “¿Dónde está Santiago Maldonado?”, este aliento fascista empaña la insistencia de un pueblo que con su pregunta reafirma el compromiso que puso en acto cuando un fallo de la Corte Suprema de Justicia amenazó con dejar libres a genocidas condenados con un cálculo propio de bares tilingos, el 2×1. Hay que recordar esa plaza, me digo, frente a la impotencia que da la sensación de que se habilitan discursos que el sentido del bien común había dejado atrás. Esa campaña #conmishijosno, ese título del diario La Nación que todavía puede leerse en su versión web: “La petición para que no se use políticamente el caso Maldonado tiene más de 30 mil firmas” –si eran más, ¿por qué elegir esa cifra?-, las declaraciones del secretario de Derechos Humanos en tuiter diciendo que “llevar el caso de Santiago Maldonado a las escuelas es bajo, doloroso, peligroso”, la difusión de un número para denunciar docentes; toda esa comparsa con el telón de fondo de la información falsa que emite el mismo gobierno es una habilitación al fascismo en su sentido más llano: no todas las vidas merecen ser vividas, sólo las privilegiadas cuentan. Para las demás, el desprecio. ¿Cómo leer si no la exhibición de un testigo que debía ser protegido? Seguramente en la misma línea en la que se ofrecen a miles de periodistas la ubicación exacta de los refugios para víctimas de violencia machista obviando que para que sean tales sus direcciones tienen que ser secretas. Es tan apabullante la demostración cotidiana de un poder que se sostiene con violencia y desprecio por el otro, por la otra, que sí, dan ganas de llorar. Entonces, hay que recordar la plaza que le dijo No al 2×1, porque esa plaza es remedio contra la impotencia. Es, al contrario, la mejor demostración de que es posible ejercer contrapoder desde la calle.

En la insistencia por preguntar ¿Dónde está Santiago Maldonado? estamos construyendo la desobediencia colectiva al mandato oficial que también insiste en que hay vidas que no cuentan, que valen menos que otras.
Hay que recordar esa plaza –y todas- de las Madres y las Abuelas y también recordar cada movilización en que dijimos Ni Una Menos, porque fue poniendo el cuerpo en la calle que bajamos el umbral de tolerancia a la violencia machista y esa transformación es poderosa. Nuestras vidas, nuestros cuerpos importan; por eso decimos Ni Una Menos.

Entonces, aunque el desprecio y la impunidad con que se miente sobre los mapuches y sus luchas den ganas de llorar, empuñemos la pregunta: ¿Dónde está Santiago Maldonado? Porque eso ahora está primero. Que den su paradero, que respondan por su vida. Que la pregunta lo tiña todo, hasta que contesten. Que se indague también en las escuelas ¿Dónde está Santiago Maldonado?, porque la escuela es el lugar donde se aprende la ética ciudadana ¿o no hay incluso una materia que se llama así? Llenemos las plazas con la pregunta ¿Dónde está Santiago Maldonado? Porque la respuesta es por el destino de ese muchacho pero también por el destino de cada una y cada uno de nosotros, a quienes no nos da lo mismo. Preguntar es a la vez contestarnos por nuestra propia potencia ¿Dónde está Santiago Maldonado? Que digan dónde está o que renuncien, que renuncie cada funcionario y cada funcionaria que estigmatizan la preguntan, que nos quieren volver blanco móvil de su desprecio, que mienten porque la corporación mediática los ampara ¿Dónde está Santiago Maldonado?

 Texto publicado en el muro de Facebook de Marta Dillon 

 

 

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